26 de mayo de 2006

PREDICACIÓN A LOS SEMINARISTAS, VÍSPERAS DEL BUEN PASTOR

EL SACERDOTE, CORAZÓN DE PASTOR
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye – y el lobo las arrebata y las dispersa –, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a esas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla, y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre.

El buen pastor conoce a cada una de sus ovejas, las llama por su nombre. En este cuidado solícito y amoroso, se ve una exhortación a los futuros pastores de la Iglesia; a ustedes, queridos amigos, ahí en las banquetas escuchándome en nuestro acogedor oratorio (aunque espero no obstaculizar su diálogo con el Señor, que nos preside, presente en medio de nosotros en la Eucaristía [en su cuerpo, alma, sangre y divinidad], que sea él quien les hable); banquetas que durante casi cuatro años he escuchado reflexiones, homilías, predicaciones, etc., y hoy, por primera vez, me toca dirigirme a ustedes con la ayuda del Señor. Para algunos, igual para mí, es un momento esperado.
Aunque no les niego, estoy temblando de miedo, sobre todo, al estar delante de un público tan exigente[1]. Pero les diré como llegó a decir el Cardenal Van Tuan, cuando comenzaba a dar sus ejercicios espirituales a la Curia romana, contando esta historia: la un famoso predicador que fascinaba al público. Delante de su púlpito, un viejecito seguía fielmente todos sus sermones. El predicador estaba muy contento de su éxito. Un día se le apareció un ángel: “Me congratulo contigo por tus conferencias… ¡Eres excelente! Pero ¿Recuerdas a ese viejecito que viene siempre a escucharte?”. “Sí, lo he visto”, responde el predicador. Y el ángel añade: “Que sepas que él viene, no para escucharte, sino PARA REZAR POR TI. GRACIAS A SUS ORACIONES, TUS SERMONES HACEN TANTO BIEN A LOS FIELES”. Por eso, les digo, terminaba el Cardenal, cuento con sus oraciones. Igualmente yo, pido sus oraciones.
"Yo soy el buen pastor" (Jn 10, 11. 14). Estas palabras de Cristo resuenan hoy en toda la Iglesia (en las primeras vísperas del domingo y mañana durante todo el día). Él, el Señor, es el Pastor que da la vida por su grey. En él se cumple la promesa que el Dios de Israel hizo por boca de los profetas: "Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él" (Ez 34, 11).
"El buen pastor da la vida por las ovejas" (Jn 10, 11). Cristo apacienta al pueblo de Dios con la fuerza de su amor, entregándose a sí mismo como sacrificio. Cumple su misión de pastor convirtiéndose en Cordero inmolado. Sacerdos et hostia.
San Pedro en su primera carta nos exhorta: Apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana según Dios, no por mezquino afán de lucro, sino de CORAZÓN (1P. 5, 2). Nuestra solicitud, sea ya como sacerdotes o futuros sacerdotes, ha de ser ejemplar. Nuestro futuro ministerio estará ordenado al gran Cuidado del Buen Pastor que es la solicitud por la salvación de todos los hombres: Tengo otras ovejas que no son de este redil, a esas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor.
La atención particular por la salvación de los demás – escribía SS Juan Pablo II –, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios que se encomienda a los sacerdotes se realiza de diversas maneras (y que debemos tenerla muy presenta en nuestro esfuerzo diario). Son varios los caminos: pastoral parroquial, tierras de misión, la enseñanza, lo enfermos, el dolor, que no se pueden separar (aquí, en lo que nos toca a cada uno sería: estudio, el trabajo, los arreglos – de los que a veces huimos – el compartir [de la misa a la mesa], la oración, etc.,). A pesar de sus diferencias, sigue diciendo el papa, son siempre y en todo lugar caminos de nuestra específica vocación: sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote y del Carisma del Buen Pastor…
Por eso, podíamos decir cuatro (aunque se pueden decir más) las condiciones que debe reunir el buen pastor, más aún, quienes nos formamos para serlo y ¿Dónde se adquiere? Desde el seminario. En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. La vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; ésta es la principal de todas las virtudes (explicar).
Se trata de un consejo que pide nos pide llevar una vida espiritual intensa, rica de aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que se prepara para ser como Cristo Buen Pastor (aunque ahora no guiamos ninguna comunidad, nos formamos para ello, y por eso se exige de nosotros el esfuerzo continuo). Es poner en práctica una serie de elementos como son: La identidad con Cristo; Unidad de vida; Un camino especifico hacia la Santidad; la fidelidad a la disciplina eclesiástica; Conocer y amar la comunión eclesial; y sentido de lo universal en lo particular (Cf. El Pastor, guía de la comunidad).
De la abundancia del corazón es que habla la boca (Mt 12, 34). Nuestra vida, ha de asemejarse al Corazón de Cristo, el buen pastor, nuestro único modelo (es vernos por dentro como somos y si correspondemos a los mismos sentimientos de Cristo o estamos divididos [Fil. 2, 5]). Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y al Espíritu Santo y a Santa María (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 166).
El trato con el Señor nos capacita para amar más. Y amar, como amó (y me ama) Cristo.
Ante todo esto ¿Qué se espera de nosotros? Ver virtudes como fidelidad, coherencia de vida, sabiduría, la acogida a todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, el desprendimiento personal (ya que muchas veces estamos apegados a cosas materiales que nos aleja del Señor, de su corazón. Ponemos nuestra confianza en cosas que no llenan el corazón. Lo que nuestro corazón anhela es Cristo, nuestro ideal profundo, quien cautiva nuestra vida; y la Iglesia es el camino y campo de acción. Él sólo con sus palabras y mirada cautivó el corazón de sus Apóstoles; y hoy presente en el altar, nuevamente dirige su mirada a ti y a mí. Él sigue siendo hoy el motivo de vivir de millones de personas, y ejemplo de ello, somos nosotros que hemos dejado todo, por entregarle nuestro corazón al recibir su llamada, y a la que buscamos corresponderle. Por eso, Señor, te damos gracias en esta tarde, por la maravillas que realizas en nosotros en cada Eucaristía; queremos imitarte, seguirte sólo a ti, y reunir en un solo rebaño a tus hijos dispersos), la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, etc.
Cristo es el camino de nuestra realización; y el cultivo de nuestra personalidad está fundada en lanzarnos (y vamos en camino) en una prodigiosa entrega a los demás: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas, en generosidad sin límites; en una donación total sin división.
Todo esto es posible, desde el seminario que es la gran escuela del Evangelio. Y como dice un texto de la segunda Biblia del seminarista (bueno así la conocí en mis primeros años de formación en el seminario, y que seguramente muchas veces habéis meditado. A mí siempre me ha servido en mi camino formativo) el seminario debe ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure el proceso, de manera que el ha sido llamado por Dios al sacerdocio – tu y yo – pueda llegar a ser una imagen viva de Jesucristo Cabeza y PASTOR de la Iglesia…vivir en el seminario, escuela del Evangelio, es vivir en el seguimiento de Cristo como los apóstoles; es dejarse educar por él para el servicio del Padre y de los hombres, bajo la conducción del Espíritu Santo. Más aún, es DEJARSE CONFIGURAR CON CRISTO BUEN PASTOR para un mejor servicio sacerdotal en la Iglesia y en el mundo. Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ¿ME AMAS? Para el futuro sacerdote, la respuesta no puede ser sino el don total de su vida (PDV. 42 c)
El Señor es mi pastor nada me falta (Ps. 22.1) junto aguas de reposo me pastoreará, confortará mi alma. El sacerdote es el hombre de la Palabra, a quien corresponde la tarea de llevar el anuncio evangélico a los hombres y a las mujeres de su tiempo. Debe hacerlo con gran sentido de responsabilidad, comprometiéndose a estar siempre en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia. Es también el hombre de la Eucaristía, mediante la cual penetra en el corazón del misterio pascual. Especialmente en la santa misa siente la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús, buen Pastor, sumo y eterno Sacerdote. Todo ello es posible, en cada uno, de lo que hagamos en nuestro itinerario de vida en el seminario (Siempre he tenido presente en mi vida personal aquellas palabras de mi primer rector Mons. José F. Jiménez: “Todo cuanto dejes de hacer en el seminario, después como Sacerdote no lo harás…”) Por eso, hemos de aprovechar todos los medios que se me brindan en este nuestro segundo hogar. Y que no digamos después: nunca me dijeron.
Por eso, alimentados de la palabra de Dios; conversando todos los días con Cristo realmente presente en el Sacramento del altar, nos dejamos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongamos la adoración eucarística en los momentos importantes de nuestra vida, en las decisiones personales y difíciles, al inicio y al final de nuestras jornadas. Configurados con Cristo, Buen Pastor, seremos (lo ya ordenado están en ellos, pero nosotros como diáconos y ustedes como seminaristas) los ministros de la misericordia divina.
Pero, para poder cumplir dignamente la misión que se nos confiará, debemos mantenernos constantemente unidos a Dios en la oración, y experimentar nosotros mismos su amor misericordioso mediante una práctica regular de la confesión, dejándonos también guiar por expertos consejeros espirituales. Esto tener nuestro corazón metido en el corazón del Buen Pastor. Toma Señor mi corazón, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te lo entrego todo.
La Virgen María, que al pie de la cruz se unió al sacrificio de su Hijo y que él nos dio como Madre, nos asista con su intercesión, para que seamos imagen fiel del buen Pastor en medio de nuestros hermanos. Ella, que en este mes de mayo se hace peregrina en nuestros pasillos y cuartos con la visita de su venerada imagen, en la advocación de Fátima, nos proteja con su ayuda materna y nos haga discípulos cada vez más conformes al Corazón de su Hijo. Amén.
[1] los diáconos investidos por el rey de tarragona se preparan para luchar contra el imperio que ha sido corrompido por el lado oscuro. la amenaza de predicar a los seminaristas acechan sobres sus cabezas. ésta será la batalla definitiva y la última oportunidad para restaurar el equilibrio de la fuerza

PREDICACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS

La Ascensión: Mirar Al Cielo, Rectitud De Intención.

La vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; “pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos (peregrinos) en busca de la futura” (Heb. 13, 14), es decir la Eterna.
XTO nos espera y por eso vivimos ya como ciudadanos del cielo – como nos dice San Pablo – que es nuestro último fin. Es su gloria y estar unidos a Él en amor eterno (Cf. 1Jn, 3, 2: “…Sabemos que, cuando se manifieste él, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”). Esta es la mayor felicidad. Pero, para poder mirar al cielo, es necesario que nuestra vida sea una continua PRESENCIA DE DIOS y Dios presente en todas nuestras intenciones.
Se me viene a la memoria, dos cosas, que pueden servir para el tema que me toca: una del 2002 cuando en la tercera meditación nos decían: el hombre que quiere vivir para Dios, más si desea imitar al Señor en el camino sacerdotal, busca las cosas rectas, las cosas de arriba. Y la segunda al año siguiente (2003), en la 4ª charla Unidad de Vida – Rectitud de intención (que sea dicho de paso no me acuerdo quien la dio) se nos interpelaba: ¿Cuántos viven dentro de uno? ¿Qué me pide Dios ahora, no mañana? ¿Cómo puedo manifestar mi amor al Señor? Y continuaba: Para un encuentro con el Señor, el corazón debe caminar derecho de acuerdo a la voluntad de Dios, y no en nuestra propia voluntad… Es te lo decía, por la primera pregunta ¿Cuántos viven dentro de uno?
Seguro que con todo esto que he dicho habéis sacado el título de esta predica, claro, no exacta con la precisión, pero si cercana: La Ascensión: Mirar Al Cielo, Rectitud De Intención.
Hemos escuchado de San Pedro: Lo que actualmente os salva no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura por la Resurrección de JXTO… pedir a Dios una conciencia buena. Lógico, que sea el interior, no lo exterior; pues en el interior del hombre habita la verdad (S. Agustín).
La rectitud de intención es hacer el bien por amor a Dios, evitando que se meta (en nuestro interior) la vanidad, o el deseo de quedar bien delante de los demás (y que muchas veces es el peligro que corremos: no hacer las cosas libremente, sino por coacción y miedo a que me dirán), es vivir contrario a la verdad, cuando tendría que ser un vivir en la Santidad. “La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios… ¡Qué libre estará nuestro corazón.., qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo (aquí en medio de nosotros) reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!"
Pero a veces esto no resulta así, de que XTO sea el centro de nuestra intimidad ¿Por qué? Porque en nuestro interior, resuenan muchas voces que no son las de Dios: nuestros pecados (los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza), egoísmo, nuestras inclinaciones (concupiscencia de la carne, de los ojos, soberbia de la vida: podemos definir como el EGO), agobio (más aún, ahora, en este tiempo en que llegan la teoría Heliodiana: las anécdotas), ocasión precisa para abrirnos a los demás, etc.
Las malas intenciones destruyen las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar herida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios (es lo que hemos aprendidos en moral, que las obras NO LLEGAN A SER MERITORIAS). Sin rectitud de intención equivocamos el camino.
Nuestra rectitud de moverse siempre en presencia de Dios; en hacer comuniones espirituales, buscarlo en todas las cosas, experimentar la comunión con él. “La comunión con Dios, - decía Juan Pablo II – soporte de toda la vida espiritual, es un don y un fruto de los sacramentos; y al mismo tiempo es un deber y una responsabilidad que los sacramentos confían a la libertad del creyente, para que viva esa comunión en las decisiones, opciones, actitudes y acciones de su existencia diaria…” (PDV, 48)
Para vivir la rectitud de intención hay que tener el corazón lleno de amor de Dios. Es enamorarnos cada día del Señor: con alegría, mortificación, ofrecimiento del trabajo y el esfuerzo. ¿Cómo crecemos interiormente? A través de las virtudes (Teologales – Cardinales), los sacramentos, especialmente en el S. de la Reconciliación, después de un exhaustivo examen: “Examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos si queremos servir a Dios…” (S. Gregorio Magno). Cuidar mucho nuestro examen de la noche; es dejar realizar la obra de Dios en nosotros.
Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios (en especial en este momento delante de él) lo que nos induce a comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este modo, si existen distracciones en nuestro trabajo cotidiano, etc.
He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención (también nos puede servir a nosotros)
1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve.
2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por el contrario, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo por Dios.
3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloria de Dios. (S. ALFONSO M.ª DE LIGORIO).
Todas estas gracias se las pedimos a Dios a través de la Santísima Virgen María, Ella que es nuestra abogada y protectora, interceda por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo. Ella, es modelo de rectitud, y de cumplir la voluntad de Dios: Fiat mi secundum verbum tuum. Amén.

24 de mayo de 2006

Ulises (Salvador), Diácono diego (Perú), diácono Trini (Filipinas), D. Juan (España), Yo














En la Ermita del Campus: Jean Carlo y yo
De Puerto Cabello - Venezuela


















QUINTO CURSO DE TEOLOGÍA EN LA ERMITA.