17 de junio de 2006

QUEREROS SINCERAMENTE COMO HERMANOS: LA CORRECCIÓN FRATERNA

A lo largo de la Sagrada Escritura, especialmente, en el NT encontramos los muchos modos de vivir el amor, la caridad con los hermanos. Unos de los mandatos de Señor menos observados, y que entraña gran riqueza para el crecimiento personal, tanto corporal como espiritual.
“…si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo a otros dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano…”
Nuestra convivencia, está cruzada de contrastes, debido a que somos diferentes por temperamento, puntos de vistas, gustos, estrés, tensión, etc. El Evangelio algo nos dice. Jesús nos presenta un caso de alguien que ha cometido algo que es realmente equivocado en sí mismo: “si tu hermano llega a pecar…”
¿Por qué dice: repréndele a solas? Por respeto a la persona (tú con él); pues una franca explicación disipa muchos malentendidos.
Estamos obligados (Tenemos una responsabilidad,) como consecuencia lógica del amor que le debemos, a corregir a nuestros semejantes cuando yerran La corrección fraterna es un ejercicio del amor, es una obra de misericordia, que exige humildad y amor, (Benedicto XVI); es preocuparse del otro, de aquel que hace mal e invitarlo a cambiar de conducta compartiendo con él la vida (aquí, en el seminario, es una bella oportunidad para crecer en ello), acompañándolo en su caminar. «Si lo dejas estar, peor eres tú… ¿No te importan la heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido ¿y te encoges de hombros? Peor eres, tú callando que él faltando… » (S. Agustín).
No podemos ser indiferentes antes las necesidades de los demás, del que está a mi lado o alrededor, y que camina por caminos torcidos. Podemos caer en la tentación de decir como Caín ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? Pero hemos de pensar, ¡que lo somos! Y meditar como nos dice el Apóstol Pedro: Quereros sinceramente como hermanos.
Es claro, que el motivo último por el que es necesario practicar la corrección fraterna, no es ciertamente el orgullo de mostrar a los demás sus errores para resaltar nuestra superioridad; ni el de descargarse la conciencia para decir: «Te lo había dicho. ¡Ya te lo he advertido! Pero para ti, si no me haces caso…» (nada de esto se busca en Corrección Fraterna). El OBJETIVO es ganar al hermano “te escucha, habrás ganado a tu hermano”. Se busca el bien del otro para que pueda mejorar.
No siempre depende de nosotros el buen resultado de la corrección, por el contrario, depende siempre y únicamente de nosotros el buen resultado… a la hora de recibir una corrección. Es cuando nos dejamos corregir (no solo cuando corregimos) donde se ve si uno es suficientemente maduro para corregir a los demás. Quien quiere corregir a alguien tiene que estar dispuesto a ser corregido: La enseñanza de Cristo sobre la corrección fraterna debe ir muy unido a esta otra palabras: ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no repara tu viga que hay en tu propio ojo? (Lc. 6, 41 ss).
Cuando vemos que una persona recibe una observación y escuchas que responde con sencillez: “Tiene razón, ¡gracias por habérmela dicho!”, te encuentras ante una persona de valor. ¿Cómo es mi disposición a la hora de que se me hace una corrección? Es claro, que debemos ser muy humildes para observar los sabios consejos que se reciben como venidos de Dios mismo, a través de cualquier instrumento de que él se haya servido.
Es muy importante tener en cuenta la regla de oro, válida para todos los casos: si es mejor corregir o dejar pasar, hablar o callar. “Con nadie tengáis otra duda que el amor mutuo…la caridad no hace mal al prójimo” (Rm. 13, 8-10). Es necesario asegurarse, ante todo, de que en el corazón se dé la disposición de acogida a la persona. Después, todo lo que se decida, ya sea corregir o callar, estará bien, pues el amor NO HACE MAL A NADIE.
Acudimos a nuestra Madre, la Santísima Virgen María, para nos ayude a ser almas que buscan hacer el bien a los demás; y que con un corazón humilde y sencillo, estemos siempre dispuestos para aceptar y agradecer la corrección recibida.