9 de noviembre de 2006

PREDICACIÓN DE MONS. RICARDO GUERRA EN LA PRIMERA MISA DEL PBRO. WILLIAMS CAMPOS

PRÉDICA PRIMERA MISA
Pbro. Williams Roberts Campos
Borburata: 10 –septiembre- 2006



Hoy es un día de gran alegría para todos, principalmente para esta Iglesia particular de Puerto Cabello y para esta comunidad parroquial del Santo Cristo de la Salud, de Borburata: un hijo de estas tierras ha sido ordenado sacerdote. Por eso mismo, es lógico, que comience mi prédica animándoles a dar gracias a Dios, al Señor todopoderoso, por esta manifestación de su gran misericordia. Y es lógico, también que les pida, que no nos cansemos de levantar a Dios nuestro corazón, suplicándole con fe que no deje de suscitar en su Iglesia, pero particularmente en nuestra Iglesia venezolana, abundantes vocaciones sacerdotales y a la vida religiosa.

Ayer, mediante la imposición de manos de Mons. Ramón Viloria, dignísimo Obispo de esta Diócesis de Puerto Cabello, y por la oración consagratoria, el Espíritu Santo derramó la unción sacerdotal sobre nuestra hermano Williams y lo conformó con Jesucristo Cabeza de la Iglesia, y, así, investido con la dignidad sacerdotal, lo envía a predicar con autoridad la Palabra de Dios, a administrar los sacramentos y a renovar el sacrificio de la Cruz mediante la celebración de la Eucaristía

Pero, mis queridos hermanos, cabe preguntarnos: ¿quién o qué es el sacerdote?, ¿cuál es su tarea? Para responderlas me remito a las mismas palabras de San Pablo en su primera carta a los Corintios: “… así han de considerarnos los hombres: ministros de Dios y administradores de los misterios de Dios”.

La misión del sacerdote es la de ser instrumento del Señor, es decir, que llamados y habilitados por la potestad recibida en el sacramento del Orden, el sacerdote es canal para que la gracia divina llegue a cada uno de los fieles, haciendo posible su unión con Cristo.

Continúa San Pablo: “Por lo demás lo que se busca en los administradores es que sean fieles”. Esta fidelidad se resume en las promesas que en el rito de la ordenación se hacen y que ayer tuvimos la oportunidad de vivir, como son:
*presidir fielmente la celebración de los misterios de Cristo;
*realizar el ministerio de la Palabra con esmero en su preparación y en la exposición de la fe;
*unirse cada día mas a Cristo;
pero es el Concilio Vaticano II, en el Documento “Presbyterorum Ordinis”, quien pone en primer lugar el de anunciar el Evangelio.

Ayer, Mons. Viloria le expresaba al Padre Williams las múltiples facetas de la vida sacerdotal de cómo hacer presente el rostro misericordioso de Cristo entre los hombres. Pero entre las múltiples tareas que hoy se encomiendan al Padre Williams, (al igual que a cada uno de nosotros, sacerdotes, en nuestra oportunidad se nos encomendó), están:
*confortar con palabras humanas de consuelo a quienes sufren;
* exhortar a no desesperarse a quien vaga en la oscuridad y en la desolación;
*Aconsejar ante las vicisitudes de la vida tanto familiar como profesional.

Pero ciertamente que la tarea específica del sacerdote va mucho más allá de los simples consejos y ayudas espirituales. El sacerdote es depositario de una luz infinitamente más cierta que la que procede de cualquier sabiduría humana: la luz de Cristo. La única capaz de mostrarnos en cualquier momento de la vida la vía de la salvación y de la paz que no decepciona. Sólo anunciando el evangelio con integridad y fidelidad, puede el sacerdote ayudar verdaderamente a las almas. Ya lo decía el recordado Papa Juan Pablo II: “Debemos, ciertamente, ponernos junto a quienes sufren y pasan necesidad: ponernos de su parte. Pero debemos actuar siempre con ellos como sacerdotes” (cfr. Juan Pablo II, Alocución del 2-III-1979).

Y ya lo refería también San José María Escribá: los fieles esperan del sacerdote “que predique la Palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana que (aunque conociese perfectamente) no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna” (“Sacerdote para la eternidad”, homilía del 13-IV-1973).

Y continúa Mons. Escribá: el sacerdote es maestro, pero la única enseñanza y sabiduría que los hombres desean recibir de él es la que procede de Cristo, es decir:
la sabiduría de la Cruz y del perdón, que es el amor infinito de Dios y de su inagotable misericordia;
la sabiduría de la esperanza, que nos ayuda a disipar la tentación del desánimo y del desaliento;
la sabiduría de una santidad que es la lucha espiritual de cada día y propósito eficaz de lealtad.

Querido Padre Williams como sacerdotes no podemos ceder al desvarío de querer agradar a todos, a cualquier precio. Por eso no debemos temer a nunca dejar de proclamar la voz del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (cfr. Mc. 8. 34 – 35).

Custodiar la fe en toda su integridad es garantía de fidelidad. Ya lo decía el Papa Juan Pablo II: “Nosotros no tenemos directamente poder en la conversión de las almas, pero somos responsables del anuncio de la fe, de la totalidad de la fe, y de sus exigencias” (cfr. Juan Pablo II, Meditación del 6-X-86).

En este sentido ya bien lo expresabas, mi muy apreciado y querido Williams, el pasado domingo 13 de agosto cuando en el reportaje del Diario de la Costa decías: “Predicar es comunicar a Cristo a los hombre y mujeres, porque Cristo es la Palabra viva del Padre. A pesar de nuestras debilidades, los fieles esperan de nosotros (de mi) la fuerza de la palabra de Dios, con plena fidelidad a las verdades de la fe cristiana.”

También la Carta a los Hebreos muestra el contenido de la misión del sacerdote, cuando afirma: el sacerdote, “escogido entre los hombres, está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, y puede compadecerse de los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está rodeado de debilidad” (5,1-2)

Por el bautismo, bien sabemos, que todo cristiano está llamado a ser medio, vía para que todos encuentren a Dios, pero quien además a recibido el sacramento del orden, es decir, es ungido como sacerdote, adquiere una nueva responsabilidad derivada de su configuración con Cristo, que no es solamente que es mayor sino esencialmente distinta de la de los fieles por el sacerdocio común. En este sentido, mi querido Williams, sobre tus hombros recaerá la responsabilidad de la atención pastoral de los fieles en las comunidades que se te encomienden, como muy bien te lo expresaba ayer Mons. Viloria, aunque por ahora por disposición de él continuarás estudios de especialización.

Es bueno destacar entre las numerosas consecuencias prácticas derivadas del hecho de la ordenación sacerdotal, quiero referirme a algo muy concreto y que se pide al sacerdote, y que muchas veces como sacerdotes olvidamos con facilidad, así que les ruego me permitan expresar, y me refiero a la disponibilidad para servir a los fieles. Y muy bien lo refieres tú, Williams, en el reportaje ya aludido, cuando entre otras cosas decías: “Me toca servir, …, sin poner condiciones a todas las personas. Es ser, con la oración y con el ejemplo de vida entregada y servicial, sal que da sabor cristiano a la vida de tanta gente y luz que alumbre su camino en medio de las dificultades”

Mi querido Williams, como sacerdotes nos debemos a los fieles, a las almas encomendadas, por eso desde ahora has de olvidarte de ti mismo, decidido a ocuparte de los demás. En tus planes de trabajo y en los momentos de descanso y vacaciones, ten siempre presente que has sido elegido para representar a los hombres en el culto a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Has de mostrarte acogedor con tus hermanos no como quien hace un favor, sino con la conciencia de cumplir un gustoso deber que jamás debemos olvidar.

Esto es fundamentalmente lo que los fieles de Puerto Cabello, tu iglesia particular, esperan de ti: que los representes ante Dios, que intercedas por sus necesidades tanto espirituales como materiales. Ya lo decía el Papa Juan Pablo II: “No temáis ser separados de vuestros fieles y de aquellos a quienes vuestra misión os destina. Más bien os separaría de ellos el olvidar o descuidar el sentido de la consagración que distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más en la profesión, en el estilo de vida, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defraudaríais a vuestros propios fieles que os quieren sacerdotes de cuerpo entero: liturgos, maestros, pastores, sin dejar por ello de ser como Cristo, hermanos y amigos” (Cfr. Juan Pablo II, Homilía en una ordenación sacerdotal el 8-XI.1982).

A partir de tu ordenación sacerdotal, hecho acontecido ayer en la Catedral, renovarás cada día, in persona Christi, el único sacrificio del Calvario, que el Señor ofrece, por el ministerio del sacerdote, a favor de la humanidad. Cuida con esmero y dedicación de este don que recibes. No te acostumbres a celebrar la misa; que cada celebración conserve su emoción. Que la rutina no corroa nunca tus celebraciones. Y en este sentido te recuerdo las palabras del Papa Benedicto XVI: “Muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo … La Eucaristía debe llevar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida”

La Misa es siempre celebración de Cristo y de la Iglesia, un sacramento de unidad. Por eso, independientemente de cualquier circunstancia de la vida, en el altar serás siempre ministro de Cristo, a quien le prestarás tu inteligencia, tu voluntad y todo tu ser. Comprobarás siempre que muchos se acercarán a ti para suplicarte que encomiendes sus intenciones, sus preocupaciones o dificultades, en el momento mismo de prepararte a celebrar la Eucaristía.

Ya para finalizar deseo dirigirme y dar gracias de todo corazón a todos tus familiares, hermanos, hermanas y amigos, pero muy concretamente a tu mamá, Ascensión María, que me ha permitido amarla y quererla como mi mamá. Quiero ante todo felicitarlos por esta bendición divina de concederles un hijo, un hermano, un amigo, un pariente sacerdote. Sé que siempre te han acompañado con sus oraciones, pero no dejen de rezar por él. No se contenten en decirse que como ya es sacerdote es él quien debe rezar por ustedes. Estoy consciente que él lo hará cada día, pero les aseguro, por experiencia propia, que él, como todos nosotros sacerdotes, necesitamos de sus oraciones para vivir la entrega de cada día.

A la Santísima Virgen María, que es Madre de todos los hombres, pero de manera especial Madre de los sacerdotes, encomendemos al Padre Williams para que lo proteja, lo cuide, lo cubra con su manto y lo haga un santo sacerdote y plene su ministerio de abundantes frutos.

AD MULTOS ANNOS, mi querido Padre Williams.