26 de noviembre de 2007

LOS CRISTIANOS Y LA POLÍTICA

En noviembre del año pasado la Congregación para la Doctrina de la Fe, con expresa aprobación del Papa, publicó una Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas a la intervención de los católicos en la vida política. El texto de la Santa Sede se centra en la clarificación de algunas cuestiones de orden general.

-1º. La fe cristiana extiende su influencia a todas las áreas de la vida, también a las actividades políticas. Éstas, en la medida en que son acciones humanas, tienen que estar reguladas y justificadas por unos criterios morales. Cuanto se pueda hacer en política, tiene una dimensión moral, arraigada en la naturaleza misma de las cosas y regida por la ley suprema del respeto a la dignidad y a los derechos de las personas. La vida política de un país no puede fundarse únicamente en el consenso de los diferentes grupos, sin ninguna referencia moral superior y objetiva. Un pueblo sin convicciones morales absolutas es un barco a la deriva.

-2º. Cualquier actividad política, concebida desde una visión cristiana de la vida, ha de entenderse y realizarse como un servicio efectivo a la comunidad, con el fin de proteger y favorecer el bien común de todos los ciudadanos. La búsqueda sincera del bien común es la indispensable justificación de cualquier institución o iniciativa política. Este bien común consiste en la promoción y garantía de las condiciones necesarias para que los ciudadanos puedan desarrollar su vida y disfrutar de los bienes comunes en las mejores condiciones posibles. En cualquier situación, las instituciones políticas deben garantizar a todos los ciudadanos el derecho a la vida y a la educación, a la sanidad, al trabajo y a la vivienda; la libertad de expresión, la capacidad de iniciativa y responsabilidad en el proyecto y realización de su propia vida.

-3º. La fidelidad a las exigencias de la moral social cristiana suscita unas características y obligaciones comunes en la acción política de los católicos, independientemente de las preferencias políticas que tengan o de los partidos en que militen. En el momento presente, las principales exigencias éticas para el voto y la actividad política de los católicos son: la defensa de la vida humana desde el momento de su concepción hasta la muerte natural; la defensa y protección de la familia en todas sus implicaciones económicas, sociales, culturales y morales, sin equipararla a otras formas de vida posibles; la defensa de los menores y de los más débiles o necesitados, como pueden ser los inmigrantes, los sin trabajo, las mujeres amenazadas, los enfermos crónicos y terminales; la defensa de la libertad, de la convivencia y de la paz contra todas las agresiones, discriminaciones y amenazas; la protección de la libertad religiosa; la promoción de la justicia y la solidaridad entre los pueblos, las religiones y las diferentes culturas; el respeto y la defensa de las enseñanzas morales de la ley natural y de la fe cristiana en la inspiración de las relaciones y actividades sociales en los diferentes órdenes de la vida. Los católicos tenemos derecho a promover una política que esté de acuerdo con nuestras convicciones antropológicas, sociales y morales, siempre por métodos democráticos y de acuerdo con las exigencias del bien común y de las libertades civiles. Negarnos este derecho sería tanto como querer instaurar una política restrictiva y discriminatoria. Los políticos católicos tienen obligación de favorecer sincera y eficazmente estos objetivos. Dejar de hacerlo voluntariamente sería una grave omisión. Criticarlos por hacerlo sería intolerancia y discriminación.
-4º. A partir de unas convicciones morales comunes, los católicos tienen verdadera libertad para actuar en política según su mejor saber y entender y bajo su estricta responsabilidad personal. En estos asuntos, aun respetando las mismas normas morales, hay situaciones diversas y no pocos elementos opinables que dan lugar a opiniones distintas y a proyectos diferentes, todos legítimos, aunque no todos tengan el mismo valor. No conviene confundir la libertad y diferencia de opiniones y proyectos con el relativismo o indiferentismo moral. En el orden moral, como en el técnico y profesional, no todo es igual. Hay unas referencias objetivas y comunes, y las diversas iniciativas valen más o menos según respondan mejor o peor a los valores morales comúnmente reconocidos como garantía del bien personal y social. La idea de que la democracia necesita desarrollarse en un clima laicista y moralmente relativista no tiene un fundamento intelectualmente serio y esconde graves peligros prácticos. La política y los políticos tienen que sentirse guiados y regidos por unas referencias morales objetivas, superiores a ellos y respetadas por todos. Lo contrario abre el camino a la arbitrariedad y al autoritarismo civil, cultural y moral.

-5º. Estos criterios no valen sólo para los dirigentes políticos, sino que iluminan también la intervención de los ciudadanos en la vida política y en la gestión de los asuntos comunes mediante el ejercicio del voto y su intervención en la opinión pública. Los votantes tienen que apoyar con su voto a quienes mejor garanticen los diferentes elementos del bien común, en sus dimensiones materiales, culturales, morales y religiosas, según su propia importancia y las urgencias de cada lugar y de cada momento. Al votar, cada uno podemos defender nuestros derechos y buscar nuestros legítimos intereses, pero teniendo también en cuenta el bien de los demás y de todo el conjunto de la sociedad. El respeto a la verdad, la voluntad sincera de favorecer el bien general, la defensa decidida de la libertad, la justicia y la convivencia, en el marco del Estado de derecho, valen más que las agrias polémicas. Cuando la política se enreda en discusiones partidistas, dejando en segundo lugar las verdaderas necesidades de los ciudadanos, entramos en un proceso de deterioro que desprestigia las instituciones políticas y empobrece la vida de la comunidad social.

-6º. La Iglesia tiene la obligación y el derecho de instruir y animar a los cristianos para que ejerzan sus derechos y actúen en los diferentes momentos y niveles de la vida política en conformidad con las exigencias sociales y morales de la fe cristiana, sin perjuicio de la libertad y del legítimo pluralismo de los cristianos en materia política, en colaboración con los demás ciudadanos y sin instrumentar en ningún momento las instituciones o realidades eclesiales y cristianas a favor de sus ideas o intereses políticos. A la vista de estas consideraciones, cada uno tiene que ver qué ideas, qué líderes y qué instituciones políticas se acercan más y atienden mejor al bien común de todos los ciudadanos según la moral social de la Iglesia católica. Hay valores de orden moral que afectan al bien de las personas, de las familias y de los diferentes sectores de la vida social, cultural y económica, en donde los católicos tenemos que hacernos escuchar sin miedos ni titubeos, como puede hacer cualquier otro grupo. Y todo ello, no para provecho propio sino para el bien integral de nuestra sociedad. Estos mismos valores tienen que aparecer en la gestión de todos los políticos cristianos. En definitiva, la fe y la moral cristianas tienen que ser operantes en todas las esferas de la vida, también en las opiniones y actuaciones políticas.

"ESTAD PREPARADOS"

Primer Domingo de Adviento 2 de Diciembre de 2007
“Estad vosotros preparados….”
Comenzamos el Adviento y el Año litúrgico. En este tiempo, cada acontecimiento de la vida de Cristo que celebramos cultualmente se actualiza por la fe en el marco de la comunidad cristiana. Es una actualización sacramental, pero real, y constituye un encuentro vivo, comunitario y personal con el Señor en cada paso de su vida y misterio. El culto litúrgico cuenta con tres elementos básicos: la asamblea, la Palabra y los signos de la fe que son los sacramentos, estando Cristo presente para hacer efectiva su obra salvadora aquí y ahora.
La primera etapa del año litúrgico es el Adviento con sus tres facetas: la celebración de la primera venida histórica de Cristo en carne mortal, su última venida en poder y gloria, y las continuas venidas de Dios en los acontecimientos diarios de la historia personal y comunitaria.
El tema central del texto evangélico es la invitación a la vigilancia: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. “Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre”. Es una llamada urgente, es un toque de atención a sacudir todo lo que pueda haber de rutina y costumbre: ¡otra vez el Adviento, lo de siempre! De aquí que hemos de preguntarnos que es lo que estamos descuidando en nuestra vida, qué es lo que hemos de cambiar, a qué hemos de dedicar más atención y más tiempo.
En el susurro de la brisa es donde se manifiesta Dios a Elías como leemos en 1Re 19,11. La venida de Dios no es espectacular ni ruidosa. Será en la sencillez y pobreza de Belén, en lo cotidiano de la vida, y al final en poder y gloria, no como sinónimos de grandeza, sino de completar la obra de salvación desde el amor. Por eso la insistencia de Jesús: “estad en vela”, “estad preparados”. La brisa se nos puede escapar.
Por otra parte el Adviento es una nueva oportunidad para actualizar, en nuestra vida cristiana, la realidad de que la salvación, ya iniciada por Dios, todavía no la poseemos en plenitud. El Adviento es tiempo de esperanza, que es un estilo de vida cristiana en proceso permanente de liberación siempre en marcha hacia Dios, hacia los hermanos y hacia el mundo como lugar teológico de la presencia y acción salvadora de Dios.
Es también, el Adviento, iniciativa constante de Dios que viene a nosotros y nos encomienda la tarea de la construcción del mundo y del hombre nuevos. Es realidad presente y esperanza futura, es razón para vivir, amar y esperar a pesar del desencanto y cansancio de la vida. San Pablo, en la segunda lectura, no exhorta: “Daos cuenta del momento en que vivís: ya es hora de espabilarse, porque vuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer… Dejémonos de las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz” (Rom 13, 11-12).
Nada de temor, nada de sentirse sorprendidos, sí saber que todos tenemos unos momentos transcendentales de encuentro con el Señor que se acerca en su Hijo no para condenar, sino para salvar (cfr. Jn 3, 17-28), porque estamos llamados a vivir en el amor de Dios, es decir, a vivir en la luz, apartándonos de los obras de las tinieblas.

25 de noviembre de 2007

PAMPLONA JULIO 2007






MALAGA

EN LA CATEDRAL

ALGATOCIN










GIBRALTAR

JUBRIQUE

VERANO 2007







La Navidad y los símbolos religiosos

Ya está aquí la Navidad. Se acabaron las clases hasta el 8 de enero, una vez que los Reyes Magos hayan dejado su cargamento de ilusiones. Es la fiesta de los niños, de los padres, de los abuelos, de los tíos y los primos, de los amigos. Todos disfrutamos poniendo el árbol y el viejo Belén, que es siempre nuevo, con sus pastores guardando los rebaños, los Reyes Magos montados en su camello, y el Portal con la mula y el buey, san José, la Virgen y el Niño en el pesebre.
Hace unas semanas estaba en una papelería y alguien entró a comprar tarjetas de Navidad. -¿Las quiere con tema cristiano o «navideño»?, preguntó el dependiente. -No, deme unas de tema «navideño», respondió el comprador. Y se llevó tan contento unos tarjetones con abetos cargados de estrellas, paisajes nevados y luminosos, algún Santa Claus, y varios niños sonrientes de distintas razas jugando juntos, para felicitar las fiestas a sus amigos. Enviar christmas con el portal de Belén hace presente una Navidad «confesional» y si, por los motivos que sean, no se busca ofrecer esa imagen, siempre es posible elegir otras ilustraciones que se consideran más neutras.
Sin embargo, el abeto luminoso tiene un simbolismo cristiano: el árbol del Paraíso que está en el origen del mal y la muerte en el mundo, por el pecado de Adán y Eva, fue sustituido por el árbol de la auténtica vida, al nacer el segundo Adán, Cristo. La luz que acompaña al nacimiento del Mesías esperado, está simbolizada por las velas o luces encendidas y la estrella en lo alto. La luz de Cristo Salvador es la que envuelve los paisajes navideños. El Niño de Belén es el que integra a toda la humanidad, hombres y mujeres, niños y ancianos de todas las razas, en una sola familia, la familia de los hijos de Dios. Santa Claus (es decir, San Nicolás) fue un obispo de Asia Menor del siglo IV, famoso por defender a los niños y, sobre todo, por dar generosos regalos a los pobres. De modo que todos los tarjetones «navideños» que se llevó también eran de tema cristiano.
Un símbolo es una representación sensorialmente perceptible de una realidad. La captación de su valor simbólico supone una asociación de ideas entre lo que se percibe con los sentidos y esa otra realidad a la que remite. Esto hace que un mismo objeto pueda ser percibido por alguien como un símbolo, mientras que, quien no asocia esos conceptos, se queda en la simple imagen sensible. Así sucede con muchas tarjetas «navideñas». Pero la cuestión de los símbolos, o de aquello que se percibe incluso de un modo provocativo como símbolo, va más allá de la simple anécdota de los christmas.
En estos últimos días se ha hablado mucho acerca de la presencia de símbolos religiosos en las escuelas públicas. La decisión del Gobierno francés de prohibir símbolos religiosos como la kippa judía, el velo islámico o el crucifijo cristiano en las escuelas públicas ha merecido el apoyo de alguna plataforma ciudadana, y ha suscitado la perplejidad de la mayor parte de los ciudadanos corrientes que piensan por sí mismos. Una batalla legal contra los símbolos religiosos en los lugares públicos carece de sentido en una sociedad pluralista y abierta, en donde conviene evitar todo brote de intolerancia. Porque intolerancia es el intento de imponer ¿hasta en el modo de vestir y en los complementos! el dogma del laicismo.
Pero es que, además, los símbolos no pueden ser reprimidos por decreto-ley. Escapan a las luchas ideológicas. Quien se incomode ante un símbolo religioso se pondrá nervioso el día que un maestro cuente el cuento de Caperucita Roja en el colegio, no vaya a ser que a alguna niña se le pase por la imaginación ponerse un pañuelo en la cabeza. No podrá salir al campo, porque, en el vuelo majestuoso de las aves, sus alas y sus cuerpos dibujan cruces que se deslizan por el aire, ni podrá mirar al cielo en una noche clara, porque lo verá plagado de estrellas de David. La educación para la convivencia no es cuestión de sombreros, pañuelos, ni trozos de madera cruzados, sino de mente clara y afecto sincero a todos, respetándolos tal y como son, permitiéndoles reflejar en su porte externo su personalidad y sus convicciones.
En el portal de Belén son bien recibidos los pastores –judíos-, los magos –extranjeros- y todos los que se acercan con buen corazón.
Por Francisco VaroProfesor de Sagrada Escritura

CRISTO REY

La solemnidad de Cristo Rey, en cuanto a su institución, es bastante reciente. La estableció el Papa Pío XI en 1925 en respuesta a los regímenes políticos ateos y totalitarios que negaban los derechos de Dios y de la Iglesia. El clima del que nació la solemnidad es, por ejemplo, el de la revolución mexicana, cuando muchos cristianos afrontaron la muerte gritando hasta el último aliento: «Viva Cristo Rey». Pero si la institución de la fiesta es reciente, no así su contenido y su idea central, que es en cambio antiquísima y nace, se puede decir, con el cristianismo. La frase «Cristo reina» tiene su equivalente en la profesión de fe: «Jesús es el Señor», que ocupa un puesto central en la predicación de los apóstoles.
En nuestro breve relato de hoy se condensa de manera especial toda la realidad de los seres humanos. Del desprecio a la súplica, de la burla al insulto, de la justicia a la misericordia. Todo encuentra cabida en las líneas de este último Evangelio del año litúrgico.
1. Hay un primer momento de desafío a Jesús: "Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!" Llegado el momento del dolor y de la muerte, la gente y las autoridades piden la última prueba: que se salve a sí mismo.
Muchas veces también nosotros ponemos a Dios en este reto. ¿No hemos seguido a Dios? ¿No hemos creído en Él? ¿Por qué tarda tanto en solucionarnos los problemas...? Ante la prueba en nuestras vidas Dios parece que muchas veces calla y no actúa. En algunas ocasiones somos como aquella gente y aquellas autoridades. La enseñanza de Dios es que tenemos que pasar por las pruebas para ahondar en la confianza en Él. Creer en el Dios que no se quiere salvar del suplicio de la cruz es por lo menos una provocación a nuestra razón y a nuestra comodidad. Tardamos en comprender que la salvación no es librarse del suplicio. La salvación es unirnos a Él incluso en la tortura y la muerte.
2. Ahora son los soldados quienes le retan. La cuestión es la misma que la anterior: "¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo." Si los primeros buscaban la respuesta a la mesianidad de Cristo, éstos buscan la respuesta desde su realeza. Un rey es poderoso, tiene ejércitos que no le abandonan en los momentos más duros. ¿Qué rey puede dejarse matar? ¿Acaso no es el rey quien dicta sentencias de muerte? ¿No es el rey quien condenaba? Ni en la cabeza ni el corazón de aquellos soldados entraba tal extraña realeza.
Cuando pronunciamos el "Venga a nosotros tu reino..." quizá no valoramos el alcance de lo que decimos. La realeza de Jesús es la de la misericordia y de la compasión. Buscamos en cambio la eficacia más que la contemplación de su reino.
3. La tercera pregunta se la hace uno de los bandidos que estaba colgado a su lado: "¡Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!"
Tres afirmaciones con trasfondos bien distintos:
- La gente y las autoridades cuestionan a Jesús sobre su divinidad.
- Los soldados le cuestionan sobre su poder.
- Los bandidos lo hacen desde un punto de vista mucho más práctico: la salvación no individual sino también la de ellos.

Tres actitudes que se dan con mucha frecuencia en nuestros ambientes:
¿Si Dios existe por qué hay tanto mal en el mundo?
¿Si Dios tiene poder por qué permite las guerras, las miserias, el hambre...?
¿Si Dios me quiere por qué no me saca de este apuro en el que estoy?

4. La respuesta la da un cuarto personaje que está en el mismo suplicio que Jesús. Es el que llamamos "el buen ladrón" (Dimás). Este hombre recuerda a su compañero que Jesús no ha hecho nada mal, y reconoce como Dios y como Rey a Cristo. Pero hay que notar que él no ve un Cristo en la Transfiguración, mostrando su divinidad, ni ve un Cristo Resucitado mostrando su poder infinito, sino que está al lado de un Cristo fracasado, humillado, moribundo, en la misma situación que él. ¡Qué Fe más grande! Lo que lleva al arrepentimiento verdadero, a un “arrepentimiento perfecto”, por el que reconoce sus crímenes. Y en esa situación se atreve a pedirle, un tanto temeroso una súplica al Maestro: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Es la única frase llena de ternura que escuchamos en el Evangelio de hoy. Sólo Jesús supera con compasión la petición angustiada de aquel hombre.
En esta perspectiva, el interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza está reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mi, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Vivir «para uno mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su reino.
Los Colosenses (2ª Lect) habían comenzado a flaquear en su Fe, pensando que Cristo no era suficiente, que había que “complementarlo” con otras creencias (erróneas, heréticas parecidas a la New Age de nuestros día) ¿No se parece eso a nuestra situación actual?
La actitud de los dos malhechores refleja la postura de la humanidad entera ante la prueba y la muerte: La de uno es la rebeldía ante Dios; la del otro es la petición serena y confiada en el Señor. Todos los seres humanos somos uno u otro. ¿Cuál eres tú?
Termina el Evangelio con una promesa: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso." Y ese Rey bondadosísimo que es Jesucristo le promete mucho más de lo que él se atrevió a pedirle, pues Cristo le asegura que no sólo se acordará de él, sino que lo llevará consigo a ese Reino en que él cree. Y que esto sucederá, no en un futuro lejano, sino que ese mismo día estará con El en su Reino. ¡Qué grande es la Misericordia Divina con el pecador verdaderamente arrepentido!
Dice el Génesis que el primer ser humano perdió el paraíso por el pecado. Hoy un pecador entra de nuevo en el paraíso. Se cierra así el ciclo de dolor y de muerte que el ser humano había inaugurado. Empieza el reinado de Cristo con la obediencia y la comprensión de aquel malhechor compañero de suplicio de Jesús. Todo comenzó cuando le reconoció como rey.
Pedimos al Señor que venga a nosotros su reino pero muchas veces queremos estar en nuestras pequeñas comunidades, en las comunidades de mi "yo". Necesitamos descubrir la realeza de Jesús en nuestras vidas no como un nuevo desafío que le hacen aquellos que están a los pies de la cruz, sino como aquél buen ladrón que quiere que su vida sea recordada por Él en el reino de la eternidad.
En el Prefacio de hoy rezaremos que el Reino de Cristo es un Reino de Verdad, pues Cristo nos revela la Verdad que es El mismo. Es un Reino de Vida, pues Cristo vive en nosotros por medio de la Gracia Divina, que recibimos especialmente en los Sacramentos. Es un Reino de Santidad, pues por medio de esa Gracia -debidamente recibida y acogida por nosotros- Dios nos santifica. Es, además, un Reino de Justicia, Amor y Paz, en la medida que nosotros los seres humanos, siervos de ese Rey, busquemos y hagamos su Voluntad. De esa manera las relaciones entre los hombres serán guiadas por ese Rey que nos comunica su Verdad, su Vida, su Gracia, su Santidad, su Justicia, su Amor y su Paz.
Precisamente ese fue el propósito que tuvo el Papa Pío XI al establecer esta Fiesta. Ese es el propósito que persigue la Liturgia de la Iglesia al colocar esta Fiesta importantísima al final del Año Litúrgico: Que el Reinado de Cristo – comenzando por cada uno de nosotros los Católicos – se extienda de cada individuo a cada familia, de cada familia a la sociedad, de la sociedad a las naciones, de las naciones al mundo entero.