19 de julio de 2008

Un caso de la vida misma ¿da igual cualquier religión?

El hermano mayor de Natalia, Roberto, había estudiado medicina y, en consonancia con un curriculum brillante, partió al extranjero para especializarse en un prestigioso hospital. La estancia prevista era de dos años. Por fortuna para la familia, no se olvidaba de ellos, y escribía con frecuencia. Cuando se refirió a que salía con una chica no sorprendió a nadie. Más tarde dijo que se habían hecho novios, y sus padres empezaron a inquietarse: ¿cómo sería la chica? Hicieron todo tipo de preguntas, y parecían más calmados con las respuestas tranquilizadoras de Roberto. Por fin Roberto les dijo lo que hasta ese momento no parecía querer que se supiese: que su novia era protestante.
A sus padres no les gustó, y empezaron a intentar hacerle ver que eso podía ser fuente de problemas, a lo que Roberto contestaba que cada uno era muy respetuoso con las creencias del otro, por lo que no había ningún problema. Las cartas se fueron alargando a fuerza de razonamientos. Los padres le decían que si no se daba cuenta que eran dos maneras de entender la vida. Roberto contestaba que "en el fondo apenas había diferencias" porque los dos creían "en lo fundamental", y que "había más diferencia entre un buen católico y una mala católica, que entre un buen católico y una buena protestante". Con esto, parecía dar a entender que su novia era una convencida y practicante protestante. Preguntaron por su familia, y resultó que su padre era pastor protestante. Esto alarmó más a la familia de Natalia.
— "¿Pero es para tanto?", preguntaba Natalia a su madre, al verla muy agitada.
— "Que sí, hija, que sí. Si es que en estas cosas es ella siempre la que se impone. Y si se casan, ¿los hijos qué? Pues que siguen siempre a la madre. Si por lo menos fuese al revés..."
— "Ya", dijo Natalia, con gesto de desagrado al imaginarse ella en una situación así: no era ése el tipo de novio con el que soñaba.
Y precisamente el argumento de los hijos fue el que apareció a continuación en las cartas. Ésta fue la réplica:
— "Creo que, quizás por las circunstancias, tenéis un concepto un tanto estrecho del cristianismo. Nos vendría mucho mejor a todos, católicos o no, si dejáramos de ver a las iglesias como rivales y las viéramos como complementarias. Es como los hospitales: todos vamos a lo mismo, a curar, y entre todos podemos proporcionar una oferta más completa. No siempre aplicamos las mismas técnicas, pero eso no significa que descalifiquemos a quien no trabaja como nosotros, y además aprendemos unos de otros".
Siguieron varias cartas en el mismo tono. Más tarde, Roberto empezó a sondear a sus padres sobre la posibilidad de que fuera a pasar una semana con ellos, acompañado de su novia; debía pensar que eso acabaría por convencer a sus padres. A éstos, ya cansados del asunto, no les pareció mala idea. Así, se concertó la fecha. Cuando se aproximaba, los padres de Natalia se dieron cuenta de un problema, y llamaron a su hija:
— "Tú tendrás que enterarte bien de qué piensa y cómo es..."
— "¿Yooo...?"
— "Aquí eres tú la que sabes inglés, ¿no? Porque lo que es tu padre y yo..."
Natalia empezó a repasar su inglés, y acabó esperando con expectación la llegada de su hermano y su novia. Llegaron en la fecha prevista. La novia de Roberto, Rebeca, se alojó en la misma habitación de Natalia, y pronto comenzaron a conversar. La religión salió a escena, y Natalia no tardó en darse cuenta de que, al menos en este aspecto, la chica era bastante distinta a como la veía su hermano. Pertenecía a un sector protestante bastante hostil a la Iglesia Católica. Calificaba a ésta con términos despectivos: decía que eran arrogantes orgullosos que miran a los demás como destinados a la condenación, que habían puesto a un hombre –al Papa– en el lugar de Jesucristo, y que pretendían imponer una moral agobiante a base de amenazas. A Natalia eso le parecía insultante, y reaccionaba con genio. Le decía que ahí está la Iglesia desde el principio –desde Cristo– manteniendo la misma fe, a lo que Rebeca contestaba que los católicos la habían pervertido, y pretendían descalificar al "verdadero seguimiento de Cristo". Natalia, ya enfadada, replicó que ella no vivía agobiada, y que estaba muy contenta de encontrar en la Iglesia todo lo que necesitaba para su espíritu; que no entendía esa animadversión hacia la Iglesia católica, salvo que no tuviera la conciencia tan tranquila al respecto y en el fondo tuviera envidia. Esta última afirmación rompió el diálogo entre ambas.
Durante los siguientes días Natalia trató de hacer ver a su hermano lo que pensaba su novia de verdad, pero fue infructuoso.
— "Que ya te conozco. Seguro que te has puesto a discutir, ¿a que sí?" Tuvo que reconocer que sí; intentó convencerle de que una cosa era su culpa –que admitía–, y otra las ideas de Rebeca, pero fue inútil.
Faltaba un día para que se marcharan, y Natalia estaba apesadumbrada, pensando que "lo había vuelto a fastidiar todo" por culpa de su carácter. Buscaba una solución para hacer entrar en razón a su hermano, pero concluía que no había nada que hacer. "¡Un momento! –exclamó de repente–, ¿y si...?"
La víspera por la noche, esperaba a Rebeca en su habitación. Natalia, que no cesaba de dar vueltas al asunto, se dirigió a ella y le preguntó:
— "Y cuando os caséis, ¿vas a seguir acompañando a Roberto a Misa?"
— "¿Y a ti qué te importa?", fue la fría respuesta.
— "No, como me dijo que os acompañáis uno al otro los domingos..., me quedaría más tranquila si me dijeras que seguiréis..."
— "Pues no te lo voy a decir".
— "Hija, con lo ecuménica que dice Roberto que eres...".
— "Roberto ha vivido engañado toda su vida".
— "Ya, y ¿no lo estarás engañando un poco dándole esperanzas falsas?"
— "¡Déjame en paz!".
— "Sí, pero el pobre...".
— "El pobre, afortunadamente, se está quitando de encima esos horrorosos prejuicios católicos", contestó, ya traspasado el umbral del enfado.
— "¿Prejuiciooos?"
— "¡Sí, prejuicios! Y espero no volver a soportar esto más".
— "¿Que nunca volverás a vernos?"
— "No, nunca más".
— "¡Ay, qué pena!".
— "¡Mira...!", dijo Rebeca, ya visiblemente irritada. Natalia la interrumpió, repentinamente:
— "¿Y si se hace católico un hijo vuestro? ¿Y si opta por ser católico? ¿Cómo te va a sentar eso?"
— "Nunca, ¿me oyes?, nunca será católico un hijo mío", contestó con una ira contenida, y salió.
A la mañana siguiente, despidiéndose en el aeropuerto, Natalia pudo estar un momento a solas con su hermano, mientras sus padres y Rebeca se entretenían en la consigna. Le contó la conversación pormenorizadamente. Roberto, más callado que de costumbre, se despidió de sus padres y, al poco, partió el avión.
Pasaron varias semanas sin noticias de Roberto, lo que puso nerviosos a sus padres, que tampoco habían conseguido mucha información de Natalia. Un día llegó por fin la carta esperada. Sin dar muchas explicaciones, dijo que había roto con su novia. Tras la firma final añadía unas palabras: "PD. Para Natalia: gracias". Ella, que dudaba si había hecho bien o no, pareció tranquilizarse. Los padres estaban intrigados por la postdata, intuyendo que tenía que ver con el otro asunto. Se dirigieron a ella:
— "Oye, ¿tú qué has hecho?"
— "¿Quién? ¿Yo? Nada..."

Interrogantes:
— ¿Quién ha fundado la Iglesia? ¿En qué momento (o momentos) fue fundada? ¿Para qué? ¿Fue voluntad de Cristo fundar una sola Iglesia? ¿Podría ser válida la visión que contempla las diversas iglesias cristianas como complementarias? ¿Por qué? ¿Cuáles son las notas que caracterizan a la Iglesia fundada por Jesucristo?
— ¿Cómo se compagina la unidad con la existencia de distintas iglesias cristianas? ¿Cómo se ve la Iglesia Católica en relación a las demás? ¿Supone orgullo pensar que sólo la Iglesia Católica responde plenamente a lo que fundó Jesucristo? ¿Por qué? ¿En qué se manifiesta la unidad dentro de la Iglesia Católica? ¿Es la figura del Papa necesaria para esta unidad? ¿Por qué? ¿Supone situar a un hombre donde sólo puede estar Jesucristo? ¿Por qué?
— ¿Qué significa la santidad de la Iglesia? ¿Es necesaria para la salvación? ¿Supone esto que los católicos consideran a los miembros de otras iglesias, o religiones, como "destinados a la condenación"? ¿Cómo se compagina este aspecto con el anterior? ¿Qué medios proporciona la Iglesia para la salvación? ¿Es la vía de salvación una "moral agobiante a base de amenazas"? ¿Por qué? ¿Pueden encontrarse estos medios fuera de la Iglesia Católica? ¿Cuál es su diferencia con ésta?
— ¿Qué quiere decir que la Iglesia es católica? ¿Tiene sentido el proselitismo de los católicos, o sería más correcto pensar que como "todos vamos a lo mismo" se debe dejar a cada uno seguir su camino? ¿Por qué es necesario el ecumenismo?
— ¿Qué quiere decir que la Iglesia es apostólica? ¿Tiene importancia la continuidad desde los tiempos apostólicos? ¿En qué aspectos debe manifestarse esa continuidad?
— Teniendo en cuenta lo examinado aquí, ¿cuál es la naturaleza de la Iglesia? ¿Qué es en relación a Jesucristo? ¿Por qué sus fieles pueden sentirse en ella seguros de que tienen todos los medios de salvación?

Así es la vida:
Las ideas que expone Roberto sobre la Iglesia –comparando a las iglesias con los hospitales– están bastante extendidas. Nos encontramos con un planteamiento parecido al que veíamos en el caso de la lección sobre la Revelación. La diferencia es que aquí el ámbito es más restringido: las iglesias cristianas.
Una vez más se comete el error de medir –allí eran las creencias, aquí son las iglesias– en términos de pura utilidad, como un problema de oferta o de gustos. Las diferencias no se reducen a "aplicar técnicas distintas", sino que son más profundas, y en último extremo consisten en creencias que afectan al modo de ver la vida en sus constitutivos más básicos y profundos: son diferencias de fe. Roberto trata de paliar este aspecto diciendo que todos creen "en lo fundamental" pero no es así en muchos casos. Lo es con los ortodoxos, pero no con los protestantes: en lecciones anteriores hemos podido ver ideas de origen protestante que difieren de la fe católica en puntos fundamentales.
En algunos ambientes protestantes se ha difundido la noción de Iglesia a que se refiere Roberto. Consiste en creer que Jesucristo fundó una Iglesia, que viene a servir como "modelo" o referencia. Las diferentes iglesias vendrían a ser distintos intentos de acercarse al modelo, al ideal. Ninguna alcanzaría el ideal, de forma que lo que más se acercaría a este "ideal" completo sería, no una de las iglesias cristianas en particular, sino el conjunto de todas ellas, que se complementarían entre sí.
La idea es sugestiva y parece despejar obstáculos para el ecumenismo. Pero no concuerda con lo que aparece en el Evangelio. Jesucristo funda una Iglesia: "un solo rebaño, con un solo Pastor" (Jn. 10, 16). Los Hechos de los Apóstoles lo confirman: habría sido muy fácil –y parecía solucionar problemas– haber constituido una "iglesia judaizante" y otra "de los gentiles" con carácter complementario, pero todos sus esfuerzos eran en sentido contrario: mantener la unidad, como quería el Señor. Y esa Iglesia no sería "una aproximación", sino exactamente la que Él quería, porque no sería una pura obra humana, ya que Él la asistiría hasta el final de los tiempos. San Pablo lo explica con más detalle y profundidad: la Iglesia es la Esposa de Cristo –y sólo se desposa a una–, y por ello es su mismo Cuerpo, del que Él es la Cabeza. Y así "sólo hay un cuerpo... sólo un Señor, una fe, un bautismo" (Ef. 4, 4-5). Este carácter determina la plenitud: la santidad, en medios –todos los que quiso Cristo– y en frutos. No podía ser de otra manera si se cuenta con la asistencia divina. Y, si es una, lo es en el tiempo: por tanto, la Iglesia fundada por Jesucristo debe remontarse, sin solución de continuidad, hasta los primeros tiempos, hasta los apóstoles sobre los que fue fundada: el Colegio de los Obispos con el Romano Pontífice como cabeza, sucede al Colegio de los Apóstoles con Pedro como cabeza: "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt. 16, 18). Es apostólica, además, porque Todos los miembros de la Iglesia, por su misma vocación bautismal, están llamados por Jesucristo al apostolado (cfr. C.Ig.C., 863). La cuarta característica, o "nota", figura también en el Evangelio: Jesucristo envió a sus Apóstoles "a todo el mundo" (Mc. 16, 15), y por ello la Iglesia es universal sin restricciones ni exclusivismos: es católica.
Por todo eso, la Iglesia afirma que la Iglesia fundada por Jesucristo "subsiste en la Iglesia Católica" (C.Ig.C., n. 820). Esto no significa que ésta contemple a las demás meramente como "rivales", y menos que vea a sus miembros como "destinados a la condenación". Reconoce en ellas "muchos elementos de santificación y de verdad". Por tanto, "el Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación", pero no se ha de olvidar el motivo de ello: "cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia Católica" (C.Ig.C., n. 819). De modo que podemos decir que la Iglesia, "sacramento universal de salvación" (LG, 48), es asumida por Cristo como "instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG, 1; cfr. C.Ig.C., 775-776).
¿Qué sucede entonces con el ecumenismo? Es la búsqueda de la unidad perdida, y en este sentido merece nuestra alabanza, nuestra oración y nuestro esfuerzo. Pero si se pretendiera recuperar esta unidad al precio de renunciar a las propias convicciones –"negociando" con ellas para buscar una especie de "término medio" consensuado–, dejaría de ser bueno. En realidad, sería perjudicial para todos, católicos o no, porque estar dispuesto a algo así supondría relativizar la fe misma, traicionando el depósito entregado por Cristo: ya no se dialogaría con alguien que tuviera discrepancias en las convicciones, sino con alguien sin convicciones.
Por último, habría que agregar que la Iglesia, precisamente por la conciencia que tiene de su misión materna respecto a sus fieles y el peligro de indiferentismo o de pérdida de la fe que suponen los matrimonios mixtos, prevé algunas condiciones para su celebración (cfr. C.I.C., cc. 1125 y 1086), sobre todo para garantizar la educación católica de los hijos.

EL SENTIDO DEL SUFRIMIENTO EN VICTOR FRANKL


"El hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que este sufrimiento tenga un sentido".

1.- El Hombre Doliente.
Durante la II Guerra Mundial, Victor Frankl estuvo recluido por su condición de judío en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Türkheim, y tuvo que soportar con toda la crudeza su infrahumana brutalidad. Pero paradójicamente, fue en estas horribles situaciones límites donde adquirió plena conciencia del sentido y dignidad de la vida humana y del valor del sufrimiento, aportándonos, con ello, una gran dosis de optimismo y esperanza respecto a que la vida humana vale la pena ser vivida. Es por ello, que el psiquiatra vienés posee la suficiente autoridad moral para hablarnos en diversas partes de sus obras de la difícil cuestión del sufrimiento, tanto físico, psíquico o moral, como ineludible realidad humana. No obstante, en la mentalidad de amplios sectores de la sociedad occidental se concibe como un hecho absolutamente incomprensible, motivo por el cual se pretende rechazarlo por todos los medios al desconocer e ignorar su enriquecedor significado y la fecundidad de su sentido. Frankl considera que cualquier tipo de sufrimiento y de sacrificio que la vida nos depara, será aceptado con fortaleza por el ser humano, si sabe que detrás de él hay un sentido que puede iluminar su significado: El interés principal del hombre, es el de encontrar un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que este sufrimiento tenga un sentido (1)
Frente al clásico homo sapiens, Frankl tiene la audaz osadía de oponerle al homo patiens , al “hombre doliente”. El “atreverse a saber”, que es tan propio de la naturaleza humana, se debe completar con el “atreverse a sufrir”, que tiene como virtualidad justificativa el convertir el sufrimiento en acción trascendente, puesto que el sufrimiento aceptado con sentido positivo, nos lleva más allá de nosotros mismos, haciéndonos más aptos para vivir valores humanos de un rango superior a las acciones del homo faber , que se siente esclavizado por el afán y la fiebre de la producción puramente material, la única que valora y estima: Al imperativo sapere aude oponemos otro: pati aude ¡atrévete a sufrir! (2) El “homo patiens” transforma el sufrimiento en acción; sabe que al tender hacia el sufrimiento ya lo trasciende, y es que no sólo cumplimos y realizamos valores produciendo, sino también viviendo y sufriendo. (3)
Adjetivación del hombre como patiens, derivado del infinitivo latino patior, equivalente a padecer, resistir, soportar físicamente o moralmente un daño. Frankl sostiene que el sufrimiento alberga muchas posibilidades de sentido, y una de ellas, es que comprendemos mejor el sentido de nuestra dignidad antropológica y en consecuencia de nuestra trayectoria humana para conducirnos a una sólida y verdadera felicidad. Esta era la profunda intuición de Dostoyevski, al narrar el pasaje en el que el monje ortodoxo Zossima, en su silenciosa y humilde celda del monasterio, ofrece una serie de consejos a Aliosha, el menor de los hermanos Karamazov, para confiarle con ternura al final de los mismos: “He aquí mi testamento: Busca tu felicidad en las lágrimas” (4). Una vez muerto el iluminado y profético monje, se le aparece en sueños a Aliosha, diciéndole con solemnidad: “Sufrirás mucho, pero encontrarás tu felicidad en los mismos sufrimientos” (5)
A ello se refiere Frankl, en uno de sus recientes escritos: En realidad, ni el sufrimiento ni la culpa ni la muerte - toda esta triada trágica - puede privar a la vida de su auténtico sentido (6).


2.- Aceptación del Sufrimiento
El valor y el mérito del sufrimiento está en relación proporcional con la capacidad de saber aceptarlo, no con disposiciones tristes y exasperadas, sino con actitud positiva y de sentido, hecho que sucede cuando somos conscientes de que es un factor que incrementa y desarrolla la personalidad, la hace más fuerte y equilibrada, y también más comprensiva del dolor ajeno. Pero esta libre y positiva aceptación del sufrimiento, no significa para Frankl, que el sujeto doliente se sumerja en sus sufrimientos por una especie de torcida atracción, rechazando sin más, cualquier posibilidad de ser amortiguado o evitado, como respondiendo a las exigencias de una personalidad masoquista y desquiciada: El mérito de aceptar libremente el sufrimiento no se debe interpretar el asumir voluntariamente un dolor o sufrimiento que se podría evitar (7)
Para Frankl, lo esencial en la forma de su disposición es “el como” se sobrelleva el sufrimiento para poder vislumbrarle un sentido con significado, ya que de lo contrario, se interpretará como un acontecimiento absurdo y sinsentido, destructivo de la persona, como una odiosa causa de tristeza y desesperación. Por eso no es de extrañar que, los que acechan monotemáticamente la complacencia y el agrado en sus acciones, apartando con infundado horror al sufrimiento, se desarman de la fortaleza para soportar el dolor o la enfermedad cuando les atrapa, hundiéndose en la desesperanza, y ahí está su fracaso. Al rebelarse frente al sufrimiento, no sacan de ello ningún provecho existencial, y se produce la paradoja de que su obsesión para escapar del mismo a toda costa, aún agudiza más la mordedura estéril de sus propios sufrimientos: El como se sobrelleva un sufrimiento ineludible, encierra ya un sentido del sufrimiento (8) .El sufrimiento que parece no tener sentido, lleva a la desesperación (9)
Cuando el sufrimiento que se aposenta en nuestra existencia se concibe como algo inexplicable y pavoroso, como un mal absoluto sin posible justificación, causante de traumas y trastornos psíquicos, se intenta enmascarlo por todos los medios. Pero estas ocultadoras pretensiones que silencian la realidad del sufrimiento en sus propias vidas y en la de los demás, para establecer falsas y quiméricas ilusiones de una supuesta vida sin padecimiento, al no verse cumplidas, hacen insoportable su asunción, desaprovechando con ello, la oportunidad para hacernos más humanos y más sensibles con el dolor ajeno: El sufrimiento necesario es un sufrimiento que tiene sentido, eximirle al ser humano de él, sería inhumano (10)
Efectivamente, rechazar sistemáticamente el sufrimiento y el sacrificio que inevitablemente la realidad nos demanda, se puede conseguir al precio de aceptar una vida falseada en sus cimientos, que al precio de deshumanizarse paulatinamente, engendra personalidades afectivamente débiles e inestables. Estas endebles personalidades, solamente encuentran la seguridad afectiva de su vaciedad interior, en modos de existencia sumergidas en la perenne frivolidad, solícitas en buscar modos de conducta que apenas ofrezcan resistencia y esfuerzo para lograr sus tibios propósitos. Pero estos planteamientos vivenciales propios de una feliz inconsciencia, narcotizan la sensibilidad para apreciar la realidad de un mundo generador de tantos sufrimientos en todos los órdenes. El conde de Gloucester ante el sufrimiento que le produce la inminente locura del Rey Lear, afirma que también él, desearía sumergirse en la feliz irracionalidad inconsciente de la locura para ahuyentar el sufrimiento: “Más me valiera estar loco; entonces olvidaría mis sufrimientos. Una imaginación extraviada nos quita la conciencia de nuestros males” (11).


3.- El Médico ante el “ser sufriente”
En este plano de consideraciones, se entiende que Frankl valore la importancia de que los médicos, que son los que más tratan con las personas que sufren, sepan transmitirles la dimensión positiva del sufrimiento, de ayudarles a descubrir su metasentido, en el que el sentido se hace razonable, para saber incorporar en sus vidas los más preciados y genuinos valores. Pero la condición previa para lograr estas nobles propósitos, depende de que los médicos tengan la suficiente sensibilidad y el adecuado conocimiento de la naturaleza humana para concebir el sufrimiento no como un factor disolvente de la persona, sino como una realidad plena de sentido, y como una inestimable oportunidad para que tantos enfermos azotados por el dolor puedan recobrar la autoidentidad y estima personal: En una época que tanto se sufre de la falta de fe en el sentido, se precisa que el médico se haga cargo más que nunca, y haga de ello consciente al enfermo, de que la vida del ser humano que sufre no deja por ello de tener su sentido, sino al contrario, ella es la que ofrece las mejores posibilidades de colmar el más profundo de los sentidos y de realizar el valor de más elevado rango (12)
En su larga y fecunda experiencia de psiquiatra, Frankl, no ha podido evitar ante la presencia de sus pacientes sumidos en la cruel enfermedad, en ocasiones incurable, la silenciosa veneración y el tembloroso respeto al detectar detrás de su decadencia y ruina física, de su inutilidad pragmática, toda la hondura de su “ser”, de su dimensión trascendente y espiritual. Por ello, desearía que sus colegas de profesión, no vieran en el enfermo un simple dato clínico, una inevitable fatalidad empírica de nuestro organismo, que engrosa la interminable cifra del colectivo de los sufrientes, sino que vieran en él, al “hombre concreto de carne y huesos” en expresión de Kierkegaard, con su propia e intransferible biografía, que reclama el bálsamo de la compasión y la piedad, y que el médico debe ofrecerle como expresión de su amor y comprensión: Cuántas veces los médicos ante cuadros de sufrimiento por pacientes cruelmente golpeados por el destino, nos invaden sentimientos de veneración (13). Existe el peligro de que los psicoterapeutas podemos sugerir una concepción del hombre que no representa la concepción del hombre verdadero, sino una caricatura en el fondo; ¡si hacemos del hombre un homúnculo! (14)
En última instancia para Frankl, el conocimiento de la realidad trascendental de la persona, la valoración de su íntima realidad espiritual, es la que nos permite introducirnos en la interioridad de sus sufrimientos, delicada morada en la que se hace inteligible la razón última del sufrimiento y se ilumina su sentido: El plano de lo espiritual es el único en que es imaginable: un sentido del sufrimiento (15)
Gregorio Marañón, el afamado psiquiatra y escritor, indicaba, algunos años antes que Frankl, de que el olvido de la procedencia divina de nuestras existencias es lo que hace infecundo al sufrimiento: “El hombre actual, en su mayoría, ha prescindido de Dios… y por ello ha perdido una aptitud maravillosa de convertir el sufrimiento en fuente de paz y progreso interior” (16). Es indudable que el sufrimiento, cuando adquiere un sentido superior y se acepta como un hecho normal y positivo de nuestras existencias, se constituye en una fuente inagotable de enriquecimiento y progreso en todos los órdenes. Así ocurre en el campo de la docencia, asumiendo el sacrificio que demanda el incremento de la cultura (no hay cultura sin dolor, afirmaba Unamuno), también en el campo del arte y la literatura en el que el sufrimiento físico o moral han sido frecuentemente una fuente de inspiración creativa, en el campo profesional para afrontar con la debida competencia las duras exigencias que demanda el mercado, en el campo ético, para incrementar y desarrollar las virtudes, etc. Frankl, recordando sus años de prisionero en los campos de concentración nazis, afirmará con rotundidad, que si el sufrimiento, la muerte, la enfermedad, no tuvieran un sentido más allá de nosotros mismos, la vida no merecería ser vivida: ¿Tiene todo este sufrimiento, estas muertes en torno mío, algún sentido? Porque si no, definitivamente, la supervivencia no tiene sentido, pues la vida cuyo significado depende de una causalidad -ya se sobreviva o se escape a ella- en último término no merece ser vivida (17)

(1) VICTOR FRANKL, El Hombre en busca de Sentido: Conceptos básicos de Logoterapia, Ed Herder, Barcelona 1979, p 158

(2) Idem, Logoterapia y Análisis Existencial, De Herder, Barcelona 1990, p 158

(3) Idem, p 156

(4) F. DOSTOYEVSKI: Los Hermanos Karamazov, Ed Ferma, Bcn 1969, p 47

(5) Idem, p 548

(6) V. FRANKL, Logoterapia y Análisis Existencial, p 156

(7) Idem, La Voluntad de Sentido, Ed Herder, Barcelona 1983, p 23

(8) Idem, La Idea Psicológica del Hombre, Ed Rialp, Madrid 1965, p 68

(9) Idem, La Voluntad de Sentido, p 15

(10) Idem, El Hombre Doliente, De Herder, Barcelona 1984, p 129

(11) W. SHAKESPEARE, El Rey Lear,Espasa Calpe, Madrid 1969, p 119

(12) V. FRANKL, La Voluntad de Sentido, p 83

(13) Idem, p 19

(14) Idem, Logoterapia y Análisis Existencial, p 64

(15) Idem, La Idea Psicológica del Hombre, p 68

(16) G. MARAÑÓN, Raíz y Decoro de España, Espasa Calpe, Madrid 1964, p 49

(17) V. FRANKL, (nota 1) p 167

¿Por qué es contraría la santaría a la fe católica?

La santería es una "religión" politeísta es decir que cree en muchos dioses o divinidades, su inicio empezó en Nigeria, desarrollada en el reino de Benin a partir del siglo XII y traída a América por la etnia yoruba en la época de la colonia.

La santería es contraria a la Fe de Jesucristo Nuestro Señor. La Biblia nos enseña a que hay un solo Dios infinitamente poderoso y creador de todo el universo, de lo visible e invisible. Es un Dios bueno justo y misericordioso a quien llamamos Padre, sin dejar atrás al Hijo y al Espíritu Santo que también es Dios... los que conocemos como la Santísima Trinidad (Tres personas distintas pero son un solo Dios).

En cambio la "religión" youruba originaria se adoran unas 600 divinidades llamadas orishas, que forman el panteón yuruba. En América se conservan unos 80 nombres de esas falsas divinidades. De ellas los orishas más conocidos son: las 7 potencias, obatalá, eleguá orunlá, changó, oggún, yemayá y ochún y otros como orungán, babalu-ayé, ochosi, ochumare, oyá, dada, ifá, obá, etc.

Los patakis o leyendas yorubas son las siguientes: el dios orisha aganyú y su hermana yemaya tuvieron un hijo: orungán, muy bello y talentoso. Su padre aganyú se enfermo de envidia hacia el y murió. Orungán violó a su madre yemayá y nacieron catorce dioses orishas que fueron: changó, dada, obá(esposa de chango), oke ochu, etc.Otro pataki es: chango hijo de yemaya y orungán, es un orisha mujeriego. Su esposa obá (que es a la ves su hermana) y sus amantes oshun y oyá(hermanas también). Chango fue hecho prisionero por unos enemigos y oyá lo sacó de la cárcel disfrazándolo de mujer con una ropa y sus trenzas. Esta es la causa, según los santeros por la que changó se viste de mujer algunas veces.

Que dice la Sagradas Escrituras de la Divinidad, cuantos dioses hay:

En Deuteronomio 6:4 dice:¡Escucha Israel!El Señor nuestro Dios es el único Dios.Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas.
Mateo 4,8:Jesucristo dice al demonio:Vete Satanás porque está escrito: Al Seño tu Dios adorarás, a El solo darás culto.

¿Los santeros creen en Jesucristo?
No. Los santeros solo aceptan que Jesucristo es un orisha más.
Los santeros tampoco veneran a los verdaderos santos cristianos, que son hombre y mujeres reales que poseen una historia. Los santeros utilizan las imágenes de los santos católicos para representar a sus orishas. Esto puede provocar confusión en los cristianos de poca formación; por ejemplo:
La imagen de Santa Bárbara mujer romana cristiana del siglo IV, quien fue mártir por su amor y fidelidad a Cristo es representa para los santeros como Changó.
La imagen del Niño Jesús de Atoche representa para ellos a eleguá
La imagen de San Lázaro representa para ellos a Babalú ayé.
La imagen de San José les representa a AgayúNuestra Señora de la Merced es para ellos obataláJesucristo es para ellos olofiel Niño Jesús en el pesebre orungán.

¿Que supersticiones tiene la santería?
- El uso de elekes y pulseras "ildes" que creen que son mágicos
- La adivinación por medio de la tabla ifá con caracoles de mar
- La adivinación con el coco y el tabaco

¿Como se hace un santero?
La ceremonia se conoce con el nombre de "hacer santo".
Su costo actual esta al rededor de unos 3.000 a 4.000 dólares.
El ritual tiene como fin "acondicionar" la mente del nuevo creyente para recibir al "santo" y ser poseído por el mismo.
La ceremonia se hace en un "igbodu" o santuario y solo están presentes el iniciado( yaguó) la madrina(yubbona) y el babalao junto con otros santeros
Después se hace asiento de uno de los orishas elegidos usando sus colores característicos. Se sacrifican animales como: ovejas, chivos, palomas, gallos y gallinas.
Al caer en trance en la "parada" el iniciado recibe el "ache2 o bendición del orisha.
La madrina arranca la cabeza de un gallo y le da la sangre caliente al iniciado para que la beba rápidamente.
La Biblia rechaza beber sangre de los animales con sentido mágico o macabro. Es una necedad y además genera la conciencia del hombre
La 1era Carta a los Corintios Cáp. 10: versículo 20 dice " el que sacrifica a los ídolos sacrifica a los demonios.

¿Que debe hacer el cristiano católico?
Primero no escandalizarse, mucho de estos hermanos no conocen a Jesucristo simplemente han sido criados desde pequeños en este medio y es lo único que han visto, paralelo a ello orar por ellos para que vean la verdadera luz de Dios, el que está preparado y tiene su fe firme puede enseñarles con AMOR claro para ellos se debe estar bien claro en la fe cristiana y en lo que es la santería. Muy importante no juzgarlos, no somos quien para hacerlo, simplemente orar por ellos.


¿Que son los paleros?
Es una actividad relacionada con la magia negra o brujería. Se conoce con el nombre de palo mayombe o palo monte. Proviene de las tribus bantúes del Congo, por lo cual se llama también palo congo o paleros. En Haití se denomina vudú.El brujo usa los "aliados" para tener poder, que van desde drogas alucinógenas hasta la invocación de los espíritus muertos. El mago piensa que puede crear un fenómeno o suceso representándolo por adelantado (con muñecos de cera o trapo, ropa, cabellos, uñas huesos, tierra de cementerio, etc).

¿Porque los paleros roban huesos de los cementerios?
Para preparar trabajos de brujería:
- Nganga: es una preparación elaborada con fragmentos de huesos de cadáveres, preferiblemente de reciente sepultura, luego son mezclados en una olla junto con algunas monedas, tierra de cementerio, un cadáver de perro pequeño, hierbas, ajo cebolla. En seguida se entierra durante 3 viernes en el cementerio y 3 viernes en un bosque. Después se lleva a la casa para el maleficio
- el indoki o trabajo infernal: se hierve un gato negro vivo y se entierra por 24 horas. se sacan algunos huesos del gato y se juntan con los 7 dedos meñiques de 7 cadáveres y tierra de tumbas. Se rocían con ron y humo de cigarrillo.
- El mal de ojo: el santero piensa que una persona puede hacer mal a través de los ojos. La envidia fluye en forma de flechas envenenadas de mal, que según ellos enferman a la persona. A los niños santeros (y a los cristianos que no poseen una buena formación) se les ponen una pequeña mano de azabache o trocito de coral para sacarles el mal de ojo.

Esto es un pequeño resumen pero en el mundo existen muchas sectas y logias, encomendémonos al Señor y busquemos el saber de Dios y el estar alerta a las nuevas corrientes que surgen en el día día, hoy en día la santería se ha mezclado con hechicería y así, también existe la nueva era( fen shui, yoga, el pintar las paredes, poner frutas y granos, creer en Ángeles caídos que no aparecen en las Sagradas Escrituras, sonidos, música etc.) esta la metafísica que se basa en el poder de la mente, Dios ya no existe si tu controlas tu mente...grave error. También están las más conocidas, masonería, el satanismo, las maras, entre otras.

Conoce tu fe, cristiano ignorante es un futuro protestante

¿Por qué no se pueden conciliar el cristianismo y la santería?

¿Por qué no se pueden conciliar el cristianismo y la santería?
Debemos conservar la pureza de nuestra fe
Carta Pastoral de Mons. Eduardo Boza Masvidal

Se está produciendo un fenómeno en nuestro pueblo cubano del exilio que nos debe preocupar profundamente a todos los que queremos una Cuba verdaderamente cristiana. Me refiero al auge de la Santería y del sincretismo religioso, especialmente en algunas zonas como Miami, Nueva York, y Nueva Jersey, hasta el punto de que ya la Santería ha sido admitida oficialmente como una "religión" a la par con las demás en algunos estados de los Estados Unidos.Quizás en el fondo de todo esto subyace un ansia de lo sobrenatural como contrapeso al vacío espiritual de una sociedad secularizada y tecnificada, unido a una deficiente atención religiosa por la diversidad de idioma y de costumbres. No es mi propósito detenerme aquí a estudiar las causas de este fenómeno, sino sólo fijarme en algunos puntos que nos ayuden a superarlo positivamente y hacer un llamado a todo nuestro pueblo para que conservemos la pureza de nuestra fe.
Origen
El origen de la Santería en Cuba es perfectamente explicable. Poco después del descubrimiento, junto con los conquistadores, vinieron los misioneros que hicieron una profunda labor evangelizadora y sembraron en nuestro pueblo la semilla de la fe cristiana. Pero cuando se cometió aquella tremenda injusticia de traer de Africa negros como esclavos, arrancados inhumanamente de su patria y de su familia, aquellos hombres no pudieron ser debidamente evangelizados. Ni los sacerdotes sabían sus lenguas africanas ni ellos entendían el español. Se les hacia ir a la iglesia y practicar la religión católica, pero sin que hubiera habido una verdadera conversión: por dentro ellos seguían pensando en sus dioses paganos, "y cuando veían en los templos católicos las imágenes de los santos cristianos, sin ninguna mala intención de su parte, los identificaban con alguno de sus dioses, con los que les encontraban algún parecido o algún punto de contacto. Así nació y fue creciendo esa mezcla y confusión religiosa que después se extendió aún a personas de otro origen y raza.
¿Por qué no se pueden conciliar el cristianismo y la Santería?
Vamos a señalar dos o tres diferencias fundamentales:
1- El cristianismo es monoteísta, cree en un solo Dios. El Dios cristiano es el Dios de la Biblia, uno en naturaleza y trino en personas, Creador y Señor de todas las cosas. Esta creencia en un solo Dios es tan fundamental en nuestra fe, que para defenderla lucharon mucho los profetas en el Antiguo Testamento, ya que el pueblo de Israel tenía constantemente la tentación de volverse hacia los dioses de los pueblos paganos vecinos y los profetas les hacían una crítica dura e irónica haciéndoles ver que esos eran dioses falsos, hechura de manos humanas, que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan y es por eso que la ley de Moisés les prohibía hacerse imágenes para apartarlos de esa tentación. Jesucristo es ese único y verdadero Dios hecho hombre por amor a nosotros. La Santería, en cambio, es politeísta, cree en muchos dioses, cuyos nombres ha dado a las imágenes de la Virgen María y de los santos cristianos. Pero la Virgen María y los santos cristianos no son dioses; son puras criaturas humanas, personas reales que han existido, y en su vida han dado ejemplo de fidelidad a Dios y de santidad de vida. Es algo completamente distinto.
2- El cristianismo es una religión de amor. Ese único Dios verdadero es un Padre que nos ama y al que nosotros amamos. En la oración acudimos a El con confianza de hijos y en su Providencia descansamos confiados. La Santería, en cambio, es la religión del temor, del miedo. Hay que hacer cosas para librarse de males y apartar poderes maléficos, o para tener suerte y hacer propicios los dioses. Se teme mas que se ama.
3- El cristianismo nos lleva a hacernos mejores, a transformar nuestra vida. En la medida en la que vayamos viviendo de verdad tenemos que hacernos mejores, vencer nuestros defectos y adquirir más virtudes, más dominio de nosotros mismos, más caridad, más humildad, más espíritu de servicio, en una palabra, más santidad.La Santería, en cambio, se queda en prácticas externas, en ritos y ceremonias que no nos transforman por dentro y que adquieren cierto sentido mágico cuyo efecto depende de los actos en sí, sin que nos cambiemos interiormente.
Normas pastorales
Nuestra actitud con las personas que practican la Santería no ha de ser una actitud cerrada, de rechazo total, sino una invitación a la reflexión y a la purificación de la fe:
1- Un llamado a no mezclar. La Iglesia Católica, en el Concilio Vaticano II, proclamó el principio de la libertad religiosa, o sea, el respeto que merece cada hombre que sinceramente y de buena fe practica una religión. Por eso la Iglesia mira con ese respeto las religiones africanas para aquellos que han nacido en ellas y allí tratan sinceramente a Dios. Pero a lo que no hay derecho es a la mezcla de elementos de dos religiones distintas, no siendo así una cosa ni otra. Esto que en su origen tuvo una explicación razonable y sin mala fe, como apuntábamos anteriormente, no la sigue teniendo cuando ya no existen esas razones. Si creemos en los dioses africanos, digámoslo claramente y esa será entonces nuestra religión; si somos cristianos, seámoslo de verdad y aceptemos nuestra fe en toda su pureza.
2- Aprovechemos los elementos válidos que hay en toda religión para purificarlos a través de una verdadera labor evangelizadora. El Concilio Vaticano II en la declaración "Nostra Aetate" sobre la "Iglesia Católica y las Religiones no Cristianas", dice que en toda religión hay "un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombre" aunque esté también mezclada con muchos errores. Así hemos de partir de estos elementos positivos que hay en la Santería para llevar a una verdadera fe. Así por ejemplo, la creencia en Dios. Estas personas no son ateas ni materialistas. Creen en lo sobrenatural, en un ser supremo. Aquí ya tenemos un poco de terreno ganado. Lo que hay que hacer es purificar esa idea de Dios hasta llegar al Dios Uno, Creador y Señor, al Dios Padre, al Dios Amor. Estas personas dan culto a los santos. Habría que partir de ahí para llegar a lo que es verdaderamente un santo, que no es un ser mitológico, sino un ser real, cuyo nacimiento y vida conocemos, que amó heroicamente a Dios y al prójimo y nos dio un ejemplo y nos señala un caminó.Ciertamente, esta labor evangelizadora es dura, lenta y difícil, y sería más fácil rechazar todo y quedarnos tranquilos pensando que somos los verdaderos cristianos, pero entonces no estaríamos acercando estas personas al verdadero Dios.Hay un último punto que creo no se puede pasar por alto: la explotación comercial de la Santería, y esto sí debe merecer nuestra repulsa y condenación. Vemos corno proliferan las llamadas "Botánicas" en las cuales se venden toda clase de objetos, yerbas, pomadas, collares, etc. por personas que muchas veces no creen absolutamente en nada de eso, pero la hacen porque esa les deja dinero y es un buen negocio. No se puede explotar así la fe del pueblo. Es algo absolutamente reprobable ante Dios y es un signo más de la entronización del dios "dinero" que para muchos es el supremo valor.Que estas palabras sirvan de invitación a todos para vivir un cristianismo auténtico y profundo, sin mistificaciones ni deformaciones, alimentado en la palabra de Dios contenida en la Biblia, y que la devoción a la Santísima Virgen María de la Caridad. nuestra Madre y Patrona, sea para nosotros camino para ir a Jesús y formar así un pueblo verdaderamente cristiano.

TRIGO Y CIZAÑA, POR PADRE RANIERO CANTALAMESSA, OFM

Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en el mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un árbol indica el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; indica la fuerza transformadora del Evangelio que "levanta" la masa y la prepara para convertirse en pan.
Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no sucedió con la tercera, la del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que explicársela a parte.
El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.
Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable disputa que es muy importante tener presente también hoy. Había espíritus sectáreos, donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por una parte, está la Iglesia (¡su iglesia!) constituida sólo por personas perfectas; por otra, el mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de salvación. A estos se les opuso san Agustín: el campo, explicaba, ciertamente es el mundo, pero también en la Iglesia; lugar en el que viven codo a codo santos y pecadores y en el que hay lugar para crecer y convertirse. "Los malos --decía-- están en el mundo o para convertirse o para que por medio de ellos los buenos ejerzan la paciencia".
Los escándalos que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos deben entristecer, pero no sorprender. La Iglesia se compone de personas humanas, no sólo de santos. Además, hay cizaña también dentro de cada uno de nosotros, no sólo en el mundo y en la Iglesia, y esto debería quitarnos la propensión a señalar con el dedo a los demás. Erasmo de Roterdam, respondió a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar de su corrupción: "Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor".
Pero quizá el tema principal de la parábola no es el trigo ni la cizaña, sino la paciencia de Dios. La liturgia lo subraya con la elección de la primera lectura, que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo la forma de paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es decir, no espera al día del juicio para después castigar más severamente. Se trata de magnanimidad, misericordia, voluntad de salvar.
La parábola del trigo y de la cizaña permite una reflexión de mayor alcance. Uno de los mayores motivos de malestar para los creyentes y de rechazo de Dios para los no creyentes ha sido siempre el "desorden" que hay en el mundo. El libro bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace portavoz de las razones de los que dudan y de los escépticos, escribía: "Todo le sucede igual al justo y al impío... Bajo el sol, en lugar del derecho, está la iniquidad, y en lugar de la justicia la impiedad" (Qoelet 3, 16; 9,2). En todos los tiempos se ha visto que la iniquidad triunfa y que la inocencia queda humillada. "Pero --como decía el gran orador Bossuet-- para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, en ocasiones se ve lo contrario, es decir, la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo".
La respuesta a este escándalo ya la había encontrado el autor de Qoelet: "Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra" (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús llama en la parábola "el tiempo de la siega". Se trata, en otras palabras, de encontrar el punto de observación adecuado ante la realidad, de ver las cosas a la luz de la eternidad.
Es lo que pasa con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen una mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la distancia adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.
No se trata de quedar con los bazos cruzados ante el mal y la injusticia, sino de luchar con todos los medios lícitos para promover la justicia y reprimir la injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos los hombres de buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor inestimable: la certeza de que la victoria final no será de la injusticia, ni de la prepotencia, sino de la inocencia.
Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra. En muchos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a todo; se ha adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay algo a lo que nunca se ha acostumbrado: a la injusticia. Sigue experimentándola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio. Ya no sólo será querido por Dios, sino también por los hombres y, paradójicamente, también por los impíos. "En el día del juicio universal --dice el poeta Paul Claudel--, no sólo bajará del cielo el Juez, sino que se precipitará a su alrededor toda la tierra".
¡Cómo cambian las vicisitudes humanas cuando se ven desde este punto de vista, incluidas las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo que tanto nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen organizado, la mafia la ‘ndrangheta, la camorra..., y que con otros nombres está presente en muchos países. Recientemente el libro "Gomorra" de Roberto Saviano y la película que se ha hecho sobre él han documentado el nivel de odio y de desprecio alcanzado por los jefes de estas organizaciones, así como el sentimiento de impotencia y casi de resignación de la sociedad ante este fenómeno.
En el pasado, hemos visto personas de la mafia que han sido acusadas de crímenes horrorosos defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque a jueces y tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose de los jueces humanos, habrían resuelto todo. Si pudiera dirigirme a ellos, les diría: ¡no os hagáis ilusiones, pobres desgraciados; no habéis logrado nada! El verdadero juicio todavía debe comenzar. Aunque acabéis vuestros días en libertad, temidos, honrados, e incluso con un espléndido funeral religioso, después de haber dado grandes ofertas a obras pías, no habréis logrado nada. El verdadero Juez os espera detrás de la puerta, y no se le puede engañar. Dios no se deja corromper.
Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable susto para los violentos lo que dice Jesús al concluir su explicación sobre la parábola de la cizaña: "De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre".

18 de julio de 2008

CEREMONIA DE ACOGIDA DE LOS JÓVENES

Queridos jóvenes
Es una alegría poderos saludar aquí, en Barangaroo, a orillas de la magnífica bahía de Sydney, con el famoso puente y la Opera House. Muchos sois de este País, del interior o de las dinámicas comunidades multiculturales de las ciudades australianas. Otros venís de las islas esparcidas por Oceanía, y otros de Asia, del Oriente Medio, de África y de América. En realidad, bastantes de vosotros viene de tan lejos como yo, de Europa. Cualquiera que sea el País del que venimos, por fin estamos aquí, en Sydney. Y estamos juntos en este mundo nuestro como familia de Dios, como discípulos de Cristo, alentados por su Espíritu para ser testigos de su amor y su verdad ante los demás.
Deseo agradecer a los Ancianos de los Aborígenes que me han dado la bienvenida antes de subir al barco en la Rose Bay. Estoy muy emocionado al encontrarme en vuestra tierra, conociendo los sufrimientos y las injusticias que ha padecido, pero consciente también de la reparación y de la esperanza que se están produciendo ahora, de lo cual pueden estar orgullosos todos los ciudadanos australianos. A los jóvenes indígenas –aborígenes y habitantes de las Islas del Estrecho de Torres– y Tokelauani les doy las gracias por la conmovedora bienvenida. A través de vosotros envío un cordial saludo a vuestros pueblos.
Señor Cardenal Pell, Señor Arzobispo Mons. Wilson: os doy las gracias por vuestras calurosas expresiones de bienvenida. Sé que vuestros sentimientos resuenan también en el corazón de los jóvenes reunidos aquí esta tarde y, por tanto, doy las gracias a todos. Veo ante mí una imagen vibrante de la Iglesia universal. La variedad de Naciones y culturas de las que provenís demuestra que verdaderamente la Buena Nueva de Cristo es para todos y cada uno; ella ha llegado a los confines de la tierra. Sin embargo, también sé que muchos de vosotros estáis aún en busca de una patria espiritual. Algunos, siempre bienvenidos entre nosotros, no sois católicos o cristianos. Otros, tal vez, os movéis en los aledaños de la vida de la parroquia y de la Iglesia. A vosotros deseo ofrecer mi llamamiento: acercaos al abrazo amoroso de Cristo; reconoced a la Iglesia como vuestra casa. Nadie está obligado a quedarse fuera, puesto que desde el día de Pentecostés la Iglesia es una y universal.
Esta tarde deseo incluir también a los que no están aquí presentes. Pienso especialmente en los enfermos o los minusválidos psíquicos, a los jóvenes en prisión, a los que están marginados por nuestra sociedad y a los que por cualquier razón se sienten ajenos a la Iglesia. A ellos les digo: Jesús está cerca de ti. Siente su abrazo que cura, su compasión, su misericordia.
Hace casi dos mil años, los Apóstoles, reunidos en la sala superior de la casa, junto con María (cf. Hch 1,14) y algunas fieles mujeres, fueron llenos del Espíritu Santo (cf. Hch 2,4). En aquel momento extraordinario, que señaló el nacimiento de la Iglesia, la confusión y el miedo que habían agarrotado a los discípulos de Cristo, se transformaron en una vigorosa convicción y en la toma de conciencia de un objetivo. Se sintieron impulsados a hablar de su encuentro con Jesús resucitado, que ahora llamaban afectuosamente el Señor. Los Apóstoles eran en muchos aspectos personas ordinarias. Nadie podía decir de sí mismo que era el discípulo perfecto. No habían sido capaces de reconocer a Cristo (cf. Lc 24,13-32), tuvieron que avergonzarse de su propia ambición (cf. Lc 22,24-27) e incluso renegaron de él (cf. Lc 22,54-62). Sin embargo, cuando estuvieron llenos de Espíritu Santo, fueron traspasados por la verdad del Evangelio de Cristo e impulsados a proclamarlo sin temor. Reconfortados, gritaron: arrepentíos, bautizaos, recibid el Espíritu Santo (cf. Hch 2,37-38). Fundada sobre la enseñanza de los Apóstoles, en la adhesión a ellos, en la fracción del pan y la oración (cf. Hch 2,42), la joven comunidad cristiana dio un paso adelante para oponerse a la perversidad de la cultura que la circundaba (cf. Hch 2,40), para cuidar de sus propios miembros (cf. Hch 2,44-47), defender su fe en Jesús ante en medio hostil (cf. Hch 4,33) y curar a los enfermos (cf. Hch 5,12-16). Y, obedeciendo al mandato de Cristo mismo, partieron dando testimonio del acontecimiento más grande de todos los tiempos: que Dios se ha hecho uno de nosotros, que el divino ha entrado en la historia humana para poder transformarla, y que estamos llamados a empaparnos del amor salvador de Cristo que triunfa sobre el mal y la muerte. En su famoso discurso en el areópago, San Pablo presentó su mensaje de esta manera: «Dios da a cada uno todas las cosas, incluida la vida y el respiro, de manera que todos lo pueblos pudieran buscar a Dios, y siguiendo los propios caminos hacia Él, lograran encontrarlo. En efecto, no está lejos de ninguno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos» (cf. Hch 17, 25-28).
Desde entonces, hombres y mujeres se han puesto en camino para proclamar el mismo hecho, testimoniando el amor y la verdad de Cristo, y contribuyendo a la misión de la Iglesia. Hoy recordamos a aquellos pioneros –sacerdotes, religiosas y religiosos– que llegaron a estas costas y a otras zonas del Océano Pacífico, desde Irlanda, Francia, Gran Bretaña y otras partes de Europa. La mayor parte de ellos eran jóvenes –algunos incluso con apenas veinte años– y, cuando saludaron para siempre a sus padres, hermanos, hermanas y amigos, sabían que sería difícil para ellos volver a casa. Sus vidas fueron un testimonio cristiano, sin intereses egoístas. Se convirtieron en humildes pero tenaces constructores de gran parte de la herencia social y espiritual que todavía hoy es portadora de bondad, compasión y orientación a estas Naciones. Y fueron capaces de inspirar a otra generación. Esto nos trae al recuerdo inmediatamente la fe que sostuvo a la beata Mary MacKillop en su neta determinación de educar especialmente los pobres, y al beato Peter To Rot en su firme convicción de que la guía de una comunidad ha de referirse siempre al Evangelio. Pensad también en vuestros abuelos y vuestros padres, vuestros primeros maestros en la fe. También ellos han hecho innumerables sacrificios, de tiempo y energía, movidos por el amor que os tienen. Ellos, con apoyo de los sacerdotes y los enseñantes de vuestra parroquia, tienen la tarea, no siempre fácil pero sumamente gratificante, de guiaros hacia todo lo que es bueno y verdadero, mediante su ejemplo personal y su modo de enseñar y vivir la fe cristiana.
Hoy me toca a mí. Para algunos puede parecer que, viniendo aquí, hemos llegado al fin del mundo. Ciertamente, para los de vuestra edad cualquier viaje en avión es una perspectiva excitante. Pero para mí, este vuelo ha sido en cierta medida motivo de aprensión. Sin embargo, la vista de nuestro planeta desde lo alto ha sido verdaderamente magnífica. El relampagueo del Mediterráneo, la magnificencia del desierto norteafricano, la exuberante selva de Asia, la inmensidad del océano Pacífico, el horizonte sobre el que surge y se pone el sol, el majestuoso esplendor de la belleza natural de Australia, todo eso que he podido disfrutar durante dos días, suscita un profundo sentido de temor reverencial. Es como si uno hojeara rápidamente imágenes de la historia de la creación narrada en el Génesis: la luz y las tinieblas, el sol y la luna, las aguas, la tierra y las criaturas vivientes. Todo eso es «bueno» a los ojos de Dios (cf. Gn 1, 1-2. 2,4). Inmersos en tanta belleza, ¿cómo no hacerse eco de las palabras del Salmista que alaba al Creador: «!Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2)?
Pero hay más, algo difícil de ver desde lo alto de los cielos: hombres y mujeres creados nada menos que a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26). En el centro de la maravilla de la creación estamos nosotros, vosotros y yo, la familia humana «coronada de gloria y majestad» (cf. Sal 8,6). ¡Qué asombroso! Con el Salmista, susurramos: «Qué es el hombre para que te acuerdes de él?» (cf. Sal 8,5). Nosotros, sumidos en el silencio, en un espíritu de gratitud, en el poder de la santidad, reflexionamos.
Y ¿qué descubrimos? Quizás con reluctancia llegamos a admitir que también hay heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable. Algunos de vosotros provienen de islas-estado, cuya existencia misma está amenazada por el aumento del nivel de las aguas; otros de naciones que sufren los efectos de sequías desoladoras. La maravillosa creación de Dios es percibida a veces como algo casi hostil por parte de sus custodios, incluso como algo peligroso. ¿Cómo es posible que lo que es «bueno» pueda aparecer amenazador?
Pero hay más aún. ¿Qué decir del hombre, de la cumbre de la creación de Dios? Vemos cada día los logros del ingenio humano. La cualidad y la satisfacción de la vida de la gente crece constantemente de muchas maneras, tanto a causa del progreso de las ciencias médicas y de la aplicación hábil de la tecnología como de la creatividad plasmada en el arte. También entre vosotros hay una disponibilidad atenta para acoger las numerosas oportunidades que se os ofrecen. Algunos de vosotros destacan en los estudios, en el deporte, en la música, la danza o el teatro; otros tienen un agudo sentido de la justicia social y de la ética, y muchos asumen compromisos de servicio y voluntariado. Todos nosotros, jóvenes y ancianos, tenemos momentos en los que la bondad innata de la persona humana –perceptible tal vez en el gesto de un niño pequeño o en la disponibilidad de un adulto para perdonar– nos llena de profunda alegría y gratitud.
Sin embargo, estos momentos no duran mucho. Por eso, hemos de reflexionar algo más. Y así descubrimos que no sólo el entorno natural, sino también el social –el hábitat que nos creamos nosotros mismos– tiene sus cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio. También en nuestra vida personal y en nuestras comunidades podemos encontrar hostilidades a veces peligrosas; un veneno que amenaza corroer lo que es bueno, modificar lo que somos y desviar el objetivo para el que hemos sido creados. Los ejemplos abundan, como bien sabéis. Entre los más evidentes están el abuso de alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual, presentados a menudo en la televisión e internet como una diversión. Me pregunto cómo uno que estuviera cara a cara con personas que están sufriendo realmente violencia y explotación sexual podría explicar que estas tragedias, representadas de manera virtual, han de considerarse simplemente como «diversión».
Hay también algo siniestro que brota del hecho de que la libertad y la tolerancia están frecuentemente separadas de la verdad. Esto está fomentado por la idea, hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe nuestras vidas. El relativismo, dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha hecho que la «experiencia» sea lo más importante de todo. En realidad, las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o verdadero, pueden llevar, no a una auténtica libertad, sino a una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación.
Queridos amigos, la vida no está gobernada por el azar, no es casual. Vuestra existencia personal ha sido querida por Dios, bendecida por él y con un objetivo que se le ha dado (cf. Gn 1,28). La vida no es una simple sucesión de hechos y experiencias, por útiles que pudieran ser. Es una búsqueda de lo verdadero, bueno y hermoso. Precisamente para lograr esto hacemos nuestras opciones, ejercemos nuestra libertad y en esto, es decir, en la verdad, el bien y la belleza, encontramos felicidad y alegría. No os dejéis engañar por los que ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad.
Cristo ofrece más. Es más, ofrece todo. Sólo él, que es la Verdad, puede ser la Vía y, por tanto, también la Vida. Así, la «vía» que los Apóstoles llevaron hasta los confines de la tierra es la vida en Cristo. Es la vida de la Iglesia. Y el ingreso en esta vida, en el camino cristiano, es el Bautismo.
Por tanto, esta tarde deseo recordar brevemente algo de nuestra comprensión del Bautismo, antes de que mañana consideremos el Espíritu Santo. El día del Bautismo, Dios os ha introducido en su santidad (cf. 2 P 1,4). Habéis sido adoptados como hijos e hijas del Padre y habéis sido incorporados a Cristo. Os habéis convertido en morada de su Espíritu (cf. 1 Co 6,19). Por eso, al final del rito del Bautismo el sacerdote se dirigió a vuestros padres y a los participantes y, llamándoos por vuestro nombre, dijo: «Ya eres nueva criatura» (Ritual del Bautismo, 99).
Queridos amigos, en casa, en la escuela, en la universidad, en los lugares de trabajo y diversión, recordad que sois criaturas nuevas. Cómo cristianos, estáis en este mundo sabiendo que Dios tiene un rostro humano, Jesucristo, el «camino» que colma todo anhelo humano y la «vida» de la que estamos llamados a dar testimonio, caminando siempre iluminados por su luz (cf. ibíd., 100).
La tarea del testigo no es fácil. Hoy muchos sostienen que a Dios se le debe “dejar en el banquillo”, y que la religión y la fe, aunque convenientes para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o consideradas sólo para obtener limitados objetivos pragmáticos. Esta visión secularizada intenta explicar la vida humana y plasmar la sociedad con pocas o ninguna referencia al Creador. Se presenta como una fuerza neutral, imparcial y respetuosa de cada uno. En realidad, como toda ideología, el laicismo impone una visión global. Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación (cf.
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1990, 5). Cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el «bien», empieza a disiparse. Lo que se ha promovido ostentosamente como ingeniosidad humana se ha manifestado bien pronto como locura, avidez y explotación egoísta. Y así nos damos cuenta cada vez más de lo necesaria que es la humildad ante la delicada complejidad del mundo de Dios.
Y ¿que decir de nuestro entorno social? ¿Estamos suficientemente alerta ante los signos de que estamos dando la espalda a la estructura moral con la que Dios ha dotado a la humanidad (cf.
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 2007, 8)? ¿Sabemos reconocer que la dignidad innata de toda persona se apoya en su identidad más profunda –como imagen del Creador– y que, por tanto, los derechos humanos son universales, basados en la ley natural, y no algo que depende de negociaciones o concesiones, fruto de un simple compromiso? Esto nos lleva reflexionar sobre el lugar que ocupan en nuestra sociedad los pobres, los ancianos, los emigrantes, los que no tienen voz. ¿Cómo es posible que la violencia doméstica atormente a tantas madres y niños? ¿Cómo es posible que el seno materno, el ámbito humano más admirable y sagrado, se haya convertido en lugar de indecible violencia?
Queridos amigos, la creación de Dios es única y es buena. La preocupación por la no violencia, el desarrollo sostenible, la justicia y la paz, el cuidado de nuestro entorno, son de vital importancia para la humanidad. Pero todo esto no se puede comprender prescindiendo de una profunda reflexión sobre la dignidad innata de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, una dignidad otorgada por Dios mismo y, por tanto, inviolable. Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división, del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas promesas. Nuestro corazón y nuestra mente anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa. Esta es obra del Espíritu Santo. Ésta es la esperanza que ofrece el Evangelio de Jesucristo. Habéis sido recreados en el Bautismo y fortalecidos con los dones del Espíritu en la Confirmación precisamente para dar testimonio de esta realidad. Que sea éste el mensaje que vosotros llevéis al mundo desde Sydney.