8 de marzo de 2010

“HA MUERTO UN GRAN SACERDOTE”


“HA MUERTO UN GRAN SACERDOTE”
PASÓ HACIENDO EL BIEN


Nunca se podrá olvidar a quien vivió su ministerio sacerdotal a plenitud un gran amigo y hermano en el sacerdocio: José Gregorio Zambrano Pérez. En estos tiempos, en que el sacerdocio está tan criticado y tan denigrado, el que haya uno, que todos lo recuerden con cariño y reconozcan su santidad y su buena labor, creo que es de destacar.



“A la eterna memoria de aquellos que dieron su vida por amor y fe” frase del pensamiento de un sacerdote abnegado en su trabajo pastoral, y en quien se cumple, dio su vida por amor, en la fe que profesaba desgastándose por Cristo y su Iglesia. Su vida era muy carismática, muy dado por dar a conocer el nombre de Jesucristo. Vivía su ministerio gozosamente, y se esmeraba por todo lo que hacia.



“Pasó por la tierra haciendo el bien”. Hermosas palabras para recordar a una persona que se consagró durante diez años al servicio al pueblo Dios y a sus encargos pastorales; por donde pasaba con su tarea pastoral ha dejado un buen recuerdo, querido y admirado por todos los que lo han conocido. Un excelente sacerdote. Fervoroso adorador de la Eucaristía, hijo y fiel devoto de la Virgen Santísima, gran predicador de la Palabra de Dios, confesor de muchas almas que acudían a su búsqueda, y selecto amigo de sus amigos.



«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Las palabras de Jesús, su última invocación al Padre desde la cruz, nos guían para dar el último “hasta luego” a nuestro querido Padre José Gregorio Zambrano Pérez.



Hoy (pasada la una de la tarde), desde el “Hospital A. C San José” de Maiquetía – Estado Vargas, partía hacia la Jerusalén celestial, después de unos meses de enfermedad que se fue agravando a causa del deterioro producto de un cáncer. En las tierras de Seboruco – Estado Táchira, le vieron nacer (hace 38 años) ha vuelto a ver “la luz”; ahora, la luz que no conoce el ocaso, la luz de Cristo resucitado.



La muerte de Jesús en la cruz abre a cada hombre que viene a este mundo, y que de este mundo parte, un océano de esperanza. «Expiró», dice el evangelista (Lc 23, 46; Jn 19, 30). Este último suspiro de Cristo es el centro de la historia, que precisamente en virtud de él es historia de la salvación. Quien muere en el Señor es «feliz ya desde ahora» (Ap 14, 13) porque une su expirar al de Cristo, con la esperanza segura de que «quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él» (2 Co 4, 14).



La Sagrada Escritura nos recuerda que para morir en el Señor es preciso vivir en el Señor, confiando diariamente, momento a momento, en su gracia y esforzándose por corresponder a ella con todas las fuerzas. Vivir en el Señor. ¡Cómo no dar gracias a Dios en este momento, mientras nuestro corazón sufre por la muerte del P. José Gregorio, por el testimonio de fidelidad que nos deja! Durante su vida, nos dio un ejemplo luminoso de seguimiento de Cristo. “Si es sacerdote y es tan amigo del Señor, ¿cómo es que Dios le ha mandado esta enfermedad tan mala?” Puede ser la pregunta de un niño e incluso de nosotros.



Sólo Jesús de Nazaret nos ha mostrado totalmente el verdadero rostro de Dios. Y en Él descubrimos un Dios todopoderoso cuyo único poder es el poder del Amor. Un Dios que ha vivido plenamente el sufrimiento y que, sólo así, puede ser fortaleza, esperanza y salvación también para los que más sufren. Un Dios que en la Cruz, amando incluso en el sufrimiento más injusto y cruel, nos muestra la única voluntad de Dios: Él no quiere el sufrimiento, sino el Amor hasta el final, pase lo que pase. Le decían: “¡si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!” Y, precisamente, porque era el Hijo de Dios, no bajó de la Cruz. Donde menos se hubiese pensado, en el sufrimiento extremo de un agonizante que muere “de mala manera”, precisamente allí estaba Dios mismo y su Amor.



Como dijo el Papa, ¿dónde estaba Dios mientras el sufrimiento de tantas personas por el holocausto nazi? Estaba en ellos, sufriendo con ellos. El lugar de Cristo sigue siendo la Cruz. Pero una cruz que no tiene la última palabra, sino Dios y su Amor. “Dios no ha venido a eliminar nuestro dolor, sino a llenarlo con su presencia”. Dios es Amor, así que “donde hay Amor allí está el Señor”. Por eso, Dios no está ausente en nuestro dolor o enfermedad, sino más cerca que nunca, si somos capaces de vivirlos con Amor. Y, por esto, aun en lo más malo de la enfermedad, podemos dar gracias a Dios por su amor y por tantas personas y cosas buenas. Porque con los ojos de la fe descubrimos a Dios – Amor presente en nuestras familias y amigos que nos cuidan y apoyan incondicionalmente, en todos los que nos animan y apoyan, en los que rezan por nosotros aun sin conocernos personalmente, en el abrir nuestro corazón a todo lo bueno de la vida y a todos los que sufren, en el deseo de luchar por un mundo mejor…, en los que junto a Dios piden por nosotros y nos recuerdan que “somos ciudadanos del Cielo”. Un Dios – Amor realmente presente en todo lo bueno que supone esta gran experiencia humana y cristiana de una enfermedad, intentándola vivir desde la fe y el Amor.



Ahora, después de pasar momentos tan malos y aún sin saber los que vendrán, mirando a Cristo en la Cruz que da toda su salud y vida por Amor, que cada uno pueda decirse: «quiero volver a decirme a mí mismo y a todos que sí, que lo más importante en la vida es el Amor. Que, pase lo que pase con la enfermedad y con mi vida, quiero vivir así siempre alegre, sabiéndome en las manos amorosas de Dios. Aun en el dolor de “este valle de lágrimas”, la vida es bella, porque “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Vivir cobijado bajo la protección del amor de Dios, éste es el verdadero consuelo. Por eso, hay que darle gracias a Dios “siempre y en todo lugar”, porque su Amor nunca nos abandona»



En la vida del Padre José Gregorio, muchos participaron en sus eucaristías, a los que les administró los sacramentos, con los que compartió muchas horas de su vida. A varios de los acompañó, también, en los momentos de dolor ante la muerte de sus seres queridos; José Gregorio oró por sus difuntos y por cada uno de nosotros. Mostramos un profundo agradecimiento por su vida sacerdotal, entregada por sus fieles, y para presentar plegarias a Dios Padre.



Queremos unir con ese fin nuestra oración a la oración de todos aquellos que ahora están acordes con nosotros. Reconocemos que, a pesar de las imperfecciones humanas, siempre presentes en la vida de quien es peregrino aquí abajo, nuestro querido P. José Gregorio (cariñosamente Goyo) fue un buen sacerdote, un verdadero misionero, que pasó por este mundo en silencio, como de puntillas, pero “siempre haciendo el bien”.



El P. José Gregorio, sin embargo, con su modestia característica, nos invita a no detenernos en su persona, sino más bien a dirigir nuestra mirada al misterio: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado » (Lc 24, 5-6). Hoy, el Señor nos invita a hacer nuestras las palabras del apóstol Pedro: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible» (1 P 1, 3-4).



Con profunda tristeza hemos acompañado al P. José Gregorio durante estos últimos días. Le hemos visto abrazado a la cruz del dolor y del sufrimiento. Hemos llorado y hemos rezado. Nuestro hermano nos pide que lo acompañemos con la oración mientras realiza el paso de este mundo al Padre. Desde aquí, y desde otros muchos lugares, seguiremos rezando al Dios de la misericordia por su eterno descanso. Al mismo tiempo estamos contentos y agradecidos. Sí, damos gracias a Dios por la vida de José, por su sacerdocio, regalo para la Iglesia Universal y diocesana.



Podemos estar seguros de que nuestro querido P. José Gregorio se encuentra ya en el cielo, nos ve y nos bendice en silencio. Nosotros confiamos su alma a la madre de Dios, su madre, quien le ha guiado en la tierra y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo.



Descansa en paz hermano en el sacerdocio y que Dios premie tus buenas acciones durante su ministerio sacerdotal. Todo lo que has dejado aquí, lo admiramos y queremos. Pide a Dios por nosotros. Y a ustedes, amigos lectores les ruego una oración por el eterno descanso de su alma (así como lo hicieron durante su enfermedad) y que de fortaleza a sus Padres, hermanos y demás familiares.



Requiem aeternam dona eis, Domine. Et lux perpétua luceat eis. Requiescant in pace. Amen.

Pbro. Williams Campos