1 de septiembre de 2011

NOVENA EN HONOR A LA VIRGEN MARÍA

NOVENA EN HONOR A LA VIRGEN MARÍA
PARROQUIA CRISTO REY



Día I.
Jueves 01/09: La Virgen María, Imagen Y Madre De La Iglesia
Intención: Orar Por La Santa Iglesia
5:00 pm. Exposición del Santísimo, oración, novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa


Día II.
Viernes 02/09: La Virgen María, Madre Del Amor Hermoso
Intención: Orar Por Lo Niños.
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa


Día III.
Sábado 03/09: La Virgen María, Salud De Los Enfermos.
Intención: Orar Por Los Enfermos
1ª Vísperas Del Domingo XXIII.
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa



Día IV.
Domingo 04/09: La Virgen María, Madre Del Buen Consejo
Intención: Orar Por Los Jóvenes.
Liturgia Dominical
8:00 am. Misa Solemne de Ntra. Sra. De Coromoto (Cristo Rey)
11:00 am. Misa en San Vicente Ferrer-Alpargatón


Día V.
Lunes 05/09: La Virgen María, Causa De Nuestra Alegría
Intención: Orar Por Los Ancianos.
Se Realizará Unción De Los Enfermos.
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa


Día VI.
Martes 06/09: La Virgen María, Reina De La Paz
Intención: Orar Por La Paz
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa


Día VII.
Miércoles 07/09: Santa María, Madre Y Reina De La Unidad
Intención: Orar Por La Unidad De Todos Los Grupos De Apostolado.
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa


Día VIII.
Jueves 08/09: La Virgen María, Madre Y Maestra Espiritual
Intención: Orar Por Las Vocaciones
Fiesta De La Natividad De La Stma. Virgen María
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa


Día IX.
Viernes 09/09: Santa María, Esclava Del Señor
Intención: Orar Por La Fidelidad De Los Sacerdotes
5:00 pm. Novena y santo Rosario
6:00 pm. Santa misa

Sábado 10/09
5:00 pm. Escenificación de la Aparición de Ntra. Sra. De Coromoto
6:00 pm. Santa Misa (1ª Vísperas de la Solemnidad y 62 Aniv. De la Fundación del Apostolado Legión de María en Venezuela).

Domingo 11/09
8:00 am. Misa Solemne de Ntra. Sra. De Coromoto (Cristo Rey)
11:00 am. Misa en San Vicente Ferrer-Alpargatón

31 de agosto de 2011

PREPARÁNDONOS PARA PEREGRINAR A NUESTRO SANTUARIO DIOCESANO SANTO CRISTO DE LA SALUD



SANTUARIOS Y PEREGRINACIONES
El santuario, tanto si está dedicado a la Santísima Trinidad como a Cristo el Señor, a la Virgen, a los Ángeles, a los Santos o a los Beatos, es quizá el lugar donde las relaciones entre Liturgia y piedad popular son más frecuentes y evidentes. "En los santuarios se debe proporcionar a los fieles de manera más abundante los medios de la salvación, predicando con diligencia la Palabra de Dios y fomentando con esmero la vida litúrgica, principalmente mediante la celebración de la Eucaristía y la penitencia, y practicando también otras formas aprobadas de piedad popular".
En estrecha relación con el santuario está la peregrinación, que también es una expresión muy difundida y característica de la piedad popular.
EN NUESTROS DÍAS, EL INTERÉS POR LOS SANTUARIOS Y LA PARTICIPACIÓN EN LAS PEREGRINACIONES, lejos de haberse debilitado por el secularismo, GOZAN DE AMPLIO FAVOR ENTRE LOS FIELES.
Parece conveniente, en conformidad con los objetivos de este Documento, ofrecer algunas indicaciones para que, en la actividad pastoral de los santuarios y en el desarrollo de las peregrinaciones, se establezca y favorezca una relación correcta entre acciones litúrgicas y ejercicios de piedad.

El Santuario
Algunos Principios
Según la revelación cristiana, el santuario supremo y definitivo es Cristo resucitado (cfr. Jn 2,18-21; Ap 21,22), en torno al cual se congrega y organiza la comunidad de los discípulos, que a su vez es la nueva casa del Señor (cfr. 1 Pe 2,5; Ef 2,19-22).
Desde un punto de vista teológico, el santuario, que no pocas veces ha surgido de un movimiento de piedad popular, es un signo de la presencia activa, salvífica, del Señor en la historia y un refugio donde el pueblo de Dios, peregrino por los caminos del mundo hacia la Ciudad futura (cfr. Heb 13,14), restaura sus fuerzas para continuar la marcha.
El santuario, como las iglesias, tiene un gran valor simbólico: es imagen de la "morada de Dios con los hombres" (Ap 21,3) y remite al "misterio del Templo" que se ha realizado en el cuerpo de Cristo (Cfr. Jn 1,14; 2,21), en la comunidad eclesial (cfr. 1 Pe 2,5) y en cada uno de los fieles (cfr. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 2 Cor 6,16).

A los ojos de los fieles los santuarios son:
- por su origen, quizá, recuerdo de un acontecimiento considerado milagroso, que ha determinado la aparición de manifestaciones de devoción duradera, o de TESTIMONIO DE LA PIEDAD Y EL AGRADECIMIENTO DE UN PUEBLO POR LOS BENEFICIOS RECIBIDOS;
- por los frecuentes signos de misericordia que suceden en ellos, lugares privilegiados de la asistencia divina y de la intercesión de la Virgen María, de los Santos o de los Beatos;
- por la situación, con frecuencia aislada y elevada, y por la belleza, ya sea austera, ya exuberante de los lugares en los que se encuentran, signo de la armonía del cosmos y reflejo de la belleza divina;
- por la predicación que allí resuena, llamada eficaz a la conversión, invitación a vivir en la caridad y aumentar las obras de misericordia, exhortación a llevar una vida caracterizada por el seguimiento de Cristo;
- por la vida sacramental que allí se desarrolla, lugar de fortalecimiento de la fe, crecimiento de gracia, refugio y esperanza en la aflicción;
- por el aspecto del mensaje evangélico que expresan, una interpretación especial y casi una prolongación de la Palabra;
- por su orientación escatológica, una invitación a cultivar el sentido de la trascendencia y a dirigir los pasos, a través de los caminos de la vida temporal, hacia el santuario del cielo (cfr. Heb 9,11; Ap 21,3).
"Siempre y en todo lugar, los santuarios cristianos han sido, o han querido ser, SIGNOS DE DIOS, de su irrupción en la historia. Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación y de la Redención".

Reconocimiento canónico
"Con el nombre de santuario se designa una iglesia u otro lugar sagrado al que, por un motivo peculiar de piedad, acuden en peregrinación numerosos fieles, con aprobación del Ordinario del lugar".
La condición previa para que un lugar sagrado sea reconocido canónicamente como santuario diocesano, nacional o internacional, es la aprobación del Obispo diocesano, de la Conferencia de Obispos, o de la Santa Sede, respectivamente. La aprobación canónica constituye un reconocimiento oficial del lugar sagrado y de su finalidad específica, que es la de acoger las peregrinaciones del pueblo de Dios que acude para adorar al Padre, profesar la fe, reconciliarse con Dios, con la Iglesia y con los hermanos, e implorar la intercesión de la Madre del Señor o de un Santo.
Sin embargo, no se debe olvidar que otros muchos lugares de culto, con frecuencia humildes –pequeñas iglesias en la ciudad o en el campo – desarrollan en su entorno local, aunque sin reconocimiento canónico, una función semejante a la de los santuarios. También forman parte de la "geografía de la fe" y de la piedad del pueblo de Dios, de una comunidad que habita en un determinado lugar y que, en la fe, está en camino hacia la Jerusalén celestial (cfr. Ap 21).

El santuario como lugar de celebraciones cultuales
El santuario tiene una función cultual de primer orden. Los fieles se acercan, sobre todo, para participar en las celebraciones litúrgicas y en los ejercicios de piedad que tiene lugar allí. Esta reconocida función cultual del santuario, no debe oscurecer en el ánimo de los fieles la enseñanza evangélica de que el lugar no es algo determinante para el auténtico culto al Señor (cfr. Jn 4,20-24).

Valor ejemplar
Los responsables de los santuarios deben procurar que la Liturgia que en ellos se realiza, resulte un ejemplo por la calidad de las celebraciones: "Entre las funciones reconocidas a los santuarios, también por el Código de derecho canónico, está el desarrollo de la Liturgia. Esto no se debe entender como un aumento del número de las celebraciones, sino como una mejora de su calidad. Los rectores de los santuarios son conscientes de su responsabilidad para alcanzar este objetivo. Comprenden que los fieles, que llegan al santuario de los más diversos lugares, deben regresar confortados en el espíritu y edificados por las celebraciones que tienen lugar allí: por su capacidad de comunicar el mensaje de salvación, por la noble sencillez de las expresiones rituales, por el fiel cumplimiento de las normas litúrgicas. Saben, también, que los efectos de una acción litúrgica ejemplar no se agotan en la celebración realizada en el santuario: los sacerdotes y los fieles peregrinos tienden a llevar a sus lugares de origen las experiencias cultuales válidas que han vivido en el santuario"

La celebración de la Penitencia
Para muchos fieles, la visita a un santuario es una ocasión propicia, con frecuencia procurada, para acercarse al sacramento de la Penitencia. Por lo tanto, es preciso que se preste atención a los diversos elementos que contribuyen a la celebración del sacramento:
- El lugar de la celebración: además de los confesionarios tradicionales dispuestos en la iglesia, en los santuarios muy frecuentados sería deseable que hubiera un lugar reservado para la celebración de la Penitencia, que se pueda emplear también para momentos de preparación comunitaria y celebraciones penitenciales, y que, dentro del respeto a las normas canónicas y a la reserva que exige la confesión, ofrezca al penitente la facilidad para dialogar con el confesor.
- La preparación al sacramento: en no pocos casos, los fieles necesitan ayuda para realizar los actos que son parte del sacramento, sobre todo para orientar el corazón a Dios, con una sincera conversión, "puesto que de ella depende la verdadera penitencia". Se deben organizar encuentros de preparación, tal como se propone en el Ordo Paenitentiae, en los que, mediante la escucha y la meditación de la Palabra de Dios, se ayude a los fieles a celebrar con fruto el sacramento; o al menos se deben poner a disposición de los fieles subsidios adecuados, que les guíen no sólo en la preparación de la confesión de los pecados, sino para que alcancen un sincero arrepentimiento.
- La elección de la forma ritual, que lleve a los fieles a descubrir la naturaleza eclesial de la Penitencia; en este sentido, la celebración del Rito para la reconciliación de varios penitentes con confesión y absolución individual (forma segunda), debidamente organizada y preparada, no debería ser algo excepcional, sino habitual, previsto sobre todo en algunos momentos del Año litúrgico. Realmente "la celebración comunitaria manifiesta más claramente la naturaleza eclesial de la penitencia". La reconciliación sin confesión individual íntegra y con absolución general es una forma totalmente excepcional y extraordinaria, que no se puede alternar con las otras dos formas ordinarias y no se justifica por la sola razón de una gran afluencia de fieles, como sucede en las fiestas y peregrinaciones.

La celebración de la Eucaristía
"La celebración de la Eucaristía es la culminación y como el cauce de toda la acción pastoral de los santuarios"; es preciso, por tanto, prestarle la máxima atención, para que resulte ejemplar en su desarrollo ritual y conduzca a los fieles a un encuentro profundo con Cristo.
A menudo sucede que varios grupos quieren celebrar la Eucaristía al mismo tiempo, pero por separado. Esto no es coherente con la dimensión eclesial del misterio eucarístico, desde el momento en que esa manera de celebrar la Eucaristía, en lugar de ser un momento de unidad y de fraternidad, se convertiría en expresión de un particularismo que no refleja el sentido de comunión y de universalidad de la Iglesia.
Una sencilla reflexión sobre la naturaleza de la Eucaristía, "sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad", debería convencer a los sacerdotes que guían las peregrinaciones a favorecer la reunión de varios grupos en una misma concelebración, debidamente organizada y que tuviera en cuenta – si fuera necesario – la diversidad de las lenguas; en ocasión de reuniones de fieles de distintas naciones es conveniente que se interpreten cantos en lengua latina y con las melodías más fáciles, al menos en las partes del Ordinario de la Misa, especialmente el símbolo de la fe y la oración del Señor. Tal celebración ofrecería una imagen genuina de la naturaleza de la Iglesia y de la Eucaristía, y constituiría para los peregrinos una ocasión de acogida recíproca y de enriquecimiento mutuo.

La celebración de la Unción de los enfermos
El Ordo unctionis infirmorum eorumque pastoralis curae prevé la celebración comunitaria del sacramento de la Unción en los santuarios, sobre todo con ocasión de peregrinaciones de enfermos. Esto está en perfecta armonía con la naturaleza del sacramento y con la función del santuario: es justo que donde se implora la misericordia del Señor de una manera más intensa, la acción maternal de la Iglesia se haga más solícita a favor de sus hijos que, por enfermedad o vejez, comienzan a encontrarse en peligro.
El rito se realizará según las indicaciones del Ordo, por lo que "si hay varios sacerdotes, cada uno impone las manos y administra la unción con la fórmula correspondiente a cada uno de los enfermos de un grupo; en cambio las oraciones las recita el celebrante principal".

La celebración de otros sacramentos
En los santuarios, además de la Eucaristía, la Penitencia y la Unción comunitaria de los enfermos, se celebran, también, con más o menos frecuencia, otros sacramentos. Esto exige que los responsables del santuario, además del cumplimiento de las disposiciones que haya emanado el Obispo diocesano:
- procuren un entendimiento sincero y una colaboración fructuosa entre el santuario y la comunidad parroquial;
- consideren con atención la naturaleza de cada sacramento; por ejemplo: los sacramentos de la iniciación cristiana, que requieren una larga preparación e insertan al bautizado en la comunidad eclesial, deberían celebrarse, por norma general, en la parroquia;
- asegúrense de que todas las celebraciones de un sacramento hayan estado precedidas de una adecuada preparación; los responsables de un santuario no deben celebrar el sacramento del matrimonio si no consta el permiso concedido por el Ordinario o por el párroco;
- valoren serenamente las situaciones, múltiples e imprevisibles, para las que no es posible establecer a priori normas rígidas.

La celebración de la Liturgia de las Horas
La visita a un santuario, tiempo y lugar favorable para la oración personal y comunitaria, constituye una ocasión privilegiada para ayudar a los fieles a apreciar la belleza de la Liturgia de las Horas y para asociarse a la alabanza cotidiana que, en el curso de su peregrinación terrena, la Iglesia eleva al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo.
Así pues, los rectores de los santuarios deben introducir en las actividades preparadas para los peregrinos, según la oportunidad, celebraciones dignas y festivas de la Liturgia de las Horas, especialmente de Laudes y Vísperas, proponiendo también la celebración, parcial o completa, de un Oficio votivo que tenga relación con el santuario.
A lo largo de la peregrinación y conforme se van acercando a la meta, los sacerdotes que acompañan a los fieles no dejen de proponerles, al menos, la oración de alguna Hora del Oficio Divino.
La celebración de los sacramentales
Desde la antigüedad, la Iglesia ha tenido la costumbre de bendecir personas, lugares, alimentos, objetos. En nuestros días, sin embargo, la práctica de la bendición, motivada por usos antiguos y concepciones profundamente arraigadas en algunos fieles, presenta algunos puntos delicados. Con todo, continúa siendo una cuestión pastoral bastante presente en los santuarios, donde los fieles, que acuden para implorar la gracia y la ayuda del Señor, la intercesión de la Madre de la misericordia o de los Santos, suelen pedir a los sacerdotes las más diversas bendiciones. Para un desarrollo correcto de la pastoral de las bendiciones, los rectores de los santuarios deberán:
- proceder con paciencia en la aplicación gradual de los principios establecidos por el Rituale Romanum, los cuales buscan fundamentalmente que la bendición sea una expresión genuina de fe en Dios, dador de todo bien;
- subrayar de manera adecuada – en cuanto sea posible – los dos momentos que configuran la "estructura típica" de toda bendición: la proclamación de la Palabra de Dios, que da sentido al signo sagrado, y la oración mediante la cual la Iglesia alaba a Dios e implora sus beneficios, como recuerda el mismo signo de la cruz que traza el ministro ordenado;
- preferir la celebración comunitaria a la individual o privada y comprometer a los fieles para que participen de manera plena y consciente.
Es deseable que los rectores de los santuarios establezcan a lo largo del día, en los periodos de mayor afluencia de peregrinos, momentos especiales para celebrar las bendiciones; en ellos, mediante una acción ritual caracterizada por la verdad y la dignidad, los fieles comprenderán el sentido genuino de la bendición y el compromiso de observar los mandamientos de Dios, que comporta la "petición de una bendición".

El santuario como lugar de evangelización
Innumerables centros de comunicación social divulgan todos los días noticias y mensajes de todo tipo; el santuario, en cambio, es el lugar en el que continuamente se proclama un mensaje de vida: el "Evangelio de Dios" (Mc 1,14; Rom 1,1) o "Evangelio de Jesucristo" (Mc 1,1), esto es, la buena noticia que proviene de Dios y que tiene por contenido a Cristo Jesús: Él es el Salvador de todos los pueblos, en cuya muerte y resurrección se han reconciliado para siempre el cielo y la tierra.
Al fiel que se acerca al santuario se le deben proponer, directa o indirectamente, los elementos fundamentales del mensaje evangélico: el sermón de la montaña, el anuncio gozoso de la bondad y paternidad de Dios así como de su amorosa providencia, el mandamiento del amor, el significado salvador de la cruz, el destino trascendente de la vida humana.
Muchos santuarios son, efectivamente, lugares de difusión del Evangelio: en las formas más variadas, el mensaje de Cristo se trasmite a los fieles como llamada a la conversión, invitación al seguimiento, exhortación a la perseverancia, recuerdo de las exigencias de la justicia, palabra de consuelo y de paz.
No se puede olvidar la cooperación que muchos santuarios prestan a la labor evangelizadora de la Iglesia, al sostener de diversos modos las misiones "ad gentes".

El santuario como lugar de la caridad
La misión ejemplar del santuario se extiende también al ejercicio de la caridad. Todo santuario, en cuanto celebra la presencia misericordiosa del Señor, la ejemplaridad y la intercesión de la Virgen y los Santos, "es por sí mismo un hogar que irradia la luz y el calor de la caridad". En su acepción más común y en el lenguaje de los sencillos "la caridad es el amor expresado en el nombre de Dios". Esta encuentra sus manifestaciones concretas en el acoger y en la misericordia, en la solidaridad y en el compartir, en la ayuda y en el don.
Gracias a la generosidad de los fieles y al celo de los responsables, muchos santuarios son lugares de mediación entre el amor a Dios y la caridad fraterna, por una parte, y las necesidades del hombre, por otra. En ellos fructifica la caridad de Cristo y parece que se prolongan la solicitud maternal de la Virgen y la cercanía solidaria de los Santos, que se expresan, por ejemplo:
- en la creación y mantenimiento de centros de asistencia social, como hospitales, centros de enseñanza para niños sin recursos y residencias para personas ancianas;
- "en la acogida y hospitalidad para con los peregrinos, sobre todo los más pobres, a quienes se ofrecen, en la medida de lo posible, lugares y condiciones para un momento de descanso
- en la solicitud y cuidado de los peregrinos ancianos, enfermos, minusválidos, a los que se reservan las atenciones más delicadas, los mejores sitios en los santuarios; para ellos se organizan, en el horario más adecuado, celebraciones que, sin separarles de los otros fieles, tengan en cuenta sus circunstancias especiales; para ellos se establece una cooperación con asociaciones que se ocupen generosamente de sus desplazamientos;
- en la disponibilidad y en el servicio ofrecido a todos los que se acercan al santuario: fieles cultos e incultos, pobres y ricos, con-nacionales o extranjeros".

El santuario como lugar de cultura
Con frecuencia el santuario es ya, en sí mismo, un "bien cultural": en él se dan cita y se presentan, como resumidas en una síntesis, numerosas manifestaciones de la cultura de las poblaciones vecinas: testimonios históricos y artísticos, formas de expresión lingüística y literaria, expresiones musicales típicas.
Desde este punto de vista, el santuario resulta con frecuencia un punto de referencia válido para definir la identidad cultural de un pueblo. Y en cuanto que en el santuario se da una síntesis armoniosa entre naturaleza y gracia, piedad y arte, se puede proponer como expresión de la Vía pulchritudinis para contemplar la belleza de Dios, del misterio de la Tota pulchra, de las admirables experiencias de los Santos.
Además, cada vez se tiende más a hacer del santuario un "centro de cultura" específico, un lugar en el que se organizan cursos de estudio y conferencias, donde se acometen interesantes iniciativas editoriales y se promueven representaciones sagradas, conciertos, exposiciones y otras manifestaciones artísticas y literarias.
La actividad cultural del santuario se configura como una iniciativa en el ámbito de la promoción humana; esta función se añade útilmente a la función primordial, de lugar para el culto divino, para la evangelización, para el ejercicio de la caridad. En este sentido, los responsables de los santuarios deben procurar que la dimensión cultural no adquiera una importancia mayor que la cultual.

El santuario como lugar de compromiso ecuménico
El santuario, en cuanto lugar de anuncio de la Palabra, de invitación a la conversión, de intercesión, de intensa vida litúrgica, de ejercicio de la caridad es un "bien espiritual" que se puede compartir, en una cierta medida y conforme a las indicaciones del Directorio ecuménico, con los hermanos y hermanas que no están en plena comunión con la Iglesia católica.
En consecuencia, el santuario debe ser un lugar de compromiso ecuménico, sensible a la necesidad grave y urgente de la unidad de todos los creyentes en Cristo, único Señor y Salvador.
Por lo tanto, los rectores de los santuarios deben ayudar a los peregrinos a tomar conciencia del "ecumenismo espiritual" del que hablan el decreto conciliar Unitatis redintegratio y el Directorio ecuménico, según el cual los cristianos deben siempre tener presente la intención de la unidad en las oraciones, en la celebración eucarística, en la vida diaria. Así, en los santuarios se debería intensificar la oración con esta intención en algunos tiempos particulares, como la semana de oración por la unidad de los cristianos, en los días entre la Ascensión del Señor y Pentecostés, en los cuales se recuerda a la comunidad de Jerusalén reunida en la oración y en espera de la venida del Espíritu Santo, que la confirmará en la unidad y en su misión universal.
Además, los rectores de los santuarios promuevan, cuando haya oportunidad, encuentros de oración entre cristianos de las diversas confesiones; en estos encuentros, preparados con atención y colaboración, deberá primar la Palabra de Dios y se deberán valorar las formas de oración características de las diversas confesiones cristianas.
Según las circunstancias, será quizá oportuno extender, en casos excepcionales, la atención a los miembros de otras religiones: existen, de hecho, santuarios frecuentados por los no cristianos, que acuden allí atraídos por los valores propios del cristianismo. Todos los actos de culto que se realizan en los santuarios deben ser claramente conformes con la identidad católica, sin ocultar jamás lo que pertenece a la fe de la Iglesia.
El compromiso ecuménico adquiere aspectos particulares cuando se trata de santuarios dedicados a la Virgen María. En el plano sobrenatural, santa María, que ha dado a luz al Salvador de todos los pueblos y que ha sido su primera y perfecta discípula, tiene una misión de concordia y de unidad respecto a los discípulos de su Hijo, por lo que la Iglesia la saluda con el título de Mater unitatis; en el plano histórico, en cambio, la figura de María, debido a las diversas interpretaciones sobre su papel en la historia de la salvación, ha sido con frecuencia motivo de divergencia y división entre los cristianos. Hay que reconocer, con todo, que en el aspecto mariano, el diálogo ecuménico actualmente está dando sus frutos.

LA PEREGRINACIÓN
La peregrinación, experiencia religiosa universal, es una expresión característica de la piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de cuya vida constituye un elemento indispensable: EL PEREGRINO NECESITA UN SANTUARIO Y EL SANTUARIO REQUIERE PEREGRINOS.
Peregrinaciones bíblicas
En la Biblia destacan, por su simbolismo religioso, las peregrinaciones de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, a Siquem (cfr. Gn 12,6-7; 33,18-20), Betel (cfr. Gn 28,10-22; 35,1-15) y Mambré (Gn 13,18; 18,1-15), donde Dios se les manifestó y se comprometió a darles la "tierra prometida".
Para las tribus salidas de Egipto, el Sinaí, monte de la teofanía a Moisés (cfr. Ex 19-20), se convierte en un lugar sagrado y todo el camino del desierto del Sinaí tuvo para ellos el sentido de un largo viaje hacia la tierra santa de la promesa: viaje bendecido por Dios, que, en el Arca (cfr. Num 10,33-36) y en el Tabernáculo (cfr. 2 Sam 7,6), símbolos de su presencia, camina con su pueblo, lo guía y la protege por medio de la Nube (cfr. Num 9,15-23).
Jerusalén, convertida en sede del Templo y del Arca, pasó a ser la ciudad-santuario de los Hebreos, la meta por excelencia del deseado "viaje santo" (Sal 84,6), en el que el peregrino avanza "entre cantos de alegría, en el bullicio de la fiesta" (Sal 42,5) hasta "la casa de Dios" para comparecer ante su presencia (cfr. Sal 84,6-8).
Tres veces al año, los varones israelitas debían "presentarse ante el Señor" (cfr. Ex 23,17), es decir, dirigirse al Templo de Jerusalén: esto daba lugar a tres peregrinaciones con ocasión de las fiestas de los Ácimos (la Pascua), de las Semanas (Pentecostés) y de los Tabernáculos; y toda familia israelita piadosa acudía, como hacía la familia de Jesús (cfr. Lc 2,41), a la ciudad santa para la celebración anual de la Pascua. Durante su vida pública, también Jesús se dirigía habitualmente a Jerusalén como peregrino (cfr. Jn 11,55-56); por otra parte se sabe que el evangelista san Lucas presenta la acción salvífica de Jesús como una misteriosa peregrinación (cfr. Lc 9,51-19,45), cuya meta es Jerusalén, la ciudad mesiánica, el lugar del sacrificio pascual y de su retorno al Padre: "He salido del Padre y he venido al mundo; ahora dejo de nuevo el mundo y voy al Padre" (Jn 16,28).
Precisamente durante una reunión de peregrinos en Jerusalén, de "judíos observantes de toda nación que hay bajo el cielo" (Hech 2,5) para celebrar Pentecostés, la Iglesia comienza su camino misionero.

La peregrinación cristiana.
Desde que Jesús ha dado cumplimiento en sí mismo al misterio del Templo (cfr. Jn 2,22-23) y ha pasado de este mundo al Padre (cfr. Jn 13,1), realizando en su persona el éxodo definitivo, para sus discípulos ya no existe ninguna peregrinación obligatoria: toda su vida es un camino hacia el santuario celeste y la misma Iglesia dice de sí que es "peregrina en este mundo".
Sin embargo la Iglesia, dada la conformidad que existe entre la doctrina de Cristo y los valores espirituales de la peregrinación, no sólo ha considerado legítima esta forma de piedad, sino que la ha alentado a lo largo de la historia.
En los tres primeros siglos la peregrinación, salvo alguna excepción, no forma parte de las expresiones cultuales del cristianismo: la Iglesia temía la contaminación de prácticas religiosas del judaísmo y del paganismo, en los cuales la práctica de la peregrinación estaba muy arraigada.
No obstante, en estos siglos se ponen los cimientos para una recuperación, con características cristianas, de la práctica de la peregrinación: el culto a los mártires, en las tumbas, a las que acuden los fieles para venerar los restos mortales de estos testigos insignes de Cristo, determinará, progresiva y consecuentemente, el paso de la "visita devota" a la "peregrinación votiva".
Después de la paz constantiniana, tras la identificación de los lugares y el hallazgo de las reliquias de la Pasión del Señor, la peregrinación cristiana vive un momento de esplendor: es sobre todo la visita a Palestina, que, por sus "lugares santos", se convierte, comenzando por Jerusalén, en la Tierra santa. De esto dan testimonio las narraciones de peregrinos famosos, como el Itinerarium Burdigalense y el Itinerarium Egeriae, ambos del siglo IV.
Se construyen basílicas sobre los "lugares santos", como la Anástasis, edificada sobre el Santo Sepulcro, y el Martyrium sobre el Monte Calvario, que ejercen una gran atracción sobre los peregrinos. También los lugares de la infancia del Salvador y de su vida pública se convierten en meta de peregrinaciones, que se extienden también a los lugares sagrados del Antiguo Testamento, como el Monte Sinaí.
La Edad Media es la época dorada de las peregrinaciones; además de su función fundamentalmente religiosa, han tenido una función extraordinaria en la formación de la cristiandad occidental, en la unión de los diversos pueblos, en el intercambio de valores entre las diversas culturas europeas.
Los centros de peregrinación son numerosos. Ante todo, Jerusalén, que, a pesar de la ocupación islámica, continúa siendo un punto importante de atracción espiritual, así como el origen del fenómeno de las cruzadas, cuyo motivo fue precisamente permitir a los fieles visitar el sepulcro de Cristo. Asimismo las reliquias de la pasión del Señor, como la túnica, el rostro santo, la escala santa, la sábana santa atraen a innumerables fieles y peregrinos. A Roma acuden los "romeros" para venerar las memorias de los apóstoles Pedro y Pablo (ad limina Apostolorum), para visitar las catacumbas y las basílicas, y como reconocimiento del ministerio del Sucesor de Pedro a favor de la Iglesia universal (ad Petri sedem). Fue también muy frecuentado durante los siglos IX a XVI, y todavía hoy lo es, Santiago de Compostela, hacia donde convergen desde diversos países varios "caminos", formados como consecuencia de un planteamiento religioso, social y caritativo de la peregrinación. Entre otros lugares se puede mencionar Tours, donde está la tumba de san Martín, venerado fundador de dicha Iglesia; Canterbury, donde santo Tomás Becket consumó su martirio, que tuvo gran resonancia en toda Europa; el Monte Gargano en Puglia, S. Michele della Chiusa en el Piamonte, el Mont Saint-Michel en Normandía, dedicados al arcángel san Miguel; Walsingham, Rocamadour y Loreto, sedes de célebres santuarios marianos.
En la época moderna, debido al cambio del ambiente cultural, a las vicisitudes originadas por el movimiento protestante y el influjo de la ilustración, las peregrinaciones disminuyeron: el "viaje a un país lejano" se convierte en "peregrinación espiritual", "camino interior" o "procesión simbólica", que consistía en un breve recorrido, como en el Vía Crucis.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX se recuperan las peregrinaciones, pero cambia en parte su fisonomía: tienen como meta santuarios que son particulares expresiones de la identidad de la fe y de la cultura de una nación; este es el caso, por ejemplo de los santuarios de Altötting, Antipolo, Aparecida, Asís, Caacupé, Chartres, Coromoto, Czestochowa, Ernakulam-Angamaly, Fátima, Guadalupe, Kevalaer, Knock, La Vang, Loreto, Lourdes, Mariazell, Marienberg, Montevergine, Montserrat, Nagasaki, Namugongo, Padua, Pompei, San Giovanni Rotondo, Washington, Yamoussoukro, etc.

Espiritualidad de la peregrinación
A pesar de todos los cambios sufridos a lo largo de los siglos, la peregrinación conserva en nuestro tiempo los elementos esenciales que determinan su espiritualidad:
Dimensión escatológica. Es una característica esencial y originaria: la peregrinación, "camino hacia el santuario", es momento y parábola del camino hacia el Reino; la peregrinación ayuda a tomar conciencia de la perspectiva escatológica en la que se mueve el cristiano, homo viator: entre la oscuridad de la fe y la sed de la visión, entre el tiempo angosto y la aspiración a la vida sin fin, entre la fatiga del camino y la esperanza del reposo, entre el llanto del destierro y el anhelo del gozo de la patria, entre el afán de la actividad y el deseo de la contemplación serena.
El acontecimiento del éxodo, camino de Israel hacia la tierra prometida, se refleja también en la espiritualidad de la peregrinación: el peregrino sabe que "aquí abajo no tenemos una ciudad estable" (Heb 13,14), por lo cual, más allá de la meta inmediata del santuario, avanza a través del desierto de la vida, hacia el Cielo, hacia la Tierra prometida.
Dimensión penitencial. La peregrinación se configura como un "camino de conversión": al caminar hacia el santuario, el peregrino realiza un recorrido que va desde la toma de conciencia de su propio pecado y de los lazos que le atan a las cosas pasajeras e inútiles, hasta la consecución de la libertad interior y la comprensión del sentido profundo de la vida.
Como ya se ha dicho, para muchos fieles la visita a un santuario constituye una ocasión propicia, con frecuencia buscada, para acercarse al sacramento de la Penitencia, y la peregrinación misma se ha entendido y propuesto en el pasado – y también en nuestros días – como una obra de penitencia.
Además, cuando la peregrinación se realiza de modo auténtico, el fiel vuelve del santuario con el propósito de "cambiar de vida", de orientarla hacia Dios más decididamente, de darle una dimensión más trascendente.
Dimensión festiva. En la peregrinación la dimensión penitencial coexiste con la dimensión festiva: también esta se encuentra en el centro de la peregrinación, en la que aparecen no pocos de los motivos antropológicos de la fiesta.
El gozo de la peregrinación cristiana es prolongación de la alegría del peregrino piadoso de Israel: "Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor" (Sal 122,1); es alivio por la ruptura de la monotonía diaria, desde la perspectiva de algo diverso; es aligeramiento del peso de la vida que para muchos, sobre todo para los pobres, es un fardo pesado; es ocasión para expresar la fraternidad cristiana, para dar lugar a momentos de convivencia y de amistad, para mostrar la espontaneidad, que con frecuencia está reprimida.
Dimensión cultual. La peregrinación es esencialmente un acto de culto: el peregrino camina hacia el santuario para ir al encuentro con Dios, para estar en su presencia tributándole el culto de su adoración y para abrirle su corazón.
En el santuario, el peregrino realiza numerosos actos de culto, tanto de orden litúrgico como de piedad popular. Su oración adquiere formas diversas: de alabanza y adoración al Señor por su bondad y santidad; de acción de gracias por los dones recibidos; de cumplimiento de un voto, al que se había obligado el peregrino ante el Señor; de imploración de las gracias necesarias para la vida; de petición de perdón por los pecados cometidos.
Con mucha frecuencia la oración del peregrino se dirige a la Virgen María, a los Ángeles y a los Santos, a quienes reconoce como intercesores válidos ante el Altísimo. Por lo demás, las imágenes veneradas en el santuario son signos de la presencia de la Madre y de los Santos, junto al Señor glorioso, "siempre vivo para interceder" (Heb 7,25) en favor de los hombres y siempre presente en la comunidad que se reúne en su nombre (cfr. Mt 18,20; 28,20). La imagen sagrada del santuario, sea de Cristo, de la Virgen, de los Ángeles o de los Santos, es un signo santo de la presencia divina y del amor providente de Dios; es testigo de la oración, que de generación en generación se ha elevado ante ella como voz suplicante del necesitado, gemido del afligido, júbilo agradecido de quien ha obtenido gracia y misericordia.
Dimensión apostólica. La situación itinerante del peregrino presenta de nuevo, en cierto sentido, la de Jesús y sus discípulos, que recorrían los caminos de Palestina para anunciar el Evangelio de la salvación. Desde este punto de vista, la peregrinación es un anuncio de fe y los peregrinos se convierten en "heraldos itinerantes de Cristo".
Dimensión de comunión. El peregrino que acude al santuario está en comunión de fe y de caridad, no sólo con los compañeros con quienes realiza el "santo viaje" (cfr. Sal 84,6), sino con el mismo Señor, que camina con él, como caminó al lado de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35); con su comunidad de origen, y a través de ella, con la Iglesia que habita en el cielo y peregrina en la tierra; con los fieles que, a lo largo de los siglos, han rezado en el santuario; con la naturaleza que rodea el santuario, cuya belleza admira y que siente movido a respetar; con la humanidad, cuyo sufrimiento y esperanza aparecen en el santuario de diversas maneras, y cuyo ingenio y arte han dejado en él numerosas huellas.

Desarrollo de la peregrinación
PUESTO QUE EL SANTUARIO ES UN LUGAR DE ORACIÓN, ASÍ LA PEREGRINACIÓN ES UN CAMINO DE ORACIÓN. En cada una de las etapas, la oración deberá alentar la peregrinación y la Palabra de Dios deberá ser luz y guía, alimento y apoyo.
El resultado feliz de una peregrinación, en cuanto manifestación cultual, y los mismos frutos espirituales que se esperan de ella, se aseguran disponiendo de manera ordenada las celebraciones y destacando adecuadamente las diversas fases.
LA PARTIDA DE LA PEREGRINACIÓN SE DEBE CARACTERIZAR POR UN MOMENTO DE ORACIÓN, realizado en la iglesia parroquial o en otra que resulte más adecuada, y consiste en la celebración de la Eucaristía o de alguna parte de la Liturgia de las Horas, o en una bendición especial para los peregrinos.
LA ÚLTIMA ETAPA DEL CAMINO SE DEBE CARACTERIZAR POR UNA ORACIÓN MÁS INTENSA; es aconsejable que cuando ya se divise el santuario, el recorrido se haga a pie, procesionalmente, rezando, cantando y deteniéndose en las estaciones que pueda haber en ese trayecto.
La acogida de los peregrinos podrá dar lugar a una especie de "liturgia de entrada", que sitúe el encuentro entre los peregrinos y los encargados del santuario en el plano de la fe; donde sea posible, estos últimos saldrán al encuentro de los peregrinos, para acompañarles en el trayecto final del camino.
La permanencia en el santuario, obviamente, deberá constituir el momento más intenso de la peregrinación y se deberá caracterizar por el compromiso de conversión, convenientemente ratificado en el sacramento de la reconciliación; por expresiones particulares de oración, como el agradecimiento, la súplica, la petición de intercesiones, según las características del santuario y los objetivos de la peregrinación; por la celebración de la Eucaristía, culminación de la peregrinación.
La conclusión de la peregrinación se caracterizará por un momento de oración, en el mismo santuario o en la iglesia de la que han partido; LOS FIELES DARÁN GRACIAS A DIOS POR EL DON DE LA PEREGRINACIÓN Y PEDIRÁN AL SEÑOR LA AYUDA NECESARIA PARA VIVIR CON UN COMPROMISO MÁS GENEROSO LA VOCACIÓN CRISTIANA, UNA VEZ QUE HAYAN VUELTO A SUS HOGARES.
Desde la antigüedad, el peregrino ha querido llevarse algún "recuerdo" del santuario visitado. Se debe procurar que los objetos, imágenes, libros, transmitan el auténtico espíritu del lugar santo. Se debe conseguir que los lugares de venta no estén en el área sagrada del santuario, ni tengan el aspecto de un mercado.

SACADO DEL
DIRECTORIO SOBREPIEDAD POPULAR Y LA LITURGIAPRINCIPIOS Y ORIENTACIONESCongregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos

30 de agosto de 2011

AGENDA DEL MES DE SEPTIEMBRE



- Jueves 01: inicio de la Novena en honor a la Virgen
5:00 pm, Novena, confesiones
6:00 pm santa misa.


- Jueves 08: Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María.

- Sábado 10: Aniv. Legión de María. (1ª Vísperas de Ntra. Sra. De Coromoto).
5:00 pm: escenificación con los niños.
6:00 pm Santa Misa

- Domingo 11: Solemnidad de Ntra. Sra. De Coromoto. Patrona de Venezuela.
8:00 am Santa Misa (Cristo Rey)
11:00 am (San Vicente Ferrer)

- Miércoles 14: Peregrinación al Santuario Santo Cristo de la Salud – Borburata.
* Salida desde Cristo Rey hasta al Santuario Santo Cristo de la Salud a las 12 de la media noche.
* 10: 00 am: Santa Misa presidida por Mons. Saúl Figueroa en unión con el presbiterio diocesano

- Martes 20: Taller para los Sacerdotes de 8:00 am a 12 m

- Sábado 24: Taller para Todos los Laicos (Cámara de Comercio) de 8:00 a 12 m

- Del 26 al 30 RETIRO DE CLERO

2 de agosto de 2011

PASEO CON LOS NIÑOS DE INFANCIA MISIONERA: DIVINO NIÑO












El día sábado 30 de julio realizamos una peregrinación al SANTUARIO DE NUESTRA BEATA MARÍA DER SAN JOSÉ EN MARACAY, con el Grupo de Niños de la infancia misionera DIVINO NIÑO, de la Parroquia Cristo Rey, en Compañía de algunos representantes, las responsables del grupo, algunos catequistas y mi persona.

Comenzamos por concentrar a las 6.30 de la mañana, pues la salida estaba pautada para las 7 am, que no fue posible a esa hora sino a las 8. 15 de la mañana.


Ya en ruta hacia la ciudad jardín, a la altura de Guacara nos paró un inspector de Tránsito, pues al parecer el Chofer iba a exceso de velocidad, porque lo que costó una multa de 700 bs. En Fin, si iba como dice el inspector, bien entonces la multa.


Reandamos nuestro camino hasta que llegamos al SAnrtuario alrededor de las 9.30 am. Los Niños con todo el respeto que merece el lugar, se dirigieron en primer lugar al Santísimo para saludar al Señor. Luego el grupo de infancia del santuario, compartió un poco con la musica, el Himno de infancia, para penetrar un poco en lo sagrado. Después dos jovenes del Grupo Renacer Agustiniano les explicaron a los pequeños, quién era la beata, su vida, sus virtudes y su entrega.


Inmediatamente nos prepraramos para celebrar la Santa Misa, tanto nuestro grupo, como el del santuario, así como de otros fieles que visitan siempre a la Beata.

Luego de la Santa misa, celebrada con todo el cariño y decoro de los niños, pasamos al museo donde están los diversos recuerdos en acción de gracias por favores recibidos, reliquias de la madre así como instrumentos del momento.


Entre fotos, alegría y compartir, los niños estaban super contentos, bueno, todos estábamos felices por el dia tan maravilloso.


Pasamos también a ver la casa de las hermanas agustinas y sus alrededores, después en un salón que nos facilitó la hermana Cecilia, preparamos a los niños y todos nosotros también, al suculento almuerzo.


Seguimos tomando fotos, y como a las 2. de la tarde retornamos a nuestra parroquia Cristo Rey.

Alabado sea nuestro Señor Jesucristo.


Quien nos ama nos ayuda...




18 de julio de 2011

EL SACERDOTE CONFESOR Y DIRECTOR ESPIRITUAL MINISTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA

CONGREGACIÓN PARA EL CLEROEL SACERDOTECONFESOR Y DIRECTOR ESPIRITUALMINISTRO DE LA MISERICORDIA DIVINA
EXAMEN DE CONCIENCIA PARA LOS SACERDOTES
1. « Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad » (Jn 17,19)
¿Me propongo seriamente la santidad en mi sacerdocio? ¿Estoy convencido de que la fecundidad de mi ministerio sacerdotal viene de Dios y que, con la gracia del Espíritu Santo, debo identificarme con Cristo y dar mi vida por la salvación del mundo?
2. « Éste es mi cuerpo » (Mt 26,26)
¿El santo sacrificio de la Misa es el centro de mi vida interior? ¿Me preparo bien, celebro devotamente y después, me recojo en acción de gracias? ¿Constituye la Misa el punto de referencia habitual de mi jornada para alabar a Dios, darle gracias por sus beneficios, recurrir a su benevolencia y reparar mis pecados y los de todos los hombres?
3. « El celo por tu casa me devora » (Jn 2,17)
¿Celebro la Misa según los ritos y las normas establecidas, con auténtica motivación, con los libros litúrgicos aprobados? ¿Estoy atento a las sagradas especies conservadas en el tabernáculo, renovándolas periódicamente? ¿Conservo con cuidado los vasos sagrados? ¿Llevo con dignidad todos las vestidos sagrados prescritos por la Iglesia, teniendo presente que actúo in persona Christi Capitis?
4. « Permaneced en mi amor » (Jn 15,9)
¿Me produce alegría permanecer ante Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento, en mi meditación y silenciosa adoración? ¿Soy fiel a la visita cotidiana al Santísimo Sacramento? ¿Mi tesoro está en el Tabernáculo?
5. « Explícanos la parábola » (Mt 13,36)
¿Realizo todos los días mi meditación con atención, tratando de superar cualquier tipo distracción que me separe de Dios, buscando la luz del Señor que sirvo? ¿Medito asiduamente la Sagrada Escritura? ¿Rezo con atención mis oraciones habituales?
6. Es preciso « orar siempre sin desfallecer » (Lc 18,1)
¿Celebro cotidianamente la Liturgia de las Horas integralmente, digna, atenta y devotamente? ¿Soy fiel a mi compromiso con Cristo en esta dimensión importante de mi ministerio, rezando en nombre de toda la Iglesia?
7. « Ven y sígueme » (Mt 19,21)
¿Es, nuestro Señor Jesucristo, el verdadero amor de mi vida? ¿Observo con alegría el compromiso de mi amor hacia Dios en la continencia del celibato? ¿Me he detenido conscientemente en pensamientos, deseos o actos impuros; he mantenido conversaciones inconvenientes? ¿Me he puesto en la ocasión próxima de pecar contra la castidad? ¿He custodiado mi mirada? ¿He sido prudente al tratar con las diversas categorías de personas? ¿Representa mi vida, para los fieles, un testimonio del hecho de que la pureza es algo posible, fecundo y alegre?
8. « ¿Quién eres Tú? » (Jn 1,20)
En mi conducta habitual, ¿encuentro elementos de debilidad, de pereza, de flojedad? ¿Son conformes mis conversaciones al sentido humano y sobrenatural que un sacerdote debe tener? ¿Estoy atento a actuar de tal manera que en mi vida no se introduzcan particulares superficiales o frívolos? ¿Soy coherente en todas mis acciones con mi condición de sacerdote?
9. « El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza » (Mt 8,20)
¿Amo la pobreza cristiana? ¿Pongo mi corazón en Dios y estoy desapegado, interiormente, de todo lo demás? ¿Estoy dispuesto a renunciar, para servir mejor a Dios, a mis comodidades actuales, a mis proyectos personales, a mis legítimos afectos? ¿Poseo cosas superfluas, realizo gastos no necesarios o me dejo conquistar por el ansia del consumismo? ¿Hago lo posible para vivir los momentos de descanso y de vacaciones en la presencia de Dios, recordando que soy siempre y en todo lugar sacerdote, también en aquellos momentos?
10. « Has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños » (Mt 11,25)
¿Hay en mi vida pecados de soberbia: dificultades interiores, susceptibilidad, irritación, resistencia a perdonar, tendencia al desánimo, etc.? ¿Pido a Dios la virtud de la humildad?
11. « Al instante salió sangre y agua » (Jn 19,34)
¿Tengo la convicción de que, al actuar “en la persona de Cristo” estoy directamente comprometido con el mismo cuerpo de Cristo, la Iglesia? ¿Puedo afirmar sinceramente que amo a la Iglesia y que sirvo con alegría su crecimiento, sus causas, cada uno de sus miembros, toda la humanidad?
12. « Tú eres Pedro » (Mt 16,18)
Nihil sine Episcopo – nada sin el Obispo – decía San Ignacio de Antioquía: ¿están estas palabras en la base de mi ministerio sacerdotal? ¿He recibido dócilmente órdenes, consejos o correcciones de mi Ordinario? ¿Rezo especialmente por el Santo Padre, en plena unión con sus enseñanzas e intenciones?
13. « Que os améis los unos a los otros » (Jn 13,34)
¿He vivido con diligencia la caridad al tratar con mis hermanos sacerdotes o, al contrario, me he desinteresado de ellos por egoísmo, apatía o indiferencia? ¿He criticado a mis hermanos en el sacerdocio? ¿He estado al lado de los que sufren por enfermedad física o dolor moral? ¿Vivo la fraternidad con el fin de que nadie esté solo? ¿Trato a todos mis hermanos sacerdotes y también a los fieles laicos con la misma caridad y paciencia de Cristo?
14. « Yo soy el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6)
¿Conozco en profundidad las enseñanzas de la Iglesia? ¿Las asimilo y las transmito fielmente? ¿Soy consciente del hecho de que enseñar lo que no corresponde al Magisterio, tanto solemne como ordinario, constituye un grave abuso, que causa daño a las almas?
15. « Vete, y en adelante, no peques más » (Jn 8,11)
El anuncio de la Palabra de Dios ¿conduce a los fieles a los sacramentos? ¿Me confieso con regularidad y con frecuencia, conforme a mi estado y a las cosas santas que trato? ¿Celebro con generosidad el Sacramento de la Reconciliación? ¿Estoy ampliamente disponible a la dirección espiritual de los fieles dedicándoles un tiempo específico? ¿Preparo con cuidado la predicación y la catequesis? ¿Predico con celo y con amor de Dios?
16. « Llamó a los que él quiso y vinieron junto a él » (Mc 3,13)
¿Estoy atento a descubrir los gérmenes de vocación al sacerdocio y a la vida consagrada? ¿Me preocupo de difundir entre todos los fieles una mayor conciencia de la llamada universal a la santidad? ¿Pido a los fieles rezar por las vocaciones y por la santificación del clero?
17. « El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir » (Mt 20,28)
¿He tratado de donarme a los otros en la vida cotidiana, sirviendo evangélicamente? ¿Manifiesto la caridad del Señor también a través de las obras? ¿Veo en la Cruz la presencia de Jesucristo y el triunfo del amor? ¿Imprimo a mi cotidianidad el espíritu de servicio? ¿Considero también el ejercicio de la autoridad vinculada al oficio una forma imprescindible de servicio?
18. « Tengo sed » (Jn 19,28)
¿He rezado y me he sacrificado verdaderamente y con generosidad por las almas que Dios me ha confiado? ¿Cumplo con mis deberes pastorales? ¿Tengo también solicitud de las almas de los fieles difuntos?
19. « ¡Ahí tienes a tu hijo! ¡Ahí tienes a tu madre! » (Jn 19,26-27)
¿Recurro lleno de esperanza a la Santa Virgen, Madre de los sacerdotes, para amar y hacer amar más a su Hijo Jesús? ¿Cultivo la piedad mariana? Reservo un espacio en cada jornada al Santo Rosario? ¿Recurro a su materna intercesión en la lucha contra el demonio, la concupiscencia y la mundanidad?
20. « Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23,44)
¿Soy solícito en asistir y administrar los sacramentos a los moribundos? ¿Considero en mi meditación personal, en la catequesis y en la ordinaria predicación la doctrina de la Iglesia sobre los Novísimos? ¿Pido la gracia de la perseverancia final e invito a los fieles a hacer lo mismo? ¿Ofrezco frecuentemente y con devoción los sufragios por las almas de los difuntos?


Apéndice II ORACIONES
Oración del sacerdote antes de escuchar las confesiones
Dame, Señor, la sabiduría que me asista cuando me encuentro en el confesionario, para que sepa juzgar a tu pueblo con justicia y a tus pobres con juicio. Haz que utilice las llaves del Reino de los cielos para que no abra a nadie que merece que esté cerrado y no cierre a quien merece que esté abierto. Haz que mi intención sea pura, mi celo sincero, mi caridad paciente y mi trabajo fecundo.
Que sea dócil pero no débil, que mi seriedad no sea severa, que no desprecie al pobre ni alague al rico. Haz que sea amable al confortar a los pecadores, prudente al interrogarlos y experto al instruirlos. Te pido me concedas la gracia de ser capaz de alejarlos del mal, diligente en confirmarlos en el bien; que les ayude a ser mejores con la madurez de mis respuestas y con la rectitud de mis consejos; que ilumine lo que es oscuro, siendo sagaz en los temas complejos y victorioso en los difíciles; que no me detenga en coloquios inútiles ni me deje contagiar por lo que está corrompido; que, salvando a los demás, no me pierda a mí mismo. Amén.
Oratio sacerdotis antequam confessiones excipiat
Da mihi, Dómine, sédium tuárum assistrícem sapiéntiam, ut sciam iudicáre pópulum tuum in iustítia, et páuperes tuos in iudício. Fac me ita tractáre claves regni cælórum, ut nulli apériam, cui claudéndum sit, nulli claudam, cui aperiéndum. Sit inténtio mea pura, zelus meus sincérus, cáritas mea pátiens, labor meus fructuósus.
Sit in me lénitas non remíssa, aspéritas non sevéra; páuperem ne despíciam, díviti ne adúler. Fac me ad alliciéndos peccatóres suávem, ad interrogándos prudéntem, ad instruéndos perítum.
Tríbue, quæso, ad retrahéndos a malo sollértiam, ad confirmandos in bono sedulitátem, ad promovéndos ad melióra indústriam: in respónsis maturitátem, in consíliis rectitúdinem, in obscúris lumen, in impléxis sagacitátem, in árduis victóriam: inutílibus collóquiis ne detínear, pravis ne contáminer; álios salvem, me ipsum non perdam. Amen.
Oración del sacerdote después de haber escuchado confesiones
Señor, Jesucristo, dulce amante y santificador de las almas, te ruego, con la infusión del Espíritu Santo, que purifiques mi corazón de todo sentimiento o pensamiento viciado y que suplas, con tu infinita piedad y misericordia, todo lo que en mi ministerio sea causa de pecado, por mi ignorancia o negligencia. Confío a tus amabilísimas heridas todas las almas que has conducido a la penitencia y santificado con tu preciosisima Sangre, para que tú las custodies todas en el temor a ti y las conserves con tu amor, las sostengas cada día con mayores virtudes y las conduzcas a la vida eterna. Tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Señor, Jesucristo, Hijo del Dios viviente, recibe este mi ministerio como ofrenda por aquel amor dignísimo con el que escuchaste a Santa María Magdalena y a todos los pecadores que a ti han recurrido, y cualquier cosa haya hecho de forma negligente o con menor dignidad en la celebración de este Sacramento, súplela y satisfácela dignamente. Confío a tu dulcísimo Corazón a todos y a cada uno de los que he confesado y te ruego que los custodies y los preserves de cualquier recaída y que los conduzcas, después de las miserias de esta vida, a las alegrías eternas. Amén.
Oratio sacerdotis postquam confessiones exceperit
Dómine Iesu Christe, dulcis amátor et sanctificátor animárum, purífica, óbsecro, per infusiónem Sancti Spíritus cor meum ab omni affectióne et cogitatióne vitiósa, et quidquid a me in meo múnere sive per neglegéntiam, sive per ignorántiam peccátum est, tua infiníta pietáte et misericórdia supplére dignéris. Comméndo in tuis amabilíssimis vul-néribus omnes ánimas, quas ad pæniténtiam traxísti, et tuo pretiosíssimo Sánguine sanctificásti, ut eas a peccátis ómnibus custódias et in tuo timóre et amóre consérves, in virtútibus in dies magis promóveas, atque ad vitam perdúcas ætérnam: Qui cum Patre et Spíritu Sancto vivis et regnas in sǽcula sæculórum. Amen.
Dómine Iesu Christe, Fili Dei vivi, súscipe hoc obséquii mei ministérium in amóre illo superdigníssimo, quo beátam Maríam Magdalénam omnésque ad te confugiéntes peccatóres absolvísti, et quidquid in sacraménti huius administratione neglegénter minúsque digne perféci, tu per te supplére et satisfácere dignéris. Omnes et síngulos, qui mihi modo conféssi sunt, comméndo dulcíssimo Cordi tuo rogans, ut eósdem custódias et a recidíva præsérves atque post huius vitæ misériam mecum ad gáudia perdúcas ætérna. Amen.

5 de abril de 2011

JURAMENTO DE FIDELIDAD

Yo. N., al asumir el oficio de párroco de esta parroquia, prometo mantenerme siempre en comunión con la Iglesia católica, tanto en lo que exprese de palabra como en mi manera de obrar.

Cumpliré con gran diligencia y fidelidad las obligaciones a las que estoy comprometido con la Iglesia tanto universal como particular, en la que he sido llamado a ejercer mi servicio, según lo establecido por el Derecho.

En el ejercicio del ministerio que me ha sido confiado en nombre de Iglesia, conservaré íntegro el depósito de la fe y lo trasmitiré y explicaré fielmente; evitando, por tanto, cualesquiera doctrina que le sea contraria.

Seguiré y promoveré la disciplina común a toda la Iglesia, observaré todas las leyes eclesiásticas, ante todo aquellas contenidas en el Código de Derecho Canónico.

Con obediencia cristiana acataré lo que enseñan los sagrados Pastores, como doctores y maestros auténticos de la fe, y lo que establezcan como guías de la Iglesia, y ayudaré fielmente a mi Obispo diocesano, para que la acción apostólica que he de ejercer en nombre y por mandato de la Iglesia, se realice siempre en comunión con ella.

29 de marzo de 2011

XIII ANIVERSARIO DE AQUEL 29 DE MARZO DE 1998

«El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39).



“Sintámonos identificados con los personajes que en el camino tomaron parte del drama de Jesús. Algunos con su pecado, crueldad, indiferencia; y otro con su compasión, conversión y con su fe” (MONS. WILLIAM GUERRA, “Camino a la Cruz”, Dom. 23 de marzo de 1986, Pasión del Señor). El Vía Crucis del Señor es el camino de la Cruz, pero nuestro Vía Crucis no desemboca en la muerte, sino que nos conduce a la vida. Nuestro camino a la Cruz comienza con la invitación de Cristo: TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME” (MONS. WILLIAM GUERRA “Camino a la Cruz”, Pasión del Señor, 5-IV-1987).
Hoy al cumplirse trece años del fallecimiento de Mons. William Guerra, elevamos súplicas a Dios por su eterno descanso y para que esté reinando junto al coro de los mártires.
En estas dos frases con que he iniciado estas cortas letras, se reflejan bien lo que fue aquel 29 de marzo de 1998, en donde por un lado, muchos acompañaron con lágrimas, llanto, oración, dolor, el féretro de Mons. William mientras avanzaba hacía el Rosario desde la Av. Bolívar; pero por otro, la realidad vivida en carne propia de Mons. William de unirse a Cristo a través de la Pasión, más aún, cuando entrábamos en las Vísperas de la semana Mayor, la semana Santa (de aquél año). Y entrar en los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (que pronto celebraremos), es entrar en nuestro MISTERIO DE FE (Cf. CCE. 2558); y con la experiencia de fe vivida en sí mismo Mons. William nos ayudará a intensificar más nuestra adhesión a Cristo el Señor. La fecundidad de su sangre derramada, que recibió toda la fuerza del sacrificio redentor de Cristo en la Cruz (Cf. Lc. 12, 50; Heb. 2, 14-18; 5, 7-9; 7, 26-28; 9, 11-28; 10, 11-18; 1Cor. 15, 17), tiene que proyectar una misma fuerza irradiadora también para el hombre y la mujer de hoy, especialmente para el hombre y la mujer de esta tierra porteña donde él se donó, porque la fuerza del martirio es para todos un desafío formidable, una interpretación audaz, un llamado profundo a una vivencia cristiana madura, plena y misionera.
El martirio es, pues, también exaltación de la perfecta «humanidad» y de la verdadera «vida» de la persona, como atestigua san Ignacio de Antioquía dirigiéndose a los cristianos de Roma, lugar de su martirio: “Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios” (Carta a los Romanos 6,1-9,3,). “Ellos, los mártires,- comenta San Agustín – extendieron sus cuerpos en el suelo como si fueran vestiduras, cuando pasaba el pollino que llevaba al Señor a Jerusalén” (San Agustín, Sermón, 180).
El martirio es “una forma de amor total a Dios”, se funda “en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida”, y la fuerza para afrontarlo viene “la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo” (Benedicto XVI, audiencia general 11 agosto 2010).
Su martirio nos hace comprender como ha ofrecido toda su vida, casi siempre en el silencio y en la humildad del trabajo cotidiano, “por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo”. Ese era Mons. William: un apasionado de Cristo y por mostrar a través de su vida al Mundo al mismo Cristo, pues era Alter Chritus, Ipse Chritus. Su compromiso radical y total fue la proclamación del Evangelio de Jesucristo, hecho no sólo con palabras sino con el testimonio de su vida, en situaciones de sufrimiento, de pobreza, de tensión, de violencia... sin discriminación de ningún tipo, sino con el único objetivo de hacer concreto el amor del Padre y promover a la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.
Por eso, y como nos comenta nuestro Santo Padre: “Nuestro mundo continúa estando marcado por la violencia, especialmente contra los discípulos de Cristo” (Ángelus del 26 de diciembre del 2010), y hoy, junto al recuerdo de un año más del asesinato de Mons. William, pero con profunda fe, esperanza y gratitud a Dios, por su Vida, se eleva como incienso a la presencia de Dios “EL DÍA DE LA NO VIOLENCIA”. Para ello, tenemos que ser hombres y mujeres de PAZ, como lo fue Mons. William. Ser hombre y mujeres íntegros en nuestra conducta. Vivir de acuerdo a la FE y los Valores que Cristo nos propone para reflejarlos en el mundo.
Hoy, en una Santa Misa Solemne nos uniremos para CELEBRAR la Vida, no la muerte; encomendar al VIVO (JESUCRISTO), no al MUERTO, la misma Vida de Mons. William, al lado de sus familiares, y de amigos que le queremos. Sirva, pues, esta bella oración que Mons. William hacia para un Lunes Santo, para agradecer a Dios en medios de nuestros acontecimientos cotidiano aquello que nos dijo Jesús: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39):
“Señor, Jesucristo, de la oscuridad del dolor hiciste surgir la luz. Concédeme la humilde simplicidad de la fe, que no se desvanece cuando nos acosa la oscuridad y el abandono, cuanto todo se torna problemático. Concédenos en nuestros tiempos difíciles la luz suficiente para no perderte de vista. Haz brillar sobre nosotros la fuerza de tu alegría y la luz de tu amor”.