29 de marzo de 2011

XIII ANIVERSARIO DE AQUEL 29 DE MARZO DE 1998

«El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39).



“Sintámonos identificados con los personajes que en el camino tomaron parte del drama de Jesús. Algunos con su pecado, crueldad, indiferencia; y otro con su compasión, conversión y con su fe” (MONS. WILLIAM GUERRA, “Camino a la Cruz”, Dom. 23 de marzo de 1986, Pasión del Señor). El Vía Crucis del Señor es el camino de la Cruz, pero nuestro Vía Crucis no desemboca en la muerte, sino que nos conduce a la vida. Nuestro camino a la Cruz comienza con la invitación de Cristo: TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME” (MONS. WILLIAM GUERRA “Camino a la Cruz”, Pasión del Señor, 5-IV-1987).
Hoy al cumplirse trece años del fallecimiento de Mons. William Guerra, elevamos súplicas a Dios por su eterno descanso y para que esté reinando junto al coro de los mártires.
En estas dos frases con que he iniciado estas cortas letras, se reflejan bien lo que fue aquel 29 de marzo de 1998, en donde por un lado, muchos acompañaron con lágrimas, llanto, oración, dolor, el féretro de Mons. William mientras avanzaba hacía el Rosario desde la Av. Bolívar; pero por otro, la realidad vivida en carne propia de Mons. William de unirse a Cristo a través de la Pasión, más aún, cuando entrábamos en las Vísperas de la semana Mayor, la semana Santa (de aquél año). Y entrar en los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo (que pronto celebraremos), es entrar en nuestro MISTERIO DE FE (Cf. CCE. 2558); y con la experiencia de fe vivida en sí mismo Mons. William nos ayudará a intensificar más nuestra adhesión a Cristo el Señor. La fecundidad de su sangre derramada, que recibió toda la fuerza del sacrificio redentor de Cristo en la Cruz (Cf. Lc. 12, 50; Heb. 2, 14-18; 5, 7-9; 7, 26-28; 9, 11-28; 10, 11-18; 1Cor. 15, 17), tiene que proyectar una misma fuerza irradiadora también para el hombre y la mujer de hoy, especialmente para el hombre y la mujer de esta tierra porteña donde él se donó, porque la fuerza del martirio es para todos un desafío formidable, una interpretación audaz, un llamado profundo a una vivencia cristiana madura, plena y misionera.
El martirio es, pues, también exaltación de la perfecta «humanidad» y de la verdadera «vida» de la persona, como atestigua san Ignacio de Antioquía dirigiéndose a los cristianos de Roma, lugar de su martirio: “Por favor, hermanos, no me privéis de esta vida, no queráis que muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que imite la pasión de mi Dios” (Carta a los Romanos 6,1-9,3,). “Ellos, los mártires,- comenta San Agustín – extendieron sus cuerpos en el suelo como si fueran vestiduras, cuando pasaba el pollino que llevaba al Señor a Jerusalén” (San Agustín, Sermón, 180).
El martirio es “una forma de amor total a Dios”, se funda “en la muerte de Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que pudiéramos tener la vida”, y la fuerza para afrontarlo viene “la profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a una iniciativa y a una llamada de Dios, son un don de su gracia, que nos hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo” (Benedicto XVI, audiencia general 11 agosto 2010).
Su martirio nos hace comprender como ha ofrecido toda su vida, casi siempre en el silencio y en la humildad del trabajo cotidiano, “por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al mundo”. Ese era Mons. William: un apasionado de Cristo y por mostrar a través de su vida al Mundo al mismo Cristo, pues era Alter Chritus, Ipse Chritus. Su compromiso radical y total fue la proclamación del Evangelio de Jesucristo, hecho no sólo con palabras sino con el testimonio de su vida, en situaciones de sufrimiento, de pobreza, de tensión, de violencia... sin discriminación de ningún tipo, sino con el único objetivo de hacer concreto el amor del Padre y promover a la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.
Por eso, y como nos comenta nuestro Santo Padre: “Nuestro mundo continúa estando marcado por la violencia, especialmente contra los discípulos de Cristo” (Ángelus del 26 de diciembre del 2010), y hoy, junto al recuerdo de un año más del asesinato de Mons. William, pero con profunda fe, esperanza y gratitud a Dios, por su Vida, se eleva como incienso a la presencia de Dios “EL DÍA DE LA NO VIOLENCIA”. Para ello, tenemos que ser hombres y mujeres de PAZ, como lo fue Mons. William. Ser hombre y mujeres íntegros en nuestra conducta. Vivir de acuerdo a la FE y los Valores que Cristo nos propone para reflejarlos en el mundo.
Hoy, en una Santa Misa Solemne nos uniremos para CELEBRAR la Vida, no la muerte; encomendar al VIVO (JESUCRISTO), no al MUERTO, la misma Vida de Mons. William, al lado de sus familiares, y de amigos que le queremos. Sirva, pues, esta bella oración que Mons. William hacia para un Lunes Santo, para agradecer a Dios en medios de nuestros acontecimientos cotidiano aquello que nos dijo Jesús: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-39):
“Señor, Jesucristo, de la oscuridad del dolor hiciste surgir la luz. Concédeme la humilde simplicidad de la fe, que no se desvanece cuando nos acosa la oscuridad y el abandono, cuanto todo se torna problemático. Concédenos en nuestros tiempos difíciles la luz suficiente para no perderte de vista. Haz brillar sobre nosotros la fuerza de tu alegría y la luz de tu amor”.