26 de abril de 2012

XLIX JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES. EL SACERDOTE, CORAZÓN DE PASTOR


“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas…Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen…Tengo otras ovejas que no son de este redil, a esas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla, y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre” (Jn. 10,11-18).



El buen pastor conoce a cada una de sus ovejas, las llama por su nombre. En este cuidado solícito y amoroso, hay un recordatorio de nuestro ser pastores de la Iglesia; sí, queridos amigos, en un diálogo con el Señor, siempre presente en medio de nosotros en la Eucaristía [en su cuerpo, alma, sangre y divinidad], sea él quien nos hable. No les niego, no es fácil compartir unas líneas con otros hermanos sacerdotes. Pero les diré como llegó a decir el Cardenal Van Tuan, cuando comenzaba a dar sus ejercicios espirituales a la Curia romana, contando esta bella historia: «La de un famoso predicador que fascinaba al público. Delante de su púlpito, un viejecito seguía fielmente todos sus sermones. El predicador estaba muy contento de su éxito. Un día se le apareció un ángel: “Me congratulo contigo por tus conferencias… ¡Eres excelente! Pero ¿Recuerdas a ese viejecito que viene siempre a escucharte?”. “Sí, lo he visto”, responde el predicador. Y el ángel añade: “Que sepas que él viene, no para escucharte, sino PARA REZAR POR TI. GRACIAS A SUS ORACIONES, TUS SERMONES HACEN TANTO BIEN A LOS FIELES”. Por eso, les digo, terminaba el Cardenal, cuento con sus oraciones. Igualmente yo, pido sus oraciones».


“Yo soy el buen pastor” (Jn. 10, 11. 14). Estas palabras de Cristo resonarán en toda la Iglesia, en el IV domingo de Pascua. Él, el Señor, es el Pastor que da la vida por su grey. En él se cumple la promesa que el Dios de Israel hizo por boca de los profetas: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él” (Ez 34, 11). “El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn. 10, 11). Cristo apacienta al pueblo de Dios con la fuerza de su amor, entregándose a sí mismo como sacrificio. Cumple su misión de pastor convirtiéndose en Cordero inmolado. Sacerdos et hostia.


San Pedro nos exhorta: “Apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana según Dios, no por mezquino afán de lucro, sino de CORAZÓN” (1P. 5, 2). Nuestra solicitud, como sacerdotes ha de ser ejemplar. Jesús, cuando nos llamó, lo hizo con imperio y ternura, como Yahvé a sus profetas y enviados: Moisés, Samuel, Isaías... Nunca los llamados merecieron en modo alguno la vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus condiciones personales, “nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su designio” (2 Tim 1, 9).


“Recuerden [los presbíteros] que su ministerio sacerdotal (...) está ordenado — de manera particular — a la gran solicitud del Buen Pastor, que es la solicitud por la salvación de todo hombre. Todos debemos recordar esto: que a ninguno de nosotros es lícito merecer el nombre de mercenario, o sea, uno que no es pastor dueño de las ovejas, uno que ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, porque es asalariado y no le importan las ovejas. La solicitud de todo buen pastor es que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna. Esforcémonos para que esta solicitud penetre profundamente en nuestras almas: tratemos de vivirla. Sea ella la que caracterice nuestra personalidad, y esté en la base de nuestra identidad sacerdotal” (Beato Juan Pablo II, Carta a todos los sacerdotes, n. 7).


Nuestro ministerio está ordenado al gran Cuidado del Buen Pastor que es la solicitud por la salvación de todos los hombres: “Tengo otras ovejas que no son de este redil, a esas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor” (Jn. 10, 16)


“La atención particular por la salvación de los demás – escribió el Beato Juan Pablo II –, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios que se encomienda a los sacerdotes se realiza de diversas maneras” (y que debemos tenerla muy presenta en nuestro esfuerzo diario). Son varios los caminos: pastoral parroquial, tierras de misión, la enseñanza, lo enfermos, el dolor, que no se pueden separar; el mismo estudio (que el Santo Padre Benedicto XVI, nos dice: familiaridad con la Sagrada Escritura), el trabajo personal (del que a veces huimos) que se concreta en nuestro centro vital como es la Eucaristía diaria, la oración personal, para sentir la llamada divina en medio de tantas voces que llenan la vida diaria (Cf. Benedicto XVI, con ocasión de la XLIX jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2012), el compartir la mesa, etc.,). “A pesar de sus diferencias, sigue diciendo el Beato Juan Pablo II, son siempre y en todo lugar caminos de nuestra específica vocación: sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote y del Carisma del Buen Pastor…” (Carta con ocasión del Jueves Santo, 1979)


Por eso, podíamos decir cuatro son las condiciones (aunque se pueden decir más) que debe reunir el buen pastor ¿Dónde se adquiere? Lógico que desde la formación en el seminario, pero va fortaleciéndose aún más en el día a día (oración, confesión y Santa Misa).


En primer lugar, EL AMOR: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño (Jn. 21,15-25). “En el Hijo Jesús –afirma el Apóstol– «nos eligió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef. 1,4). Somos amados por Dios incluso “antes” de venir a la existencia. Movido exclusivamente por su amor incondicional, él nos “creó de la nada” (cf. 2M 7,28) para llevarnos a la plena comunión con Él…El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo” (Benedicto XVI, con ocasión de la XLIX jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 2012). LA VIGILANCIA, para estar atento a las necesidades de las ovejas (c. 212 § 2 y 3). En tercer lugar, LA DOCTRINA, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. El Pueblo de Dios tiene derecho a escuchar de los labios de sus sacerdotes la Palabra íntegra, sin adulterarla, sin arrancar páginas. Tiene derecho igualmente a que le entreguemos la doctrina genuina, sin reduccionismos, en comunión estrecha con el Magisterio del Papa y de los Obispos. “No anunciamos teorías y opiniones privadas, sino la fe de la Iglesia, de la cual somos servidores” (Benedicto XVI, Misa Crismal 2012). Y finalmente LA SANTIDAD E INTEGRIDAD DE VIDA; ésta es la principal de todas las virtudes. Si fuéramos más santos, más celosos, más ejemplares y apostólicos, místicos y testigos al mismo tiempo, con una fuerte experiencia de Dios, florecería más la vida cristiana de nuestro pueblo, que necesita del acompañamiento cercano de sacerdotes santos.


El aburguesamiento espiritual y la tibieza es la situación espiritual más peligrosa que puede acechar a un cristiano, y mucho más a un sacerdote, porque el tibio no es consciente de su situación ni de los peligros que le amenazan. En consecuencia, no siente la necesidad de convertirse. Tenemos que ser “testigos e instrumentos de la misericordia divina, somos y debemos ser hombres que sepan infundir esperanza y hacer obras de paz y reconciliación” (Beato Juan Pablo II). “Sin mí, no podéis hacer nada” (Jn. 15, 5), Este «nada» es el signo de una dependencia total, de la necesidad del desprendimiento de nosotros mismos, pero es también el signo de la grandeza del don que hemos recibido.


Se trata de consejos que nos pide llevar una vida espiritual intensa, rica de aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que está llamada a ser como Cristo Buen Pastor. “Es poner en práctica una serie de elementos como son: La identidad con Cristo; Unidad de vida; Un camino especifico hacia la Santidad; la fidelidad a la disciplina eclesiástica; Conocer y amar la comunión eclesial; y sentido de lo universal en lo particular” (Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, El presbítero, Pastor y Guía de la comunidad).


“De la abundancia del corazón es que habla la boca” (Mt 12, 34). Nuestra vida, ha de asemejarse al Corazón de Cristo, el Buen Pastor, nuestro único modelo (es vernos por dentro como somos y si correspondemos a los mismos sentimientos de Cristo o estamos divididos [Cf. Fil. 2, 5]). “Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y al Espíritu Santo y a Santa María” (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 166).


El trato con el Señor nos capacita para amar más. Y amar, como amó (y me ama) Cristo.


Ante todo esto ¿Qué se espera de nosotros? Que seamos santo (aunque nunca lleguemos a ser elevado a los altares) y que, siéndolos, ayudemos a otros a serlo también. O, cuando menos, a ser menos pecadores. Ver virtudes como fidelidad, coherencia de vida, sabiduría, la acogida a todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, el desprendimiento personal, ya que muchas veces estamos apegados a cosas materiales que nos aleja del Señor, de su corazón. Ponemos nuestra confianza en cosas que no llenan el corazón. Lo que nuestro corazón anhela es Cristo, nuestro ideal profundo, quien cautiva nuestra vida; y la Iglesia es el camino y campo de acción. Él sólo con sus palabras y mirada cautivó el corazón de sus Apóstoles; y hoy presente en el altar, en el Sagrario, nuevamente dirige su mirada a cada uno de nosotros. Él sigue siendo hoy el motivo de vivir de millones de personas, y ejemplo de ello, somos nosotros que hemos dejado todo, por entregarle nuestro corazón al recibir su llamada, y a la que buscamos corresponderle. Por eso, Señor, te damos gracias, por la maravillas que realizas en nosotros en cada Eucaristía; queremos imitarte, seguirte sólo a ti, y reunir en un solo rebaño a tus hijos dispersos, la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, etc.


Cristo es el camino de nuestra realización; y el cultivo de nuestra personalidad está fundada en lanzarnos en una prodigiosa entrega a los demás: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas, en generosidad sin límites; en una donación total sin división.


Todo esto es posible, desde el seminario que es la gran escuela del Evangelio. Y como dice un texto de la segunda Biblia del seminarista, como es la Pastores Dabo Vobis (así la conocí en mis primeros años de formación en el seminario, y que seguramente muchas veces han meditado cada uno al leerla. A mí siempre me ha servido en mi camino no sólo del seminario, sino también ahora como sacerdote): “el seminario debe ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure el proceso, de manera que el ha sido llamado por Dios al sacerdocio – tu y yo – pueda llegar a ser una imagen viva de Jesucristo Cabeza y PASTOR de la Iglesia…vivir en el seminario, escuela del Evangelio, es vivir en el seguimiento de Cristo como los apóstoles; es dejarse educar por él para el servicio del Padre y de los hombres, bajo la conducción del Espíritu Santo. Más aún, es DEJARSE CONFIGURAR CON CRISTO BUEN PASTOR para un mejor servicio sacerdotal en la Iglesia y en el mundo. Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ¿ME AMAS? Para el futuro sacerdote, la respuesta no puede ser sino el don total de su vida” (PDV. 42 c)


El Señor es mi pastor nada me falta (Ps. 22.1) junto aguas de reposo me pastoreará, confortará mi alma. El sacerdote es el hombre de la Palabra, a quien corresponde la tarea de llevar el anuncio evangélico a los hombres y a las mujeres de su tiempo. Debe hacerlo con gran sentido de responsabilidad, comprometiéndose a estar siempre en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia. Es también el hombre de la Eucaristía, mediante la cual penetra en el corazón del misterio pascual. Especialmente en la santa misa siente la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús, buen Pastor, sumo y eterno Sacerdote. Todo ello es posible, en cada uno, de lo que hagamos en nuestro itinerario de vida, que comenzó en el seminario, y lo vamos fortaleciendo en el día a día. Siempre tengo muy vivas y presente en mi vida personal aquellas palabras de mi primer rector Mons. José Francisco Jiménez: “Todo cuanto dejes de hacer en el seminario, después como Sacerdote no lo harás…”. Por eso, hemos de aprovechar todos los medios que se nos brindan para nuestra vida sacerdotal, y no desperdiciarlos. Que no se haya quedado sólo en nuestro paso por el Seminario.


Por eso, alimentados de la palabra de Dios; conversando todos los días con Cristo realmente presente en el Sacramento del altar, nos dejamos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongamos la adoración eucarística en los momentos importantes de nuestra vida, en las decisiones personales y difíciles, al inicio y al final de nuestras jornadas. Configurados con Cristo, Buen Pastor, seremos los ministros de la misericordia divina.


Pero, para poder cumplir dignamente la misión que se nos confió, debemos mantenernos constantemente unidos a Dios en la oración, y experimentar nosotros mismos su amor misericordioso mediante una práctica regular de la confesión, dejándonos también guiar por expertos consejeros espirituales. Esto tener nuestro corazón metido en el corazón del Buen Pastor. Toma Señor mi corazón, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te lo entrego todo.


La Virgen María, que al pie de la cruz se unió al sacrificio de su Hijo y que él nos dio como Madre, nos asista con su intercesión, para que seamos imagen fiel del buen Pastor en medio de nuestros hermanos, en medio de nuestras comunidades parroquiales. Ella nos proteja con su ayuda materna y nos haga sacerdotes cada vez más conformes al Corazón de su Hijo, Sumo y eterno Sacerdote, corazón de Pastor. Amén.



Pbro. Williams Campos
Administrador Parroquia de la Parroquia Cristo Rey