26 de junio de 2013

SERVIR AL PUEBLO DE DIOS…NO SERVIRNOS DEL PUEBLO DE DIOS

SERVIR AL PUEBLO DE DIOS…NO SERVIRNOS DEL PUEBLO DE DIOS

Los feligreses tienen que recordarnos siempre, con caridad y sin miedo y sobre todo desde la Oración, que los sacerdotes – como bien ha dicho el Papa Francisco – “NO ES UN SACERDOTE PARA SÍ MISMO, ES PARA EL PUEBLO: A SU SERVICIO, PARA HACERLO CRECER, PARA PASTOREAR AL PUEBLO, EL PROPIO REBAÑO”. Porque de lo contrario, en vez de ser pastor nos convertimos en lobos. Pues así se refería el Santo Padre: “San Agustín, comentando el profeta Ezequiel, habla de dos: la riqueza que puede convertirse en avaricia y la vanidad. Y dice: ‘Cuando el obispo, el sacerdote se aprovecha de las ovejas para sí mismo, el movimiento cambia: no es el sacerdote, el obispo para el pueblo, sino el obispo y el sacerdote que toma del pueblo’. San Agustín dice: “Toma la carne de la oveja para comerla, se aprovecha; hace negocio y está cogido al dinero; se vuelve avaro y muchas veces simoníaco. O se aprovecha de la lana por la vanidad, para envanecerse”.
Recen por cada uno de nosotros los sacerdotes, de todo el mundo, pero pido a cada feligrés de esta Diócesis: Recen por nosotros los sacerdotes de esta grey porteña. Ayúdenos con su ORACIÓN, para que siempre seamos SERVIDORES – ADMINISTRADORES. Que hemos sido ordenados para SERVIR a la Comunidad Parroquial no para SERVIRNOS  de la Comunidad Parroquial.
Que seamos “conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos AL SERVICIO DE ELLOS en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, NO BUSCANDO EL PROPIO INTERÉS, SINO EL DE JESUCRISTO. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios.” (Papa Francisco).

Urge que renovemos nuestra entrega DESINTERESADA y por AMOR a DIOS y a los HERMANOS. Así se refería San Josemaría Escrivá de Balaguer, de quien hoy hacemos memoria, a unos recién ordenados sacerdotes, y que puede servir para recordar a un amigo, un hermano sacerdote que experimentó en su propia vida esta vivencia: «Sed, en primer lugar, sacerdotes; después, sacerdotes; siempre y en todo, sólo sacerdotes». En esta afirmación se transparenta el altísimo concepto del sacerdocio ministerial, por el que unos pobres hombres –que eso somos todos delante del Señor– son constituidos ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios (1 Cor 4,1).
Creo que se hace necesario, como bien nos recordaba ayer en la formación permanente del clero Mons. José Jiménez, REDESCUBRIR el CONTENIDO, el COMPROMISO y la BELLEZA de nuestro don del sacerdocio. Volver a nuestro PROYECTO DE VIDA que recibimos el día de nuestra ordenación, que es el proyecto de la FIDELIDAD de JESUCRISTO a la IGLESIA. El donarnos a Cristo y a la Iglesia.
Se hace también necesario salir de nuestras comodidades e interés personal pensando más en los fieles. Pero “el sacerdote que sale poco de sí, que unge poco SE PIERDE LO MEJOR DE NUESTRO PUEBLO (…). El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. (…) De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, SACERDOTES TRISTES, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» —esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note—; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. (…) Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción —y no la función— y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquel de quien nos hemos fiado: Jesús”.
San Pedro nos exhorta: “Apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana según Dios, no por mezquino afán de lucro, sino de CORAZÓN” (1P. 5, 2). Nuestra solicitud, como sacerdotes ha de ser ejemplar. Jesús, cuando nos llamó, lo hizo con imperio y ternura, como Yahvé a sus profetas y enviados: Moisés, Samuel, Isaías... Nunca los llamados merecieron en modo alguno la vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus condiciones personales, “nos llamó con vocación santa, no en virtud de nuestras obras, sino en virtud de su designio (2 Tim 1, 9).
“Recuerden [los presbíteros] que su ministerio sacerdotal (...) está ordenado — de manera particular — a la gran solicitud del Buen Pastor, que es la solicitud por la salvación de todo hombre. Todos debemos recordar esto: que a ninguno de nosotros es lícito merecer el nombre de mercenario, o sea, uno que no es pastor dueño de las ovejas, uno que ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, porque es asalariado y no le importan las ovejas. La solicitud de todo buen pastor es que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna. Esforcémonos para que esta solicitud penetre profundamente en nuestras almas: tratemos de vivirla. Sea ella la que caracterice nuestra personalidad, y esté en la base de nuestra identidad sacerdotal” (Beato Juan Pablo II, Carta a todos los sacerdotes, n. 7).

Hermanos sacerdotes ¿Qué nos pide el Señor? Que queramos al pueblo que nos ha sido encomendado. Que no abandonemos nuestras ovejas y la dejemos expuesta a los lobos.