3 de diciembre de 2013

VIVIENDO EL ADVIENTO




Esta es la hermosa tarea del Adviento: "Despertar en nosotros los recuerdos de la bondad, abriendo de este modo las puertas de la esperanza".Por tanto, cuida tu fe. Esta es una época en estamos “bombardeados” por la publicidad para comprar todo tipo de cosas, vamos a estar invitados a muchas fiestas. Todo esto puede llegar a hacer que nos olvidemos del verdadero sentido del Adviento. Esforcémonos por vivir este tiempo litúrgico con profundidad, con el sentido cristiano. De esta forma viviremos la Navidad del Señor ocupados del Señor de la Navidad.

39 CONSEJOS PRÁCTICOS PARA QUE LAS HOMILÍAS SEAN TRANSFORMADORAS


El Evangelio dice que la fe llega por la predicación... pero los malos sermones lo impiden




Entre la surtida variedad de temáticas que Papa Francisco ha tocado en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium («La alegría del Evangelio») se encuentra la que dirige de un modo especial a los sacerdotes a propósito de «las homilías» (les dedica la significativa cantidad de 24 números distribuidos en dos grandes apartados del capítulo tercero de la exhortación, capítulo concretamente dedicado al tema del «anuncio del Evangelio»).
Ya dice mucho el que se presente la homilía como medio de evangelización, algo aparentemente obvio pero que no se había subrayado suficientemente con antelación en un documento de este tipo. 
Las quejas por una mala homilía las refiere el mismo Papa cuando socarronamente comenta que «son muchos los reclamos que se dirigen en relación con este gran ministerio», para luego rematar con que tanto los fieles «como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar».
En palabras del Papa Francisco «la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo» y por eso les ofrece a los sacerdotes lo que bien puede calificarse como 39 consejos prácticos, concretos, ágiles y amenos. 
Lo hace –y esta es percepción personal– ya no sólo como Papa sino como un pastor con amplia experiencia en este campo: experiencia confirmada por el éxito mundial que sus mini-homilías diarias han tenido en lo que va de su pontificado, un respaldo incontestable:


 II. La homilía
El contexto litúrgico
1. Qué no es la homilía 
«[…] la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza».

2. Qué es la homilía 
«La homilía es un retomar ese diálogo que ya está entablado entre el Señor y su pueblo».

3. La homilía no es un espectáculo prolongado 
«La homilía no puede ser un espectáculo entretenido, no responde a la lógica de los recursos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sentido a la celebración. Es un género peculiar, ya que se trata de una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por consiguiente, debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase. El predicador puede ser capaz de mantener el interés de la gente durante una hora, pero así su palabra se vuelve más importante que la celebración de la fe. Si la homilía se prolongara demasiado, afectaría dos características de la celebración litúrgica: la armonía entre sus partes y el ritmo».

4. Que el Señor brille más que el ministro 
«[…] que la palabra del predicador no ocupe un lugar excesivo, de manera que el Señor brille más que el ministro».

La conversación de la madre
5. Predicar como una mamá 
«[…] la Iglesia es madre y predica al pueblo como una madre que le habla a su hijo, sabiendo que el hijo confía que todo lo que se le enseñe será para bien porque se sabe amado».

6. Predicar en clave de cultura materna 
«Así como a todos nos gusta que se nos hable en nuestra lengua materna, así también en la fe nos gusta que se nos hable en clave de «cultura materna», en clave de dialecto materno (cf. 2 M 7,21.27), y el corazón se dispone a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso».

7. Cordialidad, calidez, mansedumbre y alegría 
« […] la cercanía cordial del predicador, la calidez de su tono de voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la alegría de sus gestos».


Palabras que hacen arder los corazones
8. No a una predicación exclusivamente moralista 
«La predicación puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi sacramental».

9. Verdad, belleza y bien van de la mano 
«En la homilía, la verdad va de la mano de la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de fríos silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor utilizaba para estimular a la práctica del bien».

10. Prédica sintética no de ideas sueltas 
«El desafío de una prédica inculturada está en evangelizar la síntesis, no ideas o valores sueltos. Donde está tu síntesis, allí está tu corazón. La diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del corazón».

11. Tiempo para que hable Dios 
«Durante el tiempo que dura la homilía, los corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él. El Señor y su pueblo se hablan de mil maneras directamente, sin intermediarios».

12. La homilía es mediación 
«[…] en la homilía quieren que alguien haga de instrumento y exprese los sentimientos, de manera tal que después cada uno elija por dónde sigue su conversación. La palabra es esencialmente mediadora y requiere no sólo de los dos que dialogan sino de un predicador que la represente como tal, convencido de que «no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4,5)»
III. La preparación de la predicación
13. Preparar la predicación 
«La preparación de la predicación es una tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral […] recordar la necesidad de dedicar un tiempo de calidad a este precioso ministerio».

14. Dedicar tiempo para preparar la homilía 
«[…] me atrevo a pedir que todas las semanas se dedique a esta tarea un tiempo personal y comunitario suficientemente prolongado, aunque deba darse menos tiempo a otras tareas también importantes».

15. Confianza activa y creativa en el Espíritu Santo 
«La confianza en el Espíritu Santo que actúa en la predicación no es meramente pasiva, sino activa y creativa […] Un predicador que no se prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha recibido».

El culto a la verdad
16. Atención al texto bíblico 
«El primer paso, después de invocar al Espíritu Santo, es prestar toda la atención al texto bíblico, que debe ser el fundamento de la predicación».

17. Paciencia, interés y dedicación gratuita 
«Para poder interpretar un texto bíblico hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y darle tiempo, interés y dedicación gratuita. Hay que dejar de lado cualquier preocupación que nos domine para entrar en otro ámbito de serena atención».

18. Amor para preparar la predicación 
«[…] la preparación de la predicación requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o a las personas que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar. A partir de ese amor, uno puede detenerse todo el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1 S 3,9)».

19. Entender al escritor sagrado 
«Quiero insistir en algo que parece evidente pero que no siempre es tenido en cuenta: el texto bíblico que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del que utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendemos correctamente cuanto quería expresar el escritor sagrado».

20. Cuál es el mensaje principal 
«[…] la tarea no apunta a entender todos los pequeños detalles de un texto, lo más importante es descubrir cuál es el mensaje principal, el que estructura el texto y le da unidad. Si el predicador no realiza este esfuerzo, es posible que su predicación tampoco tenga unidad ni orden».

21. El mensaje central del texto sagrado 
«El mensaje central es aquello que el autor en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer una idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir. Si un texto fue escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias».

22. Transmitir la fuerza propia del texto proclamado 
«Uno de los defectos de una predicación tediosa e ineficaz es precisamente no poder transmitir la fuerza propia del texto que se ha proclamado».

La personalización de la Palabra
23. Renovar el fervor al preparar la homilía 
«Nos hace bien renovar cada día, cada domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros mismos crece el amor por la Palabra que predicamos. No es bueno olvidar que “en particular, la mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la Palabra”».

24. Escuchar vivamente la Palabra 
«Si está vivo este deseo de escuchar primero nosotros la Palabra que tenemos que predicar, ésta se transmitirá de una manera u otra al Pueblo fiel de Dios».

25. Disponibilidad para dejarse conmover 
«Quien quiera predicar, primero debe estar dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan intensa y fecunda que es “comunicar a otros lo que uno ha contemplado”».

26. Dejarse herir por la Palabra
«[…] antes de preparar concretamente lo que uno va a decir en la predicación, primero tiene que aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás, porque es una Palabra viva y eficaz».

27. Testigos de un Dios que conocemos
«[…] en esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: “tiene sed de autenticidad [...] Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo”».

28. Seguridad de que Dios ama al predicador 
«Lo indispensable es que el predicador tenga la seguridad de que Dios lo ama, de que Jesucristo lo ha salvado, de que su amor tiene siempre la última palabra».

29. Instrumentos del Señor 
«El Señor quiere usarnos como seres vivos, libres y creativos, que se dejan penetrar por su Palabra antes de transmitirla; su mensaje debe pasar realmente a través del predicador, pero no sólo por su razón, sino tomando posesión de todo su ser».

La lectura espiritual
30. La lectio divina 
«Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve».

31. Preguntar a Dios 
«En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?».».

Un oído en el pueblo
32. Poner un oído en el pueblo 
«El predicador necesita también poner un oído en el pueblo, para descubrir lo que los fieles necesitan escuchar […] Un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo».

33. La predicación es un ejercicio de discernimiento evangélico 
«Lo que se procura descubrir es «lo que el Señor desea decir en una determinada circunstancia». Entonces, la preparación de la predicación se convierte en un ejercicio de discernimiento evangélico, donde se intenta reconocer –a la luz del Espíritu– “una llamada que Dios hace oír en una situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al creyente”».

34. No a las crónicas de actualidad 
«[…] nunca hay que responder preguntas que nadie se hace; tampoco conviene ofrecer crónicas de la actualidad para despertar interés: para eso ya están los programas televisivos».

Recursos pedagógicos
35. Decir mucho en poco 
«La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente espiritual. Es responder al amor de Dios, entregándonos con todas nuestras capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía; pero también es un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los demás algo de escasa calidad. […] “Resume tu discurso. Di mucho en pocas palabras” (Si 32,8)».

36. Usar imágenes en la predicación 
«Sólo para ejemplificar, recordemos algunos recursos prácticos, que pueden enriquecer una predicación y volverla más atractiva. […] aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. […] Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener “una idea, un sentimiento, una imagen”».


37. Sencillez en el lenguaje 
«La sencillez tiene que ver con el lenguaje utilizado. Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios para no correr el riesgo de hablar al vacío […] Frecuentemente sucede que los predicadores usan palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan […] El mayor riesgo para un predicador es acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo comprenden espontáneamente».

38. Claridad en el lenguaje 
«La sencillez y la claridad son dos cosas diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo. Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que les dice».

39. Lenguaje positivo

«Otra característica es el lenguaje positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer sino que propone lo que podemos hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el lamento, la crítica o el remordimiento»

1 de diciembre de 2013

DIOS SIEMPRE HA SIDO GENEROSO, “JOVEN DILE SÍ AL SEÑOR”

DIOS SIEMPRE HA SIDO GENEROSO
JOVEN DILE SÍ AL SEÑOR”


Volver a aquel primer momento de la llamada del Señor, aquella primera vez, es actualizar cada día el regalo de mi vocación, como don de Dios, por sus méritos, conforme a su bondad (Cf. Canon Romano).
¿Cómo surgió mi vocación? Quizás fue por un sacerdote que siempre me animaba con su entrega generosa. O tal vez fueron aquellos  misioneros que venían al pueblo y nos enloquecían con cantos, sus obras de teatro o sus vivencias como misioneros. No, no, creo que fue cuando fui por primera vez a un campamento misionero que se organizó en la Diócesis y me lo pasé "guuuuayyy". ¿O tal vez fue cuando tomé la primera comunión y me metí a monaguillo? No, no, seguramente fue con el pasar de los años en el Seminario cuando fui comprendiendo y entendiendo muchas cosas y les iba dando respuesta a mis interrogantes...
La verdad no lo sé; el origen de mi vocación es algo que siempre me ha intrigado a mí mismo porque no se encuentra una respuesta clara. Estoy seguro que el origen no está en este hecho o en aquel otro, sino en un sin fin de circunstancias y de personas de las que el Señor se vale para decirte que te necesita y te quiere como Sacerdote. Todas las ideas anteriores y algunas más, no cabe duda, que han sido decisivas de una u otra manera en mi camino vocacional. Todas ellas, en conjunto, son la explicación al "cómo" de mi vocación.

Familia, dificultades y alegrías…
En la actualidad tengo 38 años. Después del bachillerato me dediqué hacer la Carrera de Mecánica Térmica, peeero, no era eso el plan de Dios. Como joven participa de las actividades de la parroquia, sin compromiso alguno.
Dificultades siempre hubo: unas por la edad misma, otras por la rebeldía interior con todo lo establecido, algunas por no encontrar apoyo, no pocas por las exigencias y radicalidad misma del Evangelio y del mismo Señor. Se superan con la madurez, gracias a personas que Dios pone en tu camino para apoyar tu hombro, tu vida y tus ilusiones y que enriquecen y fortalecen tu vida interior y tu espíritu; también se superaron por el trato y conocimiento de Jesús. Pero las alegrías superan las muchas dificultades. De cada dificultad surgían 3 ó 4 o multitud de alegrías por las respuestas mismas que encuentras a tus interrogantes, por las razones que descubres en la Palabra de Dios para estar alegre, por la alegría misma de tu opción de vida, de sentirte realizado en esa opción.
Aunque siempre esquivaba un tema importante, entonces yo no lo veía así, sobre el sacerdocio. “Tu puedes ser sacerdote…” Me decían: a lo que con soberbia respondía que NOOOO. ¿Para qué quiero ser sacerdote?  En su momento no sabía, pero luego el “por qué” va unido al “para qué”: la causa o la razón de mi sacerdocio no se puede separar de la finalidad y entrega del mismo: por Dios y para Dios. La finalidad está ya en el origen de mi vocación: la voluntad de Dios (que a principio no quería aceptar).
Ante la llamada del Señor yo decía que NO. Pues nunca pensé entrar en el seminario; pero en los planes de Dios ése era mi futuro inmediato. Se entiende la palabra del Señor: “Vuestros planes no son mis planes” (Isaias 55, 6-9). Un momento crucial fue aquel 29 de marzo de 1998, – no para decidir entrar en el seminario pero suscitó, que sería como el primer paso –, recibo la noticia de que habían asesinado a un gran amigo que nunca me dijo: Tú puedes ser sacerdote, pero con su testimonio de vida, con su entrega a los demás y en el ejercicio de su ministerio me lo expresaba: lo maravilloso de Ser Sacerdote. Ese amigo era Mons. William Guerra, y como dije el día de mi ordenación sacerdotal: una persona que desde el BLANCO EJERCITO DE LOS MÁRTIRES me cuida.

Hágase
Quiero hacer realidad esa voluntad de Dios sobre mi persona: la entrega, el servicio al Evangelio dándome sin reservas a los demás. Y es lo que trato cada día. Muchas personas desean, esperan impacientes la noticia de que existe ALGUIEN que les quiere, que les ama y cuida incluso sin que ellos lo sepan. La felicidad que da la fe hay que comunicarla. En este tiempo concreto que vivimos, descubro cada día que las personas siguen buscando a Alguien que dé sentido a sus vidas, que llene lo que está vacio... El interrogante se encuentra en si nosotros estamos dando lo que se nos pide, en si ofrecemos medios concretos y suficientes que nos lleven a un Dios cercano, al Jesucristo del Evangelio. Desde aquí veo que el testimonio dado con la vida es la más elocuente predicación. Sin este testimonio de vida, tanto nuestra preparación intelectual como nuestras programaciones diocesanas, resultarían vanas ilusiones.
Aquel año, vivido por la tristeza de la separación física de un gran amigo y gran sacerdote, comencé adquirir compromisos y vivencias que aún perduran, emotivos encuentros y grandes amigos. A finales de año se estaba prendiendo más el fuego dentro, sentía inquietud, pero aún no la compartía. Crecía, y crecía más la inquietud, pero no la sacaba a flote, la guardaba en mi interior. El detonante fue aquel trozo del profeta Isaías, capítulo 6, que dice: “¿A quién enviaré? ¿Quién anunciará, a mi pueblo mi verdad?” Culmen para SI al Señor. Y comenzó una nueva etapa en mi vida. Dejé la carrera que estaba haciendo y me preparé para entrar al seminario.
¿Pensaron que acabarían las dificultades o problemas? Pues no fue así. Cuando iba a decirle a mamá, esta decisión, no puede hacerlo porque se entero por otra voz y no era precisamente la mía. Se molestó ¡Lógico! La entiendo. Y ¿los nietos o bisnietos? No sabía mi madre los muchos nietos que le iba a dar y bastantes rebeldes, como cada uno de nosotros.
Esta experiencia, que uno la ve dolorosa, pero por la que era necesario pasar, se acrisolan por aquellas mismas palabras del Señor: “todo el que haya dejado casa, hermanos, padres, madres, por mí nombre, recibirá el ciento por uno…” (Mt. 19, 29). Su disgusto fue cesando hasta que ingresé en el Seminario aquel 23 de septiembre de 1999.¡Qué día tan inolvidable! Ahora la pregunta ¿Siguió molesta mama? ¡qué va! más contenta que nunca. Ahora pienso, quién era más feliz, jajajaja, los dos estábamos felices. ¡Somos felices!
Estuve tres años en el seminario, haciendo la filosofía, fortaleciendo la vocación, el servicio, la oración, la fraternidad. Pero como también decía: las alegrías superan las dificultades. En mi tercer año de filosofía, se me comunicó: “irán dos a estudiar a Europa…”  ohhhh, guao, que bien. Una bendición de Dios. Por supuesto, no pensaba que uno era yo, pero llegó la respuesta ¿Por qué a mí? Buena pregunta. La respuesta sólo la sabe Dios. Sólo se tenía que decir: hágase.

Nueva experiencia – Nueva cultura
El sacerdote debe dar vida a las muchas situaciones y ambientes en que se encuentra o en las que desempeña su ministerio. En todo ello teniendo siempre en cuenta que de nada sirve el “hacer” si falta el “estar con Cristo”. La gente, y como el mismo papa Francisco nos está recordando, no pide imposibles ni “personas perfectas”, sino hombres llenos de Dios y con ganas de trabajar y hacer el bien.
Mi obispo, por entonces Mons. Ramón Antonio Linares Sandoval, conversando con él, y sabiendo cual era el destino (España) me dijo: “Puedes ir o quedarte…” en mi cabeza sólo tenía, un gozo enorme y una gran responsabilidad en lo que iba a suceder. ¿Qué sucedió? Lo que ya hemos dicho con Isaías, no tanto por la pregunta sino por la respuesta: “Aquí estoy, envíame” (Is. 6, 8). Si, que respuesta tan grande: aquí estoy Señor Jesús, con sueños, mis temores y mi juventud. Todo lo que soy te lo entrego a ti, mi anhelos mis deseos de vivir. No fui yo quien te escogió, fuiste Tú que por mi nombre me llamó…” a mi obispo solo le respondí: “Si hay que ir, obediencia y que se haga la voluntad de Dios y que yo sea generoso en responder cada día”.
Y comenzó un nuevo discernimiento, pues nunca se me había pasado por la mente ir estudiar a Europa, menos de cruzar tan enorme charco. De Borburata a la Cuna del Cristianismo. Esperé hasta enero de 2002, para decirle a mi mamá esta gran noticia, y al son la de la Billos: “año nuevo… vida nueva…noticias nuevas… (esta última frase mía)”. La noticia la acogió con alegría, con tranquilidad, aunque por dentro sentía la separación y la distancia corporal de su hijo.
Partí de Venezuela el día 1 de septiembre de 2002, junto con el otro también elegido, del mismo curso, del mismo pueblo, hoy también sacerdote, el padre Jean Carlos Moreno, llegamos a Pamplona, al Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa el día 2 de septiembre. Con gozo, tranquilidad, con la ilusión de seguir formándome para el sacerdocio. A la vez, una nueva cultura, nuevos compañeros de Filipinas, Japón, Nigeria, Mozambique, Brasil, Argentina, Chile, México, El Salvador, Colombia, Nicaragua, Estados Unidos, Perú… una gran riqueza de hermanos. Fui acogido como en casa, mi casa, pues eso es lo que se respira en Bidasoa donde me formé, como debe ser toda casa de formación: hogar, familia, hermandad. El Seminario y los formadores siempre han sido una referencia de alegría y de entusiasmo para mi proceso vocacional tanto en Valencia como en Pamplona.

Nuevos regalos de Dios
El profeta Jeremía tiene una bella frase: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir” (Jer 20,7). Siempre me ha gustado y atraído. El profeta se fía de Dios, se desanima y lo intenta olvidar ante las dificultades; vuelve a Dios, le da de nuevo la espalda y lo rechaza. Es un “me fío, pero no me arriesgo demasiado y no me entrego totalmente”. Siempre así, hasta que la seducción de Dios puede más que cualquier problema o contrariedad de la vida.
Después de casi de dos años, teniendo como Administrador, al hoy el Emmo. Cardenal Jorge Urosa, a quien le agradezco su cercanía, mi nuevo obispo Mons. Ramón José Viloria Pinzón, me confiere la Admisión a las Sagradas Órdenes, el 9 de junio de 2004 en Bidasoa junto con el Padre Jean Carlos en la sede 1 de Bidasoa. Al año, obtengo su autorización para recibir: los Ministerios de Lectorado y Acolitado dados el 19 de marzo de 2005, en la sede 2 de Bidasoa por manos del Sr. Rector d. Miguel Ángel Marco de Carlos, juntos con 18 hermanos de distintos países, también mi hermano sacerdote Jean Carlos; y de igual modo, de Mons. Viloria recibí las dimisorias para ser ordenado diácono, en Pamplona – España, el 29 de abril de 2005.
Son muchas las gracias que he podido vivir y experimentar. Por eso, la vocación ciertamente es un diálogo amoroso y misterioso. Mucho de ella sólo con el tiempo y la madurez la acrisolan ya que también son muchos los obstáculos a vencer en el camino. Todo está en mantenerse firmes y seguro en el Señor. Sin duda alguna Dios cumple su Palabra: llama y concede las gracias para mantenerse firmes en la vocación recibida.
Hoy no vivo con mi familia de sangre, pero la Iglesia entera es mi familia; no estudio mecánica térmica pero sigo (trato) de hacer y estudiar Teología ¿Acaso hay algo más grande que estudiar a Dios? No arreglaré piezas metálicas, pero vendaré y aliviaré corazones; no formo parte de ningún grupo juvenil, pero soy miembro de una comunidad de hombres que miran una meta común: Dios.
Predicar es comunicar Cristo a los hombres y mujeres, porque Cristo es la Palabra viva del Padre. A pesar de nuestras debilidades, los fieles esperan de nosotros, de mí, la fuerza de la palabra de Dios, con plena fidelidad a las verdades de la fe cristiana. Y para ello, hemos de dar ejemplo: «Al hablar haga cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo…es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias…y cuando se acerque el momento de hablar, antes de comenzar a decir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar lo que bebió y exhalar de aquello de lo que se llenó…» (S. Agustín, la Doctrina cristiana, 4, 15, 32).

Tu est Sacerdos…

Sin este testimonio de vida, tanto nuestra preparación intelectual como nuestras programaciones diocesanas, resultarían vanas ilusiones. Ahora ya no “sueño” mi ministerio presbiteral, hace siete (7) años tal vez sí. Y digo que ahora no “sueño” porque pienso que el Espíritu no consagra sobre ficciones sacerdotales, sino que consagra desde lo que vivo, desde mi propia realidad. La gracia del Sacramento se va desgranando, va saliendo a la luz en cuanto vivo como pastor de la comunidad y de las personas concretas que mi Obispo (la Iglesia) me ha asignado, en cuanto existo y vivo por ella; si por ella rezo, estudio, trabajo, me sacrifico.
Regresé a Venezuela en julio de 2006, día después del encuentro de familia, junto al Papa Benedicto XVI. Y desde que llegué me fui preparando para mi ordenación sacerdotal: en la organización, cantos, la liturgia, arreglos, comidas, mi retiro antes de la ordenación, en fin, muchas cosas ¡claro! Sin dejar de ejercer mi ministerio como diácono y vivirlo al máximo. Fue corto, pero lo disfruté en grande. No hay que olvidar que nuestra vida es una diaconía: servir.
Mi ordenación sacerdotal fue el día 09 de septiembre de 2006, en la Catedral de Puerto Cabello, de manos de mi Obispo Ramón José Viloria Pinzón, y acompañado por los sacerdotes de mi diócesis, de la arquidiócesis, familiares, amigos y seminaristas. Entre las muchas palabras que me dirigió el señor Obispo fue: “Desde hoy eres Sacerdote de Cristo. Ya no te perteneces. Ya no eres tuyo. Eres de Dios y de los hermanos. Has sido expropiado para beneficio del Reino de Dios y de la humanidad en el servicio de amor de Dios a los hombres. Ese es tu gozo. Tu entrega debe hacerte sentir la máxima de las felicidades, pues, como dice Jesús: No hay amor más grande que el de dar la vida por los hermanos. Y tú has decidido vivir en ese amor. Y esa es la máxima felicidad que puede sentir hombre alguno: Saber que se está viviendo en el máximo de los amores”.

Como sacerdote me toca, tomando las mismas palabras de San Pablo en su primera carta a los Corintios: “… así han de considerarnos los hombres: ministros de Dios y administradores de los misterios de Dios”. ¡Qué misión! Ser instrumento del Señor siendo un fiel administrador. Me toca cuidar con esmero y dedicación de este don recibido, que indigno de ello, el Señor me ha confiado. Sin acostumbrarme a celebrar la misa; de conserve su emoción cada día. Como decía recientemente el Papa Francisco: “Dispensen a todos aquella Palabra de Dios que ustedes mismos han recibido con alegría. Recuerden a sus mamás, abuelitas, catequistas, que les dieron la Palabra de Dios, la fe…. este don de la fe, que les transmitieron, este don de la fe. Lean y mediten asiduamente la Palabra del Señor, para creer lo que han leído, para enseñar lo que aprendieron en la fe, vivir lo que han enseñado. Recuerden también que la Palabra de Dios no es propiedad de ustedes: es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios”.
De manera que, como nos lo recuerdan el pontífice, es necesario que los sacerdotes seamos conscientes de que nunca debemos ponernos nosotros mismos o nuestras opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Somos servidores y tenemos que esforzarnos continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Dios se ha manifestado bondadoso e infinitamente generoso. “Sin duda alguna, ¡Vale la pena seguir al Señor!” En mi camino sacerdotal, Dios siempre ha sido generoso, no dejará de serlo. Siempre me ha acompañado nuestra Madre Santísima, la Virgen María, y nunca dejará de hacerlo.

Jóvenes ¿Por qué vale la pena ser sacerdote? Porque das a Cristo a los demás y ayudas a Nuestro Señor a la misión de salvar almas.
Ser sacerdote en un mundo en continuo cambio, que todo lo relativiza y que parece ir hacia la total libertad de costumbres, ciertamente no es fácil. Pero siendo fieles a la misión espiritual, y no dejando la oración ni la Eucaristía, podemos decir que podrán decir al final con alegría: Misión cumplida.
Un sacerdote es:
-         Una parroquia que no muere
-         Una iglesia que no hay que cerrar.
-         Un sagrario, donde siempre está Jesús esperándonos.
-         Una misa celebrada cada día durante 40, 50 o más años.
-         Un sinnúmero de niños bautizados y de jóvenes y adultos instruidos en la fe.
-         Un gran número de enfermos visitados, consolados y santificados.
-         Una muchedumbre de pecadores convertidos.
-         Un ejército de almas salvadas del vicio y de las malas costumbres y un rebaño inmenso de moribundos conducidos a la paz de Dios.

¡Que Dios sea bendito por los siglos! Por eso, si mil veces naciera, mil veces me haría sacerdote. 
  
                                                                    Pbro. Williams Roberth Campos



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