12 de mayo de 2016

¿Católico, y político? ¿Político, y católico?

De un artículo titulado: ¿Católico, y político? ¿Político, y católico? En donde hace mención a los: Escándalos, corrupción, abusos de poder… deterioran la imagen que tienen los ciudadanos de la actividad política. Algunos llegan a preguntarse sobre la posibilidad de una dedicación a las tareas públicas y una fe coherente: ¿católico, y político? Sin embargo, esos comportamientos no pueden justificar un rechazo de la política en cuanto tal: denotaría una comprensión defectuosa de la misión de los cristianos en el mundo.

Dejo para la reflexión el artículo sobre la ciudad común por el Cardenal ganés Peter Turkson, presidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz 

 


La ciudad común
    Por Cardenal Peter Kodwo Appiah Turkson
Tras explicar las tareas respectivas del Estado y la Iglesia, se refiere al empeño de los cristianos en los asuntos del mundo: no los contemplan pasivamente, sino de manera comprometida. En particular, la presencia de los católicos en el ámbito político habría de configurarse en torno a tres elementos: una conducta que sea ejemplo; la responsabilidad madura; y la visión general, dirigida al bien de todos

Cuando era un joven estudiante, me impresionó mucho esta frase de san Agustín: Un Estado sin justicia es como una banda de ladrones. Me llamaba mucho la atención el estilo, la fuerza y el vigor de esta declaración, recogida, por otra parte, en 2005 por Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. El número monográfico de Palabra que tengo el placer de abrir lleva un título muy inteligente: “¿Católico, y político?”.

Una relación compleja
Invito, en primer término, al lector a prestar atención a esa coma, no casual, situada entre “católico” y “político”. ¡Qué complejidad y qué dificultad encierra esa pregunta, esa relación!
La relación entre cristianismo y política constituye un verdadero universo, que atraviesa de manera compleja y variada toda nuestra historia; y, no obstante, pocas veces la comprendemos bien. ¿En qué sentido? En el sentido de que sigue habiendo, dentro y fuera de los ambientes católicos, quien piensa que la religión cristiana, que tiene su sacramento en la Iglesia, constituye de hecho una instancia totalitaria y opresora: entiéndase bien, se trata de una postura propia de quienes todavía conciben la Iglesia –incluso en un ámbito católico o, en sentido amplio, cristiano– en términos de cristiandad orgánica. Sobre esto quisiera ofrecer una cita muy importante. Es un pasaje de Jacques Maritain, en el que escribió: “Hay gente que, en nombre de la verdad religiosa, querría adoptar como principio la idea de la intolerancia civil. […] En el extremo opuesto, hay gente que, en nombre de la tolerancia civil, querría hacer que la Iglesia y el cuerpo político vivieran en un aislamiento total y absoluto”.
Es cierto que en el curso de los siglos, desde la llamada “Donación de Constantino”, hasta el cesaropapismo o las diversas formas de fusión entre el trono y el altar, de idolatría de poder mundano de la Iglesia institucional y la idea de una religión de Estado, los católicos también hemos practicado la identificación entre fe y política. Pero, en el curso de esos mismos siglos y llegando hasta la actualidad –en particular desde del Concilio Vaticano II, pero sobre todo a partir de las palabras de Cristo: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”–, no podemos sino descubrir la distinción clara entre las dos esferas, distinción que, también en términos jurídicos, subsiste en la diferencia entre la esfera de la Iglesia y la esfera del Estado. El Evangelio, en efecto, no contiene normas civiles, no es un manual de nociones políticas ni de Derecho Canónico, no indica una idea o un sistema político, sino que habla al hombre. En este sentido, el Evangelio precede a la política.
Un texto muy ilustrativo a este propósito lo escribió Pablo VI en 1969: “Es bien cierto”, decía el Papa Montini, “que los fines de la Iglesia y del Estado son de orden diverso, y que ambas son sociedades perfectas, dotadas de medios propios, e independientes en la respectiva esfera de acción, pero también es verdad que una y otro actúan en beneficio de un sujeto común, el hombre […] en la pacífica convivencia con sus semejantes”.
¿Qué significa esto? Que el rostro concreto e institucional de la Iglesia y la esfera de la comunidad política, del Estado, son, sí, distintos desde el punto de vista específicamente material, o sea histórico y político, pero han de coordinarse con vistas al bien común. Y precisamente de este “coordinarse” emergen con frecuencia los mayores equívocos y prejuicios, tanto en sentido estatalista como en sentido clerical (“clerical” no significa “eclesiástico”; y “anticlerical” es completamente distinto de “antieclesiástico”).

Compromiso político
Ahora, sin embargo, volvamos un momento a las palabras de san Agustín citadas al comienzo, palabras muy fuertes y, en muchos aspectos, sorprendentes. Agustín sitúa la justicia en el centro de la idea de Estado. Me viene con ello a la memoria una famosa declaración de Pablo VI, que afirmó que la política es una forma alta de caridad. Pues bien, caridad y justicia son dos principios centrales del cristianismo y de la doctrina social de la Iglesia. En la encíclica Caritas in veritate de Benedicto XVI, leemos: “Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón”.
Y continúa después: “La caridad […] otorga valor […] a todo compromiso por la justicia en el mundo”.
Este es el compromiso. ¿Qué compromiso? El compromiso por el bien común. Como sigue diciendo la encíclica, “desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad”.
Si se consideran todos estos elementos, se entiende inmediatamente la necesidad y la naturaleza del compromiso político para el cristiano. El cristiano es, desde luego, consciente de la autonomía de la política respecto de una traducción directa de la norma evangélica en norma civil, pero se interesa por cómo van las cosas, no es indiferente ante el estado de las cosas de este mundo. Como cristiano habla el lenguaje de este mundo tanto como el “del otro mundo”, gracias al ejemplo de la Encarnación de Cristo: Dios que, haciéndose hombre, ha unido la tierra con el cielo.
En consecuencia, el cristiano no es un observador pasivo de los asuntos del mundo, sino que está llamado a la acción, a la participación, a la mejora de las condiciones materiales según la justicia y según la libertad: una libertad que es el primer don concedido por Dios al hombre. Tal compromiso requiere tres elementos ulteriores: la conducta, la responsabilidad, la visión general.

Conducta y responsabilidad
Detengámonos con brevedad en cada uno de ellos. En primer lugar, la conducta. El comportamiento del cristiano en política es necesariamente ejemplo para aquellos a los que guía. El político cristiano debe ser consciente de que la perícopa evangélica sobre el César y Dios implica que el poder no tiene su última sustancia en el hombre, o mejor, en el arbitrio del hombre. El poder es, por tanto, un servicio, es decir, no se identifica con el hombre. En este sentido, el cristiano debe dar ejemplo observando una conducta personal que establezca una coherencia entre esfera pública y esfera privada.
La responsabilidad: de conformidad con la idea del poder como servicio, el cristiano en política, por así decirlo, se inclina hacia su pueblo, e inclinándose lo respeta, escucha a todos, dialoga con todos. Obviamente guía y siente la responsabilidad de guiar, pero es responsable de todos y no de una minoría, ni siquiera la constituida por los propios cristianos. En este sentido, tiene una vocación que en términos históricos y seculares llamamos democrática y pluralista, y que ve en las instituciones el instrumento y la tutela de derechos que preexisten a las instituciones mismas.

Visión general, el partido
En tercer lugar, la visión general: es el resultado directo de una responsabilidad basada en el Evangelio de la caridad, que respeta a cada hombre en cuanto hombre, sin distinciones, y que descubre en la vida de cada uno una dignidad sagrada e inviolable. Así, no establece jerarquías entre seres humanos, no admite discriminaciones ni violaciones, y tiene siempre una visión general que en la fatiga del diálogo compone el itinerario histórico de una nación.
Hay después otro tema fundamental: el del partido. Las intervenciones que siguen a mi exposición desarrollarán los diversos rostros de la relación entre catolicismo y política desde múltiples puntos de vista; pero ahora permítaseme una pregunta: ¿es correcto hablar de un “partido católico”?
El partido, lo dice ya la palabra, es parte, facción, división; y división es la política. Y es bueno que sea así, porque la dialéctica es la sal de la libertad y de la democracia. El catolicismo es, en cambio, religión, es decir: universalidad y no parte.
Entiendo, entonces, que la expresión “partido católico” es una contradicción in terminis. Más correcto sería decir, en su lugar, partido de inspiración cristiana o centralidad de la libertad de conciencia en las decisiones públicas. Es decir, el partido es, en cuanto realidad mundana de la política, una realidad autónoma respecto de la religión, pero la inspiración constituye, digamos, su cultura política, sus ideales: precisamente la inspiración que constituye los trazos de su identidad. El partido, en este contexto, es impensable que sea un ordenamiento de la Iglesia, que hable en nombre de la Iglesia: aquí aparece de nuevo la idea de la visión general.

Maduración personal
Pero, ¿qué es lo que más nos importa en estos atormentados tiempos, nuestros que necesitan el compromiso decidido y fuerte de los cristianos en el espacio público, o sea, en la esfera política? Que ellos maduren su vocación interiormente y con plena honestidad. En este sentido, quisiera dirigirme a todos los que ya han emprendido esta actividad, y a cuantos se proponen seguirla, y proponerles algunas preguntas:
      • ¿Estás trabajando verdaderamente por la justicia?
      • ¿Te has preguntado seriamente cuál es la razón de tu compromiso?
      • ¿Estás dispuesto a entender el poder como servicio a tu pueblo?
      • ¿Estás dispuesto a respetar fielmente las leyes?
      • ¿Has comprendido a fondo tu conducta pública y privada? ¿Son coherentes entre sí, sin moralismo ni hipocresía?
      • ¿Estás contribuyendo a que sean apreciadas la libertad, la justicia, la legalidad?
      • ¿Estás siempre dispuesto al diálogo, y a ejercitar el poder en los límites de las leyes? 

Creo que todo ha de partir de una acción de comprensión profunda, de un examen libre de conciencia que guíe la actuación del cristiano en política.
La perspectiva de inspiración cristiana es siempre general, mira siempre al bien de todos, también de los no cristianos. Es algo sobre lo que hay que reflexionar plenamente, especialmente si se atiende a la situación europea y al movimiento de las etnias, de las culturas y las mentalidades en el mundo globalizado.

Empeño común
Para concluir, quisiera recordar lo que dice San Pablo: que todos somos miembros unos de otros, todos nos necesitamos mutuamente. Porque a cada uno de nosotros se nos ha dado una gracia según la medida del don de Cristo. Para la utilidad común.
Así, hoy vuelvo a tener una gran esperanza de que se realice un renovado, efectivo y fructífero compromiso de todos por el bien común, de manera que todos los hombres se empeñen con tenacidad e inteligencia, según sus posibilidades personales, en la mejora del mundo de acuerdo con la justicia y la libertad.
En el año 2013 se celebra el quincuagésimo aniversario de un documento de formidable importancia y belleza, la carta encíclica Pacem in terris, del beato Juan XXIII. En ella, el Papa no se dirigía sólo a los católicos o a los creyentes de otras confesiones, sino a todos los hombres de buena voluntad. También yo desearía ofrecer un mensaje de estímulo, dirigiendo la mirada a la fuerza de liberación que procede de Jesucristo, que ha transmitido a sus discípulos el compromiso por la caridad, la justicia y la solidaridad, ante todo en favor de quien pasa necesidad o tiene hambre y sed de justicia, y contra las múltiples, poliédricas y a menudo insidiosas opresiones que afligen la vida de cada persona.
Descubrir a Cristo, el rostro y el nombre de Cristo, Mesías sufriente, significa que cada uno de nosotros se haga cargo de su deber de fraternidad hacia el prójimo, en particular hacia quien se ve obligado a vivir en los abismos de la soledad o del dolor, o quien, viviendo en su propia injusticia, no la ve y, oprimiendo al prójimo, se oprime también a sí mismo. Este es el sentido profundo que interroga la conciencia del cristiano que pretende acometer una actividad política.

En el último día todos responderemos de la justicia. Por eso, dentro de los límites de la insuficiencia humana, comprendamos que es prioritaria la caridad hacia todo hombre, y sintamos en nuestro cuerpo todas las injusticias hechas a cualquier criatura, en cualquier lugar del mundo. Los problemas actuales afligen a personas concretas, a familias, a comunidades, a pueblos, a naciones; y requieren la construcción de una nueva ciudad del hombre, que finalmente reconozca y valore en todas partes el lugar central de la dignidad de cada ser humano. Los católicos no deben reunirse sólo para plantar batalla en defensa de principios: han de ser abiertos, libres, activos y curiosos; no han de ver la Cruz como una “propiedad” para esgrimir contra los demás; y han de percibir el servicio en espíritu de libertad, conscientes de que todo poder sobre esta tierra puede matar. Como afirma San Pablo, en efecto, la “letra mata, y el Espíritu vivifica”.



Puedes mirar otros artículos en:
http://enlacumbre2028.blogspot.com/2013/06/catolico-y-politico-politico-y-catolico.html?q=dictadura

La intimidad en el matrimonio


La intimidad en el matrimonio: felicidad para los esposos y apertura a la vida
El amor conyugal es un amor de entrega en el que el deseo humano se dirige a la formación de una comunión de personas. Nuevo editorial de la serie sobre el amor humano.
1. El amor es la vocación fundamental innata de la persona humana como imagen de Dios
El amor es la vocación fundamental innata de la persona humana como imagen de Dios[1]; y el matrimonio es uno de los modos específicos de realizar íntegramente esa vocación de la persona humana al amor. Por eso mismo, es el cauce para la realización personal de los esposos. “El amor humano y los deberes conyugales –decía san Josemaría refiriéndose a los casados– son parte de la vocación divina”[2]; así, en otra ocasión, les recordaba “que no han de tener miedo a expresar el cariño: al contrario, porque esa inclinación es la base de su vida familiar”[3].
EL PACTO CONYUGAL CREA ENTRE LOS ESPOSOS UN MODO ESPECÍFICO DE SER, DE AMARSE, DE CONVIVIR Y DE PROCREAR.
Es claro, sin embargo, que cualquier forma de relación entre los esposos no sirve como expresión del amor humano, ni tampoco –en este caso– del amor conyugal. Tan solo cumple ese cometido aquella forma de relacionarse que, como consecuencia de la recíproca donación personal surgida de la alianza matrimonial, y por ello, siendo propia de los esposos, recibe el nombre de amor conyugal. El pacto conyugal crea entre los esposos un modo específico de ser, de amarse, de convivir y de procrear: el conyugal, que se expresa en multitud de actos y comportamientos del acontecer íntimo cotidiano.
2. La sexualidad humana es parte integrante de la concreta capacidad de amar que tiene el ser humano por ser imagen de Dios
La persona humana en abstracto no existe, sino la persona sexuada; porque la sexualidad es constitutiva del ser humano. “La sexualidad abraza todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro”[4]. La sexualidad es inseparable de la persona; no es un simple atributo, un dato más. Es un propio modo de ser. Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad. Lo amado, en el amor conyugal, es la entera persona del otro, en cuanto y por cuanto es varón o mujer.
"EL HOMBRE Y LA MUJER, COMO PAREJA, SON IMAGEN DE DIOS" (PAPA FRANCISCO)
Tanto el hombre como la mujer son imagen de Dios como persona humana sexuada. “Y como todos sabemos, la diferencia sexual está presente en muchas formas de vida, en la larga serie de los seres vivos. Pero sólo en el hombre y en la mujer esa diferencia lleva en sí la imagen y la semejanza de Dios: el texto bíblico lo repite tres veces en dos versículos (26-27): hombre y mujer son imagen y semejanza de Dios. Esto nos dice que no sólo el hombre en su individualidad es imagen de Dios, no sólo la mujer en su individualidad es imagen de Dios, sino también el hombre y la mujer, como pareja, son imagen de Dios. La diferencia entre hombre y mujer no es para la contraposición, o subordinación, sino para la comunión y la generación, siempre a imagen y semejanza de Dios” [5].
3. Los esposos responden a la vocación al amor en la medida que sus relaciones recíprocas se pueden describir como amor conyugal
Es necesario, por eso, identificar adecuadamente, qué es y qué exigencias conlleva el amor conyugal. De acertar o no en la respuesta va a depender la felicidad de los esposos. ¿Cuáles son las notas y las exigencias características del amor conyugal? El amor conyugal es un amor plenamente humano, total, fiel, exclusivo y fecundo[6].
a. El amor conyugal es un amor plenamente humano y total. Ha de abarcar la persona de los esposos en todos sus niveles: cuerpo y espíritu, sentimientos y voluntad, etc. Es un amor de entrega en el que el deseo humano, que comprende también el “eros”, se dirige a la formación de una comunión de personas. No sería conyugal el amor que excluyera la sexualidad o que, en el otro extremo, la considerase como un mero instrumento de placer. Los esposos han de compartir todo sin reservas y cálculos egoístas, amando cada uno a su consorte no por lo que de él recibe, sino por sí mismo. No es, pues, amor auténticamente humano y conyugal el que teme dar todo cuanto tiene y darse totalmente a sí mismo, el que sólo piensa en sí, o incluso el que piensa más en sí que en la otra persona.
SI EL AMOR CONYUGAL ES TOTAL Y DEFINITIVO, HA DE TENER TAMBIÉN COMO CARACTERÍSTICA NECESARIA LA EXCLUSIVIDAD Y LA FIDELIDAD
b. Un amor fiel y exclusivo. Si el amor conyugal es total y definitivo, ha de tener también como característica necesaria la exclusividad y la fidelidad. “La unión íntima, prevista por el Creador, por ser donación mutua de dos personas, hombre y mujer, exige la plena fidelidad de los esposos e impone su indisoluble unidad”[7]. La fidelidad no sólo es connatural al matrimonio sino también manantial de felicidad profunda y duradera. Positivamente, la fidelidad comporta la donación recíproca sin reservas ni condiciones; negativamente, entraña que se excluya cualquier intromisión de terceras personas –y, esto, a todos los niveles: de pensamiento, palabra y obras– en la relación conyugal.
c. Y un amor fecundo, abierto a la vida. El amor conyugal está orientado a prolongarse en nuevas vidas; no se agota en los esposos. La tendencia a la procreación pertenece a la naturaleza de la sexualidad. En consecuencia, la apertura a la fecundidad es una exigencia de la verdad del amor matrimonial y un criterio de su autenticidad. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres (otra cosa distinta es que, de hecho, surjan o no nuevas vidas).
Estas características del amor son inseparables: si faltara una de ellas tampoco se darían las demás. Son aspectos de la misma realidad.
4. El amor conyugal: don y tarea
El amor de los esposos es don y derivación del mismo amor creador y redentor de Dios. El sacramento del matrimonio, concedido a los esposos como don y como gracia, es una expresión del proyecto de Dios para los hombres y de su poder salvífico, capaz de llevarles hasta la realización plena de su designio. Además de ser un don, el matrimonio implica una tarea del varón y la mujer; una tarea que empeña la libertad y la responsabilidad, y la fe.
EL AMOR CONYUGAL ES EXIGENTE Y ESTÁ LLAMADO A CULTIVARSE. COMO VIRTUD, LOS ESPOSOS LO HAN DE CONSTRUIR CONSTANTEMENTE.
El amor conyugal no se agota en un solo acto, sino que se expresa a través de una multitud de obras diarias grandes o pequeñas. Es una disposición estable (un hábito) de la persona y, al mismo tiempo, una tarea. El amor conyugal es exigente y está llamado a cultivarse. Como virtud, los esposos lo han de construir constantemente, conforme a las circunstancias de cada uno de ellos y de los afanes y agobios de cada día.
“El secreto de la felicidad conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad”[8].
La felicidad conyugal no es posible si la relación no se cultiva y se cuida día a día, a través de hechos concretos de amor –expresados en palabras, en gestos de ternura, en detalles de cariño, en actos de generosidad, de confianza, de sinceridad, de cooperación, etc.–, que hacen realidad el mutuo compromiso de vivir en el amor (en-amor-dados).
Javier Escrivá Ivars

[1] cfr. Gn 1, 27
[2] Conversaciones, 91.
[3] Es Cristo que pasa, 25.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2332.
[5] Papa Francisco, Audiencia 15-IV-2015.
[6] cfr. Humanae vitae, 9.
[7] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 48, 49 y 50. No hay que ver la fidelidad sólo como una respuesta a un compromiso adquirido, sino, sobre todo, como la lógica consecuencia que se deriva del amor total, de la recíproca donación personal sin reservas ni límites. Un amor con estas características no puede menos que ser exclusivo y para siempre.
[8] …Pobre concepto tiene del matrimonio, el que piensa que el amor se acaba cuando empiezan las penas y los contratiempos, que la vida lleva siempre consigo” (san Josemaría, Conversaciones, 91).

Tomado de: http://opusdei.org/es-es/document/la-intimidad-en-el-matrimonio-felicidad-para-los-e/ 


10 de mayo de 2016

NUEVOS ARANCELES...DIÓCESIS DE PUERTO CABELLO


A partir de hoy entran en vigencia los nuevos aranceles en la Diócesis de Puerto Cabello. A continuación los coloco y algunas cosas a saber.


Nos,  Dr. Saúl Figueroa Albornoz
Por la Gracia de Dios y de la
Sede Apostólica
Obispo de Puerto Cabello

Por las presentes Letras

CONSIDERANDO:

1. Que la Iglesia tiene la potestad de adquirir y administrar sus propios bienes, destinados principalmente a “sostener el culto divino, sustentar honestamente el clero y demás ministros y hacer las obras de apostolado sagrado y de caridad, sobre todo con los necesitados (canon 1255 § 2).
2. Que “los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades” (Canon 222 § 1).
3. Que el Arancel o Estipendio es una “OFRENDA”, con ocasión de los sacramentos u otros servicios eclesiales, que permite cumplir con el deber de contribuir por parte de los fieles con las necesidades de la Iglesia, con sentido de equidad y sin acepción de personas.
4.  Que es conveniente renovar y actualizar el Arancel Eclesiástico, teniendo en cuenta la inflación económica, y habiendo escuchado el parecer del Consejo Económico y el Consejo de Gobierno
DECRETA:


El presente Arancel de la Curia Diocesana y Arancel Parroquial, que será aplicado en toda la Diócesis de Puerto Cabello.



CELEBRACIÓN DE LA SANTA MISA                                                   

Misas Institucionales (no escuelas)



Bs. 5000,00
Misas Especiales: Graduaciones, Aniversarios de Boda, de Escuelas, encargadas por Escuelas, etc..
Ofrenda



Bs. 3000,00
Misas Unitencionales 
Ofrenda



Bs. 2000,00
Misas Comunitarias (Difuntos, Acción de Gracias, Salud, Etc.)




Bs. 100,00

ESTIPENDIOS DE OTROS SACRAMENTOS


Bautismo
Ofrenda

Bs.1500,00
Confirmación
Se distribuirá de la siguiente manera: El 33% al celebrante, 33% al Fondo Diocesano y el 34% al Fondo Parroquial
Ofrenda

Bs.1500,00
Matrimonio



Elaboración del Expediente Matrimonial
Ofrenda

Bs.3000,00
Elaboración de expediente y Celebración
Ofrenda

Bs.5000,00
Al celebrante (distinto de los de la parroquia y no invitado por los contrayentes).                                                         

Ofrenda

Bs.2000,00


EXEQUIAS

Celebración del Ritual de Exequias.
Ofrenda

Bs. 2000,00
Celebración de la Misa Funeral.
Ofrenda

Bs. 3000,00

SACRAMENTALES

Bendiciones
Ofrenda

Bs. 2000,00


DOCUMENTOS PARROQUIALES (C. 1264) 
                                                                             
Certificado de Fe de Bautismo, Comunión, Confirmación,  Matrimonio Eclesiástico, etc.
Ofrenda

Bs. 500,00

DERECHOS DE LA CURIA DIOCESANA (C. 1264)

Autenticación de Fe de Bautismo

Bs. 500,00
Prueba Supletoria de Bautismo e Inserción

Bs. 500,00
Justificativo de Libertad y Soltería

Bs. 500,00
Dispensas de Matrimonio

Bs. 500,00
Decreto de Rectificación de Fe de Bautismo

Bs. 500,00
Poderes Matrimoniales

Bs. 500,00
Dispensas de Proclamas (c/u)

Bs. 500,00
Examen Anual de Libros de Cuentas Parroquiales

Bs. 500,00
 

DISPOSICIONES  FINALES
1. El Presente Arancel recoge el estipendio máximo que se puede requerir en ocasión de un servicio litúrgico o administrativo y obliga a todas las parroquias, capillas filiales e Iglesias. A nadie es lícito exigir una cantidad mayor.
2. Recordamos a todos los sacerdotes la obligación de prestar gratuito ministerio a los pobres; la necesidad de aplicar razonable y gradualmente este Arancel, cuando los fieles no puedan ofrecer las cantidades máximas indicadas; y no exigir estipendio en situaciones límites, como bautizos de emergencia o visitas a enfermos.
3. El presente Arancel será leído en todas las parroquias y entrará en vigencia a partir del 10 de mayo de 2016.

Puerto Cabello, 05 de mayo de 2016

     † Mons. Saúl Figueroa Albornoz
Obispo de la Diócesis de Puerto Cabello



                                                     Pbro. Williams Roberth Campos

                                                                          Canciller



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ALGUNAS COSAS IMPORTANTE A SABER: 

Quizá uno de los temas que, en la práctica pastoral, causan más inquietud entre los fieles, es el de los estipendios u ofrendas por la celebración de la Misa. Por su propia naturaleza es un asunto delicado, pues se trata de una cuestión que afecta al sacramento de la Eucaristía.
Es una práctica muy antigua en la Iglesia la de ofrecer al sacerdote celebrante una cantidad de dinero, como limosna por la celebración de la Misa. El sacerdote que recibe tal cantidad y acepta el encargo queda obligado en justicia a ofrecer una Misa por la intención del donante. Históricamente ha revestido formas muy diversas; incluso existen fundaciones de Misas, con capitales a veces considerables destinados a sufragar Misas que se deben ofrecer por la intención que indique el fundador, normalmente el bien de su alma o la de su familia (cfr. Código de Derecho Canónico, can. 1303, § 1, 2º). Algunas de estas fundaciones han soportado el paso de los siglos.
Así la sabiduría bimilenaria de la Santa Madre Iglesia, estatuye lo que los sacerdotes como ADMINISTRADORES y no como dueño, pues el sacerdote, alter Christus, es en la Iglesia el ministro de las acciones salvíficas esenciales (Cfr. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los Presbíteros, nueva edición, 13 de febrero de 2013, n. 4. 6-7.23). Por su poder de ofrecer el Sacrificio del Cuerpo y la Sangre del Redentor, por su potestad de anunciar con autoridad el Evangelio, de vencer el mal del pecado mediante el perdón sacramental, él – in persona Christi Capitis – es fuente de vida y de vitalidad en la Iglesia y en su parroquia. El sacerdote no es la fuente de esta vida espiritual, sino el hombre que la distribuye a todo el pueblo de Dios. Es el siervo que, con la unción del espíritu, accede al santuario sacramental: Cristo Crucificado (Cfr. Jn 19, 31-37) y Resucitado (cfr. Jn 20,20-23), del cual emana la salvación.
Una manifestación ulterior de ponerse el sacerdote frente a la Iglesia, está en el hecho de ser guía, que conduce a la santificación de los fieles confiados a su ministerio, que es esencialmente pastoral. Esta realidad, que ha de vivirse con humildad y coherencia, puede estar sujeta a dos tentaciones opuestas. La primera consiste en ejercer el propio ministerio tiranizando a su grey (cfr. Lc 22, 24-27; 1 Ped 5, 1-4), mientras la segunda es la que lleva a hacer inútil — en nombre de una incorrecta noción de comunidad — la propia configuración con Cristo Cabeza y Pastor. La primera tentación ha sido fuerte también para los mismos discípulos, y recibió de Jesús una puntual y reiterada corrección: toda autoridad ha de ejercitarse con espíritu de servicio, como « amoris officium » (Cfr. S. AGUSTíN, In lohannis Evangelium Tractatus 123, 5: CCL 36, 678.) y dedicación desinteresada al bien del rebaño (cfr. Jn 13, 14; 10, 11). El sacerdote deberá siempre recordar que el Señor y Maestro « no ha venido para ser servido sino para servir » (cfr. Mc 10, 45); que se inclinó para lavar los pies a sus discípulos (cfr. Jn 13, 5) antes de morir en la Cruz y de enviarlos por todo el mundo (cfr. Jn 20, 21). Los sacerdotes darán testimonio auténtico del Señor Resucitado, a Quien se ha dado « todo poder en el cielo y en la tierra » (cfr. Mt 28, 18), si ejercitan el propio « poder » empleándolo en el servicio — tan humilde como lleno de autoridad — al propio rebaño,(Cfr. SAN JUAN PABLO II, Exhort. ap. post-sinodal Pastores dabo vobis 21: O.C., 688-690; C.I.C., can. 274.) y en el profundo respeto a la misión, que Cristo y la Iglesia confían a los fieles laicos (Cfr. C.l.C., can. 275 § 2; 529 § 1) Y a los fieles consagrados por la profesión de los consejos evangélicos. (Cfr. ibid. can. 574 § 1.) la segunda es la que lleva a hacer inútil — en nombre de una incorrecta noción de comunidad — la propia configuración con Cristo Cabeza y Pastor. (Cfr. Congregación Para El Clero Directorio para El Ministerio y La Vida de los Presbiteros No. 16; Congregación Para El Clero Instrucción "El Presbítero, Pastor Y Guía De La Comunidad Parroquial no. 8")
El fundamento de esta práctica es enteramente sacramental: los fieles que ofrecen un don por la Misa que se celebra se asocian más íntimamente a Cristo que se ofrece a Sí mismo en la Hostia Santa. Además, está el sentido que tiene de limosna, práctica enseñada por el mismo Jesús. No sólo eso, sino que mediante los estipendios, los fieles ayudan al sostenimiento de la Iglesia  y sus ministros
No se puede olvidar, además, otra cuestión que entra en juego en esta materia, y se refiere a las relaciones de justicia que surgen entre el donante y el sacerdote que acepta el estipendio. En efecto, si el sacerdote acepta el don que le ofrece un fiel a cambio de celebrar una Misa por cierta intención, el sacerdote queda obligado a ello en virtud de la justicia. Y rigen al respecto las normas que la Moral enseña sobre la justicia.
Pero el riesgo de aparentar simonía (la compra o venta de lo que es espiritual por bienes materiales. Incluye cargos eclesiásticos, sacramentos, sacramentales, reliquias y promesas de oración; Cf. Hch 8:9-24; Cat. Iglesia Cat. #2118) también es claro. Por eso la autoridad eclesiástica desde siempre ha procurado rodear esta peculiar institución de normas claras y prudenciales, que velen por los intereses de las partes, y protejan los derechos de los fieles. 
por eso, cuando vayas a la parroquia a solicitar un documento, anotar una intención para la misa o confesional un expediente matrimonial, debe aparecer este ARANCEL firmado y sellado por el Obispo y Canciller, en la cartelera o sitio visible a todos.
ü  Por cada INTENCIÓN DE MISA la colaboración es de 100,00 bs. Ya lo demás que quieras dejar para la parroquia hazlo saber al sacerdote o secretaria.
ü  En la MISA UNIPARTICULAR la colaboración es de 2000,00 bs, no puede haber incluido otras intenciones. De ser así, solo debes colaborar con 100,00 bs.
ü  En el SACRAMENTO DEL BAUTISMO la colaboración es de 1500,00 bs por cada niño a bautizar, no por la suma de padrinos. Si te piden que por cada padrino son X o Y bs, no debes contribuir con eso. Recuerda que para el libro sólo van anotados un padrino y una madrina. Puedes colocar todos los que quieras, pero solo dos van al libro.
ü Para el SACRAMENTO DE LA COMUNIÓN, como verás, no aparece la contribución o colaboración. Lo más lógico es que los padres y representantes de niño o de los niños, se pongan de acuerdo en la colaboración que desean dejar para la Iglesia. Cada uno tiene que mirar su bolsillo, sus necesidades con honestidad y humildad. Evitemos abusos en las cantidades exorbitadas. La Iglesia siempre tiene necesidades de: artículos de limpieza, cepillos, bombillos, etc., tu puedes contribuir con ese mantenimiento, haciendo ver para que destinas el dinero que das a la Iglesia.  Recuerda que la corresponsabilidad no tiene que ver con lo que hacemos, sino con lo que somos y más aún: de quién somos.
ü Para el SACRAMENTO DE LA CONFIRMACIÓN la colaboración es de 1500,00 bs., por cada niño o joven que se va a confirmar, de la cual, veras en los aranceles, como se distribuyen tu cooperación.
ü  Sobre El SACRAMENTO DE MATRIMONIO: aquí hay que decir varias cosas, siguiendo lo que dice el decreto:
Ø  Primero: Si se elabora el expediente en la parroquia, pero el Sacramento se va a realizar en otra parroquia distinta la contribución a dar es de 3000,00 bs.
Ø  Segundo: Si se elabora el expediente en la parroquia y el Sacramento se realiza allí mismo la contribución es de 5000,00 bs. No son 8000,00 bs. No se suma elaboración de expediente y sacramento. Ya en los 5000,00 bs va incluido expediente y Sacramento.
Ø  Tercero: cuando el párroco del lugar no asiste al sacramento del matrimonio y delega a otro – invitado por el párroco del lugar – la colaboración es de 2000,00 bs. Si es invitado por los contrayentes, ya ellos quedaran de acuerdo.


HACIA UNA DIÓCESIS MÁS UNIDA A CRISTO...



Si ya tienen sueldo. ¿Por qué se tienen que pagar?
Los sacerdotes no tenemos una relación laboral con la Iglesia. Por decirlo de otro modo: la Iglesia no es una empresa que emplee a los sacerdotes y los sacerdotes no somos empleados de la Iglesia. Estamos haciendo un SERVICIO VOLUNTARIAMENTE y si, por cualquier motivo, decidiésemos dejar de prestarlo o fuéramos apartados del ministerio, no tendríamos derecho a reclamar indemnizaciones o a cobrar un subsidio de desempleado.
Propiamente - por tanto - la retribución que recibimos no es un sueldo o salario. Pero es que, además, ningún sacerdote tiene obligación de celebrar la Santa Misa, ni mucho menos de celebrarla por una intención particular. Si el sacerdote - como es mi caso- es párroco tiene la obligación de organizar las cosas de tal modo y manera que los feligreses de su parroquia no se vean privados de la Misa dominical. También tiene la obligación de ofrecer por sí o por otros una misa "pro populo" cada domingo.

¿Tiene sentido que la Iglesia fije unos estipendios de Misas? Si el sacerdote fuera un funcionario a sueldo no tendría sentido. Pero, como creo haber explicado, ese no es el caso. Los católicos lo sabemos muy bien y cuando pedimos - siempre "por favor"- un servicio a un sacerdote ni se nos pasa por la cabeza pensar que ese sacerdote es un empleado o un asalariado. Lo miramos como al mismo Cristo y si lo que le hemos pedido es que ofrezca una Misa por una intención particular, después de pagar el estipendio fijado quedamos eternamente agradecidos a ese sacerdote que ha hecho por nosotros algo que nosotros no podríamos pagar con todo el oro de mundo.