¡Qué testimonio tan Admirable! La alegría en el Señor
Pensado en la
celebración del próximo domingo, tercero de adviento, conocido también como
domingo Gaudete, por la expresión paulina: “Alégrense en
el Señor siempre” (Flp 4, 4), se me vino
a la mente, aunque ella todos los días está en mi oración: mi querida y
apreciada Pili Berrio.
Aquel día 09 de septiembre, cuando apenas yo estaba
celebrando el domingo día del Señor, y a su vez mi sexto (6°) aniversario de
ordenación sacerdotal, recibía un mensaje de texto de mi gran amigo Juan
Morales con la noticia del fallecimiento de Pili. Recuerdo que estaba con mi
mamá y algunos amigos, a quienes les pedí se unieran conmigo haciendo un
responso por su descanso eterno.
Mi oración de
gratitud a ella fue: «Querida Pilar. Dios te lleve a gozar de la
Bienaventuranza Eterna. Gracias por los momentos gratos que compartimos en
nuestra Bella e inolvidable Pamplona. Gracias por tus cuidados en mi tiempo por
San Nicolás donde trabajaste con total entrega y amor. Gracias por tu Alegría,
motivo para batallar. Tu batallaste con tu enfermedad, y la llevaste con todo
el gozo, abandonada en el Señor. El te conceda el descanso eterno. Ve a Reina
junto al Padre…y si crees que por irte al cielo me
voy a olvidar de ti, Dios me ha dado también la gracias de celebrar en una
misma fiesta mi aniversario de ordenación y tu nacimiento para Dios. ¡Qué
regalo! Gratia Tibi dómine».
¡Qué testimonio
tan admirable el tuyo! Pues con ello nos estabas diciendo que si es posible
vivir la alegría cristiana. Dios está cerca, está conmigo en la alegría y en
dolor, en la salud y
la enfermedad, como amigo y esposo fiel. Y esta alegría permanece en la prueba,
en el mismo sufrimiento, y no se queda solo en la superficie, sino que está en
el fondo de la persona que a Dios se confía y en Él confía.
Así era Pili, y
yo tuve la experiencia en dos años que compartimos grandemente, de palpa su
sonrisa (siempre le decía no la pierdas). Ella para mí fue (y lo es) como una
madre. Cuántas atenciones de cariño. Y todo sin ningún interés, pues es la
tonalidad de un alma que ama. Su alegría
fue un signo presente en su vida de cristiana, hija predilecta de Dios. Su
alegría fue testimonio de su unión al plan divino.
Todos estamos llamados al apostolado, al
anuncio del Evangelio en primera persona, según nuestras capacidades y
posibilidades. El Evangelio es un mensaje de alegría. El mismo Señor Jesús es
el Evangelio, la Noticia Feliz que colma nuestras existencias. Nuestra querida
Pili bebió de ese manantial de vida: "Señor dame siempre de esa agua..."
(Jn. 4, 15) y se nutrió del pan para la vida eterna (Cf. Jn. 6, 54-56), como
bien señaló Don Santiago Cañardo: "El viático le acompañó hasta la
víspera de su muerte."
Por ello nuestra
acción apostólica debe estar informada por la alegría. Un anuncio apagado,
triste, sin vida ni entusiasmo, desvirtúa la esencia del mensaje cristiano. Quien vive su
fe con tristeza y abatimiento, no ha comprendido bien el núcleo del mensaje del
Señor Jesús. Todo nuestro
apostolado debe brotar de la alegría profunda que nace del corazón convertido y
entregado al servicio del Señor y de su Plan de reconciliación.
San Pablo nos
invita a ser apóstoles «a tiempo y a destiempo» (2Tim 4,2.). De ahí que nuestra vida cotidiana
también es ocasión de testimoniar la grandeza y plenitud de la vocación cristiana.
Viviendo la alegría en todas las esferas de nuestra vida, nos convertimos en
verdaderas antorchas vivas capaces de llevar la luz de la esperanza a un mundo
enfermo y agonizante por falta de la verdadera luz (Fil. 2,
15).
Pili fue una luz, que ahora brilla con la Luz Eterna.
Cuando María
visita a Isabel, lo hace movida por el amor y el servicio. Un acto para Ella
trabajoso como viajar para ayudar a su pariente encinta se convierte en un
magnífico testimonio de alegría cristiana. Isabel experimenta de tal modo la
alegría que ve en María y percibe la magnitud de la presencia de aquella que es
portadora de Vida, que se ve impulsada por el Espíritu a llamarla «feliz»,
porque «ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte
del Señor» (Lc. 1, 45).
Pbro. Williams Campos
Párroco de Cristo Rey