La forma en que vestimos refleja cuanto respetamos al
anfitrión y la dignidad del evento. Es por eso, por ejemplo, que nos
presentamos bien vestidos a una entrevista de trabajo, a un banquete de gala, a
una boda o un funeral.
Si los católicos
comprendiesen el significado sublime de la Santa Misa, deberían manifestar el
mayor respeto en la forma que se visten. No se trata de juzgar a las personas
por su apariencia. Bien nos lo enseña Santiago:
Supongamos que
entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido
espléndido; y entra también un pobre con un vestido sucio; y que dirigís
vuestra mirada al que lleva el vestido espléndido y le decís: «Tú, siéntate
aquí, en un buen lugar»; y en cambio al pobre le decís: «Tú, quédate ahí de
pie», o «Siéntate a mis pies». ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros
y ser jueces con criterios malos? (Santiago 2,2-4).
Hay una distancia infinita
entre Dios y el hombre: el amor y la confianza que proceden de la filiación
divina no conllevan una falta de respeto o igualdad de situación delante de
nuestro Creador. Es por esto que debemos cuidar las posturas y los gestos. Todo
pretende ser expresión de respeto y amor a Dios.