La peregrinación, camino para construir
la comunión Eclesial
Voy
a empezar con un texto, un diálogo de una novela, que dice así:
«“-
Asbag, querido amigo, deberías peregrinar – le dijo Fayic.
-
¿A la Meca? – respondió Asbag con sorna -. Ya me dirás que hace un presbítero
cristiano en La Meca.
-
No digo a La Meca, me refiero a algún otro lugar… qué sé yo, Jerusalén, Roma...
Adonde pueda ir un cristiano a encontrarse con las raíces de su fe. ¡Si
supieras como se me remueve todo por dentro! ¡Es algo maravilloso! es como ir
en pos del sentido último de las cosas…
-
Sí –interrumpió Asbag– Pero cuando se regresa todo sigue igual que antes.
-
¡Oh! no creo que sea así. Espero que mi vida continúe siendo como un sendero…
un crecimiento hacia lo máximo del ser…
En
el momento de despedirse, Asbag vio una vez más el brillo delirante de los ojos
de Fayic; y sintió envidia, una sana envidia, hecha del deseo de ver lo que
habían encontrado aquellos ojos en la sorpresa de los infinitos caminos”».
(El mozárabe. Jesús Sánchez Adalid)
Las
peregrinaciones a los Santuarios son motivadas por la fe. Y ¿acaso no es la fe el
principio activo de la comunión eclesial? A la vez que respondemos
afirmativamente, nos llega la pregunta: Pero, ¿es posible creer
hoy?
Pues
sí. También hoy en medio de la complejidad de nuestra realidad social es
posible creer y que las peregrinaciones nos brindan una magnifica oportunidad para ir
descubriendo en nosotros una fe más verdadera terapéutica y sanadora.
La peregrinación,
experiencia de Fe.
San
Juan Pablo II dijo que “La peregrinación
es una experiencia fundamental y fundadora de la condición humana y de la
condición creyente de la humanidad. Se trata del hombre en camino hacia la
fuente de todo bien y hacia su plenitud. Del hombre que pone su ser, su cuerpo,
su corazón y su inteligencia en marcha, mientras se va descubriendo a sí mismo
como un buscador de Dios y un peregrino de lo eterno”. (En el I Congreso
Mundial de Pastoral de Santuarios y peregrinaciones. Roma 1992)
Toda
Peregrinación es una ocasión para volver a las fuentes de nuestra fe, para
consolidar nuestro amor a Cristo y a la Iglesia, y para entregarnos con mayor
empeño a la misión que Jesús nos ha confiado.
“El
impulso hacia la fe cristiana, el comienzo de la Iglesia de Jesucristo, fue
posible porque existían en Israel personas que no se contentaban con lo
acostumbrado, sino que miraban lejos buscando algo más grande y ya que su
corazón esperaba, pudieron reconocer en Jesús a aquel enviado por Dios”
(Benedicto XVI, homilía en la Peregrinación a Mariazell, 8 de septiembre de 2007).
El mismo Papa Francisco nos dice: “La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es
imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una
peregrinación y el ser humano es viator,
un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada” (MV. 14).
Los caminos,
encuentro con Dios en la naturaleza, en nosotros mismos y en los demás.
Mientras
recorremos los caminos en la peregrinación, podemos experimentar una reconciliación
con la naturaleza, encontrar la paz interior y descubrir a Dios en ella. En
todo te escondes y en todo te revelas, en los vértices del cielo, en el cáliz
de una flor. O como diría San Juan de la Cruz “Mil Gracias derramando pasó por estos sotos con premura y yéndolos
mirando, con solo su figura, vestidos los dejó de su hermosura” (Cántico espiritual).
Sentirnos hermanos con las criaturas al modo de San Francisco de Asís (Cf.
Cántico de las Criaturas, Fonti Francescano [FF] 263).
Andando
por los caminos podemos descubrir la necesidad de una espiritualidad basada en la
interrelación de cosmos y humanidad de materia y espíritu, que propicie nuestra
armonía con el cosmos, que redescubra el misterio de Dios en el corazón del
cosmos y contemple el cosmos en el misterio de Dios. Una espiritualidad que profetiza
la jovialidad del Verbo que asumió la carne humana en su fragilidad y, a través
de ella, de todo el cosmos, y del Espíritu que habita con sus energías la
totalidad del universo. Necesitamos una espiritualidad que mira el universo
como una trama de relaciones (Cf. Laudato Sí, nº 2), en la que todo está en comunión
con todo, y todo está fundado en un Dios que es fundamental y esencialmente comunión,
vida en relación, energía en expresión y amor supremo. Una espiritualidad fundada
sobre la presencia universal del Espíritu y del Logos de Dios en todo el
universo.
Un
Dios que sigue creando, cuyo dinamismo creador es universal y siempre activo
desde dentro mismo de la creación, de la que formamos parte. Un Dios que ha
dado a cada ser el poder de ir haciéndose con los otros seres. Un Dios que ama
cuanto es y que “sostiene todas las cosas
con su palabra poderosa” (Heb. 1,3) Una espiritualidad de la ternura de Dios.
La contemplación en el camino nos llevará a este Dios que lo habita todo y en
quién todo habita, el “Dios, en quién
vivimos, nos movemos y existimos” (Hch. 17,28).
A
medida que vamos descubriendo a Dios en la naturaleza mientras caminamos y
sintiéndonos en armonía con ella, vamos haciendo la peregrinación hacia el
interior de nosotros mismos. Y vamos descubriendo su presencia en nosotros, en
lo más profundo de nuestro ser. Nos sentimos habitados por dentro “Vendremos a él y en él haremos morada”
(Jn.14, 23), es cuando la oración se hace adoración y se da la gran experiencia
de comunión con Dios, como la fuente de nuestra vida. “Todas mis fuentes están en ti” (Ps. 88, 7).
El
camino en la peregrinación es además un espacio y un tiempo para el encuentro
con otras personas que provienen de diferentes lugares, pueblos, parroquias y
costumbres. Encuentro con otros muchos peregrinos, que motivados por la misma
fe caminan hacia la misma meta. Es un espacio para compartir la experiencia que
vamos descubriendo a través del diálogo, las celebraciones eucarísticas donde
la comunión eclesial se afirma con el “nosotros” de la fe cristiana.
La
peregrinación y la comunión eclesial-diocesana
El
Cardenal Ruini en su libro “Il pelerinaggio” dice que después del Concilio
Vaticano II no se puede leer teológicamente la peregrinación cristiana sin
reconducirla al contexto eclesiológico del capítulo 7 de la Lumen gentium, “Indole escatológica de la Iglesia
peregrinante y su unión con la Iglesia celeste”. Es la comunión de todo el
cuerpo místico de Cristo. En esta clave eclesiológica debe ser interpretada
toda peregrinación. La comunión se actualiza de manera especial en la sagrada
liturgia y aquí se nos ofrecen la penitencia y la eucaristía como dos
elementos constitutivos de la peregrinación cristiana.
La
asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos (1988) reconoció en la
“eclesiología de comunión” la idea central y fundamental de los documentos del
vaticano II: “La iglesia, mientras
peregrina aquí en la tierra, está llamada a mantener y promover tanto la comunión
con Dios trinitario como la comunión entre los fieles. Para ello cuenta con la
Palabra y los Sacramentos, sobretodo la Eucaristía, de la cual vive y en la
cual se expresa. El sacramento expresa este vinculo de comunión, sea en la
dimensión invisible que, en Cristo y por
la acción del Espíritu Santo, nos une al Padre y entre nosotros, sea en la
dimensión visible, que implica la comunión en la doctrina de los Apóstoles, en
los Sacramentos y en el orden jerárquico. La íntima relación entre los elementos
invisibles y visibles de la comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia
como sacramento de salvación” (CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, “Carta
a los Obispos de la Iglesia Católica Sobre Algunos Aspectos de la Iglesia
Considerada como Comunión” 28 de mayo de 1992).
En su exhortación pastoral “ALEGRAOS” con
ocasión de la celebración del año de la Vida Consagrada en nuestra diócesis de
Puerto Cabello, Mons. Saúl comentaba: “…La
comunión se practica ante todo en las respectivas comunidades del Instituto. Se
trata de buscar la acogida y la atención recíproca, de practicar la comunión de
bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto para con
los más débiles. Es la mística de vivir juntos que hace de nuestra vida una
santa peregrinación” (02 de febrero de 2015).
La peregrinación
y sentido de pertenencia a la Iglesia.
Hace
un tiempo que algunos se preguntan ¿Hace falta, es necesaria una iglesia para
creer?
La
doctrina de la Iglesia a este respecto es clara. “Existe la posibilidad de salvarse fuera de la visibilidad eclesial,
pero se afirma la necesidad de la Iglesia para que la humanidad en su totalidad
tenga plena conciencia y la esperanza de la salvación. Sin la comunidad
eclesial, pues, no habría en la historia la certificación de que Dios quiere
conducir a todos a la comunión con Él y con todo el genero humano”.
Desde
la peregrinación podemos dar una respuesta afirmativa a esta pregunta en la
medida que seamos capaces de propiciar que la peregrinación ayude al crecimiento en la fe y avive el sentido de pertenencia a la Iglesia.
Sentido que cada persona interioriza, hace suyo y esto le lleve a amar a la
Iglesia y sentir con la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo y como Pueblo de
Dios que camina hacia la Pascua. Viéndola como una realidad que le da sentido y
le construye como persona creyente en la comunión eclesial. Porque en ella
hemos sido engendrados a la vida divina y donde todos los bautizados nos
sentimos hermanos en Cristo.
La
peregrinación puede contribuir a reforzar el sentido de pertenencia a la
Iglesia de manera especial, cuando es diocesana y va presidida por su Obispo,
Pastor; o parroquial con su párroco al frente, esto une mucho, tiene mucha
fuerza y el sentido de pertenencia a la iglesia crece y si se cuidan las celebraciones
litúrgicas, en ellas se hace más visible la comunión eclesial. A las
personas más alejadas les va a servir para un mayor acercamiento, una
revitalización de su fe y si asisten no creyentes también será bueno para ellos
porque al menos tendrán un mayor conocimiento de la Iglesia y puede ser la
ocasión para empezar un dialogo con ella.
Así
podemos contribuir a hacer realidad el deseo de Jesús cuando ora a su Padre
diciendo: “Que todos sean uno. Que como
tú Padre en mí y yo en ti, así sean ellos uno en nosotros” Esto es el fondo
de nuestra lema, que aún no nos creemos, hacia una Diócesis más unida a Cristo.
A modo de conclusión
Efectivamente
la peregrinación es un camino que activa
y reactiva la fe. La fe es el principio activo de la comunión eclesial y
por la fe se entra en el proceso de cambio, de conversión que la peregrinación
propicia. Todo esto afecta a la comunión eclesial, abriéndola al Reino de Dios y
programándole sus tareas históricas. Por ser trinitaria, la comunión
eclesial es reinocéntrica. Su “código genético” la lleva existencialmente del
Dios del Reino al Reino de Dios, y es comunión abierta a toda causa humana
digna del sujeto humano, justicia, paz, derechos humanos… los imperativos del
Reino iniciado por Jesús”. Comunión eclesial abierta e incansablemente
inclusiva, superando las diferencias que enfrentan a los hermanos según nos
diga el Espíritu, desde los signos de los tiempos. Lo cual no se hará sin
asumir los conflictos como Jesús.
De
esta comunión eclesial va a depender la credibilidad del mundo en el mensaje de
Jesús. De ahí el insistente cuidado, el cariño y el temblor, pienso yo, con que
Jesús encomienda a los suyos la herencia viva de ese tesoro de la comunión
eclesial.
La Iglesia
tiene en las peregrinaciones un extenso y magnifico campo de evangelización, que la pastoral debe aprovechar para ayudar al desarrollo de la fe
como principio activo de la Comunión Eclesial y de su dinamismo misionero, la
nueva evangelización, el diálogo salvífico con nuestro tiempo.
Para
que la peregrinación sea un camino que ayude a construir la comunión eclesial
es muy importante el papel del animador
o animadores, incluso del guía.
Los
animadores ya sean sacerdotes o laicos deben tener una preparación en este
campo, no solo en aspectos organizativos sino que de alguna manera cabría
hablar aquí de una llamada al empeño activo de la difusión de la fe.
Toda
peregrinación debe tener una preparación que programe:
–
Unos objetivos.
–
Un tiempo de desarrollo.
–
Un seguimiento posterior.
Debe
tenerse en cuenta:
–
La motivación del peregrino.
–
El camino.
–
La meta.
Preguntémonos: ¿Qué experiencia tenemos de cómo se
lleva a cabo la pastoral de las peregrinaciones en las diócesis, crees que van
encaminadas a este objetivo de “La peregrinación caminos para construir la
comunión eclesial”? ¿Qué podríamos aportar a este respecto?
Respecto
a la figura del Animador en la peregrinación ¿Qué perfil debe tener para que
ayude a conseguir que la Peregrinación sea un camino para construir la comunión
eclesial?
Del
Guía ¿Qué experiencia tienen al respecto? ¿Crees es igual que sea: Creyente, No
creyente, cristiano, de otra confesión religiosa? ¿Qué propones como lo ideal?
Una
de las cosas fundamentales en la peregrinación es que el peregrino se sienta acogido, escuchado, acompañado atendido
espiritualmente y que a través de esto
llegue a tener la experiencia del amor
de Dios. Que el camino sea un
itinerario de fraternidad que le
abra a nuevas perspectivas de vida y compromiso en la Iglesia.