SOLEMNIDAD
DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Jornada
por la santificación de los sacerdotes
¡Qué acierto ha
tenido el Papa Benedicto XVI, poniendo la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús
como la Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes!
La fiesta del
Sagrado Corazón de Jesús es la celebración gozosa de que Dios nos ama en
Jesucristo su Hijo y redentor nuestro, volcando su corazón en el amor
incondicional hacia nosotros, hasta derramar su última gota de sangre, símbolo
de la vida.
Es una muestra de
que Jesucristo ha entregado totalmente su vida por nosotros en ofrenda
obediente al Padre.
Es punto de
referencia para renovar en nosotros, los sacerdotes, el compromiso asumido el
día de nuestra ordenación sacerdotal. Entonces prometimos a Dios, ante su
Iglesia significada en el Obispo y la Comunidad presidida por él, que nos
entregaríamos plenamente al ministerio sacerdotal procurando nuestra santificación
y la salvación de las alamas que nos fueran encomendadas.
Nuestra
santificación es el cumplimiento de un programa de amor a Dios. Amor
que no puede ser parcial. Ha de ser pleno. Pero como nuestra
torpeza y nuestra limitación obstaculizan muchas veces la realización de
nuestros buenos propósitos, el empeño en llevar a cabo constantemente nuestra
conversión ha de renovarse día a día; de modo que, donde no llegan nuestras
obras, alcancen nuestros deseos sinceros de amor a Dios sobre todas las cosas.
Sabemos muy bien que “quien ama, ha cumplido la ley entera” (Rm 13,
8). San Agustín nos lo dice también con un lenguaje verdaderamente
sorprendente: “Ama y haz lo que quieras”.
En verdad, quien ama a Dios no puede hacer el mal; y quien ama al prójimo, no
puede menos que ofrecerle lo mejor; y lo mejor es el camino de la salvación,
cuyo punto de partida es el descubrimiento del rostro de Cristo; cuyo camino es
el mismo Cristo; y cuya fuerza para afirmar los pasos es, también, el mismo
Jesucristo que se nos da como pan del caminante y alimento de salvación en la
Eucaristía.
Nuestro programa de
amor a Dios no comienza y termina en cada uno de nosotros como si fuera una
obra estrictamente individual. Nuestro programa de amor a Dios ha de originarse
en el seno de la Iglesia, y ha de iniciarse con el calor hogareño de la Iglesia
como una obra verdaderamente familiar. No podemos olvidar que somos miembros
vivos de un cuerpo orgánicamente estructurado, del que Cristo es la cabeza. Por
ello, nuestro avance sacerdotal por camino hacia la santidad ha de recorrerse
en la plena conciencia de que, sin una plena vinculación de amor y obediencia a
la Iglesia, quedaríamos paralizados. Ningún
miembro del cuerpo vivo, permanece con vida si se separa de la cabeza y del
resto del cuerpo. En consecuencia, nuestro empeño por la propia
santificación debe ser coincidente con una clara voluntad de vivir fuertemente
enraizados en la Iglesia y radicalmente vinculados a Cristo cabeza y a los
demás miembros que son los hermanos en la fe.
Esta condición
fundamental y básica para que los sacerdotes alcancemos la santidad, nos lleva
a entender que no podemos llegar a ella sin una fuerte vinculación con Cristo,
ciertamente; pero tampoco sin una fuerte vinculación con el prójimo que el Señor
nos ha confiado, para que, como El, demos la vida por las ovejas.
La santificación
del sacerdote tiene sus pasos marcados en la línea de la entrega plena a Dios y
al prójimo. Pero esa entrega plena, constante y gozosa no puede lograrse sino
como consecuencia de un amor muy grande. Bien podemos concluir, pues, que la
Jornada por la santificación de los sacerdotes ha de ser un día de oración al
Señor para que todos los que Él ha elegido para ser sus ministros, lleguemos a
ser ganados por el amor que Dios nos tiene, y nos pongamos a la obra de la
evangelización sin reservas, llevados del amor a las ovejas que nos han sido
encomendadas.
La conclusión de
estas reflexiones, a alas que nos lleva la palabra de Dios es muy sencilla. La
santificación de los sacerdotes es cuestión de amor a Dios y a los hermanos,
dándolo todo, como Cristo, en obediencia al Padre en la iglesia, y en la
entrega al servicio evangelizador de los hermanos. Por tanto, como hemos
destacado al comenzar estas palabras, el Papa Benedicto XVI nos ha regalado
esta Jornada con verdadero acierto, poniéndola en el día en que Iglesia celebra
la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús.
Por otra parte, la
imagen del Corazón ardiente y sangrante de Jesús conecta plenamente con el
sentimiento del pueblo fiel, moviéndole a la admiración y a la correspondencia
con el deseo de la propia entrega. Día, pues, muy apropiado para que los
sacerdotes renovemos el propósito de acercarnos al Señor, como Jesucristo,
entregándonos plenamente al servicio de la santificación del prójimo. En esta
entrega, debemos tener especialmente presente la preocupación que Jesucristo
nos comunicó diciéndonos: “Tengo otras ovejas que no son de este redil.
También a ellas las tengo que llamar…” (Jn 10, 16). De este modo,
nuestra entrega al servicio ministerial que se nos ha encomendado, se
realizaría en un verdadero estilo misionero procurando hacer discípulos de
todos los pueblos.
Queridos hermanos,
quienes van a participar de esta gran Solemnidad,
o ya han lo han hecho con las primeras vísperas o hayan celebrado ya la fiesta:
oren por nosotros los sacerdotes a quienes el señor, pasando por encima de
nuestras limitaciones y debilidades, ha constituido ministros de su palabra y
de su gracia para la salvación del mundo. Pídanle para los sacerdotes espíritu
de oración, devoción profunda y sincera, constancia y humildad en el ejercicio
de la propia conversión y esperanza en que el Señor obrará a través nuestro, y
a pesar nuestro, lo que corresponde a su plan de salvación universal. Nosotros
pediremos para ustedes la gracia de encontrarnos con el Señor, de experimentar
su amor infinito, y de gozar de su consuelo en la experiencia de su
misericordiosa providencia.
Sabemos que la oración de los fieles es un soporte y un estímulo para
nuestra fidelidad y nuestra entrega, recordamos con emoción el gesto del Papa
Francisco al dar su primer mensaje a la Iglesia luego de su elección: inclinarse
para pedir la oración de los fieles antes de bendecirlos. Todas las
comunidades eclesiales se promueva la oración por sus pastores y se reavive la
conciencia sobre la santidad de nuestro ministerio que es un don que brota del
Corazón de Dios.
Recordemos también aquellas palabras del Santo Padre: “Queridos
sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que
hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la
unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo
fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor,
sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad;
y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que
les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén”.
Que la Santísima
Virgen, madre del amor hermoso (cfr. Ecclo 24, 24) – a quien celebraremos
mañana con una particular memoria alabando a Dios por su Corazón Inmaculado (Lc 2, 41-51)- nos
ayude a descubrir las profundidades del amor a Dios y a saborear las delicias
del amor que Dios nos tiene.