Metidos en la revolución de
la misericordia. Así estamos los cristianos. A eso estamos convocados desde
hace veinte siglos. Ahora de manera renovada. Para esto no hace falta dedicarse
a la educación, aunque ciertamente la educación, sobre todo en clave cristiana,
es un anuncio y una obra de misericordia.
Todo esto es aún más claro si
hablamos de educación de la fe, una de las tareas más
fascinantes que pueda imaginarse, sea en la modalidad de la enseñanza escolar
de la religión o en la modalidad de catequesis dirigida a todas las edades,
incluyendo la que los padres y madres cristianos han de procurar para sus
hijos.
Educar en la fe es
evangelizar
Educar en la fe es
evangelizar, que significa anunciar y obrar misericordia. Es
anunciar misericordia porque es dar la buena noticia (Evangelio) del amor que
Dios es y nos ha manifestado en Jesucristo. Y este es el primer sentido de este
Año de la misericordia. No se trata, por tanto, de una enseñanza abstracta, un
conocimiento que nos podría dejar fríos, en el caso de que no nos afectara. El
anuncio de la misericordia va o debe ir acompañado por facilitar la experiencia
de cómo Dios efectivamente se preocupa de nuestras miserias, deficiencias y
pecados. Y entonces todo cambia.
La manera de facilitar esa
experiencia es facilitar el encuentro con Cristo, concretamente en
el sacramento de la Confesión y en el ejercicio de las
obras de misericordia. En ese sacramento Dios nos espera para perdonarnos y
fortalecernos. En las obras de misericordia, nos sale al encuentro en los más
necesitados o en aquellos que les atienden y les sirven.
El educador de la fe hace
todo esto. Es un evangelizador y debe ser un experto en misericordia; incluso
un comunicador de misericordia, en el sentido propio del término
comunicación: acción de manifestar y compartir no solo un mensaje sino algo de
sí mismo (cf. Francisco, Comunicación y
misericordia: un encuentro fecundo: Mensaje para la Jornada
Mundial de las Comunicaciones, 22-I-2006).
La tarea de educar en la fe
es mostrar que todo cristiano e incluso toda persona es un ser amado por Dios.
¿Cómo se educa esto en la práctica?
En lo que sigue querría
señalar dos puntos, en la perspectiva del Papa Francisco: educar en la fe
requiere algunos presupuestos prácticos en los educadores; e implica ciertos
“contenidos” en esa educación, que están a su vez vinculados a determinadas
actitudes de los educadores.
Presupuestos prácticos
En primer lugar, requiere
unos presupuestos prácticos, referidos a la acción: la familiaridad del
propio educador con Jesucristo, en la oración y en la vida sacramental; su
ejemplo de cristiano (testimonio coherente) con toda su vida; suesfuerzo por
evangelizar, a través de su tarea educativa, ante todo a los más pobres
y necesitados, sea en el ámbito material, moral o espiritual.
Suele insistir Francisco en
que para eso hay que salir de uno mismo: del bienestar y de la
comodidad, de los previos esquemas, del refugio en las ropias seguridades, de
la cobardía e impasibilidad, del encerrarse en el propio grupo –aquellos que
nos aceptan y cuidan a diario–, para llegar a otros cuya aceptación hemos de
ganar, cuyo cuidado hemos de afrontar. Y esto pide una continua
conversión del corazón a la solidaridad, para vencer la “globalización
de la indiferencia”.
Contenidos y actitudes
En segundo lugar, la
educación de la fe comporta ciertos contenidos que se deben traducir en
actitudes por parte de los educadores, tal como se señala en la exhortación de
Francisco sobre “El gozo de evangelizar” (Evangelii
gaudium).
El Papa propone ahí una profundización
y crecimiento en el anuncio de la fe, que exprese sobre todo el amor
salvífico de Dios, antes que las obligaciones morales y junto con una apelación
amable a la libertad. Una educación “mistagógica” (introductora
al misterio de Dios y de su amor), que vaya poco a poco, cuidando los “signos”:
no solo los signos de la liturgia, sino los gestos y símbolos que lleven a la
persona a crecer como tal en la fe cristiana vivida.
Pide una atención
especial al “camino de la belleza”, a la belleza compatible con la verdad y
con el bien, que descubrimos sobre todo en Cristo. Pues Él es “capaz de colmar
la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las
pruebas. Por eso los educadores en la fe deben ser “alegres mensajeros de
propuestas superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una
vida fiel al Evangelio”.
Junto a ello el educador ha
de ser un acompañante capaz de escuchar y esperar (el tiempo
es mensajero de Dios), absteniéndose de juzgar sobre la culpabilidad de las
personas, sin dejar por eso de impulsarlas “para superar los fatalismos o la
pusilanimidad”.
Debe el educador centrarse
en la Palabra de Dios (cuidar la formación bíblica, primero la suya
propia). Y debe educar para atender a la realidad, no sólo como un principio
filosófico y pedagógico, sino con medios concretos (que incluyen, por ejemplo,
el estudio de la historia de la Iglesia y la edificación de la memoria
histórica del cristianismo; la escucha del clamor de los pobres; y, desde ahí
el impulso al espíritu de servicio y a las obras de misericordia en la vida de
los cristianos y sus familias, con vistas a edificar una civilización del
amor).
Desde la antropología y la
ética
Por otra parte desde hace más
de una década Jorge Mario Bergoglio viene apuntando que la educación en la fe
no “sobrevuela” las necesidades antropológicas y éticas de la educación.
“¡Nuestro objetivo –exclamaba
en la Pascua de 2004– no es sólo formar ‘individuos útiles a la sociedad’, sino
educar personas que puedan transformarla!”. Para ello –proponía– hemos de educar
para los frutos y no solo para los resultados, redescubrir la profunda
eficiencia de la gratuidad, que no excluye sino que preside las demás
eficiencias; y hemos de subrayar la excelencia de la solidaridad. Por
ser parámetros de verdadera humanidad, éstos son también certificados de
autenticidad del estilo cristiano en la tarea educativa.
Como educadores cristianos o
cristianos educadores –agregaba el año siguiente–, hemos de “fortalecer
el sentido eclesial” entre nosotros mismos, “ensayar nuevas
formas de diálogo en la sociedad pluralista”, “revitalizar la dimensión
específicamente teologal de nuestra motivación”.
Es indudable, y concluimos,
que todo esto necesita hoy por nuestra parte, de conversión a la misericordia,
juventud de espíritu, pasión educativa y formación permanente. Pide fortalecer
la ilusión profesional, proponerse metas y acometer proyectos concretos.
Precisa establecer equipos capaces de trabajar interdisciplinarmente por la
educación desde la fe.
Tal es en la hora presente
nuestra responsabilidad.
D. Ramiro Pellitero