“PIEDAD SACERDOTAL.
PRÁCTICAS PROPIAS DEL
ESPÍRITU SACERDOTAL”.
24 DE ABRIL DE 2014
En las jornadas de estudio para sacerdotes en Homenaje
a los próximos Santos Juan XXIII y Juan Pablo II
Y al próximo Beato Álvaro Del Portillo
En
la presencia del Señor, allí en el Sagrario, vamos a dialogar con él
personalmente, hacer nuestra oración junto a él y con él, reflexionando sobre
nuestra vida sacerdotal[1], repitiendo una y mil
veces más: "te adoro con profunda
reverencia" ¡qué hermoso es hacerlo![2], contamos, para que nos
ayude en ese dialogo íntimo, con el testimonio admirable y entrañable de los
Beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, que dentro de tres días - 27 de abril -
serán canonizados en el domingo de la Divina misericordia, para gloria de Dios
ejemplos de vida para nosotros, así como la vida sacerdotal de Don Alvaro del
Portillo (que el 27 de septiembre del presente año, será Beato) quienes
hicieron mucho por los sacerdotes y que aún siguen haciendo por cada uno de
nosotros sacerdotes que queremos, como ellos, imitar al Señor.
Recoge
el Directorio, estas palabras: “La espiritualidad del sacerdote consiste
principalmente en la profunda relación de
amistad con Cristo, puesto que está llamado a «ir con Él» (cfr. Mc 3, 13). En este sentido, en la vida
del sacerdote Jesús gozará siempre de la preeminencia sobre todo. Cada
sacerdote actúa en un contexto
histórico particular (que sepamos discernir los signos de los tiempos y
crezcamos a la luz del Evangelio[3]), con sus distintos
desafíos y exigencias[4]. Precisamente por esto, la garantía de fecundidad del ministerio
radica en una profunda vida interior (estar con Cristo, como ahora,
en la oración[5]). Si el sacerdote no
cuenta con la primacía de la gracia, no podrá responder a los desafíos de los
tiempos, y cualquier plan pastoral, por muy elaborado que sea, está destinado
al fracaso”[6].
El
cultivo de nuestra vida espiritual no es un adorno. Don Alvaro decía que: “al
hablar de Espiritualidad[7] del sacerdocio, como al
hablar de la santificación del sacerdote, no quiere decir más que desarrollo de
la vida espiritual cristiana, efectiva tendencia a la santidad, con los medios
oportunos. Y a propósito del sacerdocio, lo que cabe añadir es que «los sacerdotes están obligados a adquirir
esa perfección con especial motivo, puesto que, consagrados a Dios de un nuevo
modo por la recepción del Orden, se convierten en instrumentos vivos de Cristo
Eterno Sacerdote, para proseguir a través del tiempo su admirable obra, que
restauró con divina eficacia toda la comunidad humanidad» (PO. 12)”[8]. Su espiritualidad ha de
asumir y estimular las líneas de fuerza de su consagración sacerdotal y de las
obligaciones que el ministerio comporta.
Ahora,
¿cuáles son esos medios o elementos capitales que tenemos para nuestra piedad y
vida sacerdotal? ¿Quién es el centro de
nuestro ministerio? Contamos con los tesoros: la Oración; la liturgia de las
horas, la predicación, la Santa Misa, la Reconciliación, devoción a la
Santísima Virgen María, humildad,
caridad pastoral, fraternidad, estudio y encuentros sacerdotales (como
estas jornadas) y que a través del pensamiento de gratos sacerdotes, podamos
cada uno de nosotros dialogar con el Señor, quien es nuestro centro y modelo.
1. El Valor de la oración, como primacía de la vida
espiritual
¿Qué
significa ser sacerdote? Ser mediador entre Dios y los hombres[9]. Más concretamente, y
situándonos ya de lleno en una órbita cristiana: participar del sacerdocio de
Cristo, contribuir con la propia vida a actualizar en los diversos momentos de
la historia el sacerdocio de Cristo y, de esa forma, reconciliar todas las
cosas con Dios y conducir el universo entero hacia la plenitud que la Escritura
atribuye a los nuevos cielos y la nueva tierra.
Con
frecuencia, las personas se acercan a uno para pedirnos que los encomendemos -
a ellos y a sus familiares - en casos de especial necesidad o en problemas de
salud del cuerpo o del alma... Y como sacerdote debemos ser el padre bueno que
los escucha y los consuela y pide a Dios por ellos. San Josemaría decía: “Hay que ser, en primer lugar, sacerdotes,
después sacerdotes y siempre y en todo sacerdotes”[10].
En
el alma de San Josemaría había una convicción cristiana fundamental: el papel
decisivo que en la vida del cristiano, y más concretamente en la del sacerdote,
desempeña la oración. Así por ejemplo se recoge en Surco: “¿Católico, sin oración?... es como un soldado sin armas”[11]. En el mismo Camino dice: “la oración es el cimiento del edificio
espiritual. La oración es omnipotente”[12].
Lo
esencial y fundamental del ministerio sacerdotal es un profundo lazo personal
con Cristo... ya decíamos con palabras del directorio: “la garantía de fecundidad del ministerio radica en una profunda vida
interior”. Como sacerdotes debemos ser hombres que conocen a Jesús
íntimamente, que lo hemos encontrado y aprendido a amarlo. Por eso, debemos ser
hombres de oración, hombres verdaderamente religiosos. Sin una robusta base
espiritual, no puede resistir mucho tiempo en su ministerio. Cuando me he puesto a reflexionar sobre las
causas que hacen que, poco a poco, se vaya desmoronando una vocación tan
entusiasta y tan esperanzada en sus comienzos, siempre he llegado a la misma
conclusión: ha habido un momento en que ha dejado de existir la oración callada
y silenciosa[13].
El
cardenal Van Thuan - en una ocasión - decía: “Recuerdo la primera vez en que fui a Canadá en 1959. Después de
concluir la tesis en Roma, fui a visitar América. En Canadá muchos fieles
vinieron a preguntarme: “¿En tu país rezan los sacerdotes?”. Yo
respondí: “Los sacerdotes rezan siempre”.
Y ellos añadieron: “En este país ya no rezan”. El resultado de eso lo vemos se deja
de ser fieles al ministerio sacerdotal. ¿Qué sacerdocio es el tuyo?
Nuestro
compromiso, como sacerdotes, pastores de una comunidad[14], servidores y
administradores de los bienes de Dios[15], es ayudar - niños,
jóvenes y adultos - a que arda en su corazón el deseo de ser discípulos
misioneros de Jesús. Que vean en nosotros sacerdotes que rezan, que trabajan,
alegres, disponibles. San Josemaría decía: “se
ordenarán, para servir. No para mandar, no para brillar, sino para entregarse,
en un silencio incesante y divino, al servicio de todas las almas”[16]. El mismo Papa Francisco
no ha dicho más reciente: “Un obispo que
no está al servicio de la comunidad: no está bien. Un sacerdote, un cura, que
no está al servicio de su comunidad: no está bien. Está equivocado”[17].
¿Acaso
no merecemos nosotros aquel reproche de Cristo a los Apóstoles en Getsemaní? (cf.
Mt. 26, 40) Es necesario estar con Cristo en la
oración, velar con Él, para no desfallecer ante nuestras responsabilidades.
Pero ¿Qué esperan de nosotros como sacerdotes? Necesidad de guías fuertes,
sólidos en su vocación y en su identidad. Los jóvenes esperan de nosotros poder
aprender a ser cristianos para vivir la armonía y unidad en la familia. Donde
hay un sacerdote apasionado la
comunidad florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan
personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble: “cree siempre lo que lees, enseña lo que eres
y haz vida lo que enseñas”[18]. Eso esperan de nosotros.
Que
no seamos sacerdotes que han perdido confianza en el ministerio, en el carisma
y la cultura. Los jóvenes esperan de nosotros: coraje de ser nosotros mismos,
no dejándonos invadir por el consumismo que el mundo nos presenta. Se hace
también necesario salir de nuestras comodidades e interés personal pensando más
en los fieles: niños, jóvenes y adultos. Pero “el sacerdote que sale poco de sí, que unge poco se pierde lo mejor de nuestro pueblo (…). El que no sale de sí, en
vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor.
(…) De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan
tristes, sacerdotes tristes[19]. (…) esto os pido, nos decía el Papa Francisco: sed pastores con «olor a oveja»[20], que eso se note
(…)”.
Por
eso, debemos orar mucho para poder alimentarnos espiritualmente y así poder
hablar por propia experiencia a los demás. Las
almas están hambrientas de Dios y necesitan sacerdotes santos, que les indiquen
el camino. Nuestra oración cotidiana debe ser, primero, sin prisas, con
pausa y atención; debe ser un encuentro real con Dios; la oración debe abrazar
todo lo que forma parte de nuestra vida.
Ser
un hombre de Dios no es incompatible con tener los pies en la tierra. El sacerdote
es una persona que no pierde la propia objetividad ni el realismo. Sabe por una
parte, que la humanidad debe someter el cosmos y dominarlo, pero por otra
parte, que lo que el hombre anhela definitivamente se encuentra sólo en el
cielo, meta definitiva y objetivo de nuestro peregrinar en esta tierra. No es
la ciencia lo que salva al hombre, es Cristo. El sacerdote no puede ceder al
horizontalismo o al naturalismo, porque dejaría de ser necesario para el mundo
y se confundiría con un trabajador o un agente social[21], que en el mundo son ya
bastantes. No debe jamás caer preso de la visión reducida de su sacerdocio, por
la cual, éste no sería sino sólo un servicio o una función[22]. El sacerdote es servidor
de Cristo por ser, a partir de Él, por Él y con Él, servidor de los hombres.
2. La liturgia de las
Horas, característica de la vida de oración
En
la vida de oración del sacerdote tiene un valor particular la Liturgia de las
Horas (aurora, ocaso). Es el sacrificio de los labios que alaban al Señor: Profunda nostalgia del pueblo por no tener
templo[23]. Cuando rezamos la
Liturgia de las Horas - hace poco hemos rezado las laudes - actuamos como “ministros de Cristo”, y a la vez en
representación de la Iglesia, in persona Ecclesiae. Cristo es el Esposo de la
Iglesia por la que ha dado su vida. Por medio de esta oración sacerdotal la
Iglesia entera reza, ofreciendo al Padre, por medio de Cristo, por el Espíritu,
la perfecta oración de alabanza, de acción de gracias, de petición de perdón y
de súplica. Mediante la plegaria sacerdotal la Iglesia eleva el mundo hacia ese
Dios del que el mundo ha salido y hacia el que se encamina.
¿Qué
oración va haber? La oración, los labios que alaban al Señor. “La oración del sacrificio (anáfora) y el
sacrificio de la Oración (Liturgia de las Horas) es Cristo y el Espíritu Santo,
es la cumbre de la celebración”[24].
Por
ello, la Liturgia de las Horas debe ser rezada, «digne, attente ac devote»[25]. Se trata de una actitud
propia de toda oración -¿puede haber acaso diálogo sin atención?-, pero muy
especialmente de la que ahora comentamos. No sólo porque, en ella el sacerdote
actúa en representación de toda la Iglesia, sino también porque la Liturgia de
la Horas constituye como una prolongación de ese momento culminante del
ejercicio del ministerio y del encuentro personal con Cristo, que es la
celebración de la Eucaristía[26].
“Para el sacerdote un modo fundamental de
estar delante del Señor es la Liturgia de las Horas: en ella rezamos como
hombres que necesitan el diálogo con Dios, dando voz y supliendo también a
todos aquellos que quizás no saben, no quieren o no encuentran tiempo para orar”[27]
Por
esto, el sacerdote debe redescubrir
el sentido del recogimiento y de la serenidad interior “para acoger en el corazón la plena resonancia de la voz del Espíritu
Santo, y para unir más estrechamente la oración personal con la Palabra de Dios
y con la voz pública de la Iglesia”[28]; debe interiorizar cada
vez más su naturaleza de intercesor[29].
El
beato Juan Pablo II lo recordaba en su discurso con ocasión del 30° aniversario
de Presbyterorum Ordinis: “(…) Puesto que el sacerdote es mediador
entre Dios y los hombres, muchos hombres se dirigen a él para pedirle
oraciones. Por tanto, la oración, en cierto sentido, “crea” al sacerdote,
especialmente como pastor. Y, al mismo tiempo, cada sacerdote se crea a sí
mismo constantemente gracias a la oración. Pienso en la estupenda oración del
breviario, Officium divinum, en la cual toda la Iglesia con los labios de sus
ministros ora junto a Cristo”[30].
3. La Predicación de la Palabra
de Dios[31].…el perdón de los Pecados.
A
la catequesis va unida un uso sapiente de la predicación. Pero todo ello debe
ir presidido de un “tiempo prolongado de
estudio, oración, reflexión y creatividad pastoral”[32]… “el predicador debe ser el primero en tener una gran familiaridad
personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto litúrgico o
exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un
corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos
y engendre dentro de sí una mentalidad nueva”[33].
Don
Álvaro, toma unas palabras del San Josemaría que son particularmente
significativas de esa vida espiritual del sacerdote que se traduce en un
ministerio pastoral: “los sacerdotes no
tenemos derechos: a mí me gusta sentirme servidor de todos, y me enorgullece
ese título. Tenemos deberes
exclusivamente, y en esto está
nuestro gozo: el deber de enseñar
el catecismo a los niños y a los adultos, el deber de administrar los
sacramentos, el de visitar a los enfermos y a los sanos; el deber de llevar a
Cristo a los ricos y a los pobres, el de no dejar abandonado al Santísimo
Sacramento, a Cristo realmente presente en el Sagrario, bajo la apariencia de
pan; el deber de buen pastor de las almas, que cura a la oveja enferma y busca
a la que se descarría, sin echar en cuenta las horas que se tenga que pasar en
el confesonario”.
Volver
a la comunión con Dios, después de haberla perdido por el pecado, es un
movimiento que nace de la gracia de Dios, rico en misericordia y deseoso de la
salvación de los hombres[34]. El sacramento de la
Penitencia manifiesta de modo particular el amor misericordioso de Dios por
nosotros, y nos ayuda a considerar la intrínseca maldad del pecado, que nos
separa de Él. Hoy en día se padece una disminución del sentido del pecado: “el pecado del siglo es la pérdida del
sentido del pecado”.
“Tengan en cuenta los párrocos que el
sacramento de la Penitencia contribuye eficacísimamente a fomentar la vida
cristiana; por eso, han de estar fácilmente dispuestos a oír las confesiones de
los fieles”[35]. Los sacerdotes han de
ayudar a las personas a acercarse a la confesión sacramental. Además procurarán
recordar y difundir el valor sacramental de la confesión auricular, su
necesidad, etc., según la doctrina de la Iglesia.
El
Papa Francisco nos decía: “El sacerdote
es hombre de misericordia y compasión, cercano a su gente y servido de todos.
Este es el criterio pastoral que quisiera subrayar mucho: ¡Cercanía! Que el
Sacerdote demuestre esto particularmente al administrar el sacramento de la
reconciliación, de la confesión de los pecados; sobre todo si él mismo ha
sabido confesarse bien, dejándose abrazar por Dios”[36].
El sacerdote, en nombre de Cristo es juez,
maestro, médico, pastor, padre[37]: juez, en cuanto el sacramento ha sido instituido per modum iudicii; maestro, pues debe instruir según las necesidades de cada alma; médico, porque le compete diagnosticar y
administrar los remedios oportunos para cada enfermedad del alma; padre y pastor, ya que representa la
paternidad de Dios, Creador y Recreador de la vida. El confesor debe actuar,
pues, no sólo con autoridad, sino con la comprensión, la paciencia, la
indulgencia y el amor de Cristo.
Las dotes que se piden al confesor, según la
tradición de la Iglesia, son ciencia[38] (Es grande la responsabilidad del sacerdote
en este aspecto), prudencia[39]: recta ratio agibilium, que ha de
ejercerse especialmente en las preguntas que formule para alcanzar la
integridad formal necesaria; en el juicio que ha de emitir sobre las
disposiciones del penitente; en los remedios y consejos que sugiera; y en la
imposición de la penitencia, como luego se verá; y santidad: El sacerdote no puede olvidar que la santidad personal es condición para la mayor eficacia de su
servicio a las almas, y esta convicción le llevará a vivir la caridad y el
espíritu de sacrificio en su ministerio: sólo si lucha para alcanzar una
perfecta unidad entre la doctrina y la vida, será canal adecuado de la gracia
de Dios. El confesor debe estar en gracia para impartir el sacramento; de lo
contrario, peca gravemente. Únicamente en caso de urgente necesidad, y haciendo
antes un acto de contrición perfecta, es lícito a un sacerdote administrar la
Penitencia con conciencia de pecado mortal.
El
mismo Papa Benedicto XVI alentó a los sacerdotes a ser dignos ministros de la
penitencia y rectos formadores de las conciencias de los fieles, a través de la
catequesis, la predicación, la homilía, la dirección espiritual, y los sacramentos
de la reconciliación y la Eucaristía.
Formar rectamente la conciencia de los creyentes es una de las
prioridades pastorales, porque si se pierde el sentido del pecado,
desgraciadamente aumenta el sentido de culpa, que se desearía eliminar con
remedios paliativos insuficientes. “Una
adecuada catequesis estimula las conciencias a percibir siempre mejor el
sentido del pecado, hoy en parte apagado o peor, obnubilado por un modo de
pensar y de vivir" que "denota
un relativismo cerrado al verdadero sentido de la vida”.
Por
esto, los sacerdotes han de estar siempre disponibles para ejercer este
ministerio: la administración del sacramento de la Penitencia ha de ser -como
enseñaba san Josemaría- una pasión
dominante y ejercicio gustoso. Manifestación concreta de ese deseo santo es
el espíritu de sacrificio con el que los presbíteros procuran tener horas de
confesonario. San Josemaría solía insistir en que el sacerdote tenga mucha
caridad para escuchar, advertir y perdonar.
4.
Vivencia de la Santa Misa…Amor por la Eucaristía
“Si el Hijo de Dios se hizo hombre y murió en
una cruz, fue para que todos los hombres seamos una sola cosa con Él y con el
Padre” (Cfr. Jn 17, 22). Todos, por tanto, estamos llamados a formar parte
de esta divina unidad. Con alma sacerdotal,
haciendo de la Santa Misa el centro de nuestra vida interior, buscamos nosotros
estar con Jesús, entre Dios y los hombres[40]. Es nuestra razón de ser
como sacerdotes. Nosotros, sacerdotes, tenemos que vivir de ella y vivir para
ella[41].
Al
segundo día de su elección como Papa, nuestro queridísimo Benedicto XVI, decía:
“Mi pontificado inicia, de manera
particularmente significativa, mientras la Iglesia vive el Año especial
dedicado a la Eucaristía. ¿Cómo no percibir en esta coincidencia providencial
un elemento que debe caracterizar el ministerio al que he sido llamado? La
Eucaristía, corazón de la vida cristiana y manantial de la misión
evangelizadora de la Iglesia, no puede menos de constituir siempre el centro y
la fuente del servicio petrino que me ha sido confiado.
La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo
resucitado, que se sigue entregando a nosotros, llamándonos a participar en la
mesa de su Cuerpo y su Sangre. De la comunión plena con él brota cada uno de
los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos
los fieles, el compromiso de anuncio y de testimonio del Evangelio, y el ardor
de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños.
… El sacerdocio ministerial nació en el Cenáculo, junto
con la Eucaristía, como tantas veces subrayó mi venerado predecesor Juan Pablo
II. “La existencia sacerdotal ha de tener, por un
título especial, “forma eucarística”, escribió en su última Carta con ocasión del Jueves santo
(n. 1). A este objetivo contribuye mucho, ante todo, la devota celebración
diaria del sacrificio eucarístico, centro de la vida y de la misión de todo
sacerdote”[42].
Es
lo que haremos dentro de unos instantes, y lo que debemos hacer diariamente,
como espera y necesita la Iglesia: sacerdotes enamorados de Cristo, felices de
seguir al Maestro, mientras recorre la tierra en busca de almas que salvar, con
el corazón palpitante de amor sacerdotal[43]. En la vida de D. Alvaro,
en orden a sus prioridades, siempre ocupó el primer lugar el trato con el Señor:
la celebración de la misa, los ratos de oración (como ahora hacemos nosotros),
el rezo del oficio…ese esfuerzo habitual por estar muy metido en Dios hizo
posible no solo su despliegue de trabajo, sino que lo realizara con un
desprendimiento de todo lo que pudiera ser amor propio o búsqueda de intereses
personales. Celebraba la misa sin hacer cosas raras, pero con muchísima piedad
(…) ¡Con qué respeto, con qué amor alzaba el Santísimo Sacramento[44].
Y
esto ¿por qué? Porque el sacerdote de hoy, de mañana y de siempre, debe ser
otro Cristo, asemejarse a Cristo: “consideras
lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio
de la Cruz del Señor”. Y esto sólo puede conseguirlo, celebrando diaria y
devotamente la santa misa, pues la celebra en la persona de Cristo. Cristo
celebra la misa por medio del sacerdote que, en esos momentos, está como
identificado con Él, como el fuego y el hierro se unen en un hierro rusiente.
De ella sacamos fuerza para realizar nuestro ministerio sacerdotal.
No
podemos olvidar que la eficacia de la Misa no radica en la homilía o en la
calidad de la celebración litúrgica (presentación de las ofrendas bien
organizadas o intenciones de la oración de los fieles bien seleccionadas, por
poner unos ejemplos) sino del efecto
sacramental que se deriva de la renovación del sacrificio del Señor en la Cruz.
El sacerdote, in persona Christi capitis,
es fuente de vida y de vitalidad en la Iglesia y en su parroquia. No es la
fuente de esta vida espiritual, sino el hombre que la distribuye a todo el
pueblo de Dios[45].
El
sacerdote debe predicar con frecuencia y preparar bien las homilías, y la
Iglesia impone la obligación de predicar determinados días; igualmente a los
fieles les viene bien asistir una celebración bien organizada, y quizá el
sacerdote comete omisión si descuida esto. Pero sin olvidar que en una Misa
todo ello es accidental, porque lo sustancial es la renovación del sacrificio.
Por la gracia de Dios, la verdadera eficacia de la Misa deriva de la
consagración. Los sacerdotes que celebran la Misa sin homilía o incluso sin
pueblo, ejercen su función sacerdotal tan bien como los sacerdotes como los que
tienen multitudes en su iglesia.
Los
sacerdotes que no tienen pueblo encomendado a su cuidado pastoral tienen igualmente
obligación de mediar entre Dios y los hombres. Deben ofrecer también
sacrificios por el pueblo pues son sacerdotes, mediadores entre Dios y los
hombres. La caridad sacerdotal y el celo por las almas llevará a celebrar la
Misa con frecuencia.
La
eficacia deriva además de la acción realizada, no de las disposiciones del
celebrante. El sacerdote, por ello, no debe preocuparse por su indignidad para
celebrar la Misa; ciertamente nadie es digno de celebrar tan augusto misterio,
lo cual lleva además a considerar la humildad del Señor que se aviene a bajar a
nuestras manos pecadoras.
El
sacerdote ha de procurar celebrar la Misa con las mejores disposiciones,
preparándose adecuadamente (cf. canon 916). Por eso es recomendable que el
sacerdote se recoja en oración antes de
comenzar la Misa un tiempo, e igualmente permanezca unos minutos en la
Iglesia para dar gracias al Señor por el don recibido. Si el sacerdote tiene el propósito de hacer oración mental a diario,
quizá el mejor momento es precisamente antes de la Misa. Igualmente sería
deseable que después de la Misa pudiera dedicarse la acción de gracias,
sugiriendo si acaso a quienes entren en la sacristía a resolver asuntos que
esperen unos minutos. Ciertamente a veces no es fácil seguir estos consejos.
Pero en cualquier caso agradaremos al Señor si ve nuestro esfuerzo por
prepararnos adecuadamente y por darle gracias por la celebración de la Misa.
La
celebración de la Misa debe aprovechar a la piedad del sacerdote, que al
celebrar la Misa está in personando a Cristo. En la Misa
el sacerdote presta su voz al Señor. Es como si el Señor se rebajara a obedecer
al sacerdote, pues la transubstanciación se realizará cuando el sacerdote
quiera pronunciar las palabras de la consagración. Ello debe alentar al
sacerdote a tratar a Cristo que se hace presente en el altar con mucho amor y
delicadeza. Jesús se allana a quedarse en nuestras manos; hagamos de ellas un
trono como el que no tuvo en Belén o como no tuvo el Viernes Santo. El trono se
hará ante todo por el amor que le tratamos en esos momentos. Si otros maltratan
al Señor, nosotros le cuidaremos y le querremos, haremos que el Señor se quede
contento de haber realizado la obra de la redención al ver nuestra actitud. Eso
lo haremos principalmente en el altar y especialmente cuando viene a nuestras
manos.
La
preparación se debe hacer no solo con la oración, sino con el ejemplo de vida
que ofrece el sacerdote. El ministro de Cristo debe ser modelo de virtudes
porque tiene trato directo con Él y lo tiene en sus manos a diario. Los fieles
deben reconocer en el sacerdote al mismo Cristo a quien representa
sacramentalmente. Por ello, la celebración de la Misa debe provocar en el
sacerdote además el deseo de imitar lo que hacemos.
5. María, modelo de
oración, servicio y entrega
Nos
encomendamos especialmente a Santa María, que extrema su solicitud de Madre con
los que se empeñan para toda la vida en servir de cerca a su Hijo, Nuestro
Señor Jesucristo, Sacerdote Eterno.
En
la formación del hombre de Dios juega un papel muy particular la devoción a la
Virgen María, como madre, modelo de virtud y, sobre todo, como protectora
celestial. Su relación con los sacerdotes, ministros de Cristo, deriva de la
relación entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo. Los sacerdotes
son sus hijos predilectos y en el corazón del sacerdote debe resonar el consejo
de S. Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en
María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu
corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos
de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no
te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te
protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás
felizmente al puerto si Ella te ampara"”[46].
Que
le pidamos para que seamos siempre sacerdotes fieles, piadosos, doctos,
entregados, ¡alegres!
Pbro. Williams Campos
Diócesis de Puerto Cabello
Párroco de la Parroquia Cristo Rey - Morón
[1] Cf.
CONCILIO VATICANO II, Decr. Presbyterorum Ordinis, n. 12.8
[2] EXHOR. APOST. Evangelii
Gaudium.167: “Creer en Jesús, seguirlo y
amarlo no es sólo verdadero y justo, sino también bello, pues llena la vida de
un nuevo resplandor y de un gozo profundo áun en las disficultades…”
[3] MISAL
ROMANO, Plegaria Eucaristica Vd.
[4] Cf.
EXHOR. APOST., "Evangelii Gaudium",
Cap. II, nn. 52-109
[5] Cf. BEATO JUAN PABLO: "Novo Millennio
Ineunte", n. 32; STA. TERESA, “Camino de Perfección”, 29, 6: “Las Moradas”,
11, 8; A. DEL PORTILLO, “Escritos sobre el sacerdocio”, pp. 92-93.
[6] DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS
PRESBÍTEROS , Capítulo II, introito.
[7] “La espiritualidad no puede ser nunca
entendida como un conjunto de prácticas piadosas y ascéticas yuxtapuestas de
cualquier modo al conjunto de derechos y deberes determinados por la propia
condición, al contrario, las propias circunstancias, en cuanto responden al
querer de Dios, han de ser asumidas y vitalizadas sobrenaturalmente por un
determinado modo de desarrollar la vida espiritual...”
[8] A. DEL
PORTILLO: “Escritos sobre el sacerdocio: Espiritualidad del sacerdocio”, ed.
Palabra. 1990
[9] CONC.
VATIC. II, “Presbiterorum Ordinis”. 2
[10] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, “Homilía Sacerdote para la
eternidad”, 13-IV-1973.
[11] SURCO.
453.
[12] CAMINO. 83
[13] Cf.
RATZINGER JOSEPH, Al servicio del
Evangelio, Ed. Vida y espiritualidad, Lima, 2003, p. 177.
[14] Cf.
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, “Instrucción:
El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial”, 2002
[15] Cf.
1Pe. 5, 1-4.
[16] SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Homilía Sacerdote para la
eternidad, 13-IV-1973.
[17] Audiencia del miércoles 26/03/2014
[18] PONTIFICAL ROMANO, cap. II, n. 151.
[19] Al
Beato Juan XXIII se le conocía por su buen humor, que nunca le faltaba. Solía
decir: “¡Por caridad, no relaten a todo
el mundo mis sentencias más descabelladas!”. Pero sus alegres comentarios
pasan de boca en boca. Un día, hablando con uno de los hombres más ricos de la
ciudad, le dice: “Usted y yo tenemos algo
en común: el dinero. Usted tiene muchísimo y yo no tengo ni cinco. La
diferencia está en el hecho de que yo no me preocupo por eso”. En otra
ocasión, a un periodista que le pregunta lo que hubiera sido si pudiera empezar
de nuevo su vida, responde: “Periodista”. Luego, con una sonrisa alegre añade: “¡Y
ahora vamos a ver si Usted tiene la osadía de decirme que, si pudiera nacer de
nuevo querría ser Patriarca!”. A otro entrevistador demasiado curioso: “Usted incluso sería capaz de preguntarme
cuántos botones tiene mi sotana…”. El mismo Papa Francisco, el día 09 de
abril de 2014, respondió aun feligrés que le gritó: “Eres único…” a lo que Papa
respondió: “¡Tu también! Tú también eres único. ¡No hay dos personas como tu!”.
[20] FRANCISCO,
“Homilia de la Misa Crismal” en la Basilica de San Pedro, 2013.; BEATO JUAN
XXIII: “asemejaos al buen pastor, en todas las circunstancias de la vida, en
las horas más graves de pruebas y
dificultades, de las incomprensiones y de los abandonos: "Bonus pastor,
bonus pastor!". Lo repetimos. Ahí está el sacerdocio. En el ejercicio
sagrado y más eminente de esta función pastoral, el sacerdote expresa su
verdadera grandeza”, 10 de agosto de
1962.
[21] Cf.
Homilia del Papa Francisco, en la Basílica de San Pedro en la 50 Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones, 21-05-2013.
[22] Cf.
Card. Joseph Ratzinger, Il Ministero e la vita dei presbiteri, Relazione nel
Simposio Internazionale in occasione del XXX anniversario della promulgazione
del Decr. Conc.
Presbyterorum ordinis, Città del Vaticano (23-28 octubre 1995), 1.1, in “Sacrum
Ministerium”, Annus II, 1/96, p. 12.
[23] Cf. Sal. 140:
[24] ODO CASEL: el misterio del culto cristiano. 1953
[25] Oración "ad libitum" que se propone
para antes de rezar el oficio, cuando se éste se reza individualmente
[26] Cfr.
SC, 90, 99 y 100.
[27] DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS
PRESBÍTEROS, nº. 74.
[28] INSTITUTIO GENERALIS LITURGIAE HORARUM,
213.
[29] Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 2634 -
2636.
[30] BEATO JUAN
PABLO II, Discurso a los
participantes en el Simposio Internacional con ocasión del XXX aniversario de
la promulgación del Decreto conciliar Presbyterorum Ordinis, 27 de octubre
de 1995, n. 5.
[31] EXHOR. APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM, nº 174: “La Palabra de Dios escuchada y celebrada,
sobre todo en la Eucaristía, alimenta y refuerza interiormente a los cristianos
y los vuelve capaces de un auténtico testimonio evangélico en la vida cotidiana”
[32] DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y VIDA DE LOS PRESBÍTEROS,
nº. 145.
[33] Ídem.
149
[34] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n. 1489.
[35] CONC.
VATICANO II, “Decr. Christus Dominus”,
n. 30.
[36] Encuentro en el Aula Pablo VI con los
sacerdotes de Roma, 06-03-2014
[37] Código de Derecho Canónico, en el c. 978 § 1,
se expresa así: «Al oír confesiones, tenga presente el sacerdote que hace las
veces de juez y de médico, y que ha sido constituido por Dios ministro de
justicia y a la vez de misericordia divina, para que provea al honor de Dios y
a la salud de las almas».
[38] S.
ALFONSO M. DE LIGORIO, “Praxis
confessorum”, n. 18., llega a afirmar que «hállase ciertamente en estado de
eterna condenación el confesor que, desprovisto de la ciencia necesaria, se
lanza a oír confesiones. Dios mismo lo repudia: Quia tu scientiam repulisti, repellam te, ne sacerdotio fungaris (Os 4, 6)
[39] San Josemaría aconsejaba a los sacerdotes
que, antes de sentarse a confesar, invocaran al Espíritu Santo y pidieran ayuda
a la Virgen Santísima para administrar fructuosa y dignamente este sacramento.
Es útil conocer alguna oración tradicional para antes de empezar a confesar y
para después. Siempre se actuará con rectitud de intención y pureza de corazón;
nunca por curiosidad, con ligereza, etc., sino con gran sentido sobrenatural;
además es preciso estudiar y repasar los principios y casos prácticos de
Teología moral, asesorándose, cuando sea necesario -y siempre cuidando
delicadamente el sigilo- con sacerdotes mayores, de amplia experiencia
pastoral.
[40] DEL
PORTILLO A, “Espiritualidad del sacerdocio” en Escritos sobre el Sacerdocio,
Ed. Palabra,
[41] Cf.
Jn. 6, 51 ss; Francisco, Audiencia del 2014-02-12: ¿Cómo vivimos la Eucaristía?
[42] BENEDICTO XVI, Primer Mensaje con los
Cardenales Electores en la Capilla Sixtina, 20/04/2005.
[43] El día de nuestra ordenación sacerdotal, el
obispo nos preguntó: ¿Estás dispuesto a presidir fielmente la celebración de
los misterios de Cristo, para alabanza de Dios y santificación del pueblo
cristiano, según la tradición de la Iglesia? Y nuestra respuesta fue: si, lo
haré
[44] Cf.
JAVIER MEDINA, “Álvaro del Portillo, un hombre fiel”, Ed. Rialp., pag. 222.
[45] CONGREAGACIÓN PARA EL CLERO, "el Presbítero, pastor y guía de la comunidad
parroquial", 8
[46] San
Bernardo, Homilías sobre las excelencias de la Virgen Madre, 2.