Nuevamente en
nuestro país se quiere encender una hoguera, que al parecer se había “extinguido”,
por grupos ideológicos que desean asimilar las uniones homosexuales al
verdadero matrimonio. Se trata de un fenómeno moral, social y jurídico
inquietante.
Por eso es
necesario volver la mirada a lo que nuestra fe manifiesta, que no es un
atentado contra la persona, sino un recordar los puntos esenciales inherentes
al problema y presentar algunas argumentaciones de carácter racional, útiles
para PROTEGER Y PROMOVER LA DIGNIDAD DEL
MATRIMONIO, fundamento de la familia, y la solidez de la sociedad, de la
cual esta institución es parte constitutiva.
RESPETO A TODA PERSONA
Las personas
homosexuales, como todos, están dotadas de la dignidad inalienable que corresponde
a cada ser humano. No es en modo alguno aceptable que se las menosprecie,
maltrate o discrimine. Es evidente que, EN
CUANTO PERSONAS, tienen en la sociedad los mismos derechos que cualquier
ciudadano y, en cuanto cristianos, están llamados a participar en la vida y en
la misión de la Iglesia. Bien lo decía el Papa Francisco: “Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el
misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro
deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con
misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la
palabra oportuna”. Se condena las expresiones o los comportamientos que
lesionan la dignidad de estas personas y sus derechos; y se llama a los
católicos a respetarlas y a acogerlas como corresponde a una caridad verdadera
y coherente.
Con todo se debe
recordar también algo tan obvio y natural, como que EL MATRIMONIO NO PUEDE SER CONTRAÍDO MÁS QUE POR PERSONAS DE DIVERSO
SEXO: una mujer y un varón. A dos personas del mismo sexo no les asiste
ningún derecho a contraer matrimonio entre ellas. EL ESTADO, por su parte, no puede reconocer este derecho
inexistente, a no ser ACTUANDO DE UN
MODO ARBITRARIO que excede sus capacidades y que dañará, sin duda muy
seriamente, el bien común. Las razones que avalan estas proposiciones son de
orden antropológico, social y jurídico.
UNITIVO Y PROCREATIVO
Los significados
unitivos y procreativo de la sexualidad humana se fundamentan en la realidad
antropológica de la diferencia sexual y de la vocación al amor que nace de
ella, abierta a la fecundidad. Este conjunto de significados personales hace de
la unión corporal del varón y de la mujer en el matrimonio la expresión de un
amor por el que se entregan mutuamente de tal modo, que esa donación recíproca
llega a constituir una auténtica comunión de personas, la cual, al tiempo que
plenifica sus existencias, es el lugar digno para la acogida de nuevas vidas
personales. En cambio, las relaciones homosexuales, al no expresar el valor
antropológico de la diferencia sexual, no realizan la complementariedad de los
sexos, ni pueden engendrar nuevos hijos.
La relevancia del
único verdadero matrimonio para la vida de los pueblos es tal, que difícilmente
se pueden encontrar razones sociales más poderosas que las que obligan al
Estado a su reconocimiento, tutela y promoción. Se trata, en efecto, de una
institución más primordial que el Estado mismo, inscrita en la naturaleza de la
persona como ser social.
El matrimonio, en
cuanto expresión institucional del amor de los cónyuges, que se realizan a sí
mismos como personas y que engendran y educan a sus hijos, es la base
insustituible del crecimiento y de la estabilidad de la sociedad. NO PUEDE HABER VERDADERA JUSTICIA Y
SOLIDARIDAD SI LAS FAMILIAS, BASADAS EN EL MATRIMONIO, SE DEBILITAN COMO HOGAR
DE CIUDADANOS DE HUMANIDAD BIEN FORMADA. Cuando la institución del
Matrimonio y de la familia, que son los pilares de una sociedad, están
amenazados por situaciones sociales, económicas, ideológicas o jurídicas, las
diversas instituciones de la sociedad deben ponerse en movimiento para su
defensa. En consecuencia es legítima la reacción y el rechazo de la sociedad
cuando se pone en peligro la dignidad de la persona humana y los derechos que
le son inherentes, como el de gozar de una estructura familiar constituida por
un hombre y una mujer y sus hijos. (ver: Comunicado de la Conferencia Episcopal
Venezolana del 10 de julio de 2009).
FENÓMENO, INMORALIDAD Y AUTORIDAD
No existe ningún
fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las
uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. EL MATRIMONIO ES SANTO, MIENTRAS QUE LAS
RELACIONES HOMOSEXUALES CONTRASTAN CON LA LEY MORAL NATURAL. Los actos
homosexuales, en efecto, «cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden
de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir
aprobación en ningún caso».
Si el Estado
procede a dar curso legal a un supuesto matrimonio entre personas del mismo
sexo, la institución matrimonial quedará seriamente afectada. Equiparar la unión
homosexual al verdadero matrimonio, es introducir un peligroso factor de
disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social.
Con respecto al
fenómeno actual de las uniones homosexuales, las autoridades civiles asumen
actitudes diferentes: A veces se limitan a la tolerancia del fenómeno; en otras
ocasiones promueven el reconocimiento legal de tales uniones, con el pretexto
de evitar, en relación a algunos derechos, la discriminación de quien convive
con una persona del mismo sexo; en algunos casos favorecen incluso la
equivalencia legal de las uniones homosexuales al matrimonio propiamente dicho,
sin excluir el reconocimiento de la capacidad jurídica a la adopción de hijos.
Allí donde el
Estado asume una actitud de tolerancia de hecho, sin implicar la existencia de
una ley que explícitamente conceda un reconocimiento legal a tales formas de
vida, es necesario discernir correctamente los diversos aspectos del problema. LA CONCIENCIA MORAL EXIGE SER TESTIGO,
en toda ocasión, de la verdad moral integral, a la cual se oponen tanto la
aprobación de las relaciones homosexuales como la injusta discriminación de las
personas homosexuales.
Lógico, el Estado tiene
la obligación de eliminar la discriminación que los homosexuales padecen. Es,
ciertamente, necesario proteger a los ciudadanos contra toda discriminación
injusta. Pero es igualmente necesario proteger a la sociedad de las
pretensiones injustas de los grupos o de los individuos. NO ES JUSTO QUE DOS PERSONAS DEL MISMO SEXO PRETENDAN CASARSE. Que
las leyes lo impidan no supone discriminación alguna. En cambio, sí sería
injusto y discriminatorio que el verdadero matrimonio fuera tratado igual que
una unión de personas del mismo sexo, que ni tiene ni puede tener el mismo
significado social.
Se puede alegar
también razones de tipo jurídico para la creación de LA FICCIÓN LEGAL del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Pueden decir que ésta sería la única forma de evitar que no pudieran disfrutar
de ciertos derechos que les corresponden en cuantos ciudadanos. En realidad, lo
justo es que acudan al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas
de interés recíproco. En cambio, se debe pensar en los efectos de una
legislación que abre la puerta a la idea de que el matrimonio entre un varón y
una mujer sería sólo uno de los matrimonios posibles, en igualdad de derechos
con otros tipos de matrimonio. La influencia pedagógica sobre las mentes de las
personas y las limitaciones, incluso jurídicas, de sus libertades que podrán
suscitarse serán sin duda muy negativas.
El reconocimiento
jurídico de las uniones homosexuales y, más aún, equipararlo con el matrimonio,
constituiría un ERROR Y UNA INJUSTICIA
DE MUY NEGATIVAS CONSECUENCIAS PARA EL BIEN COMÚN Y EL FUTURO DE LA SOCIEDAD:
Frente a los graves daños que ya ha estado sufriendo el matrimonio y la familia
por el deterioro económico, social y moral y por el impacto de una cultura pan
sexual, relativista, de ideología que atenta contra su estructura social y
jurídica, la Iglesia católica, lo mismo que otras iglesias cristianas hermanas
y otros credos, ve con suma preocupación.
Naturalmente, sólo
la autoridad legítima tiene la potestad de establecer las normas para la
regulación de la vida social. Pero también es evidente que todos podemos y
debemos colaborar con la exposición de las ideas y con el ejercicio de
actuaciones razonables a que tales normas respondan a los principios de la justicia
y contribuyan realmente a la consecución del bien común. Por tanto, pues, es
una invitación a todos, en especial a los católicos, a hacer todo lo que
legítimamente se encuentre en sus manos en nuestro sistema democrático para que
las leyes de nuestro País resulten favorables al único verdadero matrimonio. En
particular, ante la situación en la que nos encontramos, Los católicos, las
personas de buena y recta voluntad, que tiene el deber moral de expresar clara
y públicamente su desacuerdo ante dicha insinuación que pretenda legalizar las
uniones homosexuales.
LA BELLEZA DE MATRIMONIO
La institución
matrimonial, con toda la belleza propia del verdadero amor humano, fuerte y
fértil, también en medio de sus fragilidades, es muy estimada por todos los
pueblos. Es una realidad humana que responde al plan creador de Dios y que,
para los bautizados, es sacramento de la gracia de Cristo, el esposo fiel que
ha dado su vida por la Iglesia, haciendo de ella una madre feliz y fecunda de
muchos hijos. Precisamente por eso, la Iglesia reconoce el valor sagrado de
todo matrimonio verdadero, también del que contraen quienes no profesan nuestra
fe. Junto con muchas personas de ideologías y de culturas muy diversas, estamos
empeñados – como Iglesia – en fortalecer la institución matrimonial, ante todo,
ofreciendo a los jóvenes ejemplos que seguir e impulsos que secundar.
La enseñanza de la
Iglesia sobre el matrimonio y la complementariedad de los sexos es una verdad
puesta en evidencia por la recta razón y reconocida como tal por todas las
grandes culturas del mundo. El matrimonio no es una unión cualquiera entre
personas humanas. Ha sido fundado por el Creador, que lo ha dotado de una
naturaleza propia, propiedades esenciales y finalidades. Ninguna ideología
puede cancelar del espíritu humano la certeza de que el matrimonio en realidad
existe únicamente entre dos personas de sexo opuesto, que por medio de la
recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión
de sus personas. Así se perfeccionan mutuamente para colaborar con Dios en la
generación y educación de nuevas vidas.
«La alianza
matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio
de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y
a la generación y educación de la prole, entre los bautizados fue elevada por
Cristo Señor a la dignidad de sacramento».
Estamos aún a
tiempo de evitar que esta nueva y nociva confusión venga a entorpecer la
construcción de la civilización del amor…
Pbro. Williams R. Campos