Realidad misteriosa
y desconcertante
“Si es buena
muchacha, si es tan buena señora, ¿cómo es que Dios le ha mandado esta
enfermedad tan mala?” puede ser la pregunta de un niño e incluso de
nosotros. En uno mismo puede surgir ¿Por qué
permitió que sucediera esto? ¿Por qué me estaba haciendo esto a mí...? ¿Por qué
Dios me había abandonado?
Siguiendo el testimonio de un hermano Sacerdote D. Alvaro Carrasco, quien fallecía en el 2007, producto de un cáncer linfático, con tan solo 38 años de edad, 12 de vida sacerdotal y quien pertenecia al Clero de Málaga, Diócesis a la que le tengo mucho aprecio, me valgo de un escrito de él, "enfermedad y presencia de Dios", para compartir esta reflexión de modo que ayude a muchos. A la vez, una oración por su Descanso Eterno y por su familia.
Decia D. Alvaro: 《Unido a todos los que sufren, quiero compartir con una “respuesta” desde la fe. A veces queremos que las cosas, las personas, e incluso Dios sean distintos, que sean como nosotros queremos que sean. Y, especialmente en momentos de gran dificultad, nos gustaría un Dios que nos “arreglara” los problemas. Llegamos a decir o a pensar: “si de verdad existes, si de verdad eres bueno, demuéstramelo: haz que me cure, que...”; “que sea lo que Dios quiera, sí, pero ¡que quiera lo que yo quiero!”》
La enfermedad, llevada por Dios, es un medio de
santificación, de apostolado y de participación en la Cruz del Señor (Jn. 3,
16; 15, 13). El dolor puede ser un medio del que Dios se quiere valer para
purificar las imperfecciones, para ejercitar y fortalecer las virtudes, y una
oportunidad especial para poder unirnos a los padecimientos de Cristo que,
siendo inocente, llevó sobre sí el castigo que merecían nuestros pecados (Cf. 1Pe.
2, 24; 1Jn. 3, 5). Los padecimientos físicos o morales, ofrecidos a Dios y
convertidos en camino de santidad, no dejarán por esto de ser menos reales,
llevan consigo una especial paz y alegría. Uno comprende entonces cómo, en la
enfermedad, Dios está presente.
Para quien cree en Cristo, las penas y los dolores de
la vida presente son signos de gracia y no de desgracia, son pruebas de la
infinita benevolencia de Dios, que desarrolla aquel designio de amor, según el
cual, como dice Jesús, el sarmiento que dé fruto, el Padre lo podará, para que
dé más fruto (Jn. 15, 2).
《Sólo Jesús de Nazaret nos ha mostrado totalmente el
verdadero rostro de Dios. Y en Él descubrimos un Dios todopoderoso cuyo único
poder es el poder del Amor. Un Dios que ha vivido plenamente el sufrimiento y
que, sólo así, puede ser fortaleza, esperanza y salvación también para los que
más sufren. Un Dios que en la
Cruz , amando incluso en el sufrimiento más injusto y cruel,
nos muestra la única voluntad de Dios: Él no quiere el sufrimiento, sino el
Amor hasta el final, pase lo que pase. Le decían: “¡si eres el Hijo de Dios,
baja de la cruz!” Y, precisamente, porque era el Hijo de Dios, no bajó de la Cruz. Donde menos se
hubiese pensado, en el sufrimiento extremo de un agonizante que muere “de mala
manera”, precisamente allí estaba Dios mismo y su Amor (Cf. 1Cor. 1, 18).
¿Dónde estaba Dios, se preguntaba el Papa Benedicto
XVI, mientras el sufrimiento de tantas personas por el holocausto nazi? Estaba
en ellos, sufriendo con ellos. El lugar de Cristo sigue siendo la Cruz. Pero una cruz que
no tiene la última palabra, sino Dios y su Amor. “Dios no ha venido a eliminar nuestro dolor, sino a llenarlo con su
presencia”. Dios es Amor, así que “donde hay Amor allí está el Señor”. Por
eso, Dios no está ausente en nuestro dolor o enfermedad, sino más cerca que
nunca, si somos capaces de vivirlos con Amor. Y, por esto, aun en lo más malo
de la enfermedad, podemos dar gracias a Dios por su amor y por tantas personas
y cosas buenas. Porque con los ojos de la fe descubrimos a Dios – Amor presente
en nuestras familias y amigos que nos cuidan y apoyan incondicionalmente, en
todos los que nos animan y apoyan, en los que rezan por nosotros aun sin
conocernos personalmente, en el abrir nuestro corazón a todo lo bueno de la
vida y a todos los que sufren, en el deseo de luchar por un mundo mejor…, en
los que junto a Dios piden por nosotros y nos recuerdan que “somos ciudadanos
del Cielo”. Un Dios – Amor realmente presente en todo lo bueno que supone esta
gran experiencia humana y cristiana de una enfermedad, intentándola vivir desde
la fe y el Amor.》 (D. Alvaro Carrasco V)
“El sufrimiento
es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros,
cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este
misterio. El cristiano sabe que, después del pecado original, la historia
humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar
en nuestro dolor, experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del
espíritu y el desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el
sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve
válido para la eternidad” (San Pablo VI).
D. Alvaro Carrasco comentaban: 《Dicen que “tres cosas hay en la vida: salud, dinero y
amor”; y casi todo el mundo dice que lo más importante es la salud. Pues no es
así, lo más importante es el AMOR. Ahora, después de pasar
momentos tan malos y aún sin saber los que vendrán, mirando a Cristo en la Cruz que da toda su salud y
vida por Amor, quiero volver a decirme a mí mismo y a todos que sí, que lo más
importante en la vida es el Amor (Cf. Mt. 10, 38; Jn. 12, 24). Que, pase lo que
pase con la enfermedad y con mi vida, quiero vivir así siempre alegre,
sabiéndome en las manos amorosas de Dios. Aun en el dolor de “este valle de
lágrimas”, la vida es bella, porque “todo
lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil. 4, 3). Vivir cobijado bajo la
protección del amor de Dios, éste es el verdadero consuelo. Por eso, hay que
darle gracias a Dios “siempre y en todo lugar”, porque su Amor nunca nos
abandona (Ver: Jn. 13, 1; Ef. 5, 2).》
“El hombre (la
mujer), decía Víctor Frankl, madura
en el dolor y crece en él. La plenitud del dolor no significa ni muchos menos
el vacío de la vida” (Viktor
Frankl. El hombre en busca de sentido).
Víctor Frankl es un pensador creyente judío que estuvo
encerrado en los campos de concentración en la segunda guerra mundial. Allí
junto a padecer en su propia carne, vio como las sufrían muchos hasta el
límite, y reflexionó sobre ello desde su condición de psiquiatra. Los que
estaban en estas condiciones tan duras – reclusión sin motivo alguno, hambre,
desnutrición, golpes, ataques a la dignidad humana, angustia, muerte y
desesperanza, junto a otras bestiales vejaciones – reaccionaban de diversos
modos, algunos no podían resistir y se suicidaban, otros se refugiaban en la
apatía que les degradaba a los niveles más íntimos de afectividad. Otros se
superaban de una manera impensable en condiciones normales. Su reacción era no desanimarse, ser fuertes,
animar a los demás a no perder la dignidad, rezar con más fuerza, e incluso
pensar más en los demás que en ellos mismo.
Los más capaces para superar esas condiciones
desesperantes no eran los más fuertes físicamente, sino los que tenían un
sentido en su vida, el cual les empujaba a no darse por vencidos y seguir
soportando tanto dolor injusto. Por eso, Frankl, años después, decía que “El hombre madura en el dolor y crece en él.
La plenitud del dolor no significa ni muchos menos el vacío de la vida”.
Siempre tenemos noches
oscuras, como dice un poema: “Habrá siempre una noche oscura para todo amanecer y, en la
pequeña gran aventura de nacer, existir y morir, cuantas lecciones de vida que
en la vida, todavía debo aprende,” hasta yo mismo las
tengo, pero de ellas aprendemos un montón, sobre todo, a corresponder a Dios
con nuestras vidas y nuestros actos. “El
diablo, que anda siempre al asecho, ataca por cualquier flanco; y en la
enfermedad, su táctica consiste en fomentar una especie de psicosis, que aparte
de Dios, que amargue el ambiente o que destruya ese tesoro de méritos que, para
bien de todas las almas, se alcanza cuando se lleva con optimismo sobrenatural
-¡cuando se ama!-el dolor…” (San Josemaría).
Qué hermosas palabras son
aquellas que rezamos el día de Pentecostés: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el
vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando
no envías tu aliento” (Secuencia)
Nunca hay que dejar de lado a Dios, el Dios del amor,
el que reconforta nuestras almas; sobre todo, cuando hoy en día muchos se están
construyendo un “dios” a su manera, a su medida, a su antojo... y, sin darse
cuenta, se están construyendo un “dios” que no puede amar.
Da testimonio quien asistió a D. Alvaro en lecho, ya cercana su muerte: 《“Leandro, me muero”, y abrazaste la cruz; esa cruz redentora que ha marcado tu vida y te ha llevado a la santidad. Tras tus últimas palabras en las que manifiestas tu agradecimiento, das el último suspiro y, como calvario vivo, tus padres representan a la Virgen María y tus hermanos y amigos, que estamos a tu lado, a ese discípulo amado que llora la pérdida de su maestro.》
Da testimonio quien asistió a D. Alvaro en lecho, ya cercana su muerte: 《“Leandro, me muero”, y abrazaste la cruz; esa cruz redentora que ha marcado tu vida y te ha llevado a la santidad. Tras tus últimas palabras en las que manifiestas tu agradecimiento, das el último suspiro y, como calvario vivo, tus padres representan a la Virgen María y tus hermanos y amigos, que estamos a tu lado, a ese discípulo amado que llora la pérdida de su maestro.》
Para nosotros Dios: Es un Ser, que conoce y que nos conoce a cada uno de nosotros en forma
particular. Es un Ser que se relaciona con nosotros, y nosotros con
El. Es un Ser que ama, y nos ama a cada
uno de manera especial, tan especial que nos ama a cada uno como si cada uno
fuera único, porque cada una de sus creaturas es única para El.
El nos ama para que nosotros le amemos y para que nos
amemos entre nosotros con ese Amor con que El nos ama. Y en ese Amor de Dios a
nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. “Que
todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Tí. Sean también ellos uno
en Nosotros” (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como El desea ser amado por
nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama,
estaremos unidos a Dios para toda la eternidad.
Volviendo al pensamiento de Víctor Frankl., y en la
esperanza que expresa: “Los más capaces
para superar esas condiciones desesperantes no eran los más fuertes
físicamente, sino los que tenían un sentido en su vida…”, Parece como si el
dolor purificase como el fuego la existencia humana, como si al sufrir fuesen
desapareciendo los problemas menos importantes para ir apareciendo los
verdaderamente claves. Muchas cosas que parecían imprescindibles pierden todo
brillo y necesidad, se manifiesta con claridad la importancia del alimento para
el cuerpo y poco más, se valora un consuelo de amigo, una esperanza a salir de
aquella situación tan dura.
La esperanza es el fundamento de la vida de los que
sufren ¿En qué esperar? ¿Por qué yo?
Y se pude pasar uno la vida, porqué, porqué, por qué… Por eso, hay que volver a
la esperanza, de volver al lugar donde fui (soy) feliz (casa, hijos, familia,
etc.).
El dolor puede ser una tensión fecunda y fructífera si
se trasciende y supera. No es fácil porque el dolor aflige en lo más hondo,
pero la rebelión además de ser estéril impide desarrollar lo mejor de la
persona que es vivir con un amor y una
esperanza purificadas (Jn. 16. 20).
En una película que se titula “Magnolias de acero”, la primera escena se desarrolla en una
peluquería: varias señoras entradas en años y otra más joven no para de hablar
de cosméticos, de chicos guapos y demás chismes…al cabo de un rato largo, algo
trágico sucede de pronto: a la chiva joven le da un espasmo y queda inmóvil es
una postura lastimosa. Las señoras se alarman en ese momento. Como el susto se
pasa, siguen con sus enredos en las bocas. No ha sido nada y todos continúan
con sus historias y frivolidades como si nada hubiera pasado.
La película avanza y la chica, recién casada, muere.
En el cementerio, su madre mira hacia arriba y lanza un grito al cielo: ¿Por
qué? Si Dios existe ¿Por qué ha sucedido esto? Espera una respuesta, pero nadie
contesta. Es un momento tenso, porque tiene que haber una respuesta. Lentamente
se acerca a ella una de las amigas que estaba en la peluquería y le invita a
salir del cementerio y al olvidar…
No deja de llamar la atención que, personas para
quienes Dios no tiene cabida en sus vidas, se acuerdan de él cuando no les
salen bien las cosas, y le echen en cara lo mal que ha creado el mundo. Pero no
deja de sorprender el hecho de que se acuda a Dios en los momentos críticos de
la vida.
La respuesta de Dios ante el sufrimiento humano no ha
sido un discurso teórico, sino un testimonio: por amor, Dios envió a su único
Hijo al mundo (Cf. Mt. 5, 5 ss). Y la entrega de Jesús, la razón de todo
aquello sufrimientos la dio el mismo a sus amigos: un amor hasta el extremo. En todos los tiempos, «a través de los siglos y generaciones se ha
constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca
interiormente al hombre a Cristo, una gracia especial», (San Juan Pablo
II, Salvifici doloris, 26)
El sufrimiento no es una maldición divina sobre los
hombres. Si hay algo maldito en este mundo es el pecado, que causa de amargura.
Dios quiere que todos seamos felices, pero muchas veces nos empeñamos a querer
ser felices, independientemente de su camino. “Hoy estamos llenos de júbilo, y eso es
importante. Dios quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si
dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros
podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto de la auténtica felicidad…Los
invito, pues, a rezar continuamente, también en casa; así experimentarán la
alegría de hablar con Dios en familia. Recen por todos, también por mí. Yo
rezaré por ustedes, para que México sea un hogar en el que todos sus hijos
vivan con serenidad y armonía. Los bendigo de corazón y les pido que lleven el
cariño y la bendición del Papa a sus padres y hermanos, así como a sus demás
seres queridos. Que la Virgen les acompañe” (Benedicto
XVI, Discurso del papa a los niños en
la plaza de la Paz de Guanajuato, 25/V/2012).
¿Qué
ideario podemos sacar para afrontar momentos de oscuridad del alma? La duda puede ser un
catalizador para crecer en nuestra fe. ¿Qué hacer cuando nos
llegan esos momentos de duda y abandono? Algunas cosas a
tener en cuenta:
1. Lee la Biblia:
date cuenta que hay muchos que dudaron como tú, Cristo incluido. Lee sus
historias.
2. Ora: habla con Dios, mantén la comunicación abierta con Él. Dile lo
enojado que estás. Y aunque no sientas que está ahí, pídele
ayuda y confía en que esa ayuda llegará.
3. Habla con alguien en quien
confíes: busca un amigo, un sacerdote, tu cónyuge, quienquiera al que le puedas
confiar lo que sientes. Te sorprenderás de cuántas personas han pasado también por tu misma
situación.
4. Busca ver a Dios en todas las cosas: las pequeñas y
las grandes, las banales o las increíbles. Ve que Dios está ahí contigo, en
todo lugar. Él siempre también te espera en el Sagrario, en la Santa Misa, allí
te puedes ofrecer con él.
5. Llora:
Cristo lloró; María
lloró, los santos lloraron. Y Dios ve y valora cada una de tus lágrimas caer».
Dios no nos ha abandonado, como nunca lo hará, aunque
a sí pareciera a primera vista. Esto me hace pensar en la carta encíclica del
Papa Benedicto XVI Spe Salvis, “El actuar y el sufrir como
lugares de aprendizaje de la esperanza” donde habla en los nn 35 y
ss., solo la gran esperanza – certeza de que, a pesar de todas las
frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están en custodiadas
por el Amor indestructible del AMOR y que, gracias al cual, tienen para él
sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía
ánimo para actuar y continuar.
“Después de luchar contra los
sentimientos de duda o abandono, encontramos a Dios esperándonos con los brazos
abiertos, como siempre está, para atraernos hacia Él. Porque, en
realidad, nunca estuvimos solos o abandonados. Estábamos perdidos. Pero Dios siempre
provee un camino de regreso a Él: muchas veces necesitamos estar perdidos para
ser encontrados” (Michelle Fritz).
Recordemos siempre que la
vida es como los espejos: sonríeles y te sonrían; ponles mala cara, que además
de feos, te resultaran siniestros.
Somos
felices, decía la Santa Teresa de Calcuta, porque
amamos, no porque nos aman. La felicidad está en nosotros mismos; pero en
el verdadero sentido de la felicidad y el amor, no en la soberbia y el egoísmo.
Pbro. Williams Roberth Campos
Párroco de Cristo Rey - Morón
Ecónomo de la
Diócesis de Puerto Cabello