Esta manera de entender la libertad ya no está abierta ni
arraigada en la realidad, es una libertad encerrada en sí misma, sin referencia
a la verdad objetiva de los demás, es la libertad de los propios deseos, la
libertad de las ambiciones y caprichos, una libertad ensimismada que
no se molesta en buscar la consistencia de la verdad fuera y más allá de sí
misma. En esta manera de entender las cosas, ser libre es llevar a término mis
deseos, lo que en cada momento me apetece, así llego a ser verdadero, así
consigo llegar a ser yo mismo. Pero un “yo mismo” que no ha
crecido saliendo en busca de la rica y compleja realidad anterior a mí, mayor
que yo, sino que se repliega sobre sí misma satisfaciéndose en los propios
deseos. Esta manera subjetivista de entender la libertad, sin apertura a la
realidad objetiva, previa y superior a nosotros, nos mantiene encerrados en una sala
de espejos, en la que todos nuestros deseos nos reflejan a nosotros mismos,
nos vemos de mil maneras pensando que somos el centro del mundo, pero en
realidad sólo nos vemos a nosotros mismos y disfrutamos de nosotros mismos,
cada vez más aislados de la verdad del mundo y de los hombres, más alejados de
la verdad infinita de Dios, que queda al otro lado de los espejos, anterior e
independiente de nuestros caprichos.
Esta manera de entender las cosas tiene dos manifestaciones en nuestra
cultura que resultan verdaderamente trágicas y destructivas. La primera es el RELATIVISMO.
Si nosotros somos el centro de la realidad, si las cosas o las personas que
existen independientemente de nosotros no son término real de nuestra libertad,
entonces es lógico que no queramos reconocer nada como objetivamente verdadero.
Sólo es verdad lo que cada uno decida para su propio bien. Cada uno “crea” su
verdad y tiene “sus” verdades. Una cosa es verdad para uno, y la contraria
puede ser verdad para otro. En el fondo es que nada es verdad para nadie.
En esta manera de ver las cosas, cada uno vive encerrado en sí mismo, cada
uno es la verdad para sí mismo, sin necesidad de mantener contacto real con lo
que cada cosa es fuera de nosotros. En esta mentalidad la persona vive cerrada
en su propio mundo, cerrada en sus propios deseos, de espaldas
a la realidad. Como si fuera el principio y el fin del mundo. Esto, que en el
mundo de las realidades físicas es imposible, en el mundo de las realidades
espirituales y morales lo practicamos continuamente. “La Iglesia puede
decir lo que quiera, yo pienso que…” Cada uno tiene su verdad, cada
uno se fabrica su verdad. Pero esta verdad no sirve para comprender la realidad,
ni para entrar en ella, ni para favorecerla, porque no es la verdad de la
realidad, sino la verdad subjetiva de nuestros propios deseos. El relativismo
es individualismo y termina siendo nihilismo.
La otra funesta consecuencia del subjetivismo es la LEGITIMACIÓN DE
LA MENTIRA. Si la verdad nace de nosotros, si es verdadero lo que cada uno
quiera, estamos facultados para decir en cada caso lo que nos convenga, lo que
queramos que piensen los demás a favor de nuestros deseos, de nuestros planes
ambiciones. No hay por qué atenerse a la verdad de las cosas, porque no hay una
verdad objetiva, cada uno compone la verdad como le parece. El lenguaje
mentiroso nos desconecta de la realidad, nos recluye de nuevo en nuestras
pretensiones, manipula la realidad de los otros llevándolos a configurarse con
la vanidad de nuestras fantasiás y deseos. La cultura del subjetivismo termina
siendo una cultura fundada en la mentira, es decir, en el vacío, en el no ser,
en la nada, porque la mentira es lo que no es, el hueco de la
existencia, la ficción de la realidad.
¿Qué pensar, qué se puede esperar de una sociedad en la que no se quiere
aceptar la verdad de las cosas, en la que desde la opinión pública, desde la
política, queremos que las cosas sean como nos interesa a nosotros, como si
fuéramos realmente los creadores de un mundo de valores, de proyectos, nacido
de la presuntuosa omnipotencia de nuestra engrandecida libertad? Cuando
llegamos aquí estamos ya en el terreno de la idolatría, de las
falsas divinidades creadoras de mundos falsos y decepcionantes. Nosotros mismos
somos el ídolo al que atribuimos los poderes del Dios creador del mundo y
fuente de la vida y de la felicidad.
Tendremos que CAMBIAR y dedicarnos sinceramente a buscar
juntos cómo son y cómo tienen que ser las cosas, por sí mismas, en atención a
su PROPIA NATURALEZA, al CRECIMIENTO DE TODOS EN LA VERDAD
Y EN EL BIEN, en esa verdad universal que nos sostiene a todos, que tiene
espacio para todos y que en último término está GARANTIZADA POR LA
SABIDURÍA, EL PODER Y LA BONDAD DE DIOS. Sin esta voluntad conjunta de
vivir y crecer en el camino de la verdad movidos por el amor a lo real, no hay
cultura verdadera, ni hay sociedades fuertes, ni hay personas cabales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario