El ambiente de corrupción generalizada, cuya raíz más
profunda está en la naturaleza humana, caída bajo el peso de la culpa original,
nos hace ver la urgencia de retornar los supremos valores morales y religiosos.
“Del corazón del hombre, dice Jesús, proceden los malos deseos, asesinatos,
adulterios, inmoralidad sexual, robos, mentiras, chismes”. (Mt. 15,19).
Cristo condena la
corrupción de los fariseos y proclama en el Sermón de la Montaña las
Bienaventuranzas, compendio de los valores opuestos a la corrupción, como son:
la verdad, transparencia, justicia, paz, misericordia” y recientemente el Papa
Francisco nos ha dicho: que no seamos “UNA PODREDUMBRE BARNIZADA” que es la
vida del corrupto.
Los católicos, que profesan la fe cristiana, deben rechazar
la tesis de que la moral evangélica es incompatible con la práctica política y
deben más bien aplicar en el terreno de lo político el modelo de vida expresado
en las bienaventuranzas: “En medio del mundo político el cristiano debe dar
testimonio de esos valores extensamente enumerados por Juan Pablo II en su
Exhortación Apostólica titulada “Christifideles Laici” –Los fieles cristianos
laicos-: libertad, justicia, solidaridad, dedicación leal y desinteresada al
bien de todos, sencillo estilo de vida, amor preferencial por los pobres (N°
42)”. El mismo Papa Francisco ha recordado: “Un buen católico se implica en
política ofreciendo lo mejor de sí mismo para que el gobernante pueda gobernar”.
Estas (libertad, justicia, el bien….) “son las virtudes que
han de caracterizar el comportamiento personal del cristiano comprometido en la
actividad pública, son los criterios para determinar LA COHERENCIA DE LA FE CON
LA VIDA. Por eso los que preconizan o practican conductas incompatibles con los
ideales del Evangelio, como es la corrupción, no pueden contar con la
colaboración de los católicos. No se puede tener doble vida.
Cuando los individuos y las instituciones pierden su norte,
cuando la brújula de la humanidad enloquece, cuando desaparecen los puntos de
referencia y los valores, nace la corrupción que luego crece en tierra abonada.
El anuncio de la doctrina de Cristo “se presenta como el
mejor antídoto para combatir esta plaga de la humanidad”. “La superación de la
corrupción, dijo Pablo VI, se realiza en la Evangelización de la cultura, que
ha de conducir necesariamente a la CONVERSIÓN DE CADA PERSONA Y DE LA SOCIEDAD
en una interacción maravillosa que otorga a la familia un puesto preferencial
en la educación de las nuevas generaciones” (EN 20).
El mismo Beato Juan Pablo II nos enseñó: Que “en el ámbito
político se debe comprobar que la veracidad en las relaciones entre gobernantes
y gobernados, la transparencia en la administración pública, la imparcialidad
en el servicio de la cosa pública, el respeto de los derechos de los
adversarios políticos, la tutela de los derechos de los acusados contra
procesos y condenas sumarias, el uso justo y honesto del dinero público, el
rechazo de medios equívocos o ilícitos, para conquistar, mantener o aumentar a
cualquier costo el poder, son principios que tienen su base fundamental en el
valor trascendente de la persona”. (V.S. 101)
En cualquier campo de la vida personal, familiar, social y
política, la moral –que se basa en la verdad y a través de ella se abre a la
auténtica libertad- ofrece un servicio original, insustituible y de enorme
valor, no solo para cada persona y para su crecimiento en el bien, sino también
para la sociedad y su verdadero desarrollo. (Cf. V.S. 101)
En este mismo documento Veritatis Spléndor, sobre la enseñanza
moral de la Iglesia, como una respuesta a la situación de grande inmoralidad y
corrupción en el mundo de hoy, ante la ausencia de los grandes valores
cristianos: “La descristianización que grava sobre pueblos enteros y
comunidades, en otro tiempo ricos de fe y vida cristiana, no comporta solo la
PÉRDIDA DE LA FE O SU FALTA DE RELEVANCIA PARA LA VIDA, sino también –y
necesariamente- una DECADENCIA U OSCURECIMIENTO DEL SENTIDO MORAL: y esto ya
sea por la solución de la conciencia de la originalidad de la moral evangélica,
ya sea por el eclipse de los mismos principios y valores éticos fundamentales”.
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