CÓMO LO VIVEN EN EL DÍA A DÍA
“El que persevere hasta el final se salvara…”
Siempre que una pareja se te acercan diciéndote que se
quieren casa, hay un añadido típico: “¡para que usted nos case padre!”. Inmediatamente
replico: ¡Dios me libre! Y me persigno, con un tono jocoso, pero sano, ya que
yo como sacerdote NO CASO a nadie, ASISTO como TESTIGO CUALIFICADO al
sacramento del matrimonio.
La perseverancia en la vida matrimonial es diaria, por eso
acota el señor: “el que persevere hasta el final se salvará” (Mt. 10, 17 ss). Ahora
¿Por qué fracasa un matrimonio? O ¿dónde queda aquello de: Yo, NN, te recibo a
ti, NN, como esposa - esposo y me entrego a ti y prometo serte fiel en la
prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y
respetarte todos los días de mi vida? Esta es una de las cosas que más rápido
se olvida: el COMPROMISO delante de Dios y hermanos.
El día de su boda estaban juntos, unidos frente al Señor,
en su amor, para luchar hasta el final. ¿Por qué se enfriaron? ¿Dónde quedó la
obediencia prometida? Seguro se ahogó, se apagó la llama del amor. Faltó sinceridad.
Hubo soberbia, orgullo, infidelidad, adulterio.
Estas breves palabras introductorias, simplemente la quise
compartir para recordar lo que siempre digo a los futuros esposos el día de su sacramento
matrimonial, sobre todo algunos consejos finales, que cuando comienzan a
aparecer ¡Peligro! Hay que usar el termómetro para saber si hay fiebre o no el
matrimonio. Y estoy convencido que todo ocurre porque no se soluciona el
problema a tiempo y dejamos pasar las cosa.
Espero sirvan para que los esposos vivan con mayor AUTENTICIDAD
y FIDELIDAD su Matrimonio. Y si alguno a
errado, el Señor nos da la medicina en la Confesión ofreciendo su perdón. Rezo por
todos los matrimonios para que sean SANTOS:
««Queridos N y N: Por fin ha llegado el momento que
con tanta ilusión ha, deseado y preparado desde hace tiempo. Y han llegado
hasta aquí, acompañados de la gente que más los quiere, sus padres, a quien
quiero saludar con afecto sus hermanos y hermanas, demás familiares y amigos,
en este día tan grande para ustedes, el más importante de su vida hasta hoy.
Vienen ante el altar del Señor a contraer santo matrimonio:
como lo ha llamado la Iglesia desde el principio a aquella íntima comunidad de
vida y amor conyugal, basada sobre la alianza del varón y de la mujer que dejan
a su padre y a su madre, a sus familiares, amigos, en una palabra, a su marco
anterior de vida y relación habitual, para formar una sola carne. En el fondo de
su decisión libre y personalmente adoptada está y late un COMPROMISO, un
compromiso de amor: se aman y se quieren amar para siempre, y por ello desean
entregarse el uno al otro plena e incondicionalmente hasta que la muerte los
separe. Donación es la palabra y experiencia clave para comprender el misterio
del amor, que actúa de forma propia y única en el matrimonio: también en el de
ustedes N y N. Quieren hacerse donación de todo lo que son y tienen el
uno al otro: de sus personas, de su cuerpo y de su alma, de su corazón, con una
gratuidad y generosidad tales que, de su mutua donación, surja el don de nuevas
vidas, el don de los hijos.
Así es el amor conyugal auténtico, cuando se le deja
desplegarse y manifestarse en sus más ricas posibilidades y tendencias propias:
un amor dispuesto a darse hasta la expropiación, a favor del hijo, de los
hijos, fruto de sus entrañas. Por este amor gratuito y fecundo se han decidido
o, por usar una forma de hablar juvenil, han apostado definitivamente hoy, en el
día solemne y gozoso de su boda. En su interior se han sentido fascinados y
atraídos, sin duda, por el secreto de ese amor que san Pablo describirá con una
tersura más que humana, ¡divina!: «El
amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no
presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva
cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin
límites. El amor no pasa nunca» (1Cor. 13).
¿Será éste un ideal imposible para el hombre? ¿Y más
imposible todavía en la realización diaria de la vida matrimonial y familiar?
No para Dios, ni para los que se acogen a Él, como lo hacen ustedes en esta tarde
gozosa: gozosa para ustedes mismos, sus familiares y amigos, gozosa para mí,
que me han brindado su confianza para acompañarlos en esta tarde. «La gloria de Dios es que el hombre viva, y
la vida del hombre es la visión de Dios», (decía bella e inimitablemente San
Ireneo Adversus Haereses IV, 20, 7). Los intentos de frustrar la creación que
el hombre protagonizó desde el principio, y protagoniza constantemente por el
pecado, que tan negativamente afectaron al matrimonio y a la familia, fueron
superados por el Amor más grande de Dios: el del Padre que envía al Hijo para
que tome carne en el seno de la Virgen María, se haga uno de nosotros menos en
el pecado, asuma nuestro destino hasta la muerte y una muerte de cruz, como una
oblación de amor misericordioso, que triunfará en la Resurrección y se
derramará por el envío del Espíritu Santo –la Persona-Amor en el misterio de la
Santísima Trinidad–, a través de la Iglesia, al mundo.
Hoy vienen ante el altar, es porque alguien los ha llamado
previamente. Sí. Ese alguien es Dios mismo. Y ustedes, de una manera totalmente
libre y voluntaria, han respondido que SÍ a esta vocación. El matrimonio
cristiano es una vocación porque es, por excelencia, un “misterio” de amor (Ef.
5). ¿Qué es la vocación del amor? Haber descubierto, llenos de asombro, que
hemos sido amados por Dios antes de nada. Él se nos adelanta siempre. Y de una
manera absoluta, sin condiciones ni límites. ¿Cómo es ese amor de Dios? Es el
amor del Padre, manifestado por Cristo. La roca donde debe estar cimentado su
amor, su matrimonio.
1)
Es un amor creador. Fuimos creados en
un acto de amor. Esa es la primera llamada, la VIDA. Sin ella todo lo demás es
nada. Es, por tanto, un amor fecundo, dinámico, abierto... como todo lo vivo,
que vive y hace vivir, generando crecimiento a su alrededor.
2)
Es un amor fiel, en el sentido de que
permanece, no es “para un tiempo” hasta ver qué pasa, porque es un amor basado
en la verdad; se nos pide, pero hoy a ustedes se les pide: FIDELIDAD, que
tenemos que vivir en la lucha de cada día.
3)
Es un amor único, personal, libre y
liberador, original, pues para cada uno tiene Dios un camino nuevo. La
tercera llamada es la RESPONSABILIDAD personal. Es decir, a dar respuesta
concreta y libre a lo que Dios me da y me pide. “A través de un acto de amor libre y fiel, los esposos cristianos
testimonian que el matrimonio, en cuanto sacramento, es la base sobre la que se
funda la familia y hace más sólida la unión de los cónyuges y su recíproco
donarse…. el matrimonio es como si fuese un primer sacramento de lo humano,
donde la persona se descubre a sí misma, se auto-comprende en relación con los
otros y en relación al amor que es capaz de recibir y de dar. El amor esponsal
y familiar revela la vocación de la persona a amar en un modo único y para
siempre, y que las pruebas, los sacrificio y las crisis de la pareja como de la
misma familia representan los pasajes para crecer en el bien, en la verdad y en
la belleza” (papa. Francisco).
4)
Y, por último es un amor misericordioso,
que perdona, que tiene detalles de ternura, que no es sentimentalismo sino
voluntad de querer amar sin reservas. Escuchamos aquí la llamada de Jesús a
amar como Él nos amó, hasta el final; la llamada a la ENTREGA total, sin
condiciones. “El sacramento del
matrimonio es renovado en este acto de paz después de una discusión, un
malentendido, una envida escondida, también un pecado. Hacer la paz que da
unidad a la familia”. Hay que decírselo a las parejas jóvenes, que no es un
camino fácil pero que es bonito seguir este camino (Papa Francisco).
¡No tengan miedo! ¡Ábranse al amor de Dios Padre y déjense
guiar por su mano providente –por su Ángel–, como lo hicieron Tobías y Sara!
Confiaron en Rafael, el compañero del camino, fiel y desinteresado como nadie,
misterioso y luminoso a la vez. Sus consejos y orientaciones conectaban con las
aspiraciones más nobles y más generosas de los jóvenes esposos, y de sus
familias, al contraer matrimonio. El plan de Dios sobre sus vidas se revelaba
como un don inefable que les permitía llenarlas de un sentido definitivo –el de
la fecundidad y de la felicidad–, a través de su matrimonio, inspirado en la
ley del Señor y en su Alianza con el pueblo elegido.
¡Ábranse y confíen, sobre todo, al amor de Jesucristo,
Nuestro Señor y Salvador! Es el invitado invisible, pero el más grande e
insustituible en la celebración de todo matrimonio cristiano, como es el de
ustedes. Viene y actúa como en la Boda de Caná de Galilea que nos narra san
Juan en su evangelio. Acompañado de sus discípulos, pero, sobre todo, de su
Madre, se hace presente como un amigo excepcional –¡el amigo por excelencia!–,
el que saca del apuro a los novios –¡de verdad!–, convirtiendo el agua de las
seis enormes tinajas, preparadas por los sirvientes, gracias a la indicación
finamente maternal de María, en vino generoso y bueno con el que se garantiza y
enriquece la alegría y la fiesta del banquete nupcial. ¡Todo un gesto de
exquisita benevolencia, divino y humano a la vez, que adelanta simbólicamente
lo que significa y opera la presencia de Cristo en el acontecimiento de todo
matrimonio cristiano, en el ustedes también. Él los llenará el corazón de la
certeza interior de que la gracia y el amor suyo, y la cercanía de su Madre
santísima y tiernísima, los harán comprender y vivir la grandeza y la belleza
insuperable del amor esponsal, vivido a la luz y con la fuerza del Evangelio:
como el amor que los une para siempre, indisoluble y fecundo, rico en frutos de
nuevas y maravillosas vidas, las de sus hijos. Jesús quiere darles todo lo que necesitan,
cada día, para tener un matrimonio bello.
¡Mantengan la amistad con Él a lo largo de toda su vida
matrimonial y familiar! ¡Cuiden la oración personal! ¡Participen en la oración
de la Iglesia, especialmente en la Eucaristía dominical donde Cristo transforme
en vino nuevo el agua de su existencia! Les servirá de una gran ayuda en los
momentos más difíciles y en las horas más felices con los que se irá enhebrando
la trayectoria cotidiana de sus vidas de esposos y de padres de sus hijos. Y
abran los afanes compartidos de su matrimonio y las puertas de hogar al dolor y
a las necesidades de los más indigentes y débiles de nuestra sociedad.
Contraen matrimonio, queridos N y N, delante de Dios y
de los hombres. El matrimonio y la familia aportan siempre un inestimable e
imprescindible servicio para el bien de la sociedad y del hombre en general ¡No
tengan miedo tampoco ante estas exigencias extraordinarias, que se les advienen
a su vocación de esposos y familia cristiana, por la responsabilidad que les
toca asumir como matrimonio y familia! También en esta difícil y costosa tarea
experimentaran la victoria del amor de Cristo y de su Iglesia. No están solos
en su camino. «Amor saca amor», decía santa
Teresa de Jesús, refiriéndose a las muestras de amor de Jesucristo dadas a los
hombres y a la respuesta que suscita en los buenos corazones. Es regla de oro
que ha de seguirse si se quiere que prospere y dé fruto abundante de bien, de
felicidad y de paz cualquier proyecto de vida matrimonial y familiar cristiano.
Su amor matrimonial, sellado hoy ante Dios y ante los hombres, como un
sacramento, inserto en el marco litúrgico del santísimo sacramento de la
Eucaristía, origen y culmen de toda la vida cristiana, está llamado y destinado
a sacar amor en su familia, a ser instrumento de la civilización del amor.
Hoy Dios los llama a un gran sacramento. Un sacramento es un
signo externo de una realidad invisible, espiritual. En el caso del matrimonio,
Uds. mismos son el sacramento. N, tú
eres signo de una realidad hermosa: La Iglesia, purificada de toda mancha por
el amor de Jesús. ¿Y que de ti, N?
Quizás estas temblando un poco hoy. Es normal. Hay un buen motivo. Tú tienes
que representar a Jesús mismo para tu señora y tu familia. Como Jesús derramó
su vida para su novia, la Iglesia, hasta la última gota de su Sangre, tú tienes
que dar tu vida para tu novia y tu familia.
En el siglo IV, San Juan Crisóstomo, hizo una linda
sugerencia. Dijo que los esposos jóvenes deben decir siempre estas palabras a
sus señoras: «Te he tomado en mis brazos,
te amo y te prefiero a mi vida. Porque la vida presente no es nada, mi deseo
más ardiente es pasarla contigo de tal manera que estemos seguros de no estar
separados en la vida que nos está reservada... pongo tu amor por encima de
todo, y nada me será más penoso que no tener los mismos pensamientos que tú
tienes» (hom. in Eph. 20, 8). Traten de tener en cuenta lo que dice San Juan Crisóstomo – que estén
juntos no solamente para esta vida, sino la vida que nos espera. En una letra
de Il Divo: “Tu lugar es a mi lado, hasta
que lo quiera Dios (…) Hoy te prometo amor eterno, ser para siempre tuyo en el
bien y en el mal, hoy te demuestro cuanto te quiero amándote hasta mi final…”
Cuando lleguen problemas, traten de levantarse las cabezas y
recordar su meta: la salvación de sus almas y las de sus hijos. Una casa
bonita, vacaciones, comidas en restaurantes – son cosas buenas, pero son como
papas pequeñas en comparación con ir o no ir al cielo. Confíen en la gracia de Dios y tendrán un matrimonio
bello. “…Bendito Dios por encontrarnos en el camino”.
Pido que cada persona presente los apoye en sus oraciones no
solamente hoy, sino mientras vivan su compromiso de esposos. Va a requerir
sacrificios. No esperen mucho apoyo del mundo que nos rodea. La sociedad
moderna ha olvidado que es el matrimonio. Tened paciencia y sentido de la
espera, que mantenerse tan radiantes como hoy no es fácil. Es una misión para
valientes, casi héroes hoy. Crear una familia, un hogar cristiano que será
célula de la sociedad, sagrario de la vida, Iglesia doméstica... ¡Menuda
misión! Para cumplirla:
1. Nunca estén ambos enojados;
2. Nunca se griten (salvo que se incendió la casa);
3. Si a alguno de los dos le resulta imprescindible ganar en
una discusión, que le ceda la victoria al otro;
4. Si es necesario censurar al otro, hacerlo con amor;
5. No recordar los errores pasados;
6. No se vayan a dormir sin antes haber hecho las paces;
7. Intenten, al menos una vez al día, dirigirse una palabra de
cariño;
8. Cuando hayan actuado erróneamente, apresúrense a reconocer
su falta y a pedir perdón;
9. Son dos los que participan en una pelea, pero el que está
errado siempre habla más.
Ahora viene el momento de expresarlo con las palabras y
gestos que la Iglesia os propone, para recibir después la bendición del Señor
que sellará esta unión. Que la Virgen María, esposa y madre, os acompañe y os
bendiga siempre.»»
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