1. Algunos sacerdotes siguen celebrando la Misa sin los ornamentos debidos. Y es frecuente que el sacerdote no se revista con la casulla y celebre sólo con la estola sobre el alba.
Casulla del latín “casula”, “casa pequeña” o
tienda. La vestidura exterior del sacerdote, por encima del alba y la estola, a
modo de capa. (Cf IGMR 299, IGMR 161).
Comenta Benedicto
XVI que la Casulla simboliza el
yugo del Señor. “Llevar el yugo del Señor significa ante todo: aprende de Él.
Estar siempre dispuestos a asistir a la escuela de Jesús. De Él debemos
aprender la pequeñez y la humildad –la humildad de Dios que se muestra en su
ser hombre”
“Algunas veces quisiéramos decirle a Jesús: Señor,
tu yugo no es para nada ligero. Más bien, es tremendamente pesado en este
mundo. Pero al mirarlo a Él que ha cargado con todo –que en sí ha probado la
obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces todos nuestros
lamentos se apagan”.
“Su yugo es el de amar con Él. Y mientras más lo
amamos, y con Él nos convertimos en personas que aman, más ligero se vuelve
nuestro yugo aparentemente pesado”.
“Oremos para que nos ayude a ser junto con Él
personas que aman, para experimentar así siempre más cuán bello es portar su
yugo”
2.
Mayoritariamente,
no se guarda el silencio en la oración colecta, tal y como está indicado. Aquí vemos hasta qué punto se ha perdido el
sentido del silencio y estamos imbuidos de una cultura de la prisa.
La instrucción general del misal Romano (IGMR),
dice:
n° 51: “Después el sacerdote invita al acto
penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se lleva
a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de toda la comunidad”.
n° 54. En seguida, el sacerdote invita al pueblo a
orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan un momento de silencio para
hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en
su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele
llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración.
n° 56. La Liturgia de la Palabra se debe celebrar
de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en
todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento.
Además conviene que durante la misma haya breves momentos de
silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con
la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y,
por la oración, se prepare la respuesta. Dichos momentos de silencio pueden
observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la misma Liturgia
de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y, finalmente, una
vez terminada la homilía.
3.
Está muy
generalizado el uso de cantos inapropiados,
faltos de calidad musical y con letras ajenas a la riqueza de la Sagrada
Escritura.
La IGMR dice, en el n. 40, que: “Téngase, por consiguiente, en gran estima el
uso del canto en la celebración de la Misa, atendiendo a
la índole de cada pueblo y a las posibilidades de cada asamblea litúrgica.
Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en las Misas fériales, cantar
todos los textos que de por sí se destinan a ser cantados, hay que cuidar
absolutamente que no falte el canto de los ministros y del pueblo en las
celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de precepto”.
Es muy frecuente ver cómo se sustituye el salmo
responsorial por una canción que no tiene nada que ver. El caso es “meter algo nuestro”, como si
fuera mejor y más importante que la palabra de Dios.
Hay muchas cuestiones que manifiestan una
deficiente comprensión de la dignidad que se ha de dar precisamente a la
Palabra de Dios. No se debería consentir proclamar las lecturas a quienes,
incluso con muy buena intención carecen de las cualidades propias para ello. Abundan
los lectores poco o mal preparados. No se les entiende, pronuncian mal,
comienzan diciendo: “Primera lectura”, o, “Salmo responsorial”, o, “segunda
lectura”. También terminan con un “es palabra de Dios” que, poco a poco, parece
que ha de ser enriquecido para ser más original, llegando a escucharse en
alguna ocasión: “Hermanos, esto que hemos escuchado es Palabra de Dios”. La
razón por la que se dice solamente “Palabra de Dios” es porque es
una aclamación; no se trata de informar a los fieles (éstos ya saben que lo
leído es Palabra de Dios). Pero en ello, como en todo, la principal
responsabilidad es de los sacerdotes que no enseñan ni corrigen.
4.
Ofrendas que no
son apropiadas. Los primeros dones en ser
presentados han de ser siempre el pan y el vino. Luego el dinero u otras
aportaciones para la Iglesia o los necesitados. No tiene sentido llevar objetos
diversos (catecismos, biblias, trabajos manuales hechos en la catequesis,
juguetes, etc., que luego se recoge). Lo que se lleva ha de ser
verdadera ofrenda. Tampoco conviene hacer ofrendas en número excesivo y
resaltar indebidamente y de forma exagerada, un rito que por su naturaleza debe
ser breve y sobrio.
5.
No es correcto
que los sacerdotes en el ofertorio, ofrezcan conjuntamente el pan y el vino. El presentar el pan y el vino separadamente y
con su respectiva oración forma parte del significado de cada uno de esos dones
y no se debe “simplificar” haciéndolo conjuntamente.
6.
Muchos
celebrantes suprimen arbitrariamente el lavabo. El
rito del lavarse las manos expresa en ese símbolo, la necesidad de pureza de
corazón para ofrecer el Sacrificio. No es algo optativo sino algo mandado. Pero
se ha prescindido tanto de él que, incluso los que preparan lo necesario para
la Misa, directamente no lo ponen o piensan que cada sacerdote decide si se usa
o no. “En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito
con el cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR, 76).
7.
Poco valor a las
plegarias eucarísticas.
No te olvides que hemos sido ordenados para rezar
todos los días una oración. Pero ¿qué oración? La anáfora (IGMR, nn. 78-79).
Probablemente, para muchos fieles y después de
tantos años de repetición, la Plegaria Eucarística II haya terminado por
convertirse en “la Plegaria Eucarística de la Misa”, sin más, porque en muchas
parroquias prácticamente nunca se oye otra.
Se podría especular sobre las razones e incluso
sospechar, tristemente, que la predilección que despierta podría deberse en
algunos casos a que es la más breve de todas, pero en realidad no importa,
porque el mero hecho de repetir prácticamente siempre esa plegaria
constituye un abuso.
Nada tengo contra la Plegaria Eucarística II, por
supuesto. Personalmente, me gusta mucho esa plegaria. Tiene partes
verdaderamente preciosas, como ese canto exultante de victoria: “Él, en
cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la
resurrección, extendió sus brazos en la cruz, y así adquirió para ti un pueblo
santo”. Sin embargo, el hecho de que a uno le guste no puede justificar
que sustituya a las demás y especialmente a la Plegaria Eucarística I o
Canon Romano, que es la parte principal de la liturgia latina.
“Te glorificamos, Padre Santo, porque estás
siempre con nosotros en el camino de la vida, sobre todo cuando Cristo, tu
Hijo, nos congrega para el banquete pascual de su amor. Como hizo en otro
tiempo con los discípulos de Emaús, él nos explica las Escrituras y
parte para nosotros el pan…” (P. E Va): ESTO ES LA JOYA.
La Ordenación General del Misal
Romano da unas normas muy claras sobre el uso de las distintas
Plegarias Eucarísticas del Misal:
365. La elección entre las Plegarias Eucarísticas,
que se encuentran en el Ordinario de la Misa, se rige oportunamente por estas
normas.
a) La Plegaria Eucarística primera o Canon
Romano, que puede emplearse siempre, se dirá más oportunamente
(opportunius) en los días que tienen el Reunidos en comunión propio, o en las
Misas que se enriquecen con el Acepta, Señor, en tu bondad propio, también en
las celebraciones de los Apóstoles y de los Santos de los que se hace mención
en esta misma plegaria; igualmente en los días domingo, a no ser que por
motivos pastorales se prefiera la Plegaria Eucarística tercera.
b) La Plegaria Eucarística segunda, por sus
características peculiares, se emplea más oportunamente en los días
entre semana, o en circunstancias particulares. […].
c) La Plegaria Eucarística tercera puede decirse
con cualquier prefacio. Prefiérase su uso los domingos y en las fiestas.
[…].
d) La Plegaria Eucarística cuarta tiene un prefacio
inconmutable y presenta un sumario más completo de la historia de la salvación.
Puede emplearse cuando la Misa carece de prefacio propio y en los domingos
del Tiempo Ordinario. […].
8.
Los fieles no se
arrodillan durante la consagración. (Cf MONS.
SAUL FIGUEROA, “Homilía para el Corpus Christi”, domingo
07 de junio de 2015).
La costumbre de no arrodillarse muestra la
ignorancia sobre lo que está sucediendo en el altar, y el desconocimiento de la
forma correcta de comportarse ante Dios. Es un signo de falta de fe. Las normas
litúrgicas dicen que los fieles estarán de rodillas, al menos en el momento de
la consagración, a no ser que por alguna causa justificable no puedan. Pero
quienes no puedan arrodillarse que hagan una inclinación profunda. Son para
pensar estas palabras: «Quien participe en la Eucaristía, orando con fe,
tiene que sentirse profundamente conmovido en el instante en el que el Señor
desciende y transforma el pan y el vino, de tal manera que se convierten en su
Cuerpo y en su Sangre. Ante este acontecimiento, no cabe otra reacción posible
que la de caer de rodillas y adorarlo. La consagración es el momento de la gran
acción de Dios en el mundo, por nosotros» (J. Ratzinger, “El espíritu de la
liturgia”, Madrid 2001, p. 237.).
Es frecuente que en ciertas celebraciones, como
determinadas fiestas locales en las que participan autoridades civiles, haya
quienes asistan y que no sean creyentes. Un signo de respeto hacia la fe de los
creyentes es adoptar en cada momento las posturas y gestos propios de la
celebración y, por tanto, arrodillarse también en el momento de la consagración.
De la misma manera que, por respeto a la fe de los musulmanes, cuando uno
visita una mezquita se descalza. Sería una hipocresía invocar el respeto a la
fe del Islam para un comportamiento y no respetar la fe de los católicos. Nadie
obliga a asistir a la celebración de la Misa. Pero si se asiste, aunque uno no
sea católico, por respeto y consideración a los católicos y a su fe, deberá
hacerlo siguiendo el modo establecido en los distintos momentos de la
celebración.
9.
El celebrante
parte el pan al pronunciar las palabras de la consagración. La fracción del
cuerpo de Cristo tiene su lugar propio en el “Cordero de Dios”.
El sacerdote, a no ser por imposibilidad física,
debe hacer genuflexión tanto después de consagrar el pan como después de
consagrar el vino.
10.
Se resalta en exceso el momento
de la paz con un canto largo que lleva además o bien a suprimir el canto del
“Cordero de Dios” o a
infravalorar este signo cuando no se canta sino que se recita (Cf. IGMR, 82).
Ya se ha indicado suficientemente lo relativo a la algarabía que suele
ocasionar el momento de la paz, así que no insistiremos sobre el tema.
11.
Los ministros extraordinarios
administran la comunión en la celebración de la Eucaristía, no habiendo real
necesidad para ello. Sólo si
hubiera tal cantidad de fieles para comulgar que la celebración se alargara de
un modo excesivo se ha de recurrir a la ayuda del ministro extraordinario de la
comunión.
12.
No se observan unos minutos de sagrado silencio
después de la comunión. Anteriormente
hablábamos sobre esto (Cf, n. 2). Pero sorprende que se dedique tiempo a los
cantos, que el sacerdote se alargue en la homilía y, luego, entren las prisas
por acabar y apenas dispongamos de un tiempo para dar gracias a Jesús que está
en nosotros. Refiriéndose a este momento de silencio, dice Ratzinger: «es el
momento para un diálogo íntimo con el Señor, que se nos ha dado; es el momento
para entrar en el proceso de comunicación sin el cual la comunión exterior se
convierte en un puro rito y en algo estéril» (J. Ratzinger, El espíritu de
la liturgia, Madrid 2001, p. 235.).
En fin, son muchos los temas y puntos en los que se
ha de poner un mayor empeño por cuidar este bien común que es la Eucaristía con
la humildad de sabernos servidores y no dueños de la misma. Confiemos en que
esa profunda humildad y obediencia a lo que legítimamente determina la Iglesia
sea la actitud adoptada por todos los fieles, de modo que procuremos conocer y
dar a conocer, cuanto debemos observar en las celebraciones litúrgicas.
Te invito a leer:
- Ordenación General del Misal Romano (OGMR)
donde se especifica la celebración eucarística y la participación de los
clérigos y laicos.
- Benedicto XVI, “Exhortación Apostólica
Postsinodal Sacramentum Caritatis, 22-02-2007.
- Catalina Rivas, “La Santa Misa” testimonio
sobre la Eucaristia.
(http://www.autorescatolicos.org/misc03/catalinalibro01.pdf)
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