EL ALMA BAILA: CANSANCIO Y DESCANSO (II)
«Quando il corpo sta
bene, l’anima balla –Cuando el cuerpo está bien, el alma baila». La
primera vez que san Josemaría oyó este proverbio italiano, no le gustó: tantas
veces, él había conocido a personas que, aun en medio de un gran sufrimiento
físico, estaban llenas de alegría y de paz: «el cuerpo está bien –aunque esté
enfermo– y el alma baila, si se tiene sentido sobre la vida sobrenatural», decía
en una ocasión[1].
Con todo, llegó a apreciar
la sabiduría que recoge este refrán: el ser humano es, inseparablemente, cuerpo
y espíritu; y, lo mismo que el espíritu, según sea su ánimo, puede remolcar el
cuerpo o abatirlo, el cuerpo puede ser altavoz del espíritu cuando está sano,
pero también puede ser sordina, cuando la salud se quiebra.
Si más vale prevenir que
curar, el descanso es una de las mejores medidas de prevención. Como en todo lo
demás de nuestra vida, también aquí Dios cuenta con nuestro buen hacer
ordinario: se trata de equilibrar la solicitud por nuestras obligaciones con la
responsabilidad de recuperar las fuerzas necesarias para seguir atendiéndolas.
Descansar, por eso, no es un lujo ni una forma de egoísmo; es una necesidad, un
deber. «Cuídate», se dice a veces entre amigos y familiares, al despedirse: nos
recordamos mutuamente que nuestra salud es un don de Dios. Un don para servir a
los demás, que es necesario proteger, sin dramatismos, pero con decisión. El
Papa lo recuerda también con aquel sabio y paternal consejo del Sirácide[2]: «Hijo, en la medida en que puedas,
procúrate el bien (…). No te prives de un día feliz» (Si14,11.14).
Con sentido común y
buen humor
«CUÍDATE», SE
DICE A VECES ENTRE AMIGOS Y FAMILIARES: NOS RECORDAMOS QUE NUESTRA SALUD ES UN
DON DE DIOS, Y QUE ES NECESARIO PROTEGERLA, SIN DRAMATISMOS, PERO CON DECISIÓN
«Dame, Señor, una buena
digestión, y también algo que digerir. Dame un cuerpo sano, Señor, con el
sentido común necesario para cuidarlo. Dame, Señor, un alma sencilla, que sepa
atesorar todo lo que es bueno y puro, y que no se asuste fácilmente ante el
mal, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en su lugar. Dame
un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los
lamentos, y no permitas que esa cosa pesada que se llama “Yo” me preocupe
demasiado. Dame, Señor, sentido del humor. Dame la gracia de comprender una
broma, y de descubrir un poco de alegría en esta vida y comunicarla a los
demás. Así sea»[3].
En esta oración, que se
suele atribuir a santo Tomás Moro, se dibuja con sencillez y precisión el tono
del descanso de un hijo, de una hija de Dios. Sin duda, este santo experimentó
el cansancio, porque a sus responsabilidades profesionales y a su vida
familiar, que cuidaba con esmero, se sumaba una viva inquietud intelectual y
una correspondencia incesante con amigos y colegas; pero procuraba salir al
paso de la fatiga con sentido común y buen humor, porque tan necesario es dar
importancia a nuestro reposo como quitar peso al cansancio. Por eso, san Pablo
aconseja a «los que lloran» a vivir «como si no llorasen», y a «los que se
alegran, como si no se alegrasen» (1
Co 7,30). Es verdad que necesitamos descansar, y que a veces es
irresponsable esperar a caer agotado, porque entretanto nuestra salud se va
resintiendo. Sin embargo, tampoco se trata de tener unas expectativas irreales,
porque viviríamos en la ansiedad de no poder alcanzarlas.
EL
MEJOR REPOSO ES EL QUE SE DOSIFICA GOTA A GOTA, PORQUE NOS AYUDA MÁS EL RIEGO
CONTINUO QUE UN AGUACERO PUNTUAL ENTRE MUCHOS DÍAS DE SEQUÍA
Es bueno descubrir el
descanso también en las pequeñas cosas de la vida de cada día: el mejor reposo
es el que se dosifica gota a gota, porque nos ayuda más el riego continuo que
un aguacero puntual entre muchos días de sequía. Decía san Josemaría que
descansar «no es no hacer nada: es distraernos en actividades que exigen menos
esfuerzo»[4]. De ordinario, si evitamos llegar al
agotamiento, podremos descansar así. Y, con un poco de creatividad y de orden,
habrá veces en que incluso el trabajo mismo será un motivo de reposo: «mientras
trabajas en una cosa, descansas de la otra. Ése es el espíritu del Opus Dei»[5]. Cuando se pone ilusión en lo que se hace,
aunque humanamente parezca poco atractivo, resulta más fácil disfrutar con la
tarea; se consiguen entonces mejores resultados y se descansa trabajando.
La higiene del
descanso
Del griego hygieinos,
saludable, la higiene es un conjunto de medidas que permite conservar la salud.
La higiene del sueño, como se sabe, es un principio elemental del descanso: el
cuerpo humano necesita dormir. Cuando le pedimos que prescinda de ese reposo,
hace horas extra, saca energías de donde puede. Pero abusar de esa
flexibilidad podría causar una deformación difícil de revertir, como le sucede
a una goma elástica a la que se ha pedido más elasticidad de la que
verdaderamente tenía. La necesidad de cuidarse en este aspecto va más allá del
corto plazo: no se trata simplemente de que tras una noche sin dormir se pierda
lucidez y energías, sino de que, con el tiempo, la falta acumulada de sueño
genera desequilibrios, y la salud se vuelve quebradiza. Aquí rige, como en
tantas cosas, aquel aforismo universal: «pan para hoy, hambre para mañana».
Con todo, puede ocurrir
que, a pesar de procurar dormir con regularidad, se experimente dificultad para
conciliar el sueño, para que se prolongue durante la noche, o para que sea
verdaderamente reparador. El insomnio no es en sí mismo una enfermedad, sino un
síntoma. Cuando se presenta, hay que buscar sus causas, en ocasiones con la
ayuda de un especialista. Los factores pueden ser externos o ambientales, como
el calor o el frío, los ruidos, el exceso de luz; o internos, como una
preocupación que hace sufrir, un proyecto en marcha, un problema respiratorio o
fisiológico, etc. Como en otros aspectos de la salud, a veces no se podrá
solucionar el problema. Además de seguir buscando alternativas de tratamiento,
será una ocasión más para abandonarse con serenidad en las manos de Dios.
El cansancio es
habitualmente el resultado de una tensión continuada. El término estrés,
aunque ha venido a designar un estado en el que la persona se ve sobrepasada
por la acumulación de trabajo o por una situación agobiante, se deriva de hecho
del verbo stress, que no tiene de por sí connotación de crisis,
sino simplemente de enfatizar, presionar, esforzar. El trabajo tenaz y constante
no es, en sí mismo, malo para la salud: lo que puede lesionarla es la carencia
de relajación o una motivación equivocada. «Más vale un puñado con reposo, dice
el Eclesiastés, que dos puñados con trabajo y empeño vano» (Qo 3,6).
Uno puede cansarse innecesariamente a fuerza de no detenerse, de querer
resolver todo de inmediato, de agobiarse con las tareas pendientes; el trabajo
tiene entonces mucho de «empeño vano». Pero también se vuelve anodino y pesado
el trabajo concebido como fin en sí mismo, cuando uno pierde de vista que se
debe a los demás.
A VECES SURGEN
PEQUEÑOS CONFLICTOS CON LAS PERSONAS CON LAS QUE VIVIMOS O TRABAJAMOS, QUE SE
DISUELVEN EN CUANTO PASAMOS UNAS HORAS CON ELLAS, FUERA DEL ÁMBITO HABITUAL
La tensión muscular que
acumulamos a lo largo del día se puede deber también a veces a las prisas. La
inmediatez de la comunicación electrónica y la velocidad de los medios de
transporte tienden a transferirse a todos los ámbitos de la vida, y puede
llevarnos a vivir siempre corriendo, a ir por la vida con cara de prisa. Por
eso, en la medida en que dependa de cada uno, es muy conveniente habituarse a
equilibrar la tenacidad con la calma. Salir con tiempo para llegar con tiempo a
las citas con otras personas, procurar escuchar a los demás sin pensar en lo
siguiente que vamos a hacer, tener paciencia con los retrasos… Si hasta el modo
en que respiramos incide en el sosiego y la distensión del cuerpo, una
adecuada respiración del alma nos conserva la serenidad y las
energías para poder resolver los problemas, o para convivir con las
preocupaciones, con nuestra imperfección y la de los demás. Estos hábitos nos
proporcionan gradualmente un descanso sano y sencillo, y nos permiten ser
oasis para los demás: hombro sobre el que apoyarse, oído al que
confiarse.
La relajación del cuerpo y
del alma se logra también con el ejercicio físico. Todo son ventajas en el
hábito de caminar un rato cada día, aprovechando los desplazamientos, al ir y
volver del trabajo, al recoger de la escuela los hijos. A la vez, mientras la
edad lo permita, es útil el deporte, como medio de diversión y esfuerzo alegre:
nos viene muy bien someter al cuerpo a desafíos razonables, sin imprudencias,
que pueden ser ocasión de compartir el descanso con otros. Estas y otras
medidas sencillas, que cada cual puede integrar en su vida diaria, conforman
una correcta higiene del descanso en el trabajo, que nos hace
más alegres y eficaces.
Renovar el aire
El descanso, en sus
múltiples formas, es un cambio de aires. Así como el ambiente de una habitación
cerrada se carga al cabo del tiempo y necesita ventilación, la vida cotidiana,
incluso cuando no trae consigo grandes turbulencias, cansa: si no procuramos
airearnos, se introduce fácilmente el hastío o la rutina.
Cambio de aires no
significa necesariamente ausentarse varios días, porque muchas veces nuestras
responsabilidades no nos lo permitirán. Un rato de deporte o un paseo, o una
excursión al campo, a la montaña, a visitar algún lugar distinto, despeja la
cabeza y permite volver renovados a la vida normal. En ocasiones, por ejemplo,
surgen pequeños conflictos con las personas con las que vivimos o trabajamos,
que se disuelven en cuanto pasamos unas horas con ellas, fuera del ámbito
habitual; otras veces, tenemos entre manos cuestiones que no logramos enfocar
bien y que requieren tomar un poco de distancia, pasar por el colador del
descanso. La ficción, a través de la lectura o del cine, la poesía, el arte,
apartan también un poco de los problemas cotidianos, y refrescan; dan un cambio
de perspectiva, que permite reenfocar la realidad y descubrir la belleza en las
pequeñas cosas.
EL
ASPECTO LÚDICO Y FESTIVO FORMA PARTE DEL REPOSO, PERO NO CONVIENE CONFUNDIR LA
FIESTA CON EL EXCESO; FESTEJAR EVITANDO LA SACIEDAD AYUDA A DISFRUTAR MÁS DE
LAS COSAS
El verdadero descanso no
es, sin embargo, evasión: se trata de separarse un poco de la realidad
cotidiana para volver renovado; no de huir ansiosamente de ella. A la vista de
las formas que toma la desconexión en los fines de semana de
algunas personas, y del estado lamentable en que les deja, se diría que si
volvemos del descanso peor de como fuimos, se trató de un descanso ficticio. A
veces uno cree necesitar ciertos desahogos quizá porque está a disgusto con su
vida cotidiana, porque huye de sí mismo. Conviene por eso atreverse a
identificar, en la propia vida, el entretenimiento que evade pero que no
descansa verdaderamente, o que incluso hace daño. La sobriedad es, en ese
sentido, una buena piedra de toque del descanso de calidad. Sin duda, el
aspecto lúdico y festivo forma parte del reposo; pero no conviene confundir la
fiesta con el exceso, aunque se haya extendido ese modo de ver. Resulta muy
sabio en esto también el consejo de «darle un poco menos de lo justo» al cuerpo[6]: festejar evitando la saciedad ayuda a
disfrutar más de las cosas. La sobriedad nos quita la ansiedad, que lleva a
vivir mendigando evasiones constantemente, y sufriendo cada vez que hay que
dejarlas. Por eso es bueno, por ejemplo, prescindir a veces de la música,
aunque tengamos posibilidad técnica de oírla todo el tiempo; olvidarnos por un
rato de nuestra conexión a internet, para conectar con quienes
nos rodean, para estar pendientes de ellos; cuestionarse, en definitiva,
ciertos «imperativos» a los que nos somete una constante oferta de
posibilidades de ocio, que a veces podría quitarnos la libertad de un descanso
sencillo y alegre.
Un descanso abierto
El cultivo de aficiones y
de intereses culturales enriquece la vida familiar, y es también una
alternativa al deporte, que se puede ver impedido por el tiempo, por la
enfermedad o la edad. Uno no es joven toda la vida, y si hiciera girar todo su
descanso en torno a deportes de gran intensidad, llegado a una cierta edad se
aburriría, y sería un peso para sí mismo y para los demás. Por eso conviene no
esperar a ese momento para desarrollar otras formas de descanso. Aunque algunas
no requieren siempre compañía, un hijo de Dios las concibe siempre desde la
apertura a quienes le rodean: considera el propio descanso como parte de su
vida con los demás y para los demás, y no como una cuestión meramente privada.
Vistos así, la lectura y el cine, por ejemplo, alimentan las conversaciones,
dan que hablar; la pintura, la jardinería o el bricolaje hacen amable el hogar;
el talento musical de cada quien –aunque no sea grande–, la creatividad en la
cocina, la originalidad a la hora de una celebración, amenizan la vida.
El buen descanso está
abierto a la familia y a los amigos: no tendría sentido que llegara el fin de
semana y uno se cerrara en su cascarón. El descanso individualista acaba por no
aliviar verdaderamente, y produce una extraña ansiedad por escaparse, que suele
ser sintomática de una tensión con la propia identidad de padre, madre,
hermano, marido, hija. Una cosa son, en ese sentido, las ganas de descansar, y
otra la ansiedad por descansar; el descanso abierto es sereno y flexible, y despliega
nuestra identidad: nos ayuda a ser quienes somos.
En la exhortación de san
Pablo, «alter alterius onera portate, llevad los unos las cargas de los
otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Gal 6,2),
podemos ver una invitación a cuidar del reposo de los demás, a descansar
haciéndoles descansar. Hacerse a los gustos de quienes nos rodean forma parte
del día a día de una familia: el padre con los hijos, la mujer con el marido,
los nietos con los abuelos... Y comprender: alivia y aligera mucho querer y saberse
querido, tener alrededor gente que nos escucha, que nos comprende, que se hace
cargo de todo lo nuestro. «Si ponéis cariño, cada una de nuestras casas será el
hogar que yo quiero para mis hijos. Vuestros hermanos tendrán un hambre santa
de llegar a casa, después de la jornada de trabajo; y tendrán también ganas de
salir a la calle –descansados, serenos–, a la guerra de paz y de amor que el
Señor nos pide»[7].
El descanso encuentra, en
fin, su fuente más profunda y su horizonte último en el Señor. «Dios mío:
descanso en ti», anotaba san Josemaría en el margen del Decenario al
Espíritu Santo; «Señor Dios –rezaba san Agustín– danos la paz, puesto que
nos has dado todas las cosas; la paz del descanso, la paz del sábado, la paz
sin ocaso»[8]. Si a veces nos quedamos abobados viendo
el paisaje desde un alto, las olas del mar que van y vienen, el fuego que
crepita en la chimenea, los niños que juegan, ¿cómo no vamos a encontrar
nuestro reposo en la oración, en la intimidad con el Dios que siempre nos
escucha y llena de sentido lo que hacemos? «El Señor Dios es sol y escudo» (Sal 84 [83],12): Él
ilumina nuestro cansancio y nuestro descanso. Si el alma enmudece cuando le
pierde de vista, canta y baila al recuperarle. «Descansa en la filiación divina.
Dios es un Padre –¡tu Padre!– lleno de ternura, de infinito amor. –Llámale
Padre muchas veces, y dile –a solas– que le quieres, ¡que le quieres
muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo»[9].
Wenceslao Vial - Carlos
Ayxelà
[1] San Josemaría, Notas de una reunión
familiar, 29-IV-1969 (citado en Camino, edición crítico-histórica,
3ª ed., Rialp, Madrid 2004, 337, nota 60).
[2] Cfr. Francisco, Ex. Ap. Evangelii
gaudium (24-XI-2013), 4.
[3] De entre las variantes de esta
oración, se traduce aquí la versión inglesa citada en el discurso del Papa
Francisco del 22-XII-2014.
[4] Camino, 357.
[5] San Josemaría, Notas de una reunión
familiar, 7-VII-1974.
[6] Cfr. Camino, 196.
[7] San Josemaría, Notas de una reunión
familiar, 29-III-1956 (citado en A. Sastre, Tiempo de Caminar,
Rialp, Madrid 1989, 182-183).
[8] San Agustín, Confesiones, XIII.35.50.
[9] San Josemaría, Forja,
331.
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