SERVIR AL PUEBLO
DE DIOS…NO SERVIRNOS DEL PUEBLO DE DIOS
Los feligreses
tienen que recordarnos siempre, con caridad y sin miedo y sobre todo desde la
Oración, que los sacerdotes – como bien ha dicho el Papa Francisco – “NO ES UN SACERDOTE PARA SÍ MISMO, ES PARA EL PUEBLO: A SU SERVICIO, PARA
HACERLO CRECER, PARA PASTOREAR AL PUEBLO, EL PROPIO REBAÑO”. Porque de lo contrario, en vez de ser pastor nos convertimos en lobos. Pues
así se refería el Santo Padre: “San
Agustín, comentando el profeta Ezequiel, habla de dos: la riqueza que puede
convertirse en avaricia y la vanidad. Y dice: ‘Cuando el obispo, el sacerdote
se aprovecha de las ovejas para sí mismo, el movimiento cambia: no es el
sacerdote, el obispo para el pueblo, sino el obispo y el sacerdote que toma del
pueblo’. San Agustín dice: “Toma la
carne de la oveja para comerla, se aprovecha; hace negocio y está cogido al
dinero; se vuelve avaro y muchas veces simoníaco. O se aprovecha de la lana por
la vanidad, para envanecerse”.
Recen por cada uno de nosotros los sacerdotes, de todo el mundo, pero pido
a cada feligrés de esta Diócesis: Recen por nosotros los sacerdotes de esta
grey porteña. Ayúdenos con su ORACIÓN, para que siempre seamos SERVIDORES –
ADMINISTRADORES. Que hemos sido ordenados para SERVIR a la Comunidad Parroquial
no para SERVIRNOS de la Comunidad
Parroquial.
Que seamos “conscientes de
haber sido escogidos entre los hombres y puestos AL SERVICIO DE ELLOS en las cosas de Dios, ejerced con alegría
perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, NO BUSCANDO EL PROPIO INTERÉS, SINO EL DE
JESUCRISTO. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no
intermediarios.” (Papa Francisco).
Urge que renovemos nuestra entrega DESINTERESADA y por AMOR a DIOS y a los
HERMANOS. Así se
refería San Josemaría Escrivá de Balaguer, de quien hoy hacemos memoria, a unos
recién ordenados sacerdotes, y que puede servir para recordar a un amigo, un
hermano sacerdote que experimentó en su propia vida esta vivencia: «Sed, en
primer lugar, sacerdotes; después, sacerdotes; siempre y en todo, sólo
sacerdotes». En esta afirmación se transparenta el altísimo concepto del
sacerdocio ministerial, por el que unos pobres hombres –que eso somos todos
delante del Señor– son constituidos ministros de Cristo y dispensadores
de los misterios de Dios (1 Cor 4,1).
Creo que se hace necesario, como bien nos recordaba ayer en la formación
permanente del clero Mons. José Jiménez, REDESCUBRIR el CONTENIDO, el
COMPROMISO y la BELLEZA de nuestro don del sacerdocio. Volver a nuestro
PROYECTO DE VIDA que recibimos el día de nuestra ordenación, que es el proyecto
de la FIDELIDAD de JESUCRISTO a la IGLESIA. El donarnos a Cristo y a la Iglesia.
Se hace también necesario salir de nuestras comodidades e interés personal
pensando más en los fieles. Pero “el sacerdote que sale poco de sí, que unge
poco SE PIERDE LO MEJOR DE NUESTRO
PUEBLO (…). El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo
poco a poco en intermediario, en gestor. (…) De aquí proviene precisamente la
insatisfacción de algunos, que terminan tristes, SACERDOTES TRISTES, y convertidos en una especie de
coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con
«olor a oveja» —esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se
note—; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de
hombres. (…) Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que
somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo
actual donde sólo vale la unción —y no la función— y resultan fecundas las
redes echadas únicamente en el nombre de Aquel de quien nos hemos fiado: Jesús”.
San Pedro nos exhorta: “Apacentad
la grey de Dios que se os ha confiado, gobernándolo no a la fuerza, sino de
buena gana según Dios, no por mezquino afán de lucro, sino de CORAZÓN” (1P.
5, 2). Nuestra solicitud, como sacerdotes ha de ser ejemplar. Jesús, cuando nos
llamó, lo hizo con imperio y ternura, como Yahvé a sus profetas y enviados:
Moisés, Samuel, Isaías... Nunca los llamados merecieron en modo alguno la
vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus
condiciones personales, “nos llamó con vocación santa, no en virtud de
nuestras obras, sino en virtud de su designio” (2 Tim 1,
9).
“Recuerden [los presbíteros] que su
ministerio sacerdotal (...) está ordenado — de manera particular — a la gran
solicitud del Buen Pastor, que es la solicitud por la salvación de todo hombre.
Todos debemos recordar esto: que a ninguno de nosotros es lícito merecer el
nombre de mercenario, o sea, uno que no es pastor dueño de
las ovejas, uno que ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, porque es
asalariado y no le importan las ovejas. La solicitud de todo buen pastor es
que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia, para que
ninguno se pierda, sino que tengan la vida eterna. Esforcémonos para que esta
solicitud penetre profundamente en nuestras almas: tratemos de vivirla. Sea
ella la que caracterice nuestra personalidad, y esté en la base de nuestra
identidad sacerdotal” (Beato Juan Pablo II, Carta a todos los
sacerdotes, n. 7).
Hermanos sacerdotes ¿Qué nos pide el
Señor? Que queramos al pueblo que nos ha sido encomendado. Que no abandonemos
nuestras ovejas y la dejemos expuesta a los lobos.
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