Revolución
de gratuidad y de generosidad
El
discurso de los 100 días
En
la semana en que se cumplían los 100 días de su pontificado, el Papa Francisco
se ha dirigido a la Asamblea Diocesana de Roma, y ha desarrollado la expresión
de San Pablo: “Yo no me avergüenzo del Evangelio”. Ha explicado que la fe
cristiana vivida es una revolución porque cambia el corazón. La
condición es que sembremos con nuestro testimonio, con gratuidad
y esperanza, anunciando el Evangelio a todos, especialmente a los
más necesitados.
Una
revolución que cambia el corazón
Comenzó
señalando que mediante su entrega por nosotros, Cristo nos ha liberado. Y esta libertad
plena de los hijos de Dios es lo que llamamos vida de la gracia o de amistad
con Dios (que solo se pierde por el pecado, pero se recupera con el
sacramento de la Confesión o de la Penitencia), un verdadero tesoro. Al mismo
tiempo se trata de una revolución.
Una
revolución que cambia el corazón. A lo largo de la historia, las revoluciones
han cambiado los sistemas políticos y económicos, pero ninguna de ellas ha
modificado verdaderamente el corazón del hombre: “La verdadera revolución, la
que transforma radicalmente la vida, la ha realizado Jesucristo a través de su
Resurrección: la Cruz y la Resurrección”. Benedicto XVI decía que ha sido “la
más grande mutación de la historia de la humanidad”. Por eso, señala
el Papa Francisco, “un cristiano si no es revolucionario, en este tiempo,
¡no es un cristiano! ¡Debe ser revolucionario por la gracia!”
Esta
“revolución” que trae Jesucristo es una gran mutación de la historia porque
cambia el corazón (cf. Ez, 11, 19), como le sucedió a San Pablo: de perseguidor
de los cristianos, lo convirtió en apóstol y testigo de Cristo; de pecador, lo
convirtió en santo. Y para ser santo solo una cosa es necesaria: acoger la
gracia que el Padre nos da en Jesucristo. Esta es la gracia que cambia nuestro
corazón.
Ahora
bien, ¿qué quiere decir el profeta Ezequiel cuando habla de que el corazón de
piedra debe cambiarse en un corazón de carne? En palabras de Francisco esto
implica que la gracia de Cristo nos concede “un corazón que ama, un corazón
que sufre, un corazón que goza con los otros, un corazón lleno de ternura por
quien, llevando impresas las heridas de la vida, se siente en la periferia de
la sociedad”. Y continúa (usando el argumento de la encíclica de Benedicto
XVI Caritas in veritate): “El amor es la fuerza más grande para
transformar la realidad, porque abate los muros del egoísmo y llena
las zanjas que nos mantienen alejados los unos de los otros. Y este es el amor
que viene de un corazón cambiado, de un corazón de piedra que se ha
transformado en un corazón de carne, un corazón humano”.
Gratuidad,
esperanza, testimonio
Y
esto lo hace la gracia de Cristo, que no se compra ni se vende, es gratuita,
como lo expresa la misma palabra. “El amor de Cristo es así: nos da la
gracia gratuitamente, gratuitamente. Y nosotros debemos darla a los
hermanos, a las hermanas, gratuitamente. Es un poco triste cuando uno encuentra
algunos que venden la gracia: en la historia de la Iglesia algunas veces ha
sucedido esto, y ha hecho tanto daño, tanto daño”.
También
en Roma –señala el Papa– hay tanta gente con dolores y problemas, que vive sin
esperanza. Buscando la felicidad en el alcohol, en las drogas o en el juego, en
el poder del dinero o en la sexualidad sin reglas, o en comportamientos
violentos, indignos del hombre. Muchos jóvenes recurren al suicidio porque
carecen de esperanza. Y nosotros debemos dar la esperanza como la
gracia, gratuitamente, con nuestro testimonio, con nuestra libertad y con
nuestra alegría, manifestando que no somos huérfanos, que
tenemos un Padre (Dios) y que podemos compartir esta filiación con todos los
demás.
Y
continúa el Papa Francisco diciendo que no se trata propiamente de convencer a
otros para que aumente sin más el número de los cristianos, sino de sembrar
el Evangelio: “El Evangelio es como la semilla: tú lo siembras con tu
palabra y con tu testimonio. Y después no haces estadística de como ha sido
esto: la hace Dios. Dios hace crecer esta semilla; pero debemos sembrar con esa
certeza de que el agua la da Él, que Él es el que da el crecimiento. Y nosotros
no hacemos la cosecha: la hará otro sacerdote, otro laico, otra laica, otro la
hará. Pero la alegría de sembrar con el testimonio, porque la palabra sólo no
basta, no basta. La palabra sin el testimonio es aire. Las palabras no bastan”.
Toda una lección de gratuidad y generosidad que está avalada por otro elemento:
la prioridad de los más necesitados.
El
Evangelio, los pobres, la cultura
¿A
quién va dirigido el Evangelio? Señala el Papa Francisco (explicando por qué el
Catecismo habla de la atención u opción “preferencial” por los pobres): “El
anuncio del Evangelio está destinado ante todo a los pobres, a cuantos
carecen frecuentemente de lo necesario para llevar una vida digna. A ellos se
les anuncia primero el mensaje alegre de que Dios los ama con
predilección y viene a visitarles a través de las obras de caridad que
los discípulos de Cristo cumplen en su nombre. Ante todo, ir a los pobres, esto
es lo primero”. Y añade que todos seremos juzgados por esto (cf. Mt, 25).
Continúa
Francisco: no es que el anuncio del Evangelio deba restringirse a aquellos que
no tienen una preparación cultural. Según San Pablo el Evangelio es
para todos, también para los doctos; pues la sabiduría que proviene de la
Resurrección de Cristo no se opone a la sabiduría humana, sino que la purifica
y la eleva; y por eso la Iglesia siempre ha estado presente en los lugares en
los que se elabora la cultura. Y en consecuencia –dirá–, hemos de ir al diálogo
que hace la paz, al diálogo intelectual y razonable.
“Pero
el primer paso –insiste– es siempre la prioridad de los pobres”. Ahora bien,
esto no significa pauperismo. “Significa que debemos ir hacia la carne
de Jesús que sufre, pero también sufre la carne de Jesús de aquellos que no lo
conocen con su estudio, con su inteligencia, con su cultura”. Por eso dice
que le gusta usar la expresión “ir hacia las periferias”, las periferias
existenciales: desde la pobreza física y real a la pobreza intelectual, que es
real, pura. Todas las periferias, todos los cruces del camino. Y sembrar ahí el
Evangelio con la palabra y el testimonio.
Una
“revolución” de gratuidad y de generosidad (la vida cristiana auténticamente
vivida) es lo que plantea el Papa Francisco, de un modo claro y directo.
Estamos ante un discurso que recoge los elementos centrales de su “programa” y
el Papa los propone con la fuerza del Evangelio.
D. Ramiro Pellitero
Capellán y profesor en la Universidad de Navarra (España)
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