REVALORIZAR NUESTRA FE…
“MISIÓN Y CRISIS DE FE”
Poco a poco se va acercando el día en
que nos dispondremos a caminar, hasta nuestro Santuario Diocesano Santo Cristo
de la Salud, el 14 de septiembre, aunque algunos iniciaremos nuestra
peregrinación el día 13 de septiembre durante toda la noche. A tan solo un poco más de un mes de tan gran y bello
acontecimiento, vayamos dinamizando nuestro cuerpo y alma, para ir de
peregrinos, a abrazar a nuestro Santo Cristo.
La peregrinación, es una expresión
característica de la piedad popular, estrechamente vinculada al santuario, de
cuya vida constituye un elemento indispensable: “el peregrino necesita un santuario y el santuario requiere peregrinos”.
Peregrinar es comprometerse con la fe y ser más coherentes con ella: en conducta
y palabras. Para convertir el corazón de los valores derivados del orgullo y el
egoísmo, a los del amor, e invitar a los demás a hacer lo mismo.
Por ello, hoy existe una gran crisis de fe, por lo que se
necesita buscar espacios para formar en esta fe.
Asistimos a situaciones críticas internas en la familia como la dificultad de relación y comunicación,
la fragmentación y disgregación, la violencia y abuso o las dependencias,
medios de comunicación y redes sociales. Se evidencia una significativa pérdida de credibilidad moral a causa de
los escándalos sexuales en la Iglesia. A esto se añade el estilo de vida a
veces vistosamente acomodado de nosotros los sacerdotes, así como la incoherencia entre nuestra enseñanza y
conducta de vida, unido al comportamiento de los fieles que viven y practican su fe de manera teatral, faltando a la
verdad y humildad que requiere el espíritu evangélico.
Respecto a la moral, han desaparecido las barreras entre el bien
y el mal. Para muchos, el concepto de pecado y hasta de redención vicaria de
Cristo ha quedado obsoleto y lo que es más grave, se llama bien al mal, sin
tener ideas claras ni criterios nítidos, ni principios seguros de referencia.
Parece que vale todo y la única norma aceptable, es la propia conciencia y el
propio criterio.
Así como hay una íntima relación entre fe y misión, así
también la misión es afectada negativamente si
la fe de las personas entra en crisis. De hecho, en la Biblia encontramos
distintas actitudes con respecto al acto de fe. Algunas veces adquiere la forma
de una gran seguridad, como cuando el Evangelio de Mateo dice
que el que tenga fe «nada le será imposible» (Mt. 17,20); otras veces se
presenta en forma de duda, como cuando Tomás pide señales para creer en el
Resucitado: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en
el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn. 20,25).
Lo importante es que notemos la relación directa que existe entre el acto de fe
y la efectividad de la misión. El mismo texto que hemos citado de Mateo 17
narra cómo los discípulos vienen desconsolados porque no han podido expulsar un
demonio y le preguntan a Jesús, «¿por qué nosotros no pudimos expulsarle?», a
lo que Jesús responde: «por vuestra poca fe» (Mt.17,20).
De modo que la fe, aunque sea un don de Dios, está sujeta
al estado existencial del creyente. Creer no consiste en una constante decisión
sin vacilaciones, sino en un proceso en el que se mezclan momentos de gran
seguridad y momentos de oscuridad. De ello nos pone al tanto el texto bíblico:
«yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca» (Lc. 22,32),
con lo cual se da por supuesto que la fe puede desfallecer, y eso fue dicho a
Pedro, al príncipe de los apóstoles, de quien no se esperaba que dudara.
Pero, contrario a lo que muchos cristianos creen, los
obstáculos para la fe y para la misión no están sólo fuera de la Iglesia;
probablemente los problemas de fe internos a la Iglesia son los que más
obstaculizan el proceso evangelizador.
Por tanto, la fe ha de conjugarse con otras virtudes que
le ayudan a encontrar su justa colocación en el proceso evangelizador. El
creyente debe ser humilde para reconocer sus límites y así dejarse
ayudar por Dios y por sus hermanos de la comunidad. El creyente debe ser una
persona de esperanza, que confíe en la acción del Espíritu Santo y
no solo en sus propias fuerzas, que es una de las causas de las crisis de fe.
De modo que no hay que temer a las crisis de fe, porque también de ellas ha de
ocuparse el proceso evangelizador.
La fe en la actualidad se predica en una época de crisis, así nos lo ha recordado el Papa Francisco: Crece el número de los que son ajenos a
la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o animados por otras
creencias...Vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la
vida, no sólo la economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio
ambiente, sino también la del sentido profundo de la vida y los valores
fundamentales que la animan (Mensaje para la jornada mundial de las misiones
2013, nº. 4)
El Papa es consciente que predicar la fe
tiene sus dificultades y que no podemos esconder dichos problemas: “A menudo, la obra de evangelización
encuentra obstáculos no sólo fuera, sino dentro de la comunidad eclesial. A
veces el fervor, la alegría, el coraje, la esperanza en anunciar a todos el
mensaje de Cristo y ayudar a la gente de nuestro tiempo a encontrarlo son débiles;
en ocasiones, todavía se piensa que llevar la verdad del Evangelio es violentar
la libertad” (Mensaje para la jornada mundial de las
misiones 2013, nº.3).
Pablo VI, en su Encíclica Evangelii
Nuntiandi, hizo notar que las frustraciones de muchos cristianos son
causadas por su distanciamiento de la comunidad, por querer practicar una fe
aislada y privada de un contexto comunitario. El Papa Francisco retoma el
criterio expresado en Evangelii Nuntiandi:
Es urgente hacer que resplandezca en nuestro tiempo la
vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y esto desde el
interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es importante no
olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se puede anunciar a
Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado, individual,
privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que «cuando el más
humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más apartado, predica el
Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un sacramento, aun cuando se
encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa «por una misión que él se
atribuye o por inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia
y en su nombre» (EN, 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada
misionero y evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo
Cuerpo animado por el Espíritu Santo (Mensaje para
la jornada mundial de las misiones 2013, nº. 3).
Es una misión que es
compartida. Por eso, recomiendo
hacer una lectura compartida o una Lectio Divina del texto
de 2 Cor 4,7-18. Preguntándonos: ¿Qué características tiene una
crisis de fe; mi crisis de fe? ¿Cómo afectan negativamente las
crisis de fe a la evangelización en mi Diócesis, en mi parroquia? ¿Qué actitud tomar de frente a
una crisis de fe?
Recordemos que: “Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los
pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y
angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres
que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar
hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para
comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria
del género humano y de su historia”.
(Constitución Pastoral Gaudim
et Spes, n. 1:).
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