Con motivo del Encuentro nacional de
delegados de catequistas (23-25 de febrero) se ha puesto de relieve la
importancia de la Iniciación cristiana y sus principales elementos. También nos
preguntamos qué lugar ocupa la belleza en el itinerario educativo de la fe.
1. Hay quienes piensan que la catequesis es un “adoctrinamiento” a los niños en
el sentido despectivo con que hoy se entiende frecuentemente este último
término: inculcar creencias aprovechándose de la escasa capacidad de razón y de
crítica que caracteriza la edad infantil. Los que piensan así son los mismos
que suelen oponerse a la enseñanza religiosa escolar. En el fondo, por una
visión materialista de la vida que les dificulta reconocer en el hecho
religioso la dimensión más profunda de las personas, su apertura a la
trascendencia.
En realidad, el término catequesis viene
de una palabra griega que significa hacerse
eco de un mensaje, y desde los primeros siglos lo usaron los cristianos
para designar el transmitirse unos a otros el mensaje del Evangelio. La
catequesis cabe a todas las
edades. Y es necesaria tanto
para asentar el primer anuncio de la fe y lo que llamamos Iniciación cristiana,
como para la formación permanente de los adultos.
Junto con la predicación y la enseñanza
religiosa escolar –que en nuestra época se distingue de la catequesis en cuanto
a su objetivo y método–, la catequesis es una
de las actividades más importantes en la vida cristiana.
La escuela, y otras instituciones
superiores abiertas a una educación integral, enseña la religión –a los que lo
desean– en el contexto de los
demás conocimientos que perfeccionan a la persona y a través de ella sirven a
la sociedad.
La catequesis –más propia de la parroquia
y de la familia– transmite la fe cristiana en
orden a la maduración y a la realización personal en todas las etapas de la vida. Y
los catecismos son instrumentos al servicio de esta tarea; como lo es, y de
modo excelente, el nuevo catecismo de la Conferencia Episcopal Española, Testigos del Señor (2014), preparado para la educación en
la fe de los adolescentes.
Redescubrir el camino de la belleza para la
educación de la fe
2. Pues bien, en nuestros días asistimos a
un redescubrimiento del camino
de la belleza en la educación
de la fe. Después de bastantes siglos en que la belleza no fue objeto de mayor
interés –excepto discretamente al principio del siglo pasado–, desde hace unas
décadas vuelve a ocupar un lugar importante en el pensamiento y en la
educación.
Dicen los filósofos más sólidos que la
belleza es como la tarjeta de
presentación del ser. Ya
Platón señalaba que la belleza es el
resplandor de la verdad y la fuerza del bien, sobre todo cuando ambos se
combinan. La belleza la encontramos en la naturaleza, en las personas y en los
valores personales, en tantas realizaciones humanas y obras de arte incluyendo
hoy las que se muestran en el cine y en las nuevas tecnologías (sin desconocer
sus riesgos).
Para el cristianismo el paradigma de la
belleza –su modelo máximo y su raíz siempre viva– es Cristo, el Hijo de Dios
hecho carne, muerto y resucitado por nosotros. En este contexto dijo
Dostoievski que “la belleza salvará el mundo”. En la vida cristiana la belleza
se manifiesta especialmente en el testimonio
de los cristianos, que es
el conjunto del buen ejemplo, de la disposición para tomar la cruz (testimonio
en griego es martyria) y
de los argumentos que los cristianos hemos de dar de nuestra fe, siempre que
sea posible. En la presentación de Testigos
del Señor, dicen los
obispos españoles: “No olvidéis que a veces nos toca vivir a contracorriente la
belleza de la fe” (p. 7).
Especialmente los últimos Papas han sido
muy sensibles a este camino de la belleza. Juan Pablo II señala, en su Carta a los artistas (4-IV-1999) que todas las personas
están llamadas a hacer de su vida una obra de arte. Benedicto XVI indica que lo
bello nos ayuda para afrontar la vida cotidiana de modo luminoso. Y aconseja no
separar nunca la verdad del amor, el amor de la verdad; pues la belleza, señala
con palabras de Simone Weil, es un
signo de la Encarnación de Dios en el mundo.
Es constante la apelación del papa
Francisco a la responsabilidad de los cristianos, para que brille así el amor
de Dios ante los hombres. Baste un pasaje de su exhortación Evangelii
gaudium: “La belleza misma
del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar
jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y
desecha” (n. 195).
La auténtica belleza
3. Hoy la belleza con frecuencia se
oscurece e incluso se manipula. La
belleza auténtica es la que está unida a la verdad y al bien, pues, como ya hemos señalado, es el
resplandor que surge del encuentro de lo verdadero y de lo bueno, especialmente
en la acción de las personas. De ahí procede el atractivo de la vida cristiana,
que la hace eficazmente cooperadora con la salvación obrada por Dios. La
belleza auténtica nos
saca de nosotros mismos y nos pone al servicio de Dios y de los demás. Si esto es –puede ser así para todos–,
para los cristianos la belleza encuentra sus principales cauces en la fe, en los sacramentos y en
la caridad.
El catecismo Testigos del Señor recorre el camino de la belleza en torno a la Vigilia pascual, la madre de todas las vigilias y
la fiesta de todas las fiestas cristianas: la noche en que celebramos la
Pascua, la resurrección del Señor. Así lo dice la Guía pedagógica de este
catecismo: “La Vigilia pascual, cargada
de simbolismo y de belleza, nos hace gustar, agradecer y renovar el
misterio central de nuestra salvación: la Pascua de Cristo que nos llena de
vida y nos hace sus testigos en medio del mundo” (p. 27).
El arte cristiano y la catequesis
4. Al servicio del camino educativo de la
belleza ha estado siempre el
arte cristiano, comenzando por los
iconos. Los cristianos
estamos llamados a ser iconos
vivos de Cristo en el mundo, como han sido los santos. Por eso las
imágenes van siendo incorporadas a los catecismos –como el Compendio del
Catecismo de la Iglesia Católica y este catecismo Testigos del Señor– y deben ser
contempladas en la catequesis e integradas en la metodología de la educación de
la fe.
Pero el
camino de la belleza en la catequesis no
se recorre en primer lugar gracias a esas bellas imágenes de un catecismo, sean
importantes obras de arte o sean símbolos más sencillos; sino que se recorre
sobre todo gracias a los
catequistas, a su
esfuerzo y compromiso por ser para los demás memoria y despertador de Dios (cf.
Francisco, Homilía en la Jornada de los catequistas, 29-IX-2013). Ellos pueden ayudarnos a
hacer de nuestra vida una obra de arte.
No olvidemos que en la educación de la fe
es donde máximamente se cumple lo que suele decirse de la comunicación: el cómo es parte importante del qué
y el mensajero forma parte del mensaje. La
belleza nos toca o nos hiere abriéndonos a Dios no solamente desde la
contemplación de la naturaleza o de una obra de arte, sino también desde la
vida misma de las madres y padres de familia, de los educadores y de los
amigos; desde su lealtad y cercanía, su espíritu de servicio y su entrega.
La belleza en la tarea del catequista
La belleza ha de brillar, en suma, en el
conjunto de la tarea del catequista: en su persona, sus actitudes y sus métodos,
en el clima de fe vivida y en el respeto al ritmo de los que dependen de él.
Todo esto pide tiempo y esfuerzo, estudio, oración y diálogo, fidelidad y
creatividad. Así el catequista logrará, para aquellos que le han sido
encomendados, la gracia de ser Testigos
del Señor en el mundo.
P. Ramiro Pellitero
Del blog: Iglesia y Nueva
Evangelización.
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