Jesús, rostro
de la misericordia
Con la bula de convocación para el
Jubileo extraordinario de la Misericordia, Misericordiae Vultus (11-IV-2015) se abre un periodo preparatorio de
oración y estudio, diálogo y acción. Es un
camino, el de la misericordia, que la Iglesia viene recorriendo desde su
comienzo, más intensamente desde mediados del siglo pasado; y que ahora
Francisco propone como catalizador de un impulso nuevo.
Para facilitar la lectura del texto del
Papa y su asimilación, cabe estudiarlo distinguiendo algunas partes (distinción
que es nuestra, no del documento).
La Misericordia, característica de Dios y
de su obrar
“Jesucristo es el rostro de la
misericordia del Padre” (n. 1). El texto se abre con esta
afirmación que sirve a la vez de explicación del título y de síntesis, no solo
del documento, sino de la fe cristiana. Santo Tomás considera que “es propio de
Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta u omnipotencia”
(S. Th. II-II, q30, a4). La liturgia lo recoge desde antiguo. Dios, rico en
misericordia, nos ha enviado a su hijo para salvarnos. “Jesús de Nazaret con su
palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios”
(Ib.). Necesitamos contemplar
el misterio de la misericordia divina, porque
es fuente, condición, revelación y acción del amor de Dios por nosotros, que se
hace para nosotros ley y camino en nuestra relación con Él y los demás.
El Concilio Vaticano II, signo de la
Misericordia
El Jubileo extraordinario se iniciará el 8 de diciembre,
a los 50 años de la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II. También aquí
la primera frase dice ya lo más importante: “La Iglesia siente la necesidad
de mantener vivo este evento” (n.
4). El Concilio –tal como lo impulsaron san Juan XXIII y el beato Pablo VI–
quiso anunciar el Evangelio en nuestro tiempo de un modo más comprensible, en
el marco de la caridad y de la misericordia de Dios.
La misericordia divina en el Antiguo
Testamento
El Antiguo Testamento describe a Dios como “paciente y misericordioso”,
para presentarle con entrañas de padre y de madre. El salmo 136 repite
continuamente “eterna es su misericordia”. Y Francisco lo interpreta
como “un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para
introducirlo todo en el misterio eterno del amor. Es como si se quisiera decir
que no solo en la historia, sino por toda la eternidad el hombre estará siempre
bajo la mirada misericordiosa del Padre” (n. 7).
La misericordia, núcleo del Evangelio
Ese salmo 136 forma parte de un himno judío (el hallel), recitado en las
fiestas litúrgicas importantes. Jesús rezó con él (cf. Mt 26, 30) y lo hizo
suyo –señala el Papa– tras la última Cena, precisamente como explicación de la
institución de la Eucaristía y preludio de su pasión y muerte, que llevaban
hacia la consumación su entrega por nosotros. Una
entrega manifiesta en toda su vida: en sus actitudes (particularmente hacia
los enfermos y los pecadores, como Mateo) y en sus enseñanzas, sobre todo en
algunas parábolas (como la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la
del padre y los dos hijos, y la del siervo despiadado que no quería perdonar a
su compañero) y en las bienaventuranzas.
A partir de ahí la misericordia es considerada por
Francisco como núcleo del mensaje evangélico y como criterio para saber quiénes son
realmente hijos de Dios, como ideal de vida y como signo de credibilidad de la fe cristiana; pues el amor se
demuestra en la vida concreta: “intenciones, actitudes, comportamientos
que se verifican en el vivir cotidiano” (n. 9).
La misericordia en la misión de la
Iglesia
Por todo ello “la misericordia es la viga maestra que
sostiene la vida de la Iglesia” (n. 10). Siguiendo los pasos de san Juan Pablo
II (cf. Encíclica Dives in
misericordia”, 30-XI-1080), Francisco propone que anunciar la misericordia
y testimoniarla en primera persona debe ser hoy camino para la Iglesia. De ahí
el significado de la peregrinación – símbolo del camino que es la
vida de cada persona – en los Jubileos. Cita las palabras del Evangelio que
apuntan a la peregrinación
interior: “No juzguéis y
no seréis juzgados; no
condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad
y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el
halda de vuestros vestidos. Porque seréis
medidos con la medida que midáis” (Lc 6,37-38).
Entre los modos concretos de ejercitar la misericordia,
destaca las obras de
misericordia corporales y espirituales: “Será un modo para despertar nuestra conciencia,
muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más
en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la
misericordia divina” (n.15). Más aún, en cada uno de los necesitados hemos de ver a Cristo mismo (cf. Mt 25, 31-45). Otros modos
concretos de vivir el Jubileo de la misericordia serán la iniciativa “24 horas
para el Señor” (adoración de la Eucaristía, y confesión de los pecados: el Papa
pide “que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre”,
n. 17), las misiones populares y las indulgencias. Francisco
invita a todas las personas a la conversión,
especialmente a los más alejados de la gracia de Dios, a los criminales y a los
promotores o cómplices de la corrupción.
La conexión entre justicia y
misericordia
El documento se detiene a explicar la relación entre
justicia y misericordia (que corre paralela a la relación entre verdad y
caridad y es manifestación visible de esa relación). “No son –indica Francisco–
dos momentos contrastantes entre sí, sino un
solo momento que se
desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (n.
20).
La justicia, observa, ha sido interpretada con frecuencia
de una manera estrecha, como mero cumplimiento de la ley. “Para superar la perspectiva
legalista, sería necesario recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es
concebida esencialmente como un abandonarse confiado en la voluntad de Dios”
(Ib.). Contra la mentalidad legalista de los fariseos, “Jesús subraya el gran
don de la misericordia divina que busca a los pecadores para ofrecerles el
perdón y la salvación” (Ib.) y reclama ante todo la atención a las necesidades que
tocan la dignidad de las personas.
También San Pablo, en palabras de Francisco, enseña que
“el juicio de Dios no lo constituye la observancia o no de la ley, sino la fe
en Jesucristo, que con su muerte y resurrección trae la salvación junto con la
misericordia que justifica. La justicia de Dios se convierte ahora en
liberación para cuantos están oprimidos por la esclavitud del pecado y sus
consecuencias. La justicia de
Dios es su perdón (cf. Sal
51,11-16)” (Ib.). En suma, “Dios no rechaza la justicia. Él la engloba y la
supera en un evento superior donde se experimenta el amor que está en la base
de una verdadera justicia. (…) Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos
como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de
Cristo, entonces, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo,
porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva” (n. 21).
Tiempo de crecer en misericordia
Concluye deseando que el Jubileo sea una ocasión de
encuentro con el judaísmo, el Islam y otras nobles tradiciones religiosas. Y,
tras evocar la figura de santa
Faustina Kowalska –apóstol
de la misericordia–, se confía en María, Madre de la Misericordia y Arca de la
Alianza entre Dios y los hombres.
Como decíamos al principio, con este documento se abre,
ante el Jubileo de la misericordia, un
periodo preparatorio de oración y estudio, diálogo y acción, bajo el
impulso del Obispo de Roma. Debe ser un periodo de crecimiento auténticamente
espiritual y evangelizador para
cada cristiano, y para la Iglesia en sus instituciones y agrupaciones.
de: P. Ramiro Pellitero
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