Mensaje del Papa Francisco
para la 52° Jornada Mundial de Oración por
las Vocaciones
“El éxodo, experiencia fundamental de la
vocación”
''Queridos hermanos y hermanas:
El cuarto Domingo de Pascua nos presenta el icono del Buen Pastor
que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las alimenta y las guía. Hace
más de 50 años que en este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por
las Vocaciones. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que,
como dijo Jesús a sus discípulos, ''el dueño de la mies… mande obreros a su
mies''. Jesús nos dio este mandamiento en el contexto de un envío misionero:
además de los doce apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los
mandó de dos en dos para la misión. Efectivamente, si la Iglesia ''es misionera
por su naturaleza'', la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una
experiencia de misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose
atraer y conducir por él y consagrando a él la propia vida,
significa aceptar que el Espíritu Santo nos introduzca en este dinamismo
misionero, suscitando en nosotros el deseo y la determinación gozosa de
entregar nuestra vida y gastarla por la causa del Reino de Dios.
Entregar la propia vida en esta actitud misionera sólo será
posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, en esta 52
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera reflexionar
precisamente sobre ese particular ''éxodo'' que es la vocación o, mejor aún,
nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra
''éxodo'', nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa
historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por
los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la
liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ?el
segundo libro de la Biblia?, que narra esta
historia, representa una parábola de toda la historia de la salvación, y
también de la dinámica fundamental de la fe cristiana. De hecho, pasar de la
esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en Cristo es la obra redentora que
se realiza en nosotros mediante la fe. Este paso es un verdadero y real
''éxodo'', es el camino del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación
decisiva de la existencia hacia el Padre.
En la raíz de toda vocación cristiana se encuentra este movimiento
fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo,
salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en
Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con
confianza, sabiendo que Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta
''salida'' no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del
propio modo sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien
emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose
del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: ''El que por mí deja
casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien
veces más, y heredará la vida eterna''. La raíz profunda de todo esto es el
amor. En efecto, la vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que
atrae y que se refiere a algo más allá de uno mismo, descentra a la persona,
inicia un ''camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia
su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el
reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios''.
La experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en
particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del
Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión y
transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la
vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto,
desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por
el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje
misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es
siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos
libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y
nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos.
Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de
nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y
fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.
Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la llamada personal,
sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es
verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia ''en
salida'', no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas,
sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos
de Dios en su situación real y de compadecer sus heridas. Dios sale de sí mismo
en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e
interviene para librarlo. A esta forma de ser y de actuar está llamada también
la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la
palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del
alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados.
Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador hacia Cristo y
hacia los hermanos constituye también el camino para la plena comprensión del
hombre y para el crecimiento humano y social en la historia. Escuchar y acoger
la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista que pueda
confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto, real y
total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la
construcción del Reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana,
radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al
compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de
los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte
sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del
mundo, sino que, al contrario, ''esencialmente se configura como comunión
misionera''.
Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la
vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente a los más
jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se abre ante sus
ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y las
preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada
día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto
de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana
limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de
vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera,
transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por
la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras
las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega
generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día.
La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su
''fiat'' a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia
generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios
sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles
al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros, para que crezca en
nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro con los demás. Que
la Virgen Madre nos proteja e interceda por todos nosotros''.
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