31 de mayo de 2010

visita del Nuncio Pietro Parolin

"Les Saludos a todos con gran afecto - ustedes que llevan el "Pondus diei et aestus" (el peso del día y el calor) de esta parte de la viña del Señor que es la Diócesis de Puerto Cabello...Deseo agradecerles de corazón por haber aceptado organizar este encuentro fraterno y por estar aquí presentes...
...Con mi presencia, queridos hermanos, ahnelo compartir más de cerca el momento para nada fácil, que están experimentando a nivel de la Diócesis y del Presbiterio, y, sobre todo, deseo ANIMARLES en el Señor a que sean FUERTES en la tribulación, ALEGRES en la esperanza, PERSEVERANTES en la oración y FERVIENTES en el espíritu...

(NUNCIO DE SU SANTIDAD PIETRO PAROLIN)






















































































































































































































24 de mayo de 2010

LA ESPIRITUALIDAD DEL SER HUMANO

El hombre es un ser de la naturaleza pero, al mismo tiempo, la trasciende. Comparte con los demás seres naturales todo lo que se refiere a su ser material, pero se distingue de ellos porque posee unas dimensiones espirituales que le hacen ser una persona.
De acuerdo con la experiencia, la doctrina cristiana afirma que en el hombre existe una dualidad de dimensiones, las materiales y las espirituales, en una unidad de ser, porque la persona humana es un único ser compuesto de cuerpo y alma. Además, afirma que el alma espiritual no muere y que está destinada a unirse de nuevo con su cuerpo al fin de los tiempos.
Esta doctrina se encuentra en la base de toda la vida cristiana, que quedaría completamente desfigurada si se negara la espiritualidad humana.

La cumbre de la creación material

A veces se dice que no puede establecerse un orden entre los seres naturales, como si unos fuesen más perfectos que otros, y se añade que, en el fondo, una clasificación de este tipo incurriría en el defecto de ser «antropocéntrica», porque pretendería colocar al hombre, de manera egoísta, en el primer lugar de la naturaleza, justificando un uso indiscriminado de los demás seres.
Sin embargo, prescindiendo de detalles que sólo interesan a las ciencias y sin intentar justificar cualquier uso de la naturaleza, es evidente que la Iglesia describe una realidad cuando afirma que entre las criaturas existe una jerarquía que culmina en el hombre. «La jerarquía de las criaturas está expresada por el orden de los "seis días", que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. Dios ama todas sus criaturas (cfr. Ps. CXLV, 9), cuida de cada una, incluso de los pajarillos. Pero Jesús dice: Vosotros valéis más que muchos pajarillos (Lc. XII, 6-7), o también: ¡Cuánto más vale un hombre que una oveja! (Matth. XII, 12)»
1.
La Iglesia enseña que la creación material llega a su punto culminante en el hombre: «El hombre es la cumbre de la obra de la creación. El relato inspirado lo expresa distinguiendo netamente la creación del hombre y la de las otras criaturas (cfr. Gen. I, 26)»
2.
La creación material encuentra su sentido en el hombre, única criatura natural que es capaz de conocer y amar a Dios, y, de este modo, conseguir ser feliz. El mundo material hace posible la vida humana, y sirve de cauce para su desarrollo. Por eso, la Iglesia afirma que «Dios creó todo para el hombre (cfr. Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 12, 1; 24, 3; 39, 1), pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación»
3.
El hombre se encuentra por encima del resto de la naturaleza y puede dominarla, aunque debe ejercer ese dominio de acuerdo con los planes de Dios. El Papa Juan Pablo II afirma: «Es algo manifiesto para todos, sin distinción de ideologías sobre la concepción del mundo, que el hombre, aunque pertenece al mundo visible, a la naturaleza, se diferencia de algún modo de esa misma naturaleza. En efecto, el mundo visible existe "para él" y el hombre "ejerce el dominio" sobre el mundo; aun cuando está "condicionado" de varios modos por la naturaleza, la "domina", gracias a lo que él es, a sus capacidades y facultades de orden espiritual, que lo diferencian del mundo natural. Son precisamente estas facultades las que constituyen al hombre. Sobre este punto, el libro del Génesis es extraordinariamente preciso: definiendo al hombre como "imagen de Dios", pone en evidencia aquello por lo que el hombre es hombre, aquello por lo que es un ser distinto de todas las demás criaturas del mundo visible»
4.


Imagen de Dios

Todas las criaturas reflejan, de algún modo, las perfecciones divinas. Pero, entre los seres naturales, sólo el hombre participa del modo de ser propio de Dios: es un ser personal, inteligente y libre, capaz de amar. La Sagrada Escritura, al narrar la creación, lo pone de relieve diciendo que el hombre está hecho a imagen de Dios: «Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, hombre y mujer los creó (Gen. I, 27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: "está hecho a imagen de Dios"»
5.
La imagen de Dios se da en el hombre independientemente del sexo, tal como se advierte en el relato inspirado donde se dice que la persona humana fue creada por Dios como hombre y como mujer.
Que el hombre es imagen de Dios significa, ante todo, que es capaz de relacionarse con Él, que puede conocerle y amarle, que es amado por Dios como persona. «De todas las criaturas visibles sólo el hombre es "capaz de conocer y amar a su Creador" (Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, 12, 3); es la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (ibid., 24, 3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad»
6. Cuando se buscan los factores que distinguen al hombre de los demás seres naturales, éste es el fundamental: el hombre es capaz de relacionarse con Dios; sin duda, existen otras diferencias importantes, pero ninguna es tan profunda como ésta.
El hombre es persona, no es simplemente una cosa. La persona tiene una dignidad única: nadie puede sustituirla en lo que es capaz de hacer como persona. Y sólo entre personas puede darse la amistad y el amor. «Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar»
7.
No tendría sentido utilizar la ciencia natural para negar, en nombre del progreso científico, la diferencia esencial que existe entre el hombre y los demás seres de la naturaleza, alegando, por ejemplo, que el hombre tiene una constitución material semejante a otros seres y que las diferencias se deberían únicamente a la organización de los componentes materiales. Por el contrario, la ciencia natural proporciona una de las pruebas más convincentes acerca de las peculiaridades del hombre; en efecto, pone de manifiesto que el hombre, a diferencia de otros seres, posee unas capacidades creativas y argumentativas que resultan indispensables para plantear los problemas científicos, buscar soluciones, y poner a prueba su validez. El gran progreso científico y técnico de la época moderna ilustra las capacidades únicas de la persona humana, y no tendría sentido utilizarlo para negar lo que, en último término, hace posible la existencia de la ciencia.


Unidad y dualidad

Cuando intentamos comprender nuestro ser, tropezamos con una realidad innegable: que somos un sólo ser, pero poseemos dimensiones diferentes. «El hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad se contiene una dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y el cuerpo)»
8 .
La dualidad es real. No responde a una mentalidad dualista ya superada, de la cual se podría prescindir en la actualidad. Sin duda, la realidad se puede conceptualizar desde diferentes perspectivas, y puede suceder que unas fórmulas representen mejor que otras algunos aspectos. Pero nuestro ser posee a la vez dimensiones materiales y espirituales, y esta realidad no depende de las ideas de una época.
En ocasiones, se afirma que el dualismo sería ajeno a la perspectiva de la Sagrada Escritura, que subraya la unidad de la persona humana. No puede olvidarse, sin embargo, que la misma Sagrada Escritura contiene claras afirmaciones acerca de la dualidad constitutiva del hombre. El Papa Juan Pablo II comenta al respecto: «Frecuentemente se subraya que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la unidad personal del hombre (...). La observación es exacta. Pero esto no impide que en la tradición bíblica también esté presente, a veces de modo muy claro, la dualidad del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede hacer perecer el alma y el cuerpo en la Gehenna (Matth., X, 22). Las fuentes bíblicas autorizan a ver al hombre como unidad personal y a la vez como dualidad de alma y cuerpo: y este concepto ha sido expresado en la entera Tradición y en la enseñanza de la Iglesia»
9 .
Cualquier explicación fidedigna debe respetar los datos seguros de la experiencia humana, que se refieren tanto a la unidad de la persona como a la dualidad de sus dimensiones básicas. Las dificultades para conceptualizar ambos aspectos a la vez, indican que el hombre es un ser complejo, y nada se ganaría simplificando arbitrariamente el problema.

Alma y cuerpo

Para expresar la dualidad constitutiva del ser humano, durante siglos se ha utilizado una terminología ya clásica, según la cual el hombre está compuesto de alma y cuerpo. La Iglesia ha utilizado esta terminología en sus formulaciones, introduciendo a la vez las aclaraciones necesarias: por ejemplo, que alma y cuerpo no son substancias completas, y que el alma es forma substancial del cuerpo. Cuando la Iglesia habla de alma y cuerpo, se refiere a las dimensiones espirituales y materiales de la persona humana, que es un ser único; pero también subraya que el alma espiritual trasciende las dimensiones materiales y, por tanto, subsiste después de la muerte, cuando las condiciones materiales hacen imposible la permanencia de la persona en el estado que le corresponde en su vida terrena.
Frente a los dualismos exagerados que minusvaloran la dignidad de lo material, la Iglesia siempre ha enseñado que «El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la "imagen de Dios": es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cfr. I Cor. VI, 19-20; XV, 44-45)»
10.
En la Sagrada Escritura, el término alma se utiliza con diferentes significados; a veces designa la vida humana, o toda la persona. «Pero designa también lo que hay de más íntimo en el hombre (cfr. Matth. XXVI, 38; Iohan. XII, 27) y de más valor en él (cfr. Matth. X, 28; II Mac. VI, 30), aquello por lo que es particularmente imagen de Dios: "alma" significa el principio espiritual en el hombre»
11. Éste es el sentido en que se habla del alma cuando se afirma que la persona humana se compone de alma y cuerpo.
Sin duda, lo más importante es el contenido de la doctrina; las palabras con que se expresa pueden variar, siempre que se respete el contenido auténtico de la doctrina. Con respecto al alma humana, entre «lo que, en nombre de Cristo, enseña la Iglesia», se encuentra lo siguiente: «La Iglesia afirma la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo "yo" humano. Para designar este elemento, la Iglesia emplea la palabra "alma", consagrada por el uso de la Sagrada Escritura y de la Tradición. Aunque ella no ignora que este término tiene en la Biblia diversas acepciones, opina, sin embargo, que no se da razón alguna válida para rechazarlo, y considera al mismo tiempo que un término verbal es absolutamente indispensable para sostener la fe de los cristianos»
12.

Unidad de alma y cuerpo

El Concilio Vaticano II expresa la simultánea unidad y dualidad de la persona humana con una fórmula breve y lapidaria: corpore et anima unus: «Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador»
13.
La unidad de la persona humana siempre ha sido enunciada por la Iglesia, frente a los dualismos exagerados. En uno de los Concilios ecuménicos, se utilizó la terminología aristotélica para subrayar precisamente que alma y cuerpo forman una única realidad: «La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la "forma" del cuerpo (cfr. Conc. de Vienne, año 1312: DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza»
14.
En definitiva, «el hombre creado a imagen de Dios es un ser a la vez corporal y espiritual, o sea, un ser que por una parte está unido al mundo exterior y por otra lo trasciende: en cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como también lo es la verdad bíblica sobre su constitución a "imagen y semejanza" de Dios; y es una verdad constantemente presentada, a lo largo de los siglos, por el Magisterio de la Iglesia»
15 .
La persona humana es una síntesis de lo material y lo espiritual: «en su propia naturaleza une el mundo espiritual y el mundo material»
16. Una importante consecuencia de esta doctrina es que las dimensiones materiales son buenas y queridas por Dios: «La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente (Gen. II, 7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios»17. El cuerpo es algo bueno, querido por Dios, y destinado a la vida eterna: «Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y que ha de resucitar en el último día»18.

La espiritualidad del alma humana

En algunas épocas, la Iglesia ha debido subrayar la bondad del cuerpo, frente a quienes proponían un espiritualismo que condenaba como malo todo lo relacionado con lo material. En la actualidad, con frecuencia se debe hacer frente al extremo opuesto: un materialismo que desconoce las dimensiones espirituales y pretende reducir al hombre a las dimensiones materiales que pueden ser estudiadas mediante los métodos de las ciencias empíricas.
En este contexto, el Papa Juan Pablo II ha subrayado que el hombre se parece más a Dios que a la naturaleza: «Son conocidas las numerosas tentativas que la ciencia ha hecho y continúa haciendo en varios ámbitos para demostrar los lazos del hombre con el mundo natural y su dependencia de él, a fin de insertarlo en la historia de la evolución de las diversas especies. Respetando tales investigaciones, no podemos limitarnos a ellas. Si analizamos al hombre en lo más profundo de su ser, vemos que se diferencia del mundo de la naturaleza más de cuanto se asemeja a ese mundo. En este sentido proceden también la antropología y la filosofía cuando intentan analizar y comprender la inteligencia, la libertad, la conciencia y la espiritualidad del hombre. El libro del Génesis parece salir al encuentro de todas estas experiencias de la ciencia y, hablando del hombre como "imagen de Dios", permite comprender que la respuesta al misterio de su humanidad no se encuentra en el camino de la semejanza con el mundo de la naturaleza. El hombre se parece más a Dios que a la naturaleza. En este sentido dice el salmo 82, 6: "Sois dioses", palabras que más tarde citará Jesús»
19.
El Concilio Vaticano II enseña: «No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse algo más que una simple partícula de la naturaleza (...). En efecto, por su interioridad es superior al universo entero»
20. Citando este pasaje del Concilio, Juan Pablo II comenta: «He aquí cómo la misma verdad sobre la unidad y la dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana puede ser expresada en un lenguaje más próximo a la mentalidad contemporánea»21.
La espiritualidad humana se encuentra ampliamente testimoniada por muchos e importantes aspectos de nuestra experiencia, a través de capacidades humanas que trascienden el nivel de la naturaleza material. En el nivel de la inteligencia, las capacidades de abstraer, de razonar, de argumentar, de reconocer la verdad y de enunciarla en un lenguaje. En el nivel de la voluntad, las capacidades de querer, de autodeterminarse libremente, de actuar en vistas a un fin conocido intelectualmente. Y en ambos niveles, la capacidad de auto-reflexión, de modo que podemos conocer nuestros propios conocimientos (conocer que conocemos) y querer nuestros propios actos de querer (querer querer). Como consecuencia de estas capacidades, nuestro conocimiento se encuentra abierto hacia toda la realidad, sin límite (aunque los conocimientos particulares sean siempre limitados); nuestro querer tiende hacia el bien absoluto, y no se conforma con ningún bien limitado; y podemos descubrir el sentido de nuestra vida, e incluso darle libremente un sentido, proyectando el futuro.
En nuestra época, el materialismo se presenta frecuentemente con un ropaje científico. Suele argumentar que todo lo humano se relaciona con lo material, y que el hombre es tan material como los demás seres naturales; sus características especiales se explicarían mediante la peculiar organización de los componentes materiales. Añade que la ciencia ya ha explicado muchos aspectos de la persona humana, y promete que, en el futuro, cada vez explicará mejor los restantes. Sin embargo, el materialismo es un reduccionismo ilegítimo; intenta explicar toda la realidad recurriendo sólo a los componentes materiales y a su funcionamiento, renunciando a cualquier pregunta de otro tipo: este reduccionismo carece de base e incluso va contra el rigor científico, porque no distingue los diferentes niveles de la realidad y las diferentes perspectivas que deben adoptarse para conocerlos.
En otras ocasiones, las críticas a la espiritualidad humana se basan en la posibilidad de construir máquinas que igualen, e incluso superen, las capacidades humanas. Sin duda, las máquinas nos pueden igualar y superar en muchos aspectos, pero carecen de la interioridad característica de la persona y de las capacidades relacionadas con esa interioridad (capacidad intelectual y argumentativa, conciencia personal y moral, capacidad de amar y ser amado, por ejemplo). Los intentos de equiparar las máquinas con las personas suelen incurrir en una falacia básica: exigen que se defina la persona humana en función de unas operaciones concretas que pueden ser imitadas por las máquinas.

La inmortalidad del alma humana

La Iglesia afirma, junto con la espiritualidad del alma humana, su inmortalidad: cuando el hombre muere, el alma espiritual continúa su existencia. La inmortalidad del alma humana ha sido afirmada en diferentes ocasiones por el Magisterio de la Iglesia
22 , y el Concilio Vaticano II enseña: «Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad»23.
Sin duda, es imposible imaginar el estado del alma humana separada del cuerpo, porque nuestra imaginación necesita datos sensibles que, en ese caso, no poseemos. Pero, por el mismo motivo, tampoco podemos imaginar a Dios, y esto no afecta en absoluto a su realidad: tenemos la capacidad de conocer las realidades espirituales, remontándonos por encima de las condiciones materiales.
Aunque la fe cristiana da especial certeza a esta afirmación, podemos conocer la inmortalidad del alma a través de nuestra razón. Por una parte, porque si el alma es espiritual, trasciende las condiciones naturales y seguirá existiendo incluso cuando esas condiciones hagan imposible la vida humana en su estadio terrestre. Por otra parte, porque en esta vida la trayectoria moral de las personas no siempre encuentra la recompensa adecuada. Además, porque no es lógico que Dios ponga en el hombre unas ansias de felicidad e infinitud que luego no se puedan satisfacer. Y todo ello cobra especial fuerza cuando se advierte que el alma humana debe ser creada por Dios y que, por consiguiente, sólo podría dejar de existir si Dios la aniquilase, lo cual parece incoherente con el plan divino.


El alma humana, creada directamente por Dios

La Iglesia afirma también que el alma humana es creada inmediatamente por Dios. El Papa Pío XII, a propósito de la aplicación de las teorías evolucionistas al hombre, advirtió que el cuerpo podía proceder de otros organismos, y señaló que, en cambio, «la fe católica nos obliga a mantener que las almas son creadas inmediatamente por Dios»
24. En el Credo del Pueblo de Dios, formulado por el Papa Pablo VI, se lee: "Creemos en un solo Dios (...) y también creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal"25 .
Con esta doctrina, el Magisterio de la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha salido al paso de diferentes errores, como el priscilianismo, el traducianismo y el emanacionismo. Los priscilianos, siguiendo a Orígenes, afirmaban que las almas tenían una existencia previa y que, como consecuencia de algún pecado, habían sido arrojadas a la existencia terrenal
26. Los traducianistas, queriendo explicar la transmisión del pecado original, afirmaban que el alma humana es engendrada por los padres27. Según los emanacionistas, el alma humana es una parte de Dios28.
En nuestra época, a veces se habla de una emergencia de las características humanas, que provendrían, en definitiva, de la materia. Pero las dimensiones espirituales no se pueden reducir a un resultado de fuerzas y procesos materiales, porque se encuentran en un nivel superior al material. En esta línea, el Papa Juan Pablo II, recordando la enseñanza de Pío XII a propósito de la evolución, afirma: «La doctrina de la fe afirma invariablemente, en cambio, que el alma espiritual del hombre es creada directamente por Dios (...). El alma humana, de la cual depende en definitiva la humanidad del hombre, siendo espiritual, no puede emerger de la materia»
29.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la existencia de Dios. En estas aperturas, percibe signos de su alma espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia" (Conc. Vaticano II, const. Gaudium et Spes, 18, 1; cfr. 14, 2), su alma, no puede tener origen más que en Dios»
30. Y , remitiendo a las enseñanzas del Concilio Lateranense V, de Pío XII y de Pablo VI, añade: «La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios (Cfr. Pío XII, enc. Humani generis, 1950: DS 3896; Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8) -no es "producida" por los padres-, y que es inmortal (cfr. Conc. V de Letrán, año 1513: DS 1440): no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final»31 .
La creación inmediata del alma humana no significa que otras realidades estén sustraidas a la acción divina, y tampoco significa un cambio por parte de Dios, que es inmutable. La acción divina se extiende a todo lo creado, pero en el caso del alma humana, el efecto de la acción divina posee un modo de ser que trasciende el ámbito de la naturaleza material. Y ese modo de ser, la espiritualidad, es lo más característico del hombre: lo que le hace persona, capaz de amar y de ser feliz, partícipe de la naturaleza divina, sujeto irrepetible e insustituible que es objeto directo del amor divino.

La espiritualidad humana y la vida cristiana

La doctrina de la Iglesia sobre el alma humana no es algo meramente teórico; tiene importantes repercusiones en muchos aspectos de la vida cristiana.
Por ejemplo, la vida moral no tendría sentido si no se admitiera la libertad, que supone la espiritualidad. De hecho, algunas confusiones doctrinales y prácticas arrancan de esa base: se niega la espiritualidad, se reduce la persona a los condicionamientos materiales (características genéticas, impulsos instintivos, condiciones físicas de vida), y se niega que exista auténtica libertad; en consecuencia, el cristianismo se reduciría a la lucha por unas metas que pueden ser legítimas, pero que se refieren sólo a la vida terrena. La lucha por alcanzar la virtud y evitar el pecado no tendría sentido, o en el mejor caso, las nociones de virtud y pecado deberían reinterpretarse, alterando toda la enseñanza moral de la Iglesia.
Si no se admitiese la inmortalidad del alma, tampoco tendría sentido la escatología intermedia, o sea, el estado de las almas después de la muerte y antes de la resurrección final. Sin embargo, la Iglesia ha definido solemnemente que el destino del alma queda decidido inmediatamente después de la muerte, yendo al cielo o al infierno, o en su caso, yendo al cielo después de la necesaria purificación. Tampoco tendrían sentido las oraciones de la liturgia de la Iglesia que se refieren a esa escatología intermedia, ni la intercesión de los santos (ni, por tanto, las beatificaciones y canonizaciones).
Si se altera la doctrina sobre el alma, también se alteraría la doctrina sobre Jesucristo, que tomó cuerpo y alma, bajó a los infiernos después de su muerte, resucitó al tercer día, y está realmente presente en la Sagrada Eucaristía también con su alma humana.
El materialismo, teórico y práctico, es una de las principales fuentes de confusión en nuestra época. Por este motivo, tiene una especial importancia profundizar en la doctrina de la Iglesia sobre la espiritualidad humana.

Notas
(1) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 342.
(2) Ibid., n. 343.
(3) Ibid., n. 358.
(4) Juan Pablo II, Audiencia general, L'uomo immagine di Dio, 6.XII.1978: Insegnamenti, I (1978), p. 286.
(5) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 355.
(6) Ibid., n. 356.
(7) Ibid., n. 357.
(8) Juan Pablo II, audiencia general, L'uomo, immagine di Dio, è un essere spirituale e corporale, 16.IV.1986: Insegnamenti, IX, 1 (1986), p. 1039.
(9) Ibid., pp. 1039-1040.
(10) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 364.
(11) Ibid., n. 363.
(12) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Recentiores Episcoporum Synodi, sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, 17.V.1979: AAS 71 (1979), pp. 939-943.
(13) Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 14.
(14) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 365.
(15) Juan Pablo II, audiencia general, 16.IV.1986: Insegnamenti, IX, 1 (1986), p. 1038.
(16) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 355.
(17) Ibid., n. 362.
(18) Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, n. 14.
(19) Juan Pablo II, Audiencia general, L'uomo immagine di Dio, 6.XII.1978: Insegnamenti, I (1978), p. 286.
(20) Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, n. 14.
(21) Juan Pablo II, audiencia general, L'uomo, immagine di Dio, è un essere spirituale e corporale, 16.IV.1986: Insegnamenti, IX, 1 (1986), p. 1041.
(22) Cfr. por ejemplo: Conc. Lateranense V, Bula Apostolici Regiminis, 19.XII.1513: DS 1440; Pio XII, Litt, enc. Humani generis, 12 agosto 1950, n. 29: DS 3896; AAS, 42 (1950), p. 575.
(23) Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et Spes, n. 14.
(24) Pio XII, Litt. enc. Humani generis, 12 agosto 1950, n. 29: DS 3896; AAS, 42 (1950), p. 575.
(25) Pablo VI, Solemne profesión de fe, 30.VI.1968, n. 8. Este texto, después de «inmortal», remite al Concilio ecuménico Lateranense V y a la encíclica Humani generis.
(26) Cfr. Conc. Bracarense I, año 561: DS 455-456.
(27) Cfr. S. Anastasio II, Epist. Bonum atque iucundum ad episcopos Galliae, año 498: DS 360-361.
(28) Conc. de Toledo, año 400: Dz 31; S. León IX, epist. Congratulamur vehementer a Pedro, obispo de Antioquía, 13.IV.1053: DS 685.
(29) Juan Pablo II, audiencia general, L'uomo, immagine di Dio, è un essere spirituale e corporale, 16.IV.1986: Insegnamenti, IX, 1 (1986), p. 1041.
(30) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 33.
(31) Ibid., n. 366.

8 de marzo de 2010

“HA MUERTO UN GRAN SACERDOTE”


“HA MUERTO UN GRAN SACERDOTE”
PASÓ HACIENDO EL BIEN


Nunca se podrá olvidar a quien vivió su ministerio sacerdotal a plenitud un gran amigo y hermano en el sacerdocio: José Gregorio Zambrano Pérez. En estos tiempos, en que el sacerdocio está tan criticado y tan denigrado, el que haya uno, que todos lo recuerden con cariño y reconozcan su santidad y su buena labor, creo que es de destacar.



“A la eterna memoria de aquellos que dieron su vida por amor y fe” frase del pensamiento de un sacerdote abnegado en su trabajo pastoral, y en quien se cumple, dio su vida por amor, en la fe que profesaba desgastándose por Cristo y su Iglesia. Su vida era muy carismática, muy dado por dar a conocer el nombre de Jesucristo. Vivía su ministerio gozosamente, y se esmeraba por todo lo que hacia.



“Pasó por la tierra haciendo el bien”. Hermosas palabras para recordar a una persona que se consagró durante diez años al servicio al pueblo Dios y a sus encargos pastorales; por donde pasaba con su tarea pastoral ha dejado un buen recuerdo, querido y admirado por todos los que lo han conocido. Un excelente sacerdote. Fervoroso adorador de la Eucaristía, hijo y fiel devoto de la Virgen Santísima, gran predicador de la Palabra de Dios, confesor de muchas almas que acudían a su búsqueda, y selecto amigo de sus amigos.



«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46). Las palabras de Jesús, su última invocación al Padre desde la cruz, nos guían para dar el último “hasta luego” a nuestro querido Padre José Gregorio Zambrano Pérez.



Hoy (pasada la una de la tarde), desde el “Hospital A. C San José” de Maiquetía – Estado Vargas, partía hacia la Jerusalén celestial, después de unos meses de enfermedad que se fue agravando a causa del deterioro producto de un cáncer. En las tierras de Seboruco – Estado Táchira, le vieron nacer (hace 38 años) ha vuelto a ver “la luz”; ahora, la luz que no conoce el ocaso, la luz de Cristo resucitado.



La muerte de Jesús en la cruz abre a cada hombre que viene a este mundo, y que de este mundo parte, un océano de esperanza. «Expiró», dice el evangelista (Lc 23, 46; Jn 19, 30). Este último suspiro de Cristo es el centro de la historia, que precisamente en virtud de él es historia de la salvación. Quien muere en el Señor es «feliz ya desde ahora» (Ap 14, 13) porque une su expirar al de Cristo, con la esperanza segura de que «quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él» (2 Co 4, 14).



La Sagrada Escritura nos recuerda que para morir en el Señor es preciso vivir en el Señor, confiando diariamente, momento a momento, en su gracia y esforzándose por corresponder a ella con todas las fuerzas. Vivir en el Señor. ¡Cómo no dar gracias a Dios en este momento, mientras nuestro corazón sufre por la muerte del P. José Gregorio, por el testimonio de fidelidad que nos deja! Durante su vida, nos dio un ejemplo luminoso de seguimiento de Cristo. “Si es sacerdote y es tan amigo del Señor, ¿cómo es que Dios le ha mandado esta enfermedad tan mala?” Puede ser la pregunta de un niño e incluso de nosotros.



Sólo Jesús de Nazaret nos ha mostrado totalmente el verdadero rostro de Dios. Y en Él descubrimos un Dios todopoderoso cuyo único poder es el poder del Amor. Un Dios que ha vivido plenamente el sufrimiento y que, sólo así, puede ser fortaleza, esperanza y salvación también para los que más sufren. Un Dios que en la Cruz, amando incluso en el sufrimiento más injusto y cruel, nos muestra la única voluntad de Dios: Él no quiere el sufrimiento, sino el Amor hasta el final, pase lo que pase. Le decían: “¡si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!” Y, precisamente, porque era el Hijo de Dios, no bajó de la Cruz. Donde menos se hubiese pensado, en el sufrimiento extremo de un agonizante que muere “de mala manera”, precisamente allí estaba Dios mismo y su Amor.



Como dijo el Papa, ¿dónde estaba Dios mientras el sufrimiento de tantas personas por el holocausto nazi? Estaba en ellos, sufriendo con ellos. El lugar de Cristo sigue siendo la Cruz. Pero una cruz que no tiene la última palabra, sino Dios y su Amor. “Dios no ha venido a eliminar nuestro dolor, sino a llenarlo con su presencia”. Dios es Amor, así que “donde hay Amor allí está el Señor”. Por eso, Dios no está ausente en nuestro dolor o enfermedad, sino más cerca que nunca, si somos capaces de vivirlos con Amor. Y, por esto, aun en lo más malo de la enfermedad, podemos dar gracias a Dios por su amor y por tantas personas y cosas buenas. Porque con los ojos de la fe descubrimos a Dios – Amor presente en nuestras familias y amigos que nos cuidan y apoyan incondicionalmente, en todos los que nos animan y apoyan, en los que rezan por nosotros aun sin conocernos personalmente, en el abrir nuestro corazón a todo lo bueno de la vida y a todos los que sufren, en el deseo de luchar por un mundo mejor…, en los que junto a Dios piden por nosotros y nos recuerdan que “somos ciudadanos del Cielo”. Un Dios – Amor realmente presente en todo lo bueno que supone esta gran experiencia humana y cristiana de una enfermedad, intentándola vivir desde la fe y el Amor.



Ahora, después de pasar momentos tan malos y aún sin saber los que vendrán, mirando a Cristo en la Cruz que da toda su salud y vida por Amor, que cada uno pueda decirse: «quiero volver a decirme a mí mismo y a todos que sí, que lo más importante en la vida es el Amor. Que, pase lo que pase con la enfermedad y con mi vida, quiero vivir así siempre alegre, sabiéndome en las manos amorosas de Dios. Aun en el dolor de “este valle de lágrimas”, la vida es bella, porque “todo lo puedo en Aquel que me conforta”. Vivir cobijado bajo la protección del amor de Dios, éste es el verdadero consuelo. Por eso, hay que darle gracias a Dios “siempre y en todo lugar”, porque su Amor nunca nos abandona»



En la vida del Padre José Gregorio, muchos participaron en sus eucaristías, a los que les administró los sacramentos, con los que compartió muchas horas de su vida. A varios de los acompañó, también, en los momentos de dolor ante la muerte de sus seres queridos; José Gregorio oró por sus difuntos y por cada uno de nosotros. Mostramos un profundo agradecimiento por su vida sacerdotal, entregada por sus fieles, y para presentar plegarias a Dios Padre.



Queremos unir con ese fin nuestra oración a la oración de todos aquellos que ahora están acordes con nosotros. Reconocemos que, a pesar de las imperfecciones humanas, siempre presentes en la vida de quien es peregrino aquí abajo, nuestro querido P. José Gregorio (cariñosamente Goyo) fue un buen sacerdote, un verdadero misionero, que pasó por este mundo en silencio, como de puntillas, pero “siempre haciendo el bien”.



El P. José Gregorio, sin embargo, con su modestia característica, nos invita a no detenernos en su persona, sino más bien a dirigir nuestra mirada al misterio: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado » (Lc 24, 5-6). Hoy, el Señor nos invita a hacer nuestras las palabras del apóstol Pedro: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible» (1 P 1, 3-4).



Con profunda tristeza hemos acompañado al P. José Gregorio durante estos últimos días. Le hemos visto abrazado a la cruz del dolor y del sufrimiento. Hemos llorado y hemos rezado. Nuestro hermano nos pide que lo acompañemos con la oración mientras realiza el paso de este mundo al Padre. Desde aquí, y desde otros muchos lugares, seguiremos rezando al Dios de la misericordia por su eterno descanso. Al mismo tiempo estamos contentos y agradecidos. Sí, damos gracias a Dios por la vida de José, por su sacerdocio, regalo para la Iglesia Universal y diocesana.



Podemos estar seguros de que nuestro querido P. José Gregorio se encuentra ya en el cielo, nos ve y nos bendice en silencio. Nosotros confiamos su alma a la madre de Dios, su madre, quien le ha guiado en la tierra y le guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo.



Descansa en paz hermano en el sacerdocio y que Dios premie tus buenas acciones durante su ministerio sacerdotal. Todo lo que has dejado aquí, lo admiramos y queremos. Pide a Dios por nosotros. Y a ustedes, amigos lectores les ruego una oración por el eterno descanso de su alma (así como lo hicieron durante su enfermedad) y que de fortaleza a sus Padres, hermanos y demás familiares.



Requiem aeternam dona eis, Domine. Et lux perpétua luceat eis. Requiescant in pace. Amen.

Pbro. Williams Campos

28 de febrero de 2010

La Cuaresma: un ejercicio espiritual


“Estos días cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en si a las demás y cubre multitud de pecados”.


PROGRAMA CUARESMAL NTRA. SRA. DEL VALLE


Durante los MARTES Y VIERNES del mes de marzo, a las 7:00 pm, se estarán realizando el Vía Crucis por algunos sectores de Nuestra Parroquia Nuestra Señora del Valle:



- Martes 02/marzo: sector 3 (Las Populares)


- Viernes 05/marzo: Sector Villa Hermosa


- Martes 09/marzo: Sector las Colinas de Santa Cruz.


- Viernes 12/marzo: Sector 4, calle 5 de Cumboto II.


- Martes 16/marzo: Sector Simón Rodríguez (Las Corinas)


- Viernes 19/marzo: 6:00 pm: SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ, PATRONO DE NUESTRA DIÓCESIS EUCARISTÍA EN LA CATEDRAL


- Martes 23/marzo: Sector de la Laguna y la Planta Jueves 25/marzo: SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR. 6:00 pm. Capilla del Espíritu Santo


- Viernes 27/marzo: Viernes de Concilio. CONTEMPLACIÓN DE LA VIRGEN DOLOROSA 6:00 pm. Eucaristía en el Templo Parroquial Ntra. Sra. del Valle Procesión con la Virgen Dolorosa.



Los MIÉRCOLES del mes de marzo, a partir de las 7:00 pm, se estarán dando en el Templo Parroquial, las Charlas Cuaresmales o alguna película, para todos aquellos que quieran acrecentar una mayor vivencia en estos días en donde se nos pide más esfuerzos, penitencia y mortificación, para llegar así a una verdadera Pascua con el Señor.


LUNES, MIERCOLES Y JUEVES CONFESIONES a partir de las 7:00 PM (también, antes de las misas en las diversas capillas)


«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lucas 15, 20)



La Cuaresma es como un largo "retiro" durante el que debemos volver a entrar en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo de "competición" espiritual que hay que vivir con Jesús, sin orgullo ni autosuficencia, más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este modo podremos celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo. Que nos ayude la Virgen María para que, guiados por el Espíritu Santo, vivamos con alegría y con fecundidad este tiempo de gracia.

15 de febrero de 2010

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2010

« La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo » (cf. Rm 3,21-22)



Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).

Justicia: “dare cuique suum”
Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).


¿De dónde viene la injusticia?
El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?


Justicia y Sedaqad
En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?


Cristo, justicia de Dios
El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).


¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2009
BENEDICTUS PP. XVI

MIERCOLES DE CENIZA...INICIO DE UNA INTENSA VIDA ESPIRITUAL CUARESMAL

ESPIRITU CUARESMAL:
Las Lecturas de este importante día con que la Iglesia da inicio a la Cuaresma, el Miércoles de Ceniza, nos llaman a la conversión, al arrepentimiento y a la humildad ... todas cosas que hay que tener en cuenta en este tiempo especial que llamamos Cuaresma, durante el cual debemos prepararnos para la conmemoración de la Pasión y Muerte del Señor y la celebración de su Resurrección triunfante el Domingo de Pascua.
Conversión, arrepentimiento y humildad van entrelazados entre sí para darnos un verdadero espíritu cuaresmal. Por eso comenzamos hoy la Cuaresma en penitencia: hoy es día obligatorio de ayuno y abstinencia para todos los Católicos. Hoy es día de Imposición de la Ceniza, ritual por el que -en humildad- reconocemos lo que somos (nada ante Dios) y lo que debemos hacer (arrepentirnos y regresar a Dios o acercarnos más a El).

¿QUÉ ES LA CENIZA?
Y ¿qué es la ceniza? ¿Qué significado tiene el ritual de imposición de la ceniza?

La Ceniza no es un rito mágico, ni de protección especial -como muchos podrían considerarlo. La ceniza simboliza a la vez el pecado y la fragilidad del hombre.

LA CENIZA EN LA SAGRADA ESCRITURA:
Veamos lo que es la ceniza y el polvo en la Sagrada Escritura. Isaías habla del idólatra como “un hombre que se alimenta de cenizas” (Is. 44, 20).
La idolatría, el gran pecado de los tiempos antiguos, pero también de ahora, porque cada civilización se crea sus propios ídolos, a los que el Libro de la Sabiduría denomina “invenciones engañosas de los hombres” (Sab. 15, 4). Hoy en día tenemos también nuestros propios inventos, nuestros propios ídolos. Así que el término de idólatra también se refiere a nosotros hombres y mujeres del Tercer Milenio. Y he aquí lo que nos dice el Señor sobre los idólatras: “Su corazón es cenizas, su esperanza es más vil que el polvo, su vida más miserable que la greda, porque desconoce al que lo formó y le infundió un alma capaz de actuar y un espíritu de vida” (Sab. 15, 10).
Dios, por boca del Profeta Ezequiel, anunciando la destrucción de la ciudad de Tiro, dice así de sus habitantes, expertos en navegación y comercio, pero pecadores porque imbuidos en su riqueza material, no tenían en cuenta a Dios: “se cubrirán la cabeza de polvo y se revolcarán en ceniza” (Ez. 27, 30). Y el Señor, a través del mismo Profeta Ezequiel,nos hace ver que el resultado del pecado no puede ser sino la ceniza, cuando se refiere al Rey de Tiro: “Te he reducido a cenizas” (Ez. 28, 18).
Así que para reconocer ante los demás y para convencerse a sí mismos que realmente eran “polvo y ceniza”, algunos personajes de la Biblia se sientan sobre ceniza o se cubren la cabeza de ceniza: Job (Job, 42, 6); el Rey de Nínive, ante la predicación de Jonás (Jonás 3, 6).
Jesús mismo menciona la costumbre al referirse a dos ciudades que no habían acogido su mensaje de salvación (Mt. 11, 21).
Al saber de los desmanes que Holofernes, jefe del ejército de Nabucodonosor, había hecho en los pueblos vecinos, los israelitas, recién regresados del exilio en Babilonia, se asustan, por lo que “todos los habitantes de Jerusalén ... se cubrieron la cabeza con cenizas” (Judit, 4, 11).
En Abraham, nuestro padre en la fe, modelo de humildad, docilidad y entrega a Dios, la ceniza tiene su verdadero sentido, cuando orando se reconoce nada ante el Creador: “Sé que a lo mejor es un atrevimiento hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza” (Gn. 19, 27).
Cubrirse de cenizas significa, entonces, el realizar en forma tangible un reconocimiento público, por el cual nos declaramos frágiles, incapaces, pecadores, en busca de la misericordia de Dios. Al que reconoce y realmente cree que es nada, al que se sabe necesitado de la misericordia divina y de la salvación que nos trajo Jesucristo, El cambia la tristeza en alegría y la ceniza en corona, cuando nos promete por boca del Profeta Isaías “una corona en vez de ceniza” (Is. 61, 3).

SIGNIFICADO DE LA IMPOSICION DE LA CENIZA:
El Ritual de la Imposición de la Ceniza nos lleva, entonces, a recordar nuestra nada. Las palabras de una de las fórmulas de imposición de la ceniza nos recuerdan lo que somos: “Polvo eres y al polvo volverás” . Es decir, nada somos ante Dios.
Somos tan poca cosa como ese poquito de ceniza, ese polvillo, que se vuela con un soplido de brisa, o que desaparece con tan sólo tocarlo. Eso somos ante Dios: muy poca cosa ... como es ese resto proveniente de ramos o palmas benditas quemados con anterioridad, que es la ceniza.
Y los hombres y mujeres de hoy necesitamos ¡tanto! darnos cuenta de nuestra realidad. Nos creemos tan grandes ... y somos ¡tan pequeños! Nos creemos capaces de cualquier cosa ... y somos ¡tan insuficientes! Nos creemos capaces de valernos sin Dios o a espaldas de El ... y somos ¡tan dependientes de El!

FRUTOS DE LA IMPOSICION DE LA CENIZA:
El fruto más importante de un Miércoles de Ceniza bien comprendido es la conversión. Precisamente las palabras que serán pronunciadas en el momento de la Imposición de la Ceniza son las siguientes: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Es importante tomar en cuenta estas palabras.

El Ritual de la Imposición de la Ceniza tiene por fin, entonces, llevarnos a la conversión. Y ¿qué es convertirse? Nos lo explica la Primera Lectura del Profeta Joel: “Vuélvanse a Mi de todo corazón ...... Vuélvanse al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en clemencia”.
Convertirse es volverse a Dios: regresar a Dios o acercarse más a El. ¿Cuánto tiempo toma convertirse? La conversión es un programa de toda la vida. Todos -sin excepción- necesitamos convertirnos: hasta el más santo puede todavía ser más santo aún.

MEDIOS DE CONVERSION:
¿Herramientas que nos ayudan a volvernos a Dios? Retiros durante la Cuaresma, Jornadas de Reflexión, etc. Más oración y recogimiento. Durante estos días de Cuaresma, tratemos de reflexionar sobre Dios y sobre nuestra relación con El para poder comenzar a “Amar a Dios sobre todas las cosas”. A esto nos invita la Cuaresma.
Y la conversión debe ser verdadera, no aparente. Por eso nos dice Joel: “enluten su corazón, no sus vestidos”. Es decir: el cambio debe ser interior, en el corazón. En esto consiste el verdadero arrepentimiento de las faltas, pecados, vicios, etc. Cada uno, en el interior de su corazón sabe cuál es aquella falta que el Señor desea que deje. Y la Cuaresma es el tiempo propicio para ese arrepentimiento. Y el arrepentimiento es una gracia que el Señor nos concede si realmente lo deseamos.
“Pues bien”, nos dice San Pablo en la Segunda Lectura, “ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación”. El Señor, que siempre está abierto a perdonar a quien desee arrepentirse, el Señor que siempre está dispuesto a ayudar a quien desee ser mejor, está especialmente pendiente en este día de penitencia en que nos humillamos reconociéndonos “polvo”, y también en este tiempo de gracia llamado Cuaresma, que hoy comenzamos.

PRACTICAS CUARESMALES: ORACION, LIMOSNA, AYUNO
Por eso decíamos al comienzo que el verdadero espíritu de la Cuaresma está en estas palabras: conversión, arrepentimiento y humildad. ¿Cómo llegar a este espíritu cuaresmal? Jesucristo nos indica en el Evangelio los medios especiales para ser humildes, para arrepentirnos y para convertirnos. Son la oración, la penitencia o el ayuno, y la limosna
Los ejercicios del ayuno, la limosna y la oración nos ayudan a disciplinar la sensualidad, la avaricia y la falta de humildad, especialmente en forma de autosuficiencia o independencia de Dios.
Estos ejercicios del ayuno como respuesta a la sensualidad, de la limosna para atajar la avaricia, y de la oración para ayudarnos a crecer en humildad y dejar la autosuficiencia, quieren ayudarnos a desprendernos de esas inclinaciones y malos hábitos que impiden la acción de Dios en nosotros y que son obstáculos para nuestro camino hacia El.
Durante estos cuarenta días que nos preparan para la Semana Santa, intensifiquemos nuestra oración. ¿No rezas nada? Comienza por rezar un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria. ¿Ya haces esto? Trata de rezar una decena del Rosario, ven a hacer una visita a Jesús, que está presente en el Sagrario. ¿No vas a Misa los Domingos? Ven, a partir de hoy, todos los Domingos a Misa. ¿Ya haces esto? ¿Por qué no venir algún día o varios días durante la Semana, a Misa y a comulgar? ¿Necesitas confesarte para aliviar esa culpabilidad que pesa y que molesta y que, además, ofende al Señor? ¿Qué mejor tiempo que éste, que es tiempo de arrepentimiento y conversión?
El ayuno, que puede ser más estricto o menos estricto, según se pueda, es un ingrediente importante dentro del espíritu cuaresmal y es un sacrificio agradable a Dios. Negarse algo que a uno le gusta es un buen ejercicio espiritual.
Puede ayunarse no sólo de alimentos y de bebidas. Puede ayunarse de cigarrillo. Puede ayunarse de televisión, por ejemplo. ¡Qué bien nos haría personalmente y qué bien haríamos dedicando parte del tiempo que pasamos ante el televisor, en orar en familia, en leer o estudiar la Biblia o en hacer alguna obra buena en favor de alguien necesitado de una enseñanza, de un consejo o de una ayuda cualquiera!
La limosna a los necesitados se refiere a todas las obras de misericordia, tanto materiales como espirituales: dar de comer al hambriento de pan ... o al hambriento de conocimiento de Dios. La práctica de las obras de misericordia, cuando se realiza con recta intención, es decir, con el sincero deseo de agradar a Dios y de ayudar, es fuente de muchas gracias.
La práctica del ayuno, la limosna y la oración fortalecen en la fe. Son medios para evitar la sensualidad, avaricia y autosuficiencia tan común en los seres humanos de siempre, pero muy especialmente de nuestro tiempo.
Los ejercicios del ayuno como respuesta a la sensualidad, de la limosna para atajar la avaricia, y de la oración contra la autosuficiencia, quieren ayudarnos a desprendernos de lo que impide la acción de Dios en nosotros. Estos ejercicios nos abrirán mejor a la acción de Dios en nosotros.

COMO PRACTICAR LA ORACION, PENITENCIA Y LIMOSNA:
Pero la oración, penitencia y obras de caridad, deben ser realizadas siempre en humildad, como muy expresamente nos pide el Señor en el Evangelio. Quien haga estas cosas para ser reconocido o alabado, no sólo se pierde de sus frutos y de practicar un verdadero espíritu cuaresmal, sino que comete ese pecado escondido de falta de rectitud de intención, de impureza de corazón.
La oración, la penitencia y las obras de caridad son los medios para regresar a Dios y para acercarnos más a El. De eso se trata la Imposición de la Ceniza, de eso se trata la Cuaresma que hoy iniciamo.




Palabras de Juan Pablo II sobre el miércoles de ceniza (pronunciadas el 16-2-1983)

El miércoles de ceniza se abre una estación espiritual particularmente relevante para todo cristiano que quiera prepararse dignamente para la preparación del misterio pascual, o sea, el recuerdo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico se caracteriza por el mensaje bíblico que puede ser resumido en una sola palabra: "matanoeiete", es decir "Convertíos".

Este imperativo es propuesto a la mente de los fieles mediante el rito austero de la imposición de ceniza, el cual, con las palabras "Convertíos y creed en el Evangelio" y con la expresión "Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás", invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte. La sugestiva ceremonia de la Ceniza eleva nuestras mentes a la realidad eterna que no pasa jamás, a Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia.

La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia. Sinónimo de "conversión" es así mismo la palabra "penitencia"... Penitencia como cambio de mentalidad. Penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.

16 de enero de 2010

¿Reuniones o confesiones?

Historia (imaginada) de un sacerdote que recordó que lo más importante es cuidar a las ovejas


El abad acababa de entrar a su oficina. Abrió la agenda con el programa del día.

9.00, reunión con el consejo del monasterio.
10.30, reunión de sacerdotes del sector.
12.30, reunión con los administradores de la zona.
15.00, reunión del obispo con los agentes de pastoral.
17.30, reunión para planeación de la catequesis.

Sonó el timbre de la sacristía. El abad estaba colocando varios papeles en su sitio, cuando se acercó el hermano portero. "Ha llegado una señora anciana con un chico joven. Quieren hablar con un sacerdote".
"Diles que estamos ocupados, que vengan más tarde".

El portero se retira. A las 8.45, el abad se dirige a la sala de reuniones. Tiene que pasar por la sacristía. Allí seguían, en pie, la señora y el joven.

"Padre, perdone nuestra insistencia. ¿Podemos hablar un momento con usted?"
"Buenos días, buenos días. Perdonen, es que tengo un poco de prisa. Ahora debo ir a una reunión, y toda la mañana y la tarde voy a estar ocupado. ¿No pueden venir más tarde, cuando encuentren algún sacerdote libre?"
"Padre, es que llevo más de un año con deseos de confesarme. Nunca encuentro a un sacerdote en la iglesia, o si lo encuentro están siempre muy ocupados. Pero hoy no puedo dejar pasar más tiempo. Convencí a mi nieto para que viniese a confesarse o, al menos, a hablar un rato con un padre. Quizá es el momento de Dios, no habría que dejar pasar más tiempo. ¿No le parece?"

El padre abad sintió un poco de pena, pero es que las reuniones son tan importantes, y estaban programadas desde hacía tanto tiempo... "Mire, señora, seguro que hacia mediodía encontrarán otro padre. El ecónomo salió de compras, el administrador ahora viene conmigo. El encargado de catequesis lleva unos días fuera en cursillos de actualización, pero cuando regrese estoy seguro de que les recibirá con mucho gusto".
"Padre, por favor, mi nieto está aquí ahora, pero a mediodía tiene que irse. ¿No es posible hacer algo, encontrar a alguien?"
El padre abad notó dentro de sí un movimiento de impaciencia. Tenía prisa. El reloj marcaba las 8.55. Pero había que mostrarse educado. "Señora, lo siento... Seguro que habrá otra oportunidad... Quizá cuando vuelva su nieto, otro día..." Como la señora hizo un gesto de insistencia, el padre decidió escapar directamente por la iglesia, para llegar más rápido a la sala de reuniones.

Al pasar por la capilla del Sagrario, hizo la genuflexión. Algo dentro de sí le dejó triste e inquieto. Como si Cristo le susurrase al corazón: "¿Vas a dar más importancia a las reuniones que a unas personas que han llegado aquí para pedir ayuda? ¿Para eso te escogí sacerdote?" Fue como una lanzada profunda. Unas lágrimas asomaron por sus ojos. Repitió la genuflexión, y fue otra vez a la sacristía. La señora y el joven estaban a punto de salir por la puerta lateral. El abad les dijo en voz alta: "Esperen, creo que hay una solución. Vuelvo en seguida". Volvió al despacho y llamó al portero. "Cancela todas las citas que tengo en la mañana. Están anotadas aquí, en la agenda".

"Pero, padre, si ya el consejo está reunido para la reunión". "Ahora hay algo más importante. Luego explico a todos lo que ha pasado". Fue a la iglesia y se dirigió al confesionario de la izquierda. Daba pena verlo tan solo, tan triste, tan sucio. Rompió una telaraña y sacudió el polvo. Volvió a la sacristía y llamó a la señora y al nieto. La luz del confesionario se encendió. ¡Todavía funcionaba! Tenía dudas el padre abad, pues desde hacía mucho tiempo que no se usaba ese lugar para lo que fue construido: para confesar...

Entró primero el joven. Estuvo tiempo, mucho tiempo, tranquilo, sin prisas. ¿Conversó o se confesó? Dios lo sabe. Pero el joven salió distinto, con una sonrisa como pocas veces se le había visto en los últimos meses. Al despedirse del padre abad, le dijo: "¿Sabe? Es la primera vez en mi vida que hablo con un sacerdote". Luego entró la señora anciana. Quería estar poco tiempo, confesarse rápido, pues pensaba que el padre tendría mucha prisa. Pero se sintió extrañamente acogida, con más cariño que nunca. El padre abad le dedicó tiempo, mucho tiempo, como si ella fuese la persona más importante del mundo. En la capilla del Sagrario, Jesús estaba muy feliz.

Porque un sacerdote había recordado que lo más importante es cuidar a las ovejas. Y porque dos almas, de edades y mentalidades muy diferentes, habían tenido la ocasión de recibir una nueva señal del cariño inmenso que Dios tiene por cada uno de sus hijos.