1 de diciembre de 2006

EL ADVIENTO

EL ADVIENTO
Tiempo para prepararse y estar en gracia para vivir correctamente la Navidad

Llega un tiempo hermoso que se nos presenta como un tiempo de espera; preparación para recibir a Aquel que ha de venir. Espera que no puede ser sólo pasiva, sino que requiere unas disposiciones interiores, y a ello nos quiere llevar la hermosa liturgia de este tiempo con su color morada, que es un morir a nuestra vida, para entrar en ese camino lleva al perdón.

Un peligro del tiempo de Adviento es que, inadecuadamente, se anticipan los festejos navideños. Ya las calles se adornan con luces, y los escaparates de los comercios aparecen los signos propios de la navidad.

El tiempo de espera que representa el Adviento se vuelve sin sentido; y como cristianos, católicos, es muy importante no dejar pasar que el tiempo de este mundo se imponga al tiempo de la Iglesia. La liturgia nos enseña a vivir armonizados con la Iglesia y como católicos, tenemos que procurar ceñirnos a sus indicaciones.

Bien reza el Salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador…” Al pedirle a Dios que no enseñe sus caminos estamos reconociendo que aparecen ante nosotros muchas otras alternativas: son las que ofrecen este mundo, encantadores y caminos cómodos, pero no son el camino del Señor.

La mayor simpleza hoy en día en consolarse diciendo: “Total, nadie sabe cuando será el fin del mundo…” pero se olvidan que puede ser, para cada uno, esta misma noche ¿qué es lo más sensato, correcto y verdadero? Estar atentos, vigilantes, porque no sabemos cuando será el momento preciso.

El adviento nos recuerda que la Salvación viene de Dios. El mundo no puede salvarse sólo. No podemos distraernos en los placeres y diversiones pensando que hemos alcanzado la felicidad. Al contrario, es urgente y necesario que el Señor venga a salvarnos. De ahí que cantemos: “Ven Señor no tardes. Ven, ven que te esperamos…” “Ven Salvador, ven sin tardar. Tu pueblo santo esperando está”.

Dice San Pablo: «Dios ha empezado algo en ti, por el bautismo, y tú ya has constatado signos de la acción de Dios en tu vida. Pues bien, Dios quiere completar ese trabajo que ha empezado contigo y quiere culminarlo, no le pongas resistencia» A esto podemos añadir lo que dijo San Agustín: Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti. Tiene que encontrar el Señor un corazón bien dispuesto; él no te obligará a nada, siempre está deseoso que le dejemos actuar.

Por eso, escucharemos – en este tiempo – la voz que grita en desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos… De rebajar la soberbia, que es la autosuficiencia de creernos que no necesitamos un salvador; pero además, superar la desesperación. Por eso, la virtud de la esperanza muchas veces se encuentra entre dos extremos: presunción, por exceso de confianza, y desesperación, por creer que ya no hay salida posible.

Nuestra esperanza, esperanza cristiana, debe fortalecerse en este tiempo de Adviento camino a la Navidad. Esperanza que debe llevarnos a una transformación interna, no sólo externa. Es la conversión interior de querer cambiar. Hay que disponernos a recibir al Señor; esperando, así es el Adviento. Así rezamos en el prefacio: El mismo Señor…viene ahora a nuestro encuentro…

El Adviento es vivir en la humildad y confiar que aún en lo más pequeño Dios quiere hacer prodigio. Entregarlo todo, ofreciéndole a Dios lo que hayamos hechos, aunque sea poco, porque Dios mira es el corazón. Y no se trata de entregar algo que cueste mucho, sino de darlo con verdadero amor.
Muchos modelos tenemos para seguir (El Profeta Isaías, Juan Bautista) pero uno ejemplar es la Santísima Virgen María: Ecce ancílla Domini. Fiat mihi secúndum verbum tuum (aquí esta la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra). Dios obra en nosotros según la medida de lo que creemos; y la Virgen Creyó. Dejó que Dios realizara la obra en Ella. Por eso, es también un momento hermoso, para dejar que Dios obre en nuestra historia, que se introduzca en nuestras familias, en nuestro trabajo, en nuestro tiempo libre, en las relaciones que mantenemos con los demás…entonces se cumplirá en plenitud lo esperado en Navidad. El creyente que camina con Cristo lleva a los demás, como hizo María al entrar en casa de su prima Isabel, la alegría de la salvación y produce ese vuelco en los corazones.

24 de noviembre de 2006

ANECDOTA y FAMILIA



Un hombre había pintado un bonito cuadro. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que revelaba el cuadro. Hubo un caluroso aplauso. Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si dentro de la casa alguien le respondía. Hubo discursos y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró un fallo en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista: "Su puerta no tiene cerradura. ¿Cómo se hace para abrirla?". El pintor respondió: "No tiene cerradura porque esa es la puerta del corazón del hombre. Sólo se abre por el lado de adentro".

9 de noviembre de 2006

PREDICACIÓN DE MONS. RICARDO GUERRA EN LA PRIMERA MISA DEL PBRO. WILLIAMS CAMPOS

PRÉDICA PRIMERA MISA
Pbro. Williams Roberts Campos
Borburata: 10 –septiembre- 2006



Hoy es un día de gran alegría para todos, principalmente para esta Iglesia particular de Puerto Cabello y para esta comunidad parroquial del Santo Cristo de la Salud, de Borburata: un hijo de estas tierras ha sido ordenado sacerdote. Por eso mismo, es lógico, que comience mi prédica animándoles a dar gracias a Dios, al Señor todopoderoso, por esta manifestación de su gran misericordia. Y es lógico, también que les pida, que no nos cansemos de levantar a Dios nuestro corazón, suplicándole con fe que no deje de suscitar en su Iglesia, pero particularmente en nuestra Iglesia venezolana, abundantes vocaciones sacerdotales y a la vida religiosa.

Ayer, mediante la imposición de manos de Mons. Ramón Viloria, dignísimo Obispo de esta Diócesis de Puerto Cabello, y por la oración consagratoria, el Espíritu Santo derramó la unción sacerdotal sobre nuestra hermano Williams y lo conformó con Jesucristo Cabeza de la Iglesia, y, así, investido con la dignidad sacerdotal, lo envía a predicar con autoridad la Palabra de Dios, a administrar los sacramentos y a renovar el sacrificio de la Cruz mediante la celebración de la Eucaristía

Pero, mis queridos hermanos, cabe preguntarnos: ¿quién o qué es el sacerdote?, ¿cuál es su tarea? Para responderlas me remito a las mismas palabras de San Pablo en su primera carta a los Corintios: “… así han de considerarnos los hombres: ministros de Dios y administradores de los misterios de Dios”.

La misión del sacerdote es la de ser instrumento del Señor, es decir, que llamados y habilitados por la potestad recibida en el sacramento del Orden, el sacerdote es canal para que la gracia divina llegue a cada uno de los fieles, haciendo posible su unión con Cristo.

Continúa San Pablo: “Por lo demás lo que se busca en los administradores es que sean fieles”. Esta fidelidad se resume en las promesas que en el rito de la ordenación se hacen y que ayer tuvimos la oportunidad de vivir, como son:
*presidir fielmente la celebración de los misterios de Cristo;
*realizar el ministerio de la Palabra con esmero en su preparación y en la exposición de la fe;
*unirse cada día mas a Cristo;
pero es el Concilio Vaticano II, en el Documento “Presbyterorum Ordinis”, quien pone en primer lugar el de anunciar el Evangelio.

Ayer, Mons. Viloria le expresaba al Padre Williams las múltiples facetas de la vida sacerdotal de cómo hacer presente el rostro misericordioso de Cristo entre los hombres. Pero entre las múltiples tareas que hoy se encomiendan al Padre Williams, (al igual que a cada uno de nosotros, sacerdotes, en nuestra oportunidad se nos encomendó), están:
*confortar con palabras humanas de consuelo a quienes sufren;
* exhortar a no desesperarse a quien vaga en la oscuridad y en la desolación;
*Aconsejar ante las vicisitudes de la vida tanto familiar como profesional.

Pero ciertamente que la tarea específica del sacerdote va mucho más allá de los simples consejos y ayudas espirituales. El sacerdote es depositario de una luz infinitamente más cierta que la que procede de cualquier sabiduría humana: la luz de Cristo. La única capaz de mostrarnos en cualquier momento de la vida la vía de la salvación y de la paz que no decepciona. Sólo anunciando el evangelio con integridad y fidelidad, puede el sacerdote ayudar verdaderamente a las almas. Ya lo decía el recordado Papa Juan Pablo II: “Debemos, ciertamente, ponernos junto a quienes sufren y pasan necesidad: ponernos de su parte. Pero debemos actuar siempre con ellos como sacerdotes” (cfr. Juan Pablo II, Alocución del 2-III-1979).

Y ya lo refería también San José María Escribá: los fieles esperan del sacerdote “que predique la Palabra de Dios y no cualquier tipo de ciencia humana que (aunque conociese perfectamente) no sería la ciencia que salva y lleva a la vida eterna” (“Sacerdote para la eternidad”, homilía del 13-IV-1973).

Y continúa Mons. Escribá: el sacerdote es maestro, pero la única enseñanza y sabiduría que los hombres desean recibir de él es la que procede de Cristo, es decir:
la sabiduría de la Cruz y del perdón, que es el amor infinito de Dios y de su inagotable misericordia;
la sabiduría de la esperanza, que nos ayuda a disipar la tentación del desánimo y del desaliento;
la sabiduría de una santidad que es la lucha espiritual de cada día y propósito eficaz de lealtad.

Querido Padre Williams como sacerdotes no podemos ceder al desvarío de querer agradar a todos, a cualquier precio. Por eso no debemos temer a nunca dejar de proclamar la voz del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (cfr. Mc. 8. 34 – 35).

Custodiar la fe en toda su integridad es garantía de fidelidad. Ya lo decía el Papa Juan Pablo II: “Nosotros no tenemos directamente poder en la conversión de las almas, pero somos responsables del anuncio de la fe, de la totalidad de la fe, y de sus exigencias” (cfr. Juan Pablo II, Meditación del 6-X-86).

En este sentido ya bien lo expresabas, mi muy apreciado y querido Williams, el pasado domingo 13 de agosto cuando en el reportaje del Diario de la Costa decías: “Predicar es comunicar a Cristo a los hombre y mujeres, porque Cristo es la Palabra viva del Padre. A pesar de nuestras debilidades, los fieles esperan de nosotros (de mi) la fuerza de la palabra de Dios, con plena fidelidad a las verdades de la fe cristiana.”

También la Carta a los Hebreos muestra el contenido de la misión del sacerdote, cuando afirma: el sacerdote, “escogido entre los hombres, está constituido a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados, y puede compadecerse de los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está rodeado de debilidad” (5,1-2)

Por el bautismo, bien sabemos, que todo cristiano está llamado a ser medio, vía para que todos encuentren a Dios, pero quien además a recibido el sacramento del orden, es decir, es ungido como sacerdote, adquiere una nueva responsabilidad derivada de su configuración con Cristo, que no es solamente que es mayor sino esencialmente distinta de la de los fieles por el sacerdocio común. En este sentido, mi querido Williams, sobre tus hombros recaerá la responsabilidad de la atención pastoral de los fieles en las comunidades que se te encomienden, como muy bien te lo expresaba ayer Mons. Viloria, aunque por ahora por disposición de él continuarás estudios de especialización.

Es bueno destacar entre las numerosas consecuencias prácticas derivadas del hecho de la ordenación sacerdotal, quiero referirme a algo muy concreto y que se pide al sacerdote, y que muchas veces como sacerdotes olvidamos con facilidad, así que les ruego me permitan expresar, y me refiero a la disponibilidad para servir a los fieles. Y muy bien lo refieres tú, Williams, en el reportaje ya aludido, cuando entre otras cosas decías: “Me toca servir, …, sin poner condiciones a todas las personas. Es ser, con la oración y con el ejemplo de vida entregada y servicial, sal que da sabor cristiano a la vida de tanta gente y luz que alumbre su camino en medio de las dificultades”

Mi querido Williams, como sacerdotes nos debemos a los fieles, a las almas encomendadas, por eso desde ahora has de olvidarte de ti mismo, decidido a ocuparte de los demás. En tus planes de trabajo y en los momentos de descanso y vacaciones, ten siempre presente que has sido elegido para representar a los hombres en el culto a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Has de mostrarte acogedor con tus hermanos no como quien hace un favor, sino con la conciencia de cumplir un gustoso deber que jamás debemos olvidar.

Esto es fundamentalmente lo que los fieles de Puerto Cabello, tu iglesia particular, esperan de ti: que los representes ante Dios, que intercedas por sus necesidades tanto espirituales como materiales. Ya lo decía el Papa Juan Pablo II: “No temáis ser separados de vuestros fieles y de aquellos a quienes vuestra misión os destina. Más bien os separaría de ellos el olvidar o descuidar el sentido de la consagración que distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más en la profesión, en el estilo de vida, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defraudaríais a vuestros propios fieles que os quieren sacerdotes de cuerpo entero: liturgos, maestros, pastores, sin dejar por ello de ser como Cristo, hermanos y amigos” (Cfr. Juan Pablo II, Homilía en una ordenación sacerdotal el 8-XI.1982).

A partir de tu ordenación sacerdotal, hecho acontecido ayer en la Catedral, renovarás cada día, in persona Christi, el único sacrificio del Calvario, que el Señor ofrece, por el ministerio del sacerdote, a favor de la humanidad. Cuida con esmero y dedicación de este don que recibes. No te acostumbres a celebrar la misa; que cada celebración conserve su emoción. Que la rutina no corroa nunca tus celebraciones. Y en este sentido te recuerdo las palabras del Papa Benedicto XVI: “Muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo … La Eucaristía debe llevar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida”

La Misa es siempre celebración de Cristo y de la Iglesia, un sacramento de unidad. Por eso, independientemente de cualquier circunstancia de la vida, en el altar serás siempre ministro de Cristo, a quien le prestarás tu inteligencia, tu voluntad y todo tu ser. Comprobarás siempre que muchos se acercarán a ti para suplicarte que encomiendes sus intenciones, sus preocupaciones o dificultades, en el momento mismo de prepararte a celebrar la Eucaristía.

Ya para finalizar deseo dirigirme y dar gracias de todo corazón a todos tus familiares, hermanos, hermanas y amigos, pero muy concretamente a tu mamá, Ascensión María, que me ha permitido amarla y quererla como mi mamá. Quiero ante todo felicitarlos por esta bendición divina de concederles un hijo, un hermano, un amigo, un pariente sacerdote. Sé que siempre te han acompañado con sus oraciones, pero no dejen de rezar por él. No se contenten en decirse que como ya es sacerdote es él quien debe rezar por ustedes. Estoy consciente que él lo hará cada día, pero les aseguro, por experiencia propia, que él, como todos nosotros sacerdotes, necesitamos de sus oraciones para vivir la entrega de cada día.

A la Santísima Virgen María, que es Madre de todos los hombres, pero de manera especial Madre de los sacerdotes, encomendemos al Padre Williams para que lo proteja, lo cuide, lo cubra con su manto y lo haga un santo sacerdote y plene su ministerio de abundantes frutos.

AD MULTOS ANNOS, mi querido Padre Williams.

29 de octubre de 2006

JUEVES SACERDOTAL EN COLEGIO ECLESIÁSTICO INTERNACIONAL BIDASOA. 26/10/2006

LA LUCHA DIARIA
«Bendito sea Dios...que en su gran misericordia nos ha engendrado de nuevo – mediante JXTO – para una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada y que no se marchita, reservada en los cielos para NOSOTROS... A quien el poder de Dios, por medio de la fe, protege para la salvació

Este es el contexto anterior a todo lo que hemos leído en esta vísperas, para entender lo que el Apóstol dirige a la comunidad que pasa por persecuciones; por eso le dice ALEGRAOS de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco... También a nosotros no los dice ¿Por qué? Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. Y para alcanzar lo que tenemos en el cielo es fundamental el AMOR y la FE (creer) a pesar de las diversas pruebas y tribulaciones por la que pasemos: ES NUESTRA LUCHA DIARIA.

«Aunque de momento tengáis que sufrir un poco...» nosotros participamos de misterio pascual de Cristo (Pasión Muerte y Resurrección); porque Él para salvarnos: «Murió por nosotros dejándonos un ejemplo – rezamos en otras vísperas – para que sigamos sus huellas» Es nuestro modelo, y porque es nuestro modelo y le seguimos, tenemos que dar ejemplo, venciendo los obstáculos con ánimo y confianza en medio de las tentativas: YO HE VENCIDO AL MUNDO...

Había dicho que para alcanzar lo que tenemos en el cielo es fundamental el AMOR y la FE: y hemos leído «No habéis visto a JXTO, y lo AMÁIS; no lo veis y creéis en Él...» En unas de las estrofas del canto Jesús, vivir no puedo decimos: Oculto estás, mis ojos ¡ay! No te ven...mi dulce bien. Pero te ADORA MI ALMA, TE VE MI FE. Por eso, que hermoso sería, que en esta tarde delante de Jesús Sacramentado, el Señor pueda decirnos en nuestro interior: «Bienaventurados los que sin haber visto hayan creído» (Jn. 20, 29). Es lo que cantamos cuando se entona el Adorote Devote: Fac me tibi semper, magis crédere, in te spem habere te deligere (Haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti Espere y que en Ti ame).

Podemos pensar, que la vida nos enseña a ser santos. Nos respondería Don Lucas: «Ni un cuerno...la vida lo que te enseña que vas poniendo más viejo, no santo. Lo que realmente nos hace santos son nuestras luchas».
Por eso, en las tentaciones, pruebas ¿Cuál es nuestra lucha? La ocasión de mostrar al Señor que le amamos, que le preferimos (a él) a cualquier otra cosas. Pero, aunque la prueba en si misma no es mala (si lo pensamos), sería un presunción (vanidad) desearla o provocarla de alguna manera. Y en este sentido contrario, sería un gran error temerla excesivamente, como si no confiáramos en las gracias que el Señor nos tiene preparadas para vencer, ¡Claro! Si acudimos a él en nuestra debilidad. TE BASTA MI GRACIA.

«Nuestra vida en este viaje de aquí abajo – dice San Agustín – no puede estar sin pruebas; nuestro progreso no se realiza más que entre pruebas... y sólo hay una recompensa para el que ha vencido, sólo hay victoria para el que ha combatido». El profesor Satanás, experto en la materia (seducir), estará siempre incitándonos al mal, queriendo aprovechar las tentaciones, pruebas y luchas, para querer ofrecernos una felicidad que él no puede dar. Por tanto, al señor Satanás se le cumple aquello: que nadie da de lo que no tiene... por eso, nuevamente podemos escuchar a San Pedro: Sed sobrios, estad alerta que vuestro enemigo el diablo como león rugiente, busca a quien devorar. Resistidle firme en la fe.

Hay que poner los medios para corresponder a quien amamos y en quien creemos – y que está aquí en medio de nosotros – con sacrifico, mortificación, rectitud de intención, sinceridad en la dirección espirutal, serviciales (ser los primeros en la disponibilidad), aprovechar los ratos de oración que siempre nos ayudan durante toda la jornada (Santo rosario, las visitas al Stmo.); evitar y apartar los malos pensamientos (que es finura en el trato con el Señor). Mirar a las almas en todo lo que hacemos ofreciéndolo a Dios nuestro Señor.

Acudimos a la Santísima Virgen María, Faro esplendente, la que, en nuestras noches oscuras mantiene viva la luz de la fe, para que sea siempre ese auxilio que nos conduce a su Hijo Jxto.

23 de octubre de 2006

ENTRE AMIGOS

De irquierda a derecha:
Sra. Miriam d García, Yajaira de Lacava; Sr. Antonio Lacava














Diácono Francisco; Mons. Rocardo; Pbro. Ruben; Sra Ana















Sergio; Elvis; Cristian; Ricardo y el Diácono Willi















Sacerotes y amigos

21 de octubre de 2006

ALMUERZO DE LA ORDENACIÓN




MONS. BENITO; EXCMO. MONS VILORIA; YO; MAMÁ ASCENSIÓN; MOSN. RICARDO (VIC. JUDICIAL); PBRO. LUIS (VICARIO GENERAL)








MAMÁ Y YO














YO, SR. MAURICIO; MONS. BENITO















MONS. VILORIA, YO Y MAMÁ

10 DE SEPTIEMBRE DE 2006

PRIMERA MISA, DOMINGO 10 DE SEPTIEMBRE, EN EL SANTUARIO DIODESANO SANTO CRISTO DE LA SALUD - BORBURATA



4 de octubre de 2006

OEDENACIÓN SACERDOTAL. HOMILIA DE MONS. VILORIA


HOMILÍA EN LA ORDENACIÓN SACERDOTAL DE
WILLIAMS ROBERTH CAMPOS


9 DE SEPTIEMBRE DE 2006

“EL BUEN PASTOR DA LA VIDA POR SUS OVEJAS”


Queridos hijos en el Señor:

Hoy estamos asistiendo a un gesto extraordinario de amor de un hombre por sus hermanos. Nuestro Diácono, Williams Roberth Campos, después de haber culminado su ciclo de formación en el Seminario y de haber sido ordenado Diácono hace unos meses, da el paso definitivo de su entrega por amor al servicio de Dios y de sus hermanos. Hoy, en unos minutos, Williams será ordenado Sacerdote de Jesucristo, para el servicio de amor a la Iglesia.

El Sacerdocio, junto con la Eucaristía, es el Sacramento que surge en la última noche de vida del Redentor. En la Última Cena, remembranza de la cena que recordaba y celebraba la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, Jesús, transido de amor por la humanidad, instituye los dos sacramentos que surgen más claramente de la fuente inagotable de vida, que es su Corazón amoroso. Claramente lo expresa san Juan cuando inicia el relato de esta cena: “Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. El amor extremo de Jesús, que es la locura del amor, lo hace dejar a los hombres sus dos regalos más valiosos: la Eucaristía y el Sacerdocio.

En la Eucaristía tenemos al mismísimo Jesús presente sacramentalmente en las especies del pan y del vino, que se queda para ser alimento de vida para la humanidad. Y en el Sacerdocio, igualmente Jesús deja su corazón, quedándose detrás de cada hombre que es asumido por Él para ser su Sacerdote. Ambos son realmente su locura de amor más grande, antes de entregar su vida definitivamente por la salvación de la humanidad pecadora y necesitada de Redención.

El Sacerdote es la presencia continuada de Jesús en medio de ese pueblo que sigue clamando por la liberación, que sigue implorando la salvación y el perdón de sus pecados. Es la presencia que Jesús asegura en el mundo para continuar llevando adelante su obra salvadora de amor a cada hombre y a cada mujer del mundo.

Cristo corre un gran riesgo. Es el riesgo que debe correr quien confía plenamente en aquél que elige para llevar adelante su propia obra. Jesús, en quien todos los tiempos, el pasado, el presente y el futuro, son un continuo presente, sabe muy bien que algunos de esos hombres serán indignos de llevar adelante esa misión que Cristo les confía. Pero, simultáneamente, están también presentes ante Él, la inmensa pléyade de hombres que honrarán plenamente la elección de la que han sido objetos, y cumplirán con la máxima dignidad el ejercicio de su ministerio sacerdotal, entregando su vida entera por la salvación de sus hermanos, por la predicación del Reino, por el anuncio de la persona, el mensaje y la obra de Jesús. Son esos Sacerdotes los que hacen que valga la pena el riesgo que corre Jesús. Son los Sacerdotes que están día a día en sus labores pastorales, atendiendo a los más necesitados, tendiendo la mano a los que sufren, llevando el consuelo a aquellos que se sienten desplazados. Son aquellos que llevan a la vida nueva en el Bautismo, que realizan y entregan el Cuerpo y la Sangre de Cristo como alimento para la Vida Eterna en la Eucaristía, que confieren el perdón de los pecados a los penitentes en la Confesión, que fortalecen y confortan a los débiles y enfermos en la Unción de los Enfermos, que presencian la glorificación del amor humano en el Matrimonio. Son los que anuncian el mensaje de amor que trajo Jesús al mundo y presentan a ese Jesús como el único camino para la felicidad plena y la realización personal. Y lo hacen sin miramientos de las propias comodidades o de los beneficios personales.

Esos son los Sacerdotes que se hacen según el Corazón del Buen Pastor, Jesucristo Salvador.

Hoy, en la Ordenación Sacerdotal de Williams Campos, Nuestro Señor Jesucristo asume de nuevo el riesgo. Un riesgo que, estamos seguros, valdrá la pena. Williams está muy consciente del paso que está dando. De eso se han encargado sus formadores en todo el periodo formativo que ha transcurrido. Y por eso este paso adelante, respondiendo positiva y definitivamente a esta llamada, lo está dando con la asunción plena de todos los compromisos y responsabilidades.

La Iglesia de Puerto Cabello, necesitada infinitamente de clero bueno y santo, se alegra de que Jesús quiera correr ese riesgo, pues ella sabe quién es Williams Campos y confía en su futuro ejercicio sacerdotal desde la santidad y la entrega radical. Ella sabe de la calidad humana de Williams y valora el que sea el primer sacerdote en ser formado completamente desde la Diócesis y para la Diócesis de Puerto Cabello.

Querido Williams: Jesús está convocándote a ser su aliado en la obra de la salvación de los hombres, sus hermanos. Él quiere que tú lo ayudes a anunciar su Reino. Él quiere que tú seas su voz para anunciar a los hombres cuánto los ama. Él quiere que tú prestes todo tu ser como instrumento de la instauración de la Civilización del amor entre los hombres. Él quiere que tú seas sembrador de comunión, de paz y de amor en medio de las comunidades a las que serás enviado. Él quiere que logres llevarle a su cercanía a todas las personas que sean destinadas a tu cuidado.

Y todo esto, Williams, lo realizarás siendo presencia del mismo Jesús en medio de los hombres. Él estará presente en cada una de las actividades que desarrollarás. En los sacramentos, actuarás, como lo dice la teología, in persona Christi capitis, es decir, siendo tú la mismísima persona de Jesús. Pero estará también presente en todas y cada una de las labores pastorales que llevarás adelante, pues, desde tu Ordenación Sacerdotal, serás otro Cristo en medio de los hombres. Así lo comprendió perfectamente el P. Teófilo Ayuso y lo reflejó en la poesía que dedicó a su ahijado en la ordenación sacerdotal: Lo que ha sucedido aquí,/ requiere el poder de Dios:/ Jesús y yo, siendo dos,/ somos uno, y uno en mí./ Existo como existí,/ y, no obstante, ya no existo./ Cuán transformado me he visto,/ tan grande he venido a ser,/ que siendo el mismo de ayer,/ ya no soy yo, ¡que soy Cristo! Eres Cristo en medio de los hombres, en medio de las comunidades a las que Él mismo te envía. No eres un simple embajador, sino que eres el mismo Jesús.

Tu estilo debe ser el del Buen Pastor, como lo hemos escuchado en el Evangelio proclamado. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas, hemos escuchado decir a Jesús en el texto. Tú, como el Buen Pastor, Jesús de Nazaret, debes dar tu vida por las ovejas que serán colocadas en tus manos.

Sé buen pastor tú también, Williams. Y sólo lo serás siendo aquello que Cristo espera de ti en el ejercicio de tu Sacerdocio.

Sé buen pastor, haciéndote presente con el amor de Jesús en medio de todas las realidades humanas. Sé cercano a los hombres. Que ninguno de ellos te vea lejano o despreocupado por su situación. Que te vean como alguien con el que siempre podrán contar y que nunca los dejará sin atender.

Sé buen pastor con los que más sufren, con los más necesitados, con los que son más rechazados y desplazados. Que ninguno de ellos se quede sin sentir el amor de Jesús, siendo tú la causa de esa desatención. Procúrales los bienes que necesiten, atendiéndolos con la mayor de las delicadezas, descubriendo en ellos la presencia casi sacramental de Jesús, pues Él mismo nos dijo: “Todo cuanto hicieron por uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí mismo me lo hicieron”. Hazle sentir no sólo la atención material de la Iglesia, sino su cercanía espiritual, procurando para ellos los máximos bienes de amor y de salvación.

Sé buen pastor anunciando la llegada del Reino de Dios al mundo y de todos sus valores, instaurando ese Reino y su plena realidad en medio de las comunidades a las que te envíe el Señor.

Sé buen pastor llevando a todos el mensaje de amor de Jesús que no se guardó nada para sí y lo entregó todo por amor a cada hombre y a cada mujer que el Padre puso en sus manos.

Sé buen pastor, copiando el modelo de amor de Jesús. Atiende a todos con el mismo amor con el que Jesús atendió a los jóvenes esposos de Caná, a la viuda de Naím, a la anciana hemorroísa, al ciego de nacimiento, a los leprosos del camino, al Centurión romano al que había muerto su hijita, a los miles de hombres que alimentó en la montaña con cinco panes y dos peces, a María Magdalena, a la mujer adúltera, a Zaqueo… Que ninguno de los hombres quede fuera de tu atención amorosa.

Querido Williams: Desde hoy eres Sacerdote de Cristo. Ya no te perteneces. Ya no eres tuyo. Eres de Dios y de los hermanos. Has sido expropiado para beneficio del Reino de Dios y de la humanidad en el servicio de amor de Dios a los hombres. Ese es tu gozo. Tu entrega debe hacerte sentir la máxima de las felicidades, pues, como dice Jesús: No hay amor más grande que el de dar la vida por los hermanos. Y tú has decidido vivir en ese amor. Y esa es la máxima felicidad que puede sentir hombre alguno: Saber que se está viviendo en el máximo de los amores.

Quiero dirigirme ahora a tu mamá, la señora Ascensión.

Ascensión: Gracias por tu desprendimiento y gracias a toda tu familia. Ustedes se han desprendido de un hijo para donárselo a Dios y a su Iglesia. Es el gesto más grande de amor que una madre puede realizar.

Pero este desprendimiento no significa una pérdida. Al contrario, significa una gran ganancia. Cuando una madre regala un hijo a Dios, para que éste sea Sacerdote, inmediatamente se hace madre de todos los Sacerdotes del mundo. Así que hoy nos has ganado a todos los Sacerdotes como hijos tuyos.

Además, por si esto fuera poco, puedes estar santamente orgullosa, pues en cada acción sacerdotal que realice Williams, misteriosamente estarás también tú presente. Y con eso ganarás gracia tras gracia. Todo el bien que haga Williams en el ejercicio de su Sacerdocio, de alguna manera lo estarás haciendo tú también. Y eso, por supuesto, se te apuntará a tu cuenta de ganancias espirituales. Williams es estela tuya. Y todo lo que haga tu estela se te anota a ti, y lo haces tú también.

De nuevo gracias por tu desprendimiento y el de toda tu familia. El Señor, que nunca se deja ganar en generosidad, sabrá compensarles este regalo de amor que están ustedes haciendo.

Queridos hermanos todos: Seamos testigos de este paso que va a dar Williams Roberth Campos. Seamos testigos de su expropiación para beneficio de la Iglesia. Contemplemos este misterio de amor que se va a verificar entre nosotros y este milagro de amor en el que este hombre será transformado en otro Cristo para traernos a todo la salvación del Redentor.

17 de junio de 2006

QUEREROS SINCERAMENTE COMO HERMANOS: LA CORRECCIÓN FRATERNA

A lo largo de la Sagrada Escritura, especialmente, en el NT encontramos los muchos modos de vivir el amor, la caridad con los hermanos. Unos de los mandatos de Señor menos observados, y que entraña gran riqueza para el crecimiento personal, tanto corporal como espiritual.
“…si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo a otros dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano…”
Nuestra convivencia, está cruzada de contrastes, debido a que somos diferentes por temperamento, puntos de vistas, gustos, estrés, tensión, etc. El Evangelio algo nos dice. Jesús nos presenta un caso de alguien que ha cometido algo que es realmente equivocado en sí mismo: “si tu hermano llega a pecar…”
¿Por qué dice: repréndele a solas? Por respeto a la persona (tú con él); pues una franca explicación disipa muchos malentendidos.
Estamos obligados (Tenemos una responsabilidad,) como consecuencia lógica del amor que le debemos, a corregir a nuestros semejantes cuando yerran La corrección fraterna es un ejercicio del amor, es una obra de misericordia, que exige humildad y amor, (Benedicto XVI); es preocuparse del otro, de aquel que hace mal e invitarlo a cambiar de conducta compartiendo con él la vida (aquí, en el seminario, es una bella oportunidad para crecer en ello), acompañándolo en su caminar. «Si lo dejas estar, peor eres tú… ¿No te importan la heridas de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido ¿y te encoges de hombros? Peor eres, tú callando que él faltando… » (S. Agustín).
No podemos ser indiferentes antes las necesidades de los demás, del que está a mi lado o alrededor, y que camina por caminos torcidos. Podemos caer en la tentación de decir como Caín ¿Acaso soy yo guardián de mi hermano? Pero hemos de pensar, ¡que lo somos! Y meditar como nos dice el Apóstol Pedro: Quereros sinceramente como hermanos.
Es claro, que el motivo último por el que es necesario practicar la corrección fraterna, no es ciertamente el orgullo de mostrar a los demás sus errores para resaltar nuestra superioridad; ni el de descargarse la conciencia para decir: «Te lo había dicho. ¡Ya te lo he advertido! Pero para ti, si no me haces caso…» (nada de esto se busca en Corrección Fraterna). El OBJETIVO es ganar al hermano “te escucha, habrás ganado a tu hermano”. Se busca el bien del otro para que pueda mejorar.
No siempre depende de nosotros el buen resultado de la corrección, por el contrario, depende siempre y únicamente de nosotros el buen resultado… a la hora de recibir una corrección. Es cuando nos dejamos corregir (no solo cuando corregimos) donde se ve si uno es suficientemente maduro para corregir a los demás. Quien quiere corregir a alguien tiene que estar dispuesto a ser corregido: La enseñanza de Cristo sobre la corrección fraterna debe ir muy unido a esta otra palabras: ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no repara tu viga que hay en tu propio ojo? (Lc. 6, 41 ss).
Cuando vemos que una persona recibe una observación y escuchas que responde con sencillez: “Tiene razón, ¡gracias por habérmela dicho!”, te encuentras ante una persona de valor. ¿Cómo es mi disposición a la hora de que se me hace una corrección? Es claro, que debemos ser muy humildes para observar los sabios consejos que se reciben como venidos de Dios mismo, a través de cualquier instrumento de que él se haya servido.
Es muy importante tener en cuenta la regla de oro, válida para todos los casos: si es mejor corregir o dejar pasar, hablar o callar. “Con nadie tengáis otra duda que el amor mutuo…la caridad no hace mal al prójimo” (Rm. 13, 8-10). Es necesario asegurarse, ante todo, de que en el corazón se dé la disposición de acogida a la persona. Después, todo lo que se decida, ya sea corregir o callar, estará bien, pues el amor NO HACE MAL A NADIE.
Acudimos a nuestra Madre, la Santísima Virgen María, para nos ayude a ser almas que buscan hacer el bien a los demás; y que con un corazón humilde y sencillo, estemos siempre dispuestos para aceptar y agradecer la corrección recibida.

29 de mayo de 2006

PARA SABER

GRAN NEGOCIO, GRAN ESTAFA

Puede parecer demasiado duro, pero me parece rigurosamente exacto. Primero fue el libro con sus 40 millones de ejemplares vendidos. Ahora será la película con no sabemos cuántos espectadores. Detrás de todo, un producto literariamente modestito y científicamente nulo, apoyado en un gran montaje propagandístico. Hablo del Código da Vinci. Ya lo ven ustedes. Sin embargo, queda por explicar el porqué de este éxito. Gran parte del éxito se deberá al lanzamiento, sin duda, que ha sido multimillonario. Pero hay razones más hondas. Dan Brown utiliza la fuerza que tiene la persona de Jesucristo en la conciencia de millones de personas, incluso más allá de las fronteras de la Iglesia, para aprovecharla en favor de su obra y de su negocio. Construye una novela medio policíaca, medio de ficción, con apariencias de investigación histórica. A lo largo del escrito acusa a la Iglesia de haber manipulado la historia de Jesús en favor de su propio interés. Cuando es él quien hace exactamente eso. Si esta obra se hubiera presentado como una obra de literatura ficción a propósito de Jesús, podríamos discutir el buen gusto del autor al hacer chirigota con un personaje que para los cristianos es sagrado, pero no podríamos denunciar el escrito como falso ni como estafa. Pero el autor presenta su obra como fruto de largos y profundos estudios históricos, atribuyendo a sus afirmaciones un valor científico e histórico que no tienen desde ningún punto de vista. Hay datos históricos innegables, pero con ellos, y otras muchas cosas que son meras fábulas, compone un conjunto del estilo de los libros de caballerías. El conjunto de personajes que presenta y la descripción de instituciones que maneja, o son enteramente realidades de ficción, o vienen descritas de manera que no responde a la realidad. La tesis central de la novela es decir que el cristianismo es falso porque es creación de unos hombres sin escrúpulos que inventaron sus dogmas fundamentales en el siglo IV para dominar los resortes del imperio. El autor dice contar la verdadera historia de Jesús como un personaje, sin ningún signo ni pretensión de divinidad, muerto como los demás hombres, que vivió, casado con María Magdalena, con la cual tuvo varios hijos de los que proceden algunos grupos misteriosos y truculentos que son pura invención suya. Para apoyar sus tesis utiliza un método muy sencillo. Niega validez a las fuentes históricas del cristianismo, desconociendo todos los estudios sobre historicidad de los evangelios, el análisis crítico de su texto, la fidelidad en la conservación de los textos originales, etc. Y se la concede a otros escritos mucho más tardíos, de comprobada falta de rigor histórico, afectados por las doctrinas de grupos disidentes y heréticos, y completa el producto incorporando otras afirmaciones truculentas que son puras leyendas medievales y a veces inventos del todo imposibles por graves alteraciones históricas y afirmaciones arbitrarias. Sus afirmaciones sobre la Magdalena, los conflictos de ésta con Pedro, los hijos de Jesús, las luchas de la Iglesia contra ellos y la pretensión del Opus [Dei] de acabar con los últimos descendientes de Jesús, son una mezcla de tópicos, aprovechando la morbosidad de los mitos del momento, que no tiene valor histórico ninguno. ¿Cómo pudo inventar Constantino la divinidad de Jesús, cuando en los siglos I, II y III habían muerto tantos mártires por profesar su divinidad y esperar la resurrección? Estamos en el género de Amadís de Gaula. Mucha gente nos pregunta qué podemos pensar los cristianos de todo esto. Yo lo veo de la siguiente manera: 1. Los cristianos no debemos asustarnos de semejante engendro. No dice nada serio que pueda cuestionar ninguna de las bases históricas del cristianismo científicamente establecidas. No hay razón para ponerse nerviosos ni para sentir siquiera curiosidad. Considerado en sí mismo, no vale la pena tomarlo en serio. Su fuerza está en la propaganda, en la morbosidad que despierta, en la debilidad de muchas conciencias. El que quiera enterarse de algo sobre Jesús es mejor que lea los evangelios. 2. Tampoco debemos dejarnos ganar por el morbo de su atractivo. Quienes quieran leer la obra o ver la película que lo hagan, sin credulidad, sin dejarse llevar infantilmente por el morbo de la presentación, con una cierta distancia crítica. Desde luego quienes vean esta película o lean esta obra con fruición, tendrán que reconocer que no andan muy claros en su fe, si es que la tienen, ni andan tampoco fuertes en sabiduría. El europeo que quiera liberarse de sus orígenes cristianos, se verá aliviado por este género de literatura que busca desprestigiar los fundamentos históricos y la validez religiosa y humana de la tradición cristiana. La verdad es que este estilo de obras son poco serias y no logran tocar los cimientos históricos y científicos de nuestra fe. Dejando aparte que la fe religiosa es algo más que la certeza que pueden producir los datos históricos y las argumentaciones racionales. 3. Para los que no tengan alguna razón especial, como puede ser, su responsabilidad como críticos o educadores, la mejor postura es el desinterés. No vale la pena. No aporta nada serio ni bien fundamentado. Ni como historia ni como arte. ¿No han notado ustedes cómo desde hace algún tiempo, cada tres o cuatro meses, sale alguna obra que “va a conmover los cimientos de la Iglesia católica”.? Pero aquí seguimos. La Iglesia está edificada sobre la piedra firme que es Cristo, de modo que los poderes del infierno no podrán contra ella. Dios saca bienes de los males, y escribe derecho con renglones torcidos. Este libro deplorable ha despertado la curiosidad de muchos y nos ofrece una ocasión excelente para explicar a los cristianos, y a los no cristianos, los verdaderos orígenes históricos del cristianismo, las fuentes documentales del conocimiento de Jesús, de su vida y de su mensaje, y explicar cómo fueron los primeros años de la vida de la Iglesia y la expansión de la fe cristiana por el mundo conocido. Esta es ahora nuestra misión. Podemos animar a leer algún libro, o a buscar en Internet una información seria y fidedigna sobre la persona de Jesús, sobre el Dios Padre del cual vino a dar testimonio para nuestra iluminación y salvación. Y enterarnos mejor de la naturaleza y la misión de esta humilde Iglesia nuestra, hecha de santos y pecadores, que nos ha conservado fielmente la memoria de Jesús, de su mensaje y de su testimonio. Ella nos ayuda a vivir como personas libres, hijos de Dios y ciudadanos del Cielo. Por todo ello damos muchas gracias a Dios.
Fernando Sebastián Aguilar Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela

CARTA A UN ESTUDIANTE

Carta exhortatoria de Sto. Tomás de Aquino a Fray Juan, sobre cómo estudiar

Puesto que me preguntaste, Juan carísimo en Cristo, de qué modo debes aplicarte para adquirir el tesoro de la ciencia, este es el consejo que te doy:

1) que por los riachuelos y no de golpe al mar procures introducirte, ya que conviene ir a las cosas difíciles a través de las más fáciles.
2) Por tanto, este es mi consejo y tu instrucción. Sé tardo para hablar e incorpórate tarde a los coloquios;
3) depura tu conciencia.
4) No abandones el tiempo dedicado a orar;
5) ama permanecer en tu celda, si quieres ser introducido donde está el vino añejo.
6) Muéstrate amable con todos;
7) no pretendas conocer con todo detalle las acciones de los demás;
8) con nadie te muestres muy familiar, porque las familiaridades originan desprecios y suministran materia para sustraerse al estudio;
9) en lo que dicen o hace los mundanos no te impliques de ninguna manera;
10) apártate del discurso que pretende explicarlo todo;
11) no dejes de imitar los ejemplos de los santos y hombres buenos;
12) sin importarte a quién oigas, encomienda a la memoria lo que se diga de bueno;
13) lo que leas y oigas, esfuérzate en entenderlo;
14) acerca de los asuntos dudosos, cerciórate;
15) y preocúpate de guardar cuanto puedas en el cofre de la mente, como quien ansía llenar un recipiente;
16) no pretendas lo que es más alto que tú. Siguiendo estas indicaciones, echarás ramas y darás frutos útiles a la viña del Señor Altísimo, mientras vivas. Si sigues estos consejos, podrás alcanzar aquello a lo que aspiras.

26 de mayo de 2006

PREDICACIÓN A LOS SEMINARISTAS, VÍSPERAS DEL BUEN PASTOR

EL SACERDOTE, CORAZÓN DE PASTOR
Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. El asalariado, el que no es pastor y al que no le pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye – y el lobo las arrebata y las dispersa –, porque es asalariado y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor, conozco las mías y las mías me conocen. Como el Padre me conoce a mí, así yo conozco al Padre, y doy mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este redil, a esas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla, y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre.

El buen pastor conoce a cada una de sus ovejas, las llama por su nombre. En este cuidado solícito y amoroso, se ve una exhortación a los futuros pastores de la Iglesia; a ustedes, queridos amigos, ahí en las banquetas escuchándome en nuestro acogedor oratorio (aunque espero no obstaculizar su diálogo con el Señor, que nos preside, presente en medio de nosotros en la Eucaristía [en su cuerpo, alma, sangre y divinidad], que sea él quien les hable); banquetas que durante casi cuatro años he escuchado reflexiones, homilías, predicaciones, etc., y hoy, por primera vez, me toca dirigirme a ustedes con la ayuda del Señor. Para algunos, igual para mí, es un momento esperado.
Aunque no les niego, estoy temblando de miedo, sobre todo, al estar delante de un público tan exigente[1]. Pero les diré como llegó a decir el Cardenal Van Tuan, cuando comenzaba a dar sus ejercicios espirituales a la Curia romana, contando esta historia: la un famoso predicador que fascinaba al público. Delante de su púlpito, un viejecito seguía fielmente todos sus sermones. El predicador estaba muy contento de su éxito. Un día se le apareció un ángel: “Me congratulo contigo por tus conferencias… ¡Eres excelente! Pero ¿Recuerdas a ese viejecito que viene siempre a escucharte?”. “Sí, lo he visto”, responde el predicador. Y el ángel añade: “Que sepas que él viene, no para escucharte, sino PARA REZAR POR TI. GRACIAS A SUS ORACIONES, TUS SERMONES HACEN TANTO BIEN A LOS FIELES”. Por eso, les digo, terminaba el Cardenal, cuento con sus oraciones. Igualmente yo, pido sus oraciones.
"Yo soy el buen pastor" (Jn 10, 11. 14). Estas palabras de Cristo resuenan hoy en toda la Iglesia (en las primeras vísperas del domingo y mañana durante todo el día). Él, el Señor, es el Pastor que da la vida por su grey. En él se cumple la promesa que el Dios de Israel hizo por boca de los profetas: "Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él" (Ez 34, 11).
"El buen pastor da la vida por las ovejas" (Jn 10, 11). Cristo apacienta al pueblo de Dios con la fuerza de su amor, entregándose a sí mismo como sacrificio. Cumple su misión de pastor convirtiéndose en Cordero inmolado. Sacerdos et hostia.
San Pedro en su primera carta nos exhorta: Apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana según Dios, no por mezquino afán de lucro, sino de CORAZÓN (1P. 5, 2). Nuestra solicitud, sea ya como sacerdotes o futuros sacerdotes, ha de ser ejemplar. Nuestro futuro ministerio estará ordenado al gran Cuidado del Buen Pastor que es la solicitud por la salvación de todos los hombres: Tengo otras ovejas que no son de este redil, a esas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo pastor.
La atención particular por la salvación de los demás – escribía SS Juan Pablo II –, por la verdad, por el amor y la santidad de todo el pueblo de Dios que se encomienda a los sacerdotes se realiza de diversas maneras (y que debemos tenerla muy presenta en nuestro esfuerzo diario). Son varios los caminos: pastoral parroquial, tierras de misión, la enseñanza, lo enfermos, el dolor, que no se pueden separar (aquí, en lo que nos toca a cada uno sería: estudio, el trabajo, los arreglos – de los que a veces huimos – el compartir [de la misa a la mesa], la oración, etc.,). A pesar de sus diferencias, sigue diciendo el papa, son siempre y en todo lugar caminos de nuestra específica vocación: sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote y del Carisma del Buen Pastor…
Por eso, podíamos decir cuatro (aunque se pueden decir más) las condiciones que debe reunir el buen pastor, más aún, quienes nos formamos para serlo y ¿Dónde se adquiere? Desde el seminario. En primer lugar, el amor: fue precisamente la caridad la única virtud que el Señor exigió a Pedro para entregarle el cuidado de su rebaño. La vigilancia, para estar atento a las necesidades de las ovejas. En tercer lugar, la doctrina, con el fin de poder alimentar a los hombres hasta llevarlos a la salvación. Y finalmente la santidad e integridad de vida; ésta es la principal de todas las virtudes (explicar).
Se trata de un consejo que pide nos pide llevar una vida espiritual intensa, rica de aquellas cualidades y virtudes que son típicas de la persona que se prepara para ser como Cristo Buen Pastor (aunque ahora no guiamos ninguna comunidad, nos formamos para ello, y por eso se exige de nosotros el esfuerzo continuo). Es poner en práctica una serie de elementos como son: La identidad con Cristo; Unidad de vida; Un camino especifico hacia la Santidad; la fidelidad a la disciplina eclesiástica; Conocer y amar la comunión eclesial; y sentido de lo universal en lo particular (Cf. El Pastor, guía de la comunidad).
De la abundancia del corazón es que habla la boca (Mt 12, 34). Nuestra vida, ha de asemejarse al Corazón de Cristo, el buen pastor, nuestro único modelo (es vernos por dentro como somos y si correspondemos a los mismos sentimientos de Cristo o estamos divididos [Fil. 2, 5]). Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y al Espíritu Santo y a Santa María (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 166).
El trato con el Señor nos capacita para amar más. Y amar, como amó (y me ama) Cristo.
Ante todo esto ¿Qué se espera de nosotros? Ver virtudes como fidelidad, coherencia de vida, sabiduría, la acogida a todos, la afabilidad, la firmeza doctrinal en las cosas esenciales, el desprendimiento personal (ya que muchas veces estamos apegados a cosas materiales que nos aleja del Señor, de su corazón. Ponemos nuestra confianza en cosas que no llenan el corazón. Lo que nuestro corazón anhela es Cristo, nuestro ideal profundo, quien cautiva nuestra vida; y la Iglesia es el camino y campo de acción. Él sólo con sus palabras y mirada cautivó el corazón de sus Apóstoles; y hoy presente en el altar, nuevamente dirige su mirada a ti y a mí. Él sigue siendo hoy el motivo de vivir de millones de personas, y ejemplo de ello, somos nosotros que hemos dejado todo, por entregarle nuestro corazón al recibir su llamada, y a la que buscamos corresponderle. Por eso, Señor, te damos gracias en esta tarde, por la maravillas que realizas en nosotros en cada Eucaristía; queremos imitarte, seguirte sólo a ti, y reunir en un solo rebaño a tus hijos dispersos), la paciencia, el gusto por el esfuerzo diario, etc.
Cristo es el camino de nuestra realización; y el cultivo de nuestra personalidad está fundada en lanzarnos (y vamos en camino) en una prodigiosa entrega a los demás: Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas, en generosidad sin límites; en una donación total sin división.
Todo esto es posible, desde el seminario que es la gran escuela del Evangelio. Y como dice un texto de la segunda Biblia del seminarista (bueno así la conocí en mis primeros años de formación en el seminario, y que seguramente muchas veces habéis meditado. A mí siempre me ha servido en mi camino formativo) el seminario debe ser un ambiente espiritual, un itinerario de vida, una atmósfera que favorezca y asegure el proceso, de manera que el ha sido llamado por Dios al sacerdocio – tu y yo – pueda llegar a ser una imagen viva de Jesucristo Cabeza y PASTOR de la Iglesia…vivir en el seminario, escuela del Evangelio, es vivir en el seguimiento de Cristo como los apóstoles; es dejarse educar por él para el servicio del Padre y de los hombres, bajo la conducción del Espíritu Santo. Más aún, es DEJARSE CONFIGURAR CON CRISTO BUEN PASTOR para un mejor servicio sacerdotal en la Iglesia y en el mundo. Formarse para el sacerdocio es aprender a dar una respuesta personal a la pregunta fundamental de Cristo: ¿ME AMAS? Para el futuro sacerdote, la respuesta no puede ser sino el don total de su vida (PDV. 42 c)
El Señor es mi pastor nada me falta (Ps. 22.1) junto aguas de reposo me pastoreará, confortará mi alma. El sacerdote es el hombre de la Palabra, a quien corresponde la tarea de llevar el anuncio evangélico a los hombres y a las mujeres de su tiempo. Debe hacerlo con gran sentido de responsabilidad, comprometiéndose a estar siempre en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia. Es también el hombre de la Eucaristía, mediante la cual penetra en el corazón del misterio pascual. Especialmente en la santa misa siente la exigencia de una configuración cada vez más íntima con Jesús, buen Pastor, sumo y eterno Sacerdote. Todo ello es posible, en cada uno, de lo que hagamos en nuestro itinerario de vida en el seminario (Siempre he tenido presente en mi vida personal aquellas palabras de mi primer rector Mons. José F. Jiménez: “Todo cuanto dejes de hacer en el seminario, después como Sacerdote no lo harás…”) Por eso, hemos de aprovechar todos los medios que se me brindan en este nuestro segundo hogar. Y que no digamos después: nunca me dijeron.
Por eso, alimentados de la palabra de Dios; conversando todos los días con Cristo realmente presente en el Sacramento del altar, nos dejamos conquistar por el amor infinito de su Corazón y prolongamos la adoración eucarística en los momentos importantes de nuestra vida, en las decisiones personales y difíciles, al inicio y al final de nuestras jornadas. Configurados con Cristo, Buen Pastor, seremos (lo ya ordenado están en ellos, pero nosotros como diáconos y ustedes como seminaristas) los ministros de la misericordia divina.
Pero, para poder cumplir dignamente la misión que se nos confiará, debemos mantenernos constantemente unidos a Dios en la oración, y experimentar nosotros mismos su amor misericordioso mediante una práctica regular de la confesión, dejándonos también guiar por expertos consejeros espirituales. Esto tener nuestro corazón metido en el corazón del Buen Pastor. Toma Señor mi corazón, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te lo entrego todo.
La Virgen María, que al pie de la cruz se unió al sacrificio de su Hijo y que él nos dio como Madre, nos asista con su intercesión, para que seamos imagen fiel del buen Pastor en medio de nuestros hermanos. Ella, que en este mes de mayo se hace peregrina en nuestros pasillos y cuartos con la visita de su venerada imagen, en la advocación de Fátima, nos proteja con su ayuda materna y nos haga discípulos cada vez más conformes al Corazón de su Hijo. Amén.
[1] los diáconos investidos por el rey de tarragona se preparan para luchar contra el imperio que ha sido corrompido por el lado oscuro. la amenaza de predicar a los seminaristas acechan sobres sus cabezas. ésta será la batalla definitiva y la última oportunidad para restaurar el equilibrio de la fuerza

PREDICACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS

La Ascensión: Mirar Al Cielo, Rectitud De Intención.

La vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; “pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos (peregrinos) en busca de la futura” (Heb. 13, 14), es decir la Eterna.
XTO nos espera y por eso vivimos ya como ciudadanos del cielo – como nos dice San Pablo – que es nuestro último fin. Es su gloria y estar unidos a Él en amor eterno (Cf. 1Jn, 3, 2: “…Sabemos que, cuando se manifieste él, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”). Esta es la mayor felicidad. Pero, para poder mirar al cielo, es necesario que nuestra vida sea una continua PRESENCIA DE DIOS y Dios presente en todas nuestras intenciones.
Se me viene a la memoria, dos cosas, que pueden servir para el tema que me toca: una del 2002 cuando en la tercera meditación nos decían: el hombre que quiere vivir para Dios, más si desea imitar al Señor en el camino sacerdotal, busca las cosas rectas, las cosas de arriba. Y la segunda al año siguiente (2003), en la 4ª charla Unidad de Vida – Rectitud de intención (que sea dicho de paso no me acuerdo quien la dio) se nos interpelaba: ¿Cuántos viven dentro de uno? ¿Qué me pide Dios ahora, no mañana? ¿Cómo puedo manifestar mi amor al Señor? Y continuaba: Para un encuentro con el Señor, el corazón debe caminar derecho de acuerdo a la voluntad de Dios, y no en nuestra propia voluntad… Es te lo decía, por la primera pregunta ¿Cuántos viven dentro de uno?
Seguro que con todo esto que he dicho habéis sacado el título de esta predica, claro, no exacta con la precisión, pero si cercana: La Ascensión: Mirar Al Cielo, Rectitud De Intención.
Hemos escuchado de San Pedro: Lo que actualmente os salva no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura por la Resurrección de JXTO… pedir a Dios una conciencia buena. Lógico, que sea el interior, no lo exterior; pues en el interior del hombre habita la verdad (S. Agustín).
La rectitud de intención es hacer el bien por amor a Dios, evitando que se meta (en nuestro interior) la vanidad, o el deseo de quedar bien delante de los demás (y que muchas veces es el peligro que corremos: no hacer las cosas libremente, sino por coacción y miedo a que me dirán), es vivir contrario a la verdad, cuando tendría que ser un vivir en la Santidad. “La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios… ¡Qué libre estará nuestro corazón.., qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo (aquí en medio de nosotros) reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!"
Pero a veces esto no resulta así, de que XTO sea el centro de nuestra intimidad ¿Por qué? Porque en nuestro interior, resuenan muchas voces que no son las de Dios: nuestros pecados (los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza), egoísmo, nuestras inclinaciones (concupiscencia de la carne, de los ojos, soberbia de la vida: podemos definir como el EGO), agobio (más aún, ahora, en este tiempo en que llegan la teoría Heliodiana: las anécdotas), ocasión precisa para abrirnos a los demás, etc.
Las malas intenciones destruyen las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar herida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios (es lo que hemos aprendidos en moral, que las obras NO LLEGAN A SER MERITORIAS). Sin rectitud de intención equivocamos el camino.
Nuestra rectitud de moverse siempre en presencia de Dios; en hacer comuniones espirituales, buscarlo en todas las cosas, experimentar la comunión con él. “La comunión con Dios, - decía Juan Pablo II – soporte de toda la vida espiritual, es un don y un fruto de los sacramentos; y al mismo tiempo es un deber y una responsabilidad que los sacramentos confían a la libertad del creyente, para que viva esa comunión en las decisiones, opciones, actitudes y acciones de su existencia diaria…” (PDV, 48)
Para vivir la rectitud de intención hay que tener el corazón lleno de amor de Dios. Es enamorarnos cada día del Señor: con alegría, mortificación, ofrecimiento del trabajo y el esfuerzo. ¿Cómo crecemos interiormente? A través de las virtudes (Teologales – Cardinales), los sacramentos, especialmente en el S. de la Reconciliación, después de un exhaustivo examen: “Examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos si queremos servir a Dios…” (S. Gregorio Magno). Cuidar mucho nuestro examen de la noche; es dejar realizar la obra de Dios en nosotros.
Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios (en especial en este momento delante de él) lo que nos induce a comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este modo, si existen distracciones en nuestro trabajo cotidiano, etc.
He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención (también nos puede servir a nosotros)
1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve.
2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por el contrario, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo por Dios.
3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloria de Dios. (S. ALFONSO M.ª DE LIGORIO).
Todas estas gracias se las pedimos a Dios a través de la Santísima Virgen María, Ella que es nuestra abogada y protectora, interceda por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo. Ella, es modelo de rectitud, y de cumplir la voluntad de Dios: Fiat mi secundum verbum tuum. Amén.

24 de mayo de 2006

Ulises (Salvador), Diácono diego (Perú), diácono Trini (Filipinas), D. Juan (España), Yo














En la Ermita del Campus: Jean Carlo y yo
De Puerto Cabello - Venezuela


















QUINTO CURSO DE TEOLOGÍA EN LA ERMITA.

20 de mayo de 2006







MISDA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR LA VISITA Y AYUDA DEL CENTRO CARF











SHOW

Tu puedes ser sacerdote

Dar mi experiencia vocacional significa hacer un ejercicio refrescante de volver al “Amor primero”. Son muchos los signos, mociones, que Dios va poniendo en la vida para indicarnos un camino. Cuando cumplí la mayoría de edad, y habiendo culminado en bachillerato en ciencia (1994), me dediqué hacer la Carrera de Mecánica Térmica en el Instituto Universitario de Tecnología de Puerto Cabello, la cual no terminé. Vivía con mi mamá Ascensión María, y era (soy) el menor de seis hermanos (Vicente – Alexander y Marlene [gemelos] – Zuleima [Q.E.P.D]  y Gloria). Participa de las actividades de mi parroquia el Santuario Santo Cristo de la Salud, sin compromiso alguno, además de que siempre esquivaba un tema importante, entonces yo lo veía así, sobre el sacerdocio.

 “Tu puedes ser sacerdote…” Me decían: a lo que con soberbia respondía que NO. Ante la llamada del Señor y que se manifestaba con signos, mociones, yo decía que NO. Pues nunca pensé entrar en el seminario; pero en los planes de Dios ése era mi futuro inmediato. Un momento crucial en mi vida fue el 29 de marzo de 1998, – no para decidir entrar en el seminario pero si una parte, que sería como el primer paso –, recibo la noticia de que habían asesinado a un gran amigo. Un amigo que nunca me dijo: Tú puedes ser sacerdote, pero con su testimonio de vida, con su entrega a los demás y en el ejercicio de su ministerio me lo expresaba: lo maravilloso de Ser Sacerdote. Ese amigo era Mons. William Guerra, y como decía el día de mi ordenación sacerdotal: una persona que desde el BLANCO EJERCITO DE LOS MÁRTIRES me cuida. Ese mismo año, ya más incorporado en el trabajo parroquial, junto al grupo JAUCRI, pero en la Iglesia de Nuestra Señora de Coromoto, comencé por adquirir más compromiso de trabajo, no sólo personal, sino también de grupo y diocesano. De la vivencia en el grupo, aún perduran emotivos encuentros y grandes amigos. En agosto, de 1998, dirigí el segundo campamento misionero, en mi diócesis de Puerto Cabello, campamento que al principio no quería regir, pues veía a otros con más capacidad; al final, con un poco de miedo pero sobre todo la ayuda de Dios, dirigí el campamento. Finalizado este campamento ya sentía inquietud, pero a nadie se la compartía. Realicé el segundo Congreso Misionero en diciembre de ese año, en los Andes Venezolanos: en la Grita.

 Crecía más la inquietud, pero lo guardaba en mi interior. Regresando del congreso a casa, en enero de 1999, tenía una carta, no sabía de donde venía, pues era una invitación de la Pastoral Vocacional a participar en los encuentros vocacionales.

 Una anécdota de esto, fue una expresión de mi madre: ¡niño! No paras. Acepté la invitación con miedo, temblor, sabiendo la inquietud que guardaba, preguntándome qué quiere el Señor de mí. Y me lancé a esta aventura. Ya en la primera convivencia vocacional en febrero de 1999, a la orilla de un lago y en un pequeño puente, el padre Juan Fernando, acompañado del padre Wolfgang, comenzaron a evocar aquel pasaje cuando el Señor llamó a sus discípulos, y como éstos dejaron todo por seguirle a él. No aguanté, y eso de que los hombres no lloran son mentiras, y me fui corriendo a la capilla donde estaba el Señor, tomé la Sagrada Biblia, y leí el pasaje Isaías 6: “¿A quién enviaré? ¿Quién anunciará, a mi pueblo mi verdad?”. Fue el culmen para decidir entregar mi vida al Señor. Respondí: “aquí estoy Señor Jesús, con sueños, mis temores y mi juventud. Todo lo que soy te lo entrego a ti, mi anhelos mis deseos de vivir. No fui yo quien te escogió, fuiste Tú que por mi nombre me llamó…” Y comenzó una nueva etapa en mi vida. Dejé la carrera que estaba haciendo, por eso no al terminé, y me esforcé por prepararme para entrar al seminario. 

Algo que se torna difícil es cómo comunicarles a tus padres, especialmente a mamá, esta decisión. Quise esperar un tiempo para decirle, pero se entero por otras voces. Al principio se enfadó conmigo ¡Lógico! Siempre se esperan nietos, pero lo que no sabía mi madre que muchos nietos espiritual le iba a dar. Esto me dolió, pero recordé aquellas mismas palabras del Señor: “todo el que haya dejado casa, hermanos, padres, madres, por mí nombre, recibirá el ciento por uno…” (Mt. 19, 29). Su disgusto fue cesando hasta que ingresé en el Seminario Mayor Nuestra Señora del Socorro de Valencia el 23 de septiembre de 1999. Hoy, está más contenta que nunca. Estuve tres años en el seminario, haciendo la filosofía, hasta que un día del mes agosto (¡siempre agosto!), el padre César Barrios, encargado entonces de la Pastoral Vocacional de mi diócesis, me dijo: “Hay la posibilidad de enviar estudiar a seminaristas a Europa…” Por supuesto, no pensé en mí, sino en mis otros compañeros. Prosiguió el padre: “No, serán dos que están en el mismo curso” ¡Claro! Uno de esos dos era yo ¿Por qué a mí? Buena pregunta. La respuesta sólo la sabe Dios. Mi obispo, en ese entonces Mons. Ramón Antonio Linares Sandoval, conversó conmigo el 5 de diciembre de 2001 y ya sabiendo cual era el destino (España) me dijo: “Puedes ir a España o quedarte. Seguirás igual tu formación” Le respondí: “Si hay que ir, obediencia y que se haga la voluntad de Dios”. Y comenzó un nuevo discernimiento, pues nunca se me había pasado por la mente venir estudiar a Europa. Igualmente, esperé hasta enero de 2002, para decirle a mi mamá esta gran noticia: “Mamá, año nuevo, noticias nuevas…” Y la acogió con alegría, con gozo, tranquilidad, aunque por dentro sentía la separación y la distancia corporal de su hijo. Salí de Venezuela el día 1 de septiembre de 2002 y llegué a Pamplona, al Colegio Eclesiástico Internacional Bidasoa el día 2. Con gozo, tranquilidad, con la ilusión de seguir formándome para el sacerdocio. Fui acogido como en casa (mi casa). Este mismo mes, el 28 de septiembre, Mons. Ramón Linares, tomó posesión de su nueva diócesis de Barinas, quedando bajo la custodia del entonces Sr. Arzobispo de Valencia Mons. Jorge Urosa Savino como Administrador Apostólico de Puerto Cabello (+ Cardenal y Arzobispo Emerito de Caracas) durante casi dos años, hasta que fue nombrado mi nuevo obispo Mons. Ramón José Viloria Pinzón [Q.E.P.D]. De Mons. Viloria he recibido la Admisión a las Sagradas Órdenes, el 9 de junio de 2004 en Bidasoa, además de conocernos personalmente. Igualmente su autorización para recibir: los Ministerios de Lector y Acólito dados el 19 de marzo de 2005; y también sus dimisorias para ser ordenado diácono, en Pamplona – España, el 29 de abril de 2006. Son muchas las gracias que, durante los años en España, he podido vivir y experimentar en esta tierras europeas, especialmente en Pamplona que me ha acogido; y aún, hoy, la sigo disfrutando. La dicha de estudiar en tan magna Universidad, el estar en este gran semillero de vocaciones como es el Colegio Eclesiástico internacional Bidasoa; la alegría de peregrinar hasta Javier, y pedir por la evangelización de todos los pueblos, además de rezar por mi Obispo, sus proyectos e intenciones; mi familia, amigos y conocidos. Y abriendo más el horizonte a otras parte de España, la ocasión que se me dado de conocer parte de la cuna del Cristianismo y de los grandes Santos (Sta. Teresa, S. Isidoro de Sevilla, San Juan de la Cruz, etc.,). Por eso, la vocación ciertamente es un diálogo amoroso y misterioso. Mucho de ella sólo con el tiempo y la madurez la acrisolan ya que también son muchos los obstáculos a vencer en el camino. Todo está en mantenerse firmes y seguro en el Señor. Sin duda alguna Dios cumple su Palabra: llama y concede las gracias para mantenerse firmes en la vocación recibida.

 Hoy no vivo con mi familia de sangre, pero la Iglesia entera es mi familia; no estudio mecánica térmica pero estudio Teología ¿Acaso hay algo más grande que estudiar a Dios? No arreglaré piezas metálicas, pero vendaré y aliviaré corazones; no formo parte de ningún grupo juvenil, pero soy miembro de una comunidad de hombres que miran una meta común: Dios. Como diácono de la Iglesia – decía por entonces – « me toca ser el oído, el corazón y el alma del obispo. A su disposición para servir al pueblo de Dios y cuidar de los enfermos y pobres; amigo de los huérfanos, de las personas piadosas, de las viudas, fervoroso en el espíritu, amante del bien. Además, se te encomienda la misión de llevar la Sagrada Eucaristía a los enfermos…administrar el bautismo y dedicarme a predicar la Palabra de Dios…».

 Mi compromiso adquirido con la ordenación diaconal, y que se perfecciona con la sacerdotal, es ayudar a mi Obispo y a todo el presbiterio, en tres cosas esenciales: En primer lugar en el anuncio de la Palabra. Predicar es comunicar Cristo a los hombres y mujeres, porque Cristo es la Palabra viva del Padre. A pesar de nuestras debilidades, los fieles esperan de nosotros (de mí) la fuerza de la palabra de Dios, con plena fidelidad a las verdades de la fe cristiana. Y para ello, hemos de dar (primero yo) ejemplo: «Al hablar haga cuanto esté de su parte para que se le escuche inteligentemente, con gusto y docilidad. Pero no dude de que si logra algo…es más por la piedad de sus oraciones que por sus dotes oratorias…y cuando se acerque el momento de hablar, antes de comenzar a decir palabras, eleve a Dios su alma sedienta, para derramar lo que bebió y exhalar de aquello de lo que se llenó…» (S. Agustín, la Doctrina cristiana, 4, 15, 32). En segundo lugar, el servicio del Altar. Preparar el Sacrificio y distribuir a los fieles el Cuerpo y la Sangre del Señor. Todo ello, procurado en el cuidado de la celebración con piedad sincera fruto del amor. Es tratar bien al Señor, porque es Hijo de buena Madre. Por último, también me atañe ejercer el ministerio de la caridad en representación de mi Obispo. Servicio que realizaré con la ayuda de Dios; de servir y no ser servido (Mt. 20, 28). Me toca servir, como diácono, sin poner condiciones a todas las personas. Es ser, con la oración y con el ejemplo de vida entregada y servicial, sal que da sabor cristiano a la vida de tanta gente y luz que alumbre su camino en medio de las dificultades (Cf. Mt. 5, 13-14). Me toca cumplir, pues, aquello que me dirigió el Sr. Arzobispo de Tarragona en el momento de la imposición de manos y la plegaria de Ordenación: «Que resplandezca en ellos un estilo de vida evangélica, un amor sincero, solicitud por los pobres y enfermos, una autoridad discreta, una pureza sin tacha y una observancia de sus obligaciones espirituales…». ¡Claro! Todo esto no será posible sin la ayuda de todos ustedes, queridos amigos de Puerto Cabello, y de otras tantas partes del mundo, quienes habéis rezado mucho por mí el día 29 de abril, día de mi ordenación y que les agradezco mucho. Deben continuar rezando, no sólo por mí, sino también por nuestro Obispo y presbíteros. Regresé a Venezuela el 10 de julio de 2006, un día después de haber estado con el Papa Benedicto XVI en Valencia – España, porque como le dije a mi obispo: Comprenderá usted Monseñor que no me puedo ir sin la bendición del Papa. Y desde que llegué me fui preparando para mi ordenación sacerdotal: en la organización, cantos, la liturgia, arreglos, comidas, mi retiro antes de la ordenes, en fin, muchas cosas ¡claro! Sin dejar de ejercer mi ministerio como diácono que sólo en bautizos de julio a finales de agosto fueron unos cien. ¡Qué regalo! Mi ordenación sacerdotal fue el día 09 de septiembre de 2006, en la Catedral de Puerto Cabello, de manos de mi Obispo Ramón José Viloria Pinzón, y acompañado por los sacerdotes de mi diócesis, de la arquidiócesis, familiares, amigos y seminaristas. Entre las muchas palabras que me dirigió el señor Obispo fue: Desde hoy eres Sacerdote de Cristo. Ya no te perteneces. Ya no eres tuyo. Eres de Dios y de los hermanos. Has sido expropiado para beneficio del Reino de Dios y de la humanidad en el servicio de amor de Dios a los hombres. Ese es tu gozo. Tu entrega debe hacerte sentir la máxima de las felicidades, pues, como dice Jesús: No hay amor más grande que el de dar la vida por los hermanos. Y tú has decidido vivir en ese amor. Y esa es la máxima felicidad que puede sentir hombre alguno: Saber que se está viviendo en el máximo de los amores. Como sacerdote me toca, tomando las mismas palabras de San Pablo en su primera carta a los Corintios: “… así han de considerarnos los hombres: ministros de Dios y administradores de los misterios de Dios”. Mi misión es la de ser instrumento del Señor, es decir, que llamado y habilitado por la potestad recibida en el sacramento del Orden, ser canal para que la gracia divina llegue a cada uno de los fieles, haciendo posible su unión con Cristo. “Por lo demás lo que se busca en los administradores es que sean fieles”. Esta fidelidad se resume en las promesas que en el rito de la ordenación: - Presidir fielmente la celebración de los misterios de Cristo; - Realizar el ministerio de la Palabra con esmero en su preparación y en la exposición de la fe; y - Unirme cada día más a Cristo. Las múltiples facetas de la vida sacerdotal de cómo hacer presente el rostro misericordioso de Cristo entre los hombres, y entre las múltiples tareas que se me encomendaron están: - Confortar con palabras humanas de consuelo a quienes sufren; - Exhortar a no desesperarse a quien vaga en la oscuridad y en la desolación; - Aconsejar ante las vicisitudes de la vida tanto familiar como profesional. Me toca cuidar con esmero y dedicación de este don recibido, que indigno de ello, el Señor me ha confiado. Sin acostumbrarme a celebrar la misa; de conserve su emoción cada día. Por eso, y como decía Papa Benedicto XVI: “Muy importante para el sacerdote la Eucaristía diaria, en la que se expone siempre de nuevo este misterio; se pone siempre de nuevo a sí mismo en las manos de Dios, experimentando al mismo tiempo la alegría de saber que él está presente, me acoge, me levanta y me lleva siempre de nuevo, me da la mano, se da a sí mismo … La Eucaristía debe llevar a ser para nosotros una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar nuestra vida” De manera que, y como nos lo recuerda el Papa, es necesario que los sacerdotes seamos conscientes de que nunca debemos ponernos nosotros mismos o nuestras opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Somos servidores y tenemos que esforzarnos continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. En fin, Dios se ha manifestado bondadoso e infinitamente generoso. “Sin duda alguna, ¡Vale la pena seguir al Señor!”
Pbro. Williams Roberth campos

EN SANTA MARÍA DEL YUGO - NAVARRA


Paseo de la Terulia. Santa María del Yugo.

18 de mayo de 2006

Domingo. VI de Pasuca



Día 21 VI Domingo de Pascua

Evangelio: Jn 15, 9-17 Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa. Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros, en cambio, os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he hecho conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Esto os mando: que os améis los unos a los otros.


El mandamiento del amor
Consideremos en primer lugar que Nuestro Señor quiere que su alegría esté en nosotros. Es necesario asombrarse y llenarse de esperanza ante ese deseo divino de hacernos partícipes de su felicidad, por insólito que nos parezca. Ciertamente insólito, pues habla Jesús de una felicidad imposible para el hombre, que cuenta sólo con sus capacidades humanas, por muy excepcionales que pudieran ser. Para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa, dijo a sus discípulos. Es, pues, el Amor de Dios origen de esa felicidad inimaginable: un bien siempre mejor que cualquiera de nuestros "locos" sueños de este mundo.
Por fabuloso que fuera nuestro sueño sería imposible que llegáramos a pensar en lo que Dios desea otorgarnos: Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre, las cosas que preparó Dios para los que le aman, según afirma san Pablo. Por otra de parte, ya sabemos que jamás llega a satisfacernos plenamente lograr nuestras más atrevidas ilusiones: casi inmediatamente sentimos la necesidad de intentar nuevos y sucesivos objetivos que, en la práctica, tampoco serán capaces de satisfacer esas inevitables expectativas de felicidad colmada naturales en todo hombre. Jesús, en cambio, promete a sus apóstoles su alegría, una alegría para ellos completa. Todo ha de ser consecuencia del amor de Dios en nosotros; un amor por los hombres como el amor que el Padre eterno tiene por su Hijo, Jesucristo.
Ese amor de Dios, que nos quiere saciar por completo, llega a ser eficaz si es correspondido por nuestra parte: Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Jesús, en efecto, va por delante, se nos anticipa, nos da ejemplo al cumplir en todo la voluntad del Padre: así permanece en su amor; y así debemos cada uno permanecer en el amor de Jesucristo. Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa, declara a los doce, tras haberles revelado que en adelante podrían vivir su misma vida, su mismo amor, guardando sus mandamientos. Ciertamente no es posible pensar en una felicidad mayor sobre la tierra, que sentirse en posesión de la vida íntima de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, amados por las divinas Personas con un Amor tan inmenso como dulce y eterno: Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
Recordemos además que el amor de Jesús, ese que contemplamos como reflejo del amor trinitario, es de entrega completa en favor de los hombres; así lo había mostrado hasta entonces, durante los tres años de su vida pública junto a sus discípulos, y así, sobre todo, lo iba a consumar inmediatamente, en las largas horas de su Pasión: las úlimas de su vida mortal en este mundo. Su entrega amorosa hasta ese día, había sido ejemplo y como el preludio de su definitivo anonadamiento por el hombre. Que os améis los unos a los otros como yo os he amado, dice a sus apóstoles, que queremos ser cada uno. Fijándonos, pues, en su amor: entrega de su propia vida por la humanidad, aprendemos cual debe ser la medida de nuestro amor con obras por los demás.
Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos, nos recuerda también a nosotros. Pues entendemos que amar mucho a otro supone hacer por él, por su bien, cuanto podamos, desvivirse por él: "la vida ya no me la para más", tendríamos que poder decir sinceramente. Y siendo Jesucristo perfecto Dios y perfecto hombre, de Él proviene el mayor amor que podemos pensar. En efecto, al día siguiente de hablar así iba a cumplir en sí mismo –dando la vida por la humanidad, sus amigos– ese modo ideal y perfecto de amar.
Ama a los hombres hasta el extremo, dando su vida, porque nos ha tomado como amigos. La entrega de Cristo por cada uno –prueba de su amistad– sin merecimiento nuestro, es de un afecto que no hemos buscado los hombres. Tampoco se debe de algún modo a nuestra virtud, como tantas veces sucede en las amistades entre nosotros. Dios nos llama amigos y lo somos por pura iniciativa suya. A partir de esa oferta divina, cada uno es libre para aceptar o no a Dios. Cristo, por propia iniciativa, nos eleva al orden sobrenatural, nos quiere como amigos, y por ello podemos sentirnos con razón por encima del resto de las criaturas de este mundo, que deben atenerse –sin libertad– a unos criterios que les son preestablecidos. Tampoco pueden ofender a Dios ni pueden amarle. Sólo el hombre es en este mundo capaz de la divinidad, aunque también sólo él pueda condenarse.
Que nos enseñe y proteja en nuestro deseo de corresponder al amor divino, la que mejor entendió y correspondió a su Creador: María.