26 de enero de 2013

CÓMO MEJORAR NUESTRA PREDICACIÓN SAGRADA


CÓMO MEJORAR NUESTRA PREDICACIÓN SAGRADA
Predicación sagrada
Queridos amigos sacerdotes: Agradezco a Zenit la oportunidad de colaborar con un grano de arena en la formación sacerdotal en este campo de la Predicación Sagrada, tan importante hoy día.
Hoy iniciamos este curso que con alegría y placer quiero compartirles, fruto de mi formación, primero como profesor de oratoria durante más de 30 años, y después, con la experiencia que Dios me ha concedido durante estos 26 años de sacerdote yendo por estos mundos de Dios predicando, llevando y explicando la Palabra de Dios. Todos los años tengo la gracia de predicar al mundo latino de los Estados Unidos. También Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú, además de Brasil, han podido oír mi voz.
Y para ser más claro en esta presentación de mi curso, les dejo unos puntos para que queden grabados en el gran tesoro de la memoria:
Toda nuestra vida como sacerdotes será predicar.
Hay varias formas de predicar: la oración, el sacrificio, el testimonio personal, el ministerio de los sacramentos y el ministerio propiamente dicho de la predicación sagrada.
La predicación sagrada u oratoria sagrada no es una técnica para vender nuestra “mercancía” de Dios. Esto sería una especie de profanación de la Palabra de Dios. Así hacen algunas sectas protestantes que se preparan en los resortes psicológicos de la oratoria para ganar adeptos y sacar dinero. Esto no se debe dar entre nosotros, ministros y predicadores de los Misterios de Dios.
Nadie quiere tener un auditorio dormido, bostezando, disgustado…a la hora de la predicación. Queremos un auditorio que disfrute y esté bien dispuesto para nuestra predicación. Para esto, hay que saber predicar bien. No sólo predicar. Se trata de predicar bien, pues no siempre tendremos gente que por caridad nos soporta, nos aguanta y nada nos dice sobre nuestra predicación.
Les ofrezco este curso de Predicación Sagrada fruto de mi experiencia como predicador durante mis 26 años de ministerio sacerdotal. Doce de esos años, prediqué diariamente en la parroquia de Buenos Aires; además de dar charlas, triduos, retiros y ejercicios espirituales que ofrecía a hombres y mujeres.
Son consejos que a mí me han ayudado. Ojalá que también a ustedes les ayuden, queridos sacerdotes.
Introducción general
I. Primero unos presupuestos:
Ser consciente de que somos ministros de la Palabra desde el bautismo, y después se agrava esta responsabilidad y tarea el día de nuestra ordenación sacerdotal. Por eso debemos leerla, meditarla, rumiarla durante toda nuestra vida. Debemos hacerla propia, revestirnos de esa Palabra, encarnarla en nuestra vida. Sólo así la transmitiremos fielmente, sin cortes, sin menguas, sin oscurecerla ni rebajarla.
Ser consciente de que es Dios quien convierte a las almas, no nosotros. Pero Él se sirve de nosotros como canales, altavoces, acueductos y ministros de su Palabra para iluminar las mentes, caldear los corazones y mover las voluntades para que amen a Dios y cumplan sus mandamientos. Por eso, debemos estar bien preparados en este campo de la predicación de la Palabra. Todos nuestros estudios humanísticos, filosóficos, teológicos, pedagógicos…tienen como término final nuestra predicación, sea escrita (libros, artículos…), sea oral (homilías, retiros, congresos, charlas…). Estudiamos para estar mejor preparados a la hora de nuestra predicación sagrada, no por prurito de vanidad, sino porque esa Palabra de Dios merece ser tratada y anunciada con dignidad, claridad y unción.
Ser consciente de que la Palabra de Dios está destinada a germinar, a crecer y a dar fruto en el alma de los hombres. Por sí misma, la Palabra tiene toda la potencia de entrar en el corazón del hombre y convertirle. ¿Entonces dónde está el fallo? Una de dos: o en el que predica, que no lo sabe hacer, o en el campo –el alma- que recibe esa Palabra predicada. Que al menos no sea por nuestra culpa como predicadores sagrados. Si el corazón de los hombres se cierra como nos narra Cristo en la parábola del sembrador por culpa de las piedras, de las espinas, de la superficialidad (cf. Mateo 13: parábola del sembrador)…ahí está el desafío de un buen predicador: ayudar a que esas almas se abran a la Palabra. ¿Y qué recurso tiene además de la oración y el sacrificio? ¡La predicación bien preparada, incisiva, respetuosa, profunda, clara, motivadora y bien pronunciada!
II. Después, unos consejos prácticos:
Conocer el auditorio, es decir, las almas a las que vamos a predicar. Conocer la idiosincracia de esas personas, sus cualidades, sus debilidades, sus problemas, su modo de ser. A eso la Iglesia llama inculturación. No es lo mismo el español que el brasileño; ni el francés que el norteamericano, el alemán que el africano…Hay que hablar con el lenguaje de las almas, hacernos todo a todos para ganarlos para Cristo, como san Pablo (cf. 1 Co 9, 20-22). No podemos ir a Latinoamérica con categorías europeas. ¡Simplemente no nos entenderán! O peor, ¡nos rechazarán! “Mañana te oiremos”.
Preparar bien cada predicaciónsin improvisar, dejándolo todo para última hora. La predicación no es algo que hagamos a título personal. ¡No! Lo hacemos en nombre de la Iglesia. Es la Iglesia quien en ese momento explica la Palabra de Dios, a través del predicador sagrado. Por tanto, preparar la predicación desde la oración personal. Pero también leyendo comentarios de Papas, de autores espirituales bien sólidos y probados, acerca de esos textos litúrgicos o sobre ese tema del que predicaremos. Los mejores comentarios que existen a los evangelios son LOS SANTOS PADRES. Tenemos que leerlos mucho y siempre. Son siempre actuales. Son un auténtico tesoro por descubrir todavía. Ejemplo de esto es el Papa Benedicto XVI. Por eso son tan profundas sus predicaciones, al tiempo que tan sencillas.
Ser ordenado y estructurado en las ideas de la predicación: hoy debemos dar solamente una idea en la homilía o en la plática, y desarrollar esa idea en dos o tres aspectos. Pero solamente una idea. Sólo así el oyente saldrá con una idea bien aprendida y tratará de vivirla en su día a día. De las tres lecturas dominicales se puede sacar perfectamente una sola idea, desarrollada en dos o tres aspectos. P.e. una homilía con la liturgia de un domingo: Dios nos invita a la conversión (única idea, sacada del evangelio); esa conversión supone reconocernos pecadores (primer aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la primera lectura dominical o del salmo responsorial); esa conversión traerá como efecto la paz interior y la reconciliación con Dios (segundo aspecto de esa única idea, sacada tal vez de la segunda lectura dominical). Y ambos aspectos deben estar apoyados en los textos litúrgicos leídos. ¡Una sola idea! Quien habla de muchas ideas lo único que hace es dispersar al oyente y no saldrá con nada claro ni concreto. Quien dice muchas ideas está manifestando que no preparó a fondo la predicación.
Ser ingenioso a la hora de exponer la idea: esa idea tiene que estar presentada con alguna metáfora, imagen, novedad, un hecho o anécdota…Sólo así se graba más fácilmente en el alma del oyente, pues sonará a novedad y originalidad. En esto el cardenal vietnamita Van Thuan, que en paz descanse, era modelo. No ser aburridos con ideas ya trilladas y sin mordiente. Hay que ser atractivos. Esto no se logra con excentricidades ni con cuentitos ni haciendo reír, ¡no! Esto se logra habiendo meditado mucho y con profundidad en la Palabra de Dios. Y observando mucho el devenir humano.
Distinguir el modelo de predicación que se me pide y el lugar donde se da la predicación: primero, distinguir qué clase de predicación debemos dar, pues una cosa es predicar una homilía que una reflexión en una hora santa con Cristo Eucaristía ahí expuesto; distinta es una charla abierta en un auditorio que una meditación en un retiro; una cosa es predicar una conferencia a jóvenes y otra predicar a adultos o a niños o a sacerdotes. Y el lugar: porque una cosa es predicar en la capilla, otra cosa es predicar en un salón de estar o en un estadio o en una fábrica. Todo esto hay que tenerlo en cuenta a la hora de predicar.
Ser siempre expresivo: sin forzar el temperamento propio, sin querer ser el otro que es tal vez más apasionado y dinámico…pero hay que ser expresivo. Recordemos los tres elementos de toda predicación: fondo de ideas, forma concreta de esas ideas y expresión (ritmo y temperatura oratoria) de esas ideas. Hay que conjugar los tres elementos para que la predicación sea perfecta. Todo nuestro ser debe ser expresivo: voz, gestos, manos, cuerpo, ojos, sentimientos, emociones, silencio, interpelación y preguntas directas…No debemos ser acartonados, ni tener miedo ni hablar con voz apagada o monótona, o en abstracto o sin mirar al auditorio. Así se duerme la gente. Así odiarán las predicaciones, en vez de gozar de la predicación sagrada. Fides ex auditu, nos dice san Pablo, “la fe entra por el oído” (Rm 10, 17) .
Predicar a todo hombre y a todo el hombreA todo hombre: al niño, al joven, al adulto, al anciano, al enfermo, al que sufre, al ignorante y al sencillo, al complicado y cuestionador…Y a todo el hombre: inteligencia, sentimientos, afectos, corazón, voluntad… Y la Palabra de Dios predicada tiene que “tocar” la existencia humana en todos los campos: personal, familiar, laboral, profesional, religioso... Por eso, el predicador tratará de aplicar esa Palabra de Dios y“hacerla caminar” por los vericuetos de la vida del oyente. El oyente durante la predicación debería decir: “¡Justo!, eso es lo que yo necesito, me viene a cuento lo que dice este predicador”. Es así cómo el oyente se dejará transformar por esa Palabra de Dios que el predicador supo bajar a la vida de ellos en concreto. Y de seguro que tendremos a esa persona en todas nuestras predicaciones porque nos entiende y entiende que la Palabra de Dios explicada es muy actual para su vida, y no algo del pasado o de museo.
Ser sencillo, respetuoso y positivo al predicar: no insistas tanto en lo que está mal. Presenta mucho más el bien que necesariamente atrae. No estamos en el siglo de cierta apologética agresiva, inflexible, estricta y un tanto altanera. Hoy hay que ganarnos a la gente con la bondad, con la sencillez, con el encanto y la gota de miel. Esto no significa que no digamos la verdad. Hay que presentarla, pero con bondad y respeto, para que atraiga. Cuando haya que decir algo fuerte, duro y negativo (p.e. los que viven juntos o divorciados y casados en segundas nupcias no pueden ni deben comulgar, etc…), hay que decirlo en tercera persona y nunca interpelar a la persona en cuestión. No decir: “Tú que estás juntado…no debes comulgar”. Sería muy ofensivo. Decir mejor: “Quien se encuentra en esa situación no debería acercarse a la comunión por estas razones…”. Y cuando es algo positivo, entonces sí, interpelar en segunda persona: “¡Qué bueno que fuiste generoso y fiel! Dios lo será también contigo”.
Sentir con la Iglesia en todo aquello que proponga para ese año: si es el año sacerdotal, no debería haber ninguna predicación durante el año sin hacer alguna mención a esa circunstancia…si es el año paulino, lo mismo. O el año dedicado a Jesucristo (1997), o al Espíritu Santo (1998), o a Dios Padre (1999), o el año de la Eucaristía (2000). O el año de la fe, en el que ahora estamos. No se puede ir en paralelo con la Iglesia. Los triduos de ese año y los ejercicios espirituales y los retiros, las homilías deberían estar enfocados y marcados por esa circunstancia eclesial. Esto es parte del “sentire cum Ecclesia”. Debemos ir al paso de la Iglesia. También en esto.
Sacar con frecuencia en las predicaciones aspectos y virtudes de los santos: los santos son hermanos nuestros que ya consiguieron lo que nosotros estamos buscando: la santidad de vida. Ellos nos dan ejemplo y nos dicen qué aspectos hay que practicar para agradar a Dios, crecer en las virtudes y alcanzar la salvación eterna, que es la gracia de las gracias. ¡Cuánto edifican las anécdotas de los santos! Cómprate libros de santos y léelos. Y así podrás poner en las predicaciones ejemplos maravillosos y edificantes de los santos en los temas que estás tratando en tu predicación.
Conclusión: Espero que estos consejos les sirvan para que su predicación sea cada día de calidad, para la gloria de Dios y la salvación de las almas. Esto es lo que a mí me ha ayudado. No sé si ayudará a todos, pues todos somos distintos.
SãO PAULO, Friday 25 January 2013
El padre Antonio Rivero nació en Ávila en 1956. Fue ordenado sacerdote legionario de Cristo en Roma en 1986. Es licenciado en Humanidades Clásicas, en Filosofía por la Universidad Gregoriana, y licenciado y doctor en Teología Espiritual por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma. Ha escrito cinco libros de espiritualidad y ha grabado más de 200 CDs de formación católica. Da congresos y conferencias en Los Ángeles. Ofrece también cursos, retiros y ejercicios espirituales a laicos, religiosas y sacerdotes en Colombia, Perú y Brasil. Actualmente ejerce su ministerio sacerdotal como profesor de teología y oratoria, y director espiritual en el seminario interdiocesano Maria Mater Ecclesiae de Brasil. 

23 de enero de 2013

MORAL DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES: LA FE


MORAL DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES

NATURALEZA TEOLOGAL DE LA VIDA MORAL

Es imposible la vida cristiana sin referencia a los sacramentos. Es imposible la vida cristiana sin la Eucaristía.
¿Cómo está constituida la persona cristiana? Hay que decir que el hombre tenía la amistad con Dios que se pierde con el pecado original: hay un rechazo de de Dios.
El pecado original de Adán y Eva es pecado personal (elegido libremente) distinto al pecado nuestro.
La consecuencia del pecado original queda marcado por lo que se ha llamado ESTADO DE NATURALEZA CAÍDA, no corrompida como decía Lucero, pero si dañado por el pecado.
El pecado no es un accidente, es el más horrible cercano a la muerte. Es la separación con Dios. Con el pecado, el hombre, queda profundamente dañado ¿Cuál es el daño? La oscuridad, cuando se le quita a Dios de su horizonte, es profunda indigencia.
El hombre es incapaz de volver a Dios, necesita la ayuda de alguien para volver a Dios. A ese hombre caído es a quien Cristo viene a redimir.
Hombre en estado de naturaleza caída (Cf. Gn. 3, 14): Dios promete la salvación.

Abraham----------Pueblo de Israel-------------acoger el Salvador      
 

                                   V – P – M - R -----------------  El Mesías
 

                                   Se obra la salvación de los hombres.

¿Cuál es el núcleo de la salvación de los hombres? Consiguiendo un encuentro personal con Cristo. Sin el encuentro personal de Jesucristo no hay salvación[1].
Encuentro con Cristo – Eucaristía – Pentecostés: Sacramentos.
¿Qué son los sacramentos? Los momentos de ese encuentro personal con Dios hombre para convertir lo divino en humano; es identificación real con el Salvador.
Los sacramentos son los cauces habituales de la gracia, sin los cuales no hay salvación. Son medios de vida (Bautismo – Confirmación – Eucaristía), cada uno realiza a su manera propia el encuentro con Cristo.
Ej.: el Bautismo pone en contacto con la muerte de Cristo. Es sacramento de la regeneración[2]
La criatura que lo recibe es nueva criatura: nacimiento. Es vida, pero no es lo mismo dar vida que vivir.
Ser capaz de actuar libremente en mi vida.
Ej.: Jn. 6: el buen pastor: dar la vida y recuperarla.
Vivir con libertad:
·         determinar cual es mi conducta.
·         La convicción de que puedo alcanzar esa conducta.
Hay que decir, que quien obra sobre el hombre el es Espíritu Santo. Todo lo que en nosotros es de Cristo es por acción del Espíritu Santo.
No perder de vista el obrar del cristiano: “El justo vivirá de la fe” (Rm. 1, 17)
La referencia de la vida es siempre Cristo. La vida moral del cristiano se fundamenta en los dones de Dios; sin ellos, no habría vida moral.
El encuentro personal con Cristo, es el bautismo, pero sólo el bautismo no basta, hace falta los medios para sanar la libertad (identificarse con la cruz de Cristo, participar de la cruz de Cristo y recibir a Cristo).
El hombre recibe los dones de Dios con tal: hombre. Los dones le capacitan[3] no realizan la vida en Cristo. Para que los dones que Dios le ha dado al hombre, tiene que recibirlo libremente con pleno consentimiento y con plena voluntad.
El misterio cristiano tiene que ser recibido plenamente, asumido, en la vida de un cristiano. Por eso decimos, que los sacramentos son caminos ordinarios de la vida de Dios.
Las virtudes teologales emanan de la gracia de Dios. La gracia de Cristo es un vivir divino de la gracia de Cristo. Esto hace vivir las virtudes teologales. Sin vida divina se pierden estas virtudes.
Con el pecado se pierden las virtudes teologales. Solo queda la fe, pero es una fe muerta, porque no se está en gracia de Dios, y si no se está en gracia de Dios, no se va a Dios.
“Nosotros no volvemos a Dios por la fe que nos queda…” (Es muy importante saber esto) volvemos a él por él mismo.
Los actos que surgen de la Fe – Esperanza y Caridad, son actos de los hombres. Esos dones de Dios, expresión de la gracia divina, son confiados al hombre: “Dios obra en nosotros”.

CUESTIONES GENERALES DE LAS VIRTUDES
Su existencia aparece refrendada tanto en la Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio de la Iglesia.
La Sagrada Escritura no nos ofrece un tratado sistemático de las virtudes. Contiene, sin embargo, las verdades fundamentales sobre la vida virtuosa y, sobre todo, el modelo de virtud, Jesucristo, con el que todo hombre debe identificarse.
La referencia a las virtudes como cualidades morales de la persona y, al mismo tiempo, dones de Dios, son constantes en la Sagrada Escritura. El término más empleado para designar la virtud es dynamis, que se traduce al latín por virtus[4].
En el Antiguo Testamento, más que reflexiones sobre la virtud, encontramos narraciones y biografías de hombres virtuosos, «justos»: Abraham, Moisés, José, etc., que tienen un elevado valor pedagógico. El concepto de «hombre justo» designa al hombre que cree en Dios y espera en Él, es sabio y paciente, misericordioso, prudente, perseverante y humilde, es decir, vive según la voluntad de Dios y es fiel a su Alianza.
En algunos libros del Antiguo Testamento, como en el de la Sabiduría, se puede detectar una cierta influencia griega. En él se mencionan las cuatro virtudes platónicas: «¿Amas la justicia? Las virtudes son sus empeños, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza: lo más provechoso para el hombre en la vida» (Sb 8,7). Sin embargo, hay virtudes que no tienen correspondencia en el pensamiento griego, como la humildad, el perdón o la penitencia. La razón es que la visión del hombre en el Antiguo Testamento es diferente a la griega: el hombre es imagen de su Creador, ha caído por el pecado y Dios le perdona y le enseña a perdonar.
También en el Nuevo Testamento aparece la palabra «justicia» para designar el conjunto de virtudes que vive una persona santa: Zacarías, Isabel, Simeón, José. En el Sermón de la Montaña, la justicia, entendida en este sentido, es considerada como imprescindible para entrar en el Reino de los Cielos: «Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 5,20). En la cuarta Bienaventuranza, promete el Señor la felicidad a los que «tienen hambre y sed de justicia», expresión que hace pensar en un deseo grande y eficaz de cumplir en todo la voluntad de Dios. Por otra parte, todas las Bienaventuranzas, que son como un retrato de Cristo, se refieren a diversas virtudes: pobreza de espíritu, mansedumbre, penitencia, limpieza de corazón, etc.
En los Evangelios encontramos, sobre todo, al Maestro de todas las virtudes: Cristo, «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Co 1,24), que nos invita a aprender de Él, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), de su vida y sus palabras. En Él, que es perfecto Dios, se nos muestra a la vez el Modelo acabado de la perfección humana, porque es perfecto Hombre.
El mensaje cristiano entra pronto en contacto con el mundo helenístico, como se puede apreciar en las cartas de San Pablo. Este contacto es, sin duda, enriquecedor; pero, en la moral cristiana, las virtudes ya conocidas en el mundo pagano y otras menos conocidas e incluso inconcebibles para él -como la penitencia, la humildad o el amor a la Cruz-, forman, bajo la dirección de las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo, un organismo específico, y adquieren un valor propio y una nueva finalidad: la identificación con Cristo, la edificación del Reino y la «alabanza de la gloria de Dios» (Ef 1,6), que no excluye, sino que incluye, la edificación de la ciudad terrena[5].
La moral griega solo conocía el esfuerzo humano como medio para adquirir la virtud. Las virtudes cristianas, en cambio, se presentan sobre todo como dones de Dios, como «frutos del Espíritu» (Ga 5,22). No es la energía humana la que tiene la iniciativa en la edificación del Reino de los Cielos; no es el hombre el autor principal de la santificación, sino el Espíritu Santo. Es Él quien, introduciendo a los fieles en el misterio pascual de Cristo, les comunica la vida nueva, sintetizada por San Pablo en las virtudes de fe, esperanza y caridad (cfr. 1 Co 13,13; 1 Ts 1,3-4; Rm 15,13).
La práctica de las virtudes está, para el cristiano, íntimamente vinculada a la identificación con Cristo (cfr. Ef 5,2; Flp 2,5; Col 3,13.17). No se trata ya de vivir unas virtudes aprendidas de un maestro más o menos ejemplar, sino de dejarse guiar por el Espíritu Santo para identificarse ontológica y moralmente con el único Maestro y con el único Modelo.
Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Hay tres virtudes teologales: Fe – Esperanza y Caridad” [6]
El Concilio de Trento, habla de las tres virtudes infusas. “En el mismo momento de la justificación aparecen las virtudes teologales…”.

VIRTUDES TEOLOGALES: NATURALEZA
Son hábitos operativos, buenos, CAPACITATIVOS (No facilitativas, como las morales). Su objeto directo (en sentido amplio) es Dios. Se muestran en la vida animando a las demás virtudes.
Decía San Agustín: “Virtudes, virtudes, son solamente las virtudes teologales” (Enchiridion sive de fide, spe et caritate).

Las virtudes adquiridas surgen del hombre.
Las virtudes teologales surgen de Dios.
Las virtudes teologales permiten alcanzar a Dios en la fe, esperanza y caridad. Y para ello, afectan a todas las facultades humanas[7]. Las virtudes teologales hacen posible vivir una relación personal con Dios.
Vivirlas es vivir de la mano de Dios.
Las virtudes teologales alcanzan directamente a Dios ¿Qué significa?
INHAERERE DEO (Sto. Tomás) Dan lugar la unión directa con Dios, que producen una Inhaerere Dei. Sto. Tomás le da dos sentidos:
1.      – Dios entra en el alma por la gracia y las virtudes (II II, q. 72.)
2.      – El hombre entra a participar de la vida divina, gracias a las virtudes.
Consecuencias de todas estas realidades: lo que hace que el hombre sea hijo de Dios es la gracia recibida. Es un vivir que realiza la filiación, es decir, comportase (el hombre) como hijo de Dios.
Toda la vida del cristiano es una experiencia de la fe, la esperanza y la caridad. ¿Qué es alcanzar a Dios por las virtudes? Es un vivir, que es expresión de la fe, esperanza y caridad, por voluntad nuestra.

Las Relaciones De La Virtudes Teologales Con Las Demás Virtudes: Las Adquiridas
CEC. 1813: “Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales…”
“Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes Teologales” (Importante). En el hombre cristiano no hay un doble comportamiento, hay un único comportamiento. Al perder la gracia, pierde las virtudes teologales.

Relación entre las Virtudes Teologales Entre Sí
Por las virtudes teologales, el hombre se une a Dios en su vida íntima. Son disposiciones permanentes del cristiano que le permiten vivir como hijo de Dios, como otro Cristo, en todas las circunstancias.
Por la fe «creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha revelado, que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma» (CEC, 1418). Por la esperanza «aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo» (CEC, 1817). Gracias a la virtud de la caridad «amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios» (CEC, 1822).
Las virtudes teologales son necesarias para saber que nuestro destino es la contemplación amorosa de Dios, cara a cara; para poder vivir como hijos de Dios y merecer la vida eterna: por la fe, el hombre puede saber, asintiendo a lo que Dios le ha revelado, que la vida con la Santísima Trinidad es el fin al que está llamado; la esperanza refuerza su voluntad para que confíe plenamente en que, con la ayuda divina, puede alcanzar su destino; y la caridad le confiere el amor efectivo por su fin sobrenatural.
Gracias a las virtudes teologales –que «son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (CEC, 1813)-, la persona crece en intimidad con las Persona divinas y se va identificando cada vez más con el modo de pensar y amar de Cristo. Perfeccionadas por los dones del Espíritu Santo, proporcionan la sabiduría o visión sobrenatural, por la que el hombre, en cierto modo, ve las cosas como las ve Dios, pues participa de la mente de Cristo (cfr. 1 Cor 2,16).
Si las virtudes humanas potencian la libertad, con las virtudes teologales y los dones, la persona adquiere la «libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8, 21). El dominio sobre sí misma no es solo el que alcanza por sus propias fuerzas, sino también el que tiene por participar del señorío de Dios, pues el Espíritu Santo es el principio vital de todo su obrar.
La persona que vive las virtudes teologales crea en torno a sí el ambiente de entrega y servicio propio de los hijos de Dios, que se manifiesta especialmente en los frutos del Espíritu Santo (cfr. Gal 5, 22-23).
Todas las virtudes disponen al hombre para alcanzar su bien. Pero como el bien del hombre en esta vida es la amistad con Dios y, en la vida eterna, la visión amorosa de Dios, sólo la caridad merece el nombre de virtud perfecta.
La caridad es madre, forma y principio ordenador de todas las virtudes, porque engendra sus actos y los ordena al fin último. «El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es el “vínculo de la perfección” (Col 3,14); es la forma de las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana» (CEC, 1827). Por eso, todos los mandamientos se resumen en la caridad: Amor a Dios sobre todas las cosas y amor al prójimo como a uno mismo.
La caridad es la virtud que proporciona al hombre la unidad de toda su vida. Hace que todos sus pensamientos, palabras y obras tengan un único fin y un mismo motivo. El trabajo y el descanso, la vida familiar, social y política, todas las actividades del hombre, deben ser frutos de una misma raíz, la caridad.

¿Cuál es la más importante?
* Cronológicamente:
-          La Fe.
-          Esperanza.
-          La Caridad
En nosotros, sólo se conoce, luego se desea, al final se experimenta.
El Magisterio, en el Concilio de Trento, al hablar de la fe (en el mismo orden) la llama inicio y fundamento de la salvación (humanae salutis initium). Necesitamos oír lo que Dios nos explica, para poder amar. Sin fe no hay salvación... Del conocimiento al deseo, del deseo al amor.

* Al Orden por Excelencia ¿Cuál es la más importante? El Magisterio y la Tradición hablan que es la CARIDAD. La caridad dura siempre. “La caridad es la forma de todas las virtudes”.
Esto ha dado lugar a un debate importante: la dificultad para distinguir la gracia de la caridad ¿Es lo mismo? Esta es la cuestión.

 SALVADOS POR LA GRACIA MEDIANTE DE LA FE
Dos cosas:
·         Estudiar la fe como virtud: hablaremos de los actos de fe, pero no lo estudiaremos (se ve propiamente en la Teología Fundamental).
·         La noción de fe, sobre la definición de San Agustín, y las otras: San Pablo y Dei Filius y CEC.

1. – Noción De Fe
Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”. Por eso, el Papa invita a una “auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo". El objetivo principal de este año es que cada cristiano "pueda redescubrir el camino de la fe para poner a la luz siempre con mayor claridad la alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo”.
Intensificar la celebración de la fe en la liturgia, especialmente en la Eucaristía; dar testimonio de la propia fe; y redescubrir los contenidos de la propia fe, expuestos principalmente en el Catecismo.
Muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo” (Benedicto XVI, Porta Fidei, 11- 10 – 2011).
-          Dios impulsa al hombre a escudriñar el mundo.
-          Dios quiere que el hombre razone y entienda:
-          El hombre se empeña en estudiar la realidad para que ella hable y nos revele el sentido.
“Entonces me dirigí a todas las cosas que rodean las puertas de mi ser …me respondieron  nosotros no somos tu Dios. Búscalo por encima de nosotros” S. Agustín, Confesiones

+ Concilio Vaticano I (Dei Filius, Cáp. III):
“Es aquella virtud sobrenatural, por la que, con inspiración divina y ayuda de la gracia de Dios, creemos son verdaderos lo que por él ha sido revelado; no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la razón, sino por la autoridad de Dios que revela el cual no puede engañar ni engañarse”.
Sperantarum substantia rerum argumentum non apparetium…
En el fondo, la Dei Filius define la fe. Esta definición es muy importante, porque reúne todos los aspectos necesarios y definitivos de la virtud de la fe.
Afirma:
·         Lo que es verdadero, lo que Dios revela. Fe es algo que para mí es verdadero lo que Dios revela. Es gracia a la virtud de la fe y no de otra cosa.
·         Afirmamos, lo que Dios ha revelado no porque lo ha revelado, sino por su Autoridad que no puede engañar ni engañarse.

+ San Agustín.
La Fe es creer”

 
                                             IN DEUM
CREDERE               DEUM
                                    DEO

¿Que lleva consigo la Fe?
Ayuda, la fe, a afirmar no unas cosas que son verdaderas, sino VIVIR con aquello que es verdadero. Tener la fe, vivir la fe.
a. Credere In Deum:
¿Dónde está la fuerza? Creer y amar a Dios: es un creer y unirse a Dios. “El justo vive de la fe…”[8].
Desde el punto de vista moral, lo importante de la fe no son los contenidos, sino sobre aquello que Dios nos ha revelado. Creer es vivir, no simplemente asentir. Es un movimiento dinámico – activo, es existencial, no es un depósito. Es aceptar esas verdades, que implica un modo de vida. Vivir la fe es un vivir en plenitud[9]. Vivir de otra manera es como si Dios no existiera.
Dos cosas:
-          La fe es una forma de acceso a la verdad.
-          La fe es un acceso a la verdad que se realiza por una comunión con quien enseña (Dios)
El movimiento propio de la fe lleva consigo un acto de la voluntad (la fe es acceso a la verdad). La voluntad tiene relevancia en la fe: “Sólo se cree si se QUIERE creer…”. Dios da un don, pero ese don requiere el ejercicio de la voluntad. Hay cosas más difícil de creer que otras. Afirmar, significa, querer afirmar[10].
Vivir lo que es la propia vida es querer. Para poder creer, hay que querer creer. ¿Cuándo la fe es meritoria, unida a Dios? Cuando hay un querer de la voluntad de la vida. Ese alcanzar a Dios (Credere in Deum) lleva un ejercicio de la voluntad. La fe es obra de Dios, pero su ejercicio es obra del hombre.

b.  Credere Deum:
Es lo que se llama el objeto material de la fe: Creo que todo lo que Dios me dice es verdad. ¿Qué creo? O ¿A quién creo? A Dios. Nosotros creemos a personas no a cosas. Creo a Dios por lo que él me enseña. Lo primario es Dios mismo. Lo secundario otras verdades que Dios me ha revelado en relación con él (Contenido fe: SE, Tradición y Magisterio):
-          Yo creo las verdades formalmente reveladas que el Magisterio propone de manera solemne y universal. Sólo estas verdades son propiamente objeto de fe.
-          Yo me adhiero y sostengo que la Iglesia define aunque no sea problema de fe.
-          Yo hago un obsequio religioso a  las verdades que la Iglesia propone en su enseñanza ordinaria.

c. Credere Deo:
No manifiesta la fe como tal, sino la razón formal, el objeto formal de la fe. Es el motivo formal de la fe. Creemos por lo que Dios revela, que no puede engañar ni engañarse.
La inerrancia de la SE y la inhabilidad de ciertos pronunciamientos del Magisterio no son motivos de fe sino garantías que Dios pone para que la Verdad nos llegue íntegra.
¿Cómo se ha tratado en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia la Fe y algunas actitudes erróneas?
“Los cristianos, en los primeros siglos, eran llamados fieles o creyentes…” La idea de fe, en los primeros tiempos con respecto a los fieles, era distinta. “Sola la fe justifica…no la ley”.
En todos los Padres se encuentran referencia a la fe:
-          San Clemente Romano (importante para la moral): concilia los textos de san Pablo y Santiago, sobre la fe, esperanza y caridad.
-          S. Ignacio de Antioquia: hace una comparación: en la vida cristiana hay un origen (la Fe) y un final (La Caridad).
La de hace posible el amor que une con Dios. La plenitud de la caridad (Santidad) es imposible sin la fe.
Los Padres y escritores cristianos de los primeros siglos no elaboran un tratado sistemático sobre las virtudes. Su interés fundamental es la predicación de las virtudes que se señalan en la Sagrada Escritura, para instruir a los files o para defender la fe. Sus enseñanzas no tienen, sin embargo, un carácter exclusivamente pastoral: la especulación teológica también tiene en ellas una parte importante.
 La reflexión de los Padres sobre las virtudes asume el pensamiento griego y romano, especialmente el platónico y el estoico, sobre todo a partir de Orígenes. Pero su fuente más importante es la Sagrada Escritura. Por eso, para ellos, por encima de las virtudes humanas están siempre las virtudes teologales. La consecuencia es que, en este organismo de virtudes a cuya cabeza están la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes humanas adquieren un nuevo relieve, y algunas que, como la humildad o la penitencia, apenas eran consideradas por el pensamiento pagano, pasan a ejercer un papel de primer orden.
Probablemente haya sido S. Ambrosio (339-397) –que tomó como modelo el De Officiis de Cicerón para su escrito del mismo nombre- el primero en llamar «cardinales» a las cuatro virtudes platónicas. A ellas se refiere en su interpretación de Gn 2,10: «De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos». El río representa a Cristo, la Sabiduría divina, fuente de la vida, de la gracia espiritual, y también de las cuatro virtudes que, representadas por los cuatro torrentes que nacen del primero, están íntimamente conexas y unidas, de modo que el que posea una posee también las otras tres[11]. La virtud es, para S. Ambrosio, el mayor bien, que dispone de medios sobreabundantes para garantizar el gozo de una vida feliz en esta tierra, y con la que se conquista al mismo tiempo la vida eterna[12].
En el pensamiento teológico de S. Agustín (354-430), la virtud ocupa un lugar primordial: «Es el arte de llegar a la felicidad eterna»[13]. De él procede la definición de virtud como «una buena cualidad del alma por la cual se vive rectamente, que no puede ser usada para el mal, y que Dios produce en nosotros sin nosotros»[14]. Cristo es la fuente de todas las virtudes: «Es Él, Cristo, quien nos da en esta vida las virtudes; es Él quien en el lugar y el puesto de todas las virtudes necesarias en este valle de lágrimas, nos dará una sola virtud, a Él mismo»[15].
Para San Agustín, la caridad es el centro de todas las virtudes y de toda la moral cristiana, hasta tal punto que define la virtud como «el orden del amor»[16], y considera las virtudes cardinales como distintas funciones del amor: «Como la virtud es el camino que conduce a la verdadera felicidad, su definición no es otra que la de un perfecto amor a Dios. Su cuádruple división no expresa más que varios afectos de un mismo amor, y por eso no dudo en definir estas cuatro virtudes –que ojalá estén tan arraigadas en los corazones como sus nombres en boca de todos- como distintas funciones del amor. La templanza es el amor que se entrega totalmente al objeto amado; la fortaleza es el amor que todo lo soporta por el objeto de sus amores; la justicia es el amor esclavo únicamente de su amado y que ejerce, por lo tanto, señorío conforme ala razón; finalmente, la prudencia es el amor que con sagacidad y sabiduría elige los medios de defensa contra toda clase de obstáculos»[17].
Otro de los Padres que es preciso tener en cuenta en la historia de las virtudes, es San Gregorio Magno (540-604), sobre todo su Comentario al libro de Job (Moralia in Iob), en el que sus reflexiones morales se orientan a la práctica cotidiana de las virtudes. También en él encontramos la idea de la conexión y entrelazamiento de las virtudes: todas se ayudan unas a otras, de modo que no existe una virtud, por pequeña que sea, si no se sostiene en las demás. «Si la humildad descuida la castidad, o la castidad abandona la humildad, ¿que valor tiene ante el Autor de la humildad y de la pureza una castidad soberbia o una humildad contaminada?»[18].
En conclusión, los Padres ponen de relieve el carácter sobrenatural de las virtudes cristianas: si deben conducir al hombre a Dios, deben tener su origen en Dios; presuponen, por tanto, la fe y la esperanza, y no serían nada sin la caridad, que las engendra y orienta a su verdadero fin.
-          S. Ireneo: en él se ve un respeto a la Tradición en la manera genuina de conservar la fe (frente a los herejes gnósticos)-
-          Clemente de Alejandría – Orígenes: Aparece el hablar de la fe como el inicio de salvación; el progreso de edificio es la Esperanza.

Tres Grandes Momentos:
1. San Ambrosio: (aparte de los mencionados anterioremente) De FIDE ad Graciano. Libro IV: Espusitio fidei: fe como virtud sobrenatural.
2. San Gregorio de Nisa: tratado de la Fe Ad simplicitium.
3. San Cirilo de Alejandría: De recta Fidei.
San Agustín: inquiridium sobre la fe, esperanza y caridad.
Toda la época hasta ante de la reforma no hay disputa sobre la fe. Con la reforma[19] es que cambia todo el sentido de la fe.

Errores más significativos sobre la Fe.
I. Lutero – Trento.
+ Sola fides:
“Solo la fe salva y justifica, sin otras virtudes”. Tiene su presunto apoyo bíblico en Rom. 3, 21-31, siendo el v. 28 el texto clave: “porque pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley”. Pero este texto aplica sólo a las obras de la Ley de Moisés. Este texto es uno de los pocos que el Magisterio ha definido su interpretación de sentido.
El Concilio de Trento en la Sexta sesión, Cáp. 8, Sobre la justificación: “La fe es el inicio de la salvación…” La fe es necesaria, está al inicio, pero es exclusiva, lo único necesario es el amor. El canon 9 condena el decir que sólo la fe redime al impío.

+ Fe Feducial:
La única fe que justifica es la fe-confianza
Para Lutero la fe es creer que me salvo, es creer que Dios a través de Jesucristo quiere salvarme, y en la medida en que yo crea él me salva, me salvo.
El concilio de Trento sostiene el carácter de la fe y el inicio de la justificación: “Limpieza completa del pecado…”. La fe se ejerce y no se suscita.
No es lo mismo decir: “Creo que Dios quiere que me salve”, a decir, “creo que Dios me salva a mí”. Decir esto segundo es negar la libertad del hombre y su capacidad para dirigirse a Dios. Es distinto decir “Confío en que Dios me salvará”
Lutero confunde creo con confío. La relación correcta entre creer y confiar es afirmar lo siguiente: “Creo, porque me fío de Dios”. El canon 12 condena la afirmación de que la fe es la confianza en que Dios me salvará por Cristo. Lutero decía que el único pecado de la fe es el de la infidelidad. Trento condena este pensamiento protestante.

II. El Racionalismo
Aparece vinculado a la reforma protestante. La fe es un sentimiento que no tiene valor, es arracional. La fe no es de la razón, para unos; la fe es un engaño de los hombres, para otros.
Irracionalidad – suspertición de la fe. “Para hablar con el mundo es imprescindible alejar la fe” (Racionalismo). El racionalismo es antirreligioso, se sitúa al margen de la religión. Emmanuel Kant[20] era profundamente religioso, y como no le sale la fe ni la razón, la postula. Es tontamente racionalista.
1Pe. 3, 15: “…dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza…” Es mostrar con una vida perceptible, de que manera se lleva la realidad de la fe. La fe es de la razón: no hay persona más razonable que aquella que acepta las verdades de la fe (aunque no pueda demostrar la fe).
La razón no es enemigo de la fe. La máxima expresión de la razón humana es la fe[21]. La fe no está nunca al margen de la razón. La plenitud de la fe la tenemos nosotros, porque no está al mismo nivel que las demás (reformadores). Aunque en ellos hay algo de verdad.
La fe no debe gobernar la vida civil. ¿Qué es lo que le da la fe al cristiano? Un marco de fe en el que puede fundamentar las verdades con la ayuda de la razón. El Concilio Vaticano I condenó el racionalismo y dedicó a mostrar que la fe es verdadero conocimiento.
La otra cara del Racionalismo es la cultura Post – Moderna[22]. Si antes se negaba la fe (Racionalismo) ahora se niega todo. El racionalismo no puede aceptar ningún tipo de fanatismo, y nuestro tiempo sí. Esta cultura post – moderna fue combatida por Pío X, con el decreto Lamentabili y la encíclica Pascendi.

III. Concilio Vaticano I[23]. Constitución Dogmática Dei Filius. Cáp. III[24]
El momento del concilio Vaticano I, afirma sobre la fe, algo que en su momento era importante. Sostiene:
-          La fe es sobrenatural y por tanto un don. No hay fin sin gracia, y la gracia es un don.
-          Que es un verdadero conocimiento: creemos son verdaderos.
-          Que no es evidente, pero si cierta. La fe no es compatible con la duda.
-          Se apoya en la autoridad divina: Jesucristo plenitud de la Revelación.
Motivos de Credibilidad: cosas objetivas que son verdaderas; pero a la hora de la verdad, lo que creen son las personas. La fe no es un sentimentalismo, sino que es primero un don, es perfectamente digna de respeto de todos.

IV. Concilio Vaticano II[25].
No añade aspectos básicos a los anteriores. Sin embargo, la Gaudium et Spes, muestra algo, plenamente, las consecuencias del vivir del mundo ¿Qué significa la fe vive en el mundo? En la mayor parte de los lugares en que trata de la fe lo que le interesa es la acción de la fe y sus relaciones con las diversas manifestaciones del mundo moderno: relaciones de la fe con la cultura, (GS 57-59) y su eficacia frente al ateísmo (GS 21), lo mismo que la acción y el papel de la fe de cara a la evangelización del mundo y a la coyuntura de la segunda mitad del siglo XX (LG 23, AG 36).

V. Algunos rasgos de entender la fe por la Teología de la Liberación[26]
Fenómeno complejo: discurso de Dios que Libera.
La teología de la liberación, cambia la concepción teológica de las tradiciones virtudes teologales. Se cambia la noción de gracia (que desaparece) y de justificación.
Como consecuencia se cambia las Virtudes teologales. Afecta a la fe y a la caridad.
¿Qué es y por qué surge? Aparece en 1960, provocada por unas diferencias de unas clases sociales sobre otras. (Opresión – opresor – oprimido = Marxismo).
¿En qué consiste? La liberación de la opresión de otras personas que impiden llevar una vida libre. Ahora ¿Qué tiene que ver Dios en esto? Porque interpreta la acción liberadora de Dios como parte de la acción del hombre.
La hermenéutica moderna que se aplica a los textos antiguos, también se puede aplicar a la historia. La hermenéutica es una filosofía existencial usada entorno a los años 60, a un momento histórico: “Si Jesucristo estuviera hoy aquí…” ¿Qué se hace? Recurrir a los textos de la Escritura: humanizar a Dios.
Si se reduce la obra salvadora de Dios a la liberación de Cristo, hay que decir ¿Qué es salvar? Y ¿Qué es liberar?
La fe, esperanza y caridad se define como término intramundanos; a las circunstancias del hombre que quiere ser salvado.
La fe es fidelidad al momento existencial, al momento que estoy viviendo. El hombre de fe – dice la Teología de la liberación – es el revolucionario. ¿Cuál es la unión práctica posible? La violencia que es el ejercicio de la liberación.
En 1979, El Papa Juan Pablo II en su intervención en puebla, hace repensar a la Teología de la Liberación.
Hay una temporalización de la existencia, todo se reduce al momento (Esto es actual en el presente)
En todo este contexto: las virtudes teologales quedan sólo enmarcadas en el momento histórico, con todo un sentido revolucionario.
La fe es reducida a una actitud de la historia; las personas desaparecen, porque lo que importa es el mundo, los grupos.
La Teología de la Liberación desdibuja las Virtudes Teologales que quedan en la temporalidad y no trascienden a Dios.

VI. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (1814-1816. 1832)
Es una expresión que lleva consigo el concilio:
-          Creer en Dios, es inseparable creer en aquel a quien Dios ha enviado en incorporarse a su misión salvadora. Creer es vivir.
-          Todo lo que en nosotros tiene fruto, es obra en nosotros, de la acción del Espíritu Santo.

VI. Otras realidades nacientes en el mundo moderno contemporáneo
-          Relativismo:
“El relativismo se ha convertido así en el problema central de la fe en la hora actual. Sin duda, ya no se presenta tan sólo con su vestido de resignación ante la inmensidad de la verdad, sino también como una posición definida positivamente por los conceptos de tolerancia, conocimiento dialógico y libertad, conceptos que quedarían limitados si se afirmara la existencia de una verdad válida para todos”. (Card. Ratzinger, Encuentro de presidentes de las comisiones episcopales de América Latina, México 1996).
      Un peligroso enemigo de la fe es el fideísmo.
      El fideísmo: ¿es un exceso de fe?
     A Dios no se le puede llegar por la razón sino sólo por la fe.
     La razón es irrelevante o enemiga de la fe.
     La razón es la antítesis de la fe.
      La fe es sentimientos y cae en lo no racional.
      La filosofía que necesitamos debe responder y superar:
  1. Eclepticismo: tomar de aquí y allá ideas racionalmente irreconciliables.
  2. Historicismo: exagerar tanto el contexto histórico que se niega la validez perenne de la verdad.
     Modernismo: Sustituir la actualidad por la verdad.
  1. Cientifismo: sólo acepto las ciencias positivas.
     Positivismo y neo positivismo.
  1. Pragmatismo: renunciar a lo teórico y quedarse con lo que da resultados: la acción política, económica.
  2. Nihilismo: actitud postmoderna de quien ha tirado la toalla acerca de la verdad, el bien, la vida y la muerte.


PROPIEDADES DE LA FE
Mediante el acto de fe, que es asentimiento y adhesión a Dios que se revela en Cristo, se acude a la fe que supone para la existencia una situación y un estado que conforma una vida. La fe, como acto y como vida, se caracteriza por algunas propiedades fundamentales:

1. – La fe, como disposición habitual, es sobrenatural. El carácter sobrenatural de la fe se puede mostrar de distintas formas. “El hecho de que la virtud de la fe sea sobrenatural, se debe a su objeto formal, su contenido…”
¿Cuál es la argumentación tradicional? La fe surge de un principio, que es la gracia. La gracia es una participación de la gracia divina.
¿Cuál es el fin (lo que consigue) de la virtud de la fe? La Visión Beatifica. Eso es conocer a Dios (Sto. Tomás). Como dice la Escritura: “Le veremos tal cual es…” ¿Qué pasa? Que seremos igual a él porque le veremos tal cual es. Ver a Dios es un modo de vivir. Aquello que alcanzamos por la fe es un vivir, conocer. Somos sujetos de una realidad que nos supera ampliamente; es un regalo (la fe) que nos viene de Dios (La vida eterna). Es un don.
La realidad del carácter sobrenatural de la fe obtenido desde la Sagrada Escritura. El hecho de que la fe sea virtud sobrenatural, aparece en la Sagrada Escritura:
·         Ef. 2, 8: “pues habéis sidos salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios…”
·         Mt. 16. 16 – 19: “…Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo…Esto no te lo ha revelado la carne sino mi Padre que está en el cielo…”
La fe procede de la gracia. Sin la gracia no hay fe. Sin ello, no hay visión de Dios. La fe y la gracia conducen al hombre.
Lo que lleva a Dios, es de donde surge la fe, es la gracia. Los sacramentos del Bautismo – Confirmación – Eucaristía son medios eficaces de salvación, sin ellos, no hay fe verdadera (es superficial). Sin gracia no hay fe ni vida de fe (Cf. Conc. Trento).

2. – La virtud de la fe es verdadero conocimiento, es decir, que aporta al conocimiento verdades. “El que cree, conoce…” (Cf. 1Cor. 12).
¿Qué diferencia hay entre hablar de conocer y saber? Conocer puede no comprometer la vida. Saber si compromete la vida.
Jn. 17, 8: “…Porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos la han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti y han creído que tú me has enviado…”.
La fe como verdadero conocimiento. Santo Tomás dice que la potencia de la fe es el conocimiento (Prima Secundae. q, 62). “Solo se puede creer, si se quiere creer…”.
La virtud me enseña afirmar lo que es verdadero, si la voluntad quiere. Cuando la voluntad quiere ¿Qué significa? Que busca un bien. Toda la voluntad moral del hombre viene de la fe: “la prueba de la fe son las obras”.

3. – No Evidente.
La fe es cualquier cosa, pero no es evidente. Nosotros afirmamos que es verdadero; pero no lo afirmamos por lo que significa[27]. Nadie conoce a Dios, nadie conoce al hombre, nadie conoce al mundo como el cristianismo.
La teología clásica, de Sto. Tomás[28], “la fe no es evidente ni en sí misma ni en sus principios” lo que se quiere afirmar es: para creer hay que conocer. Hasta que no hay fe, no hay milagro: “…Señor, creo, pero aumenta mi fe…”.

4. – La certeza de la Fe
La certeza corresponde más a un sentimiento del sujeto que conoce que a la realidad. La certeza es seguridad que tiene el sujeto de aquello que afirma. Porque tengo una razón, que permite decir que aquello es verdadero que afirmamos es cierto.
Eso es compatible con unas verdades de fe con otras verdades. Puede haber mayor certeza en una fe que en otra. ¿Qué se opone a la certeza? La duda ¿Qué ocurre? Dudar de Dios que es una verdad de Fe (duda de fe o duda de tentación)
¿De dónde procede la certeza? De aquello que yo profeso y viene de Dios. “La certeza que da la luz divina es mayor que la que da la luz de la razón natural” (Sto. Tomás).

5. – Fe Oscura
Acompaña necesariamente a todo conocimiento de otro: tanto al creer que, como al creer a y al creer en. En último término como se trata de aceptar el testimonio de alguien que merece respeto, la fe es oscura porque el que cree no ha visto. En este sentido, todo acto de fe es oscuro (Ver: Heb. 11, 1: Argumentum non apparentium).

6. – La Firmeza
Se puede poner fuera de la certeza: cuando significa la adhesión a las verdades reveladas y forma de vida que esas verdades exigen.
Cf. Ef. 4, 14ss: No ser niños fluctuantes a cualquier tipo de doctrina. Esta cita se refiere al proceso habitual de la fe (firma fiat). Una vez se recibe, por su propia naturaleza, no se pierde. Olvidarse de una verdad de fe no es perder la fe.

7. – Poder y Eficacia de la Fe o la Fe es Poderosa y Eficaz
Este modo procede de la Revelación en el NT: “Si tuviéramos fe como un granito de mostaza…” ¿Qué quiere decir el Señor? A tener una fe pequeñísima, que de ella procede la eficacia.
Jn. 5: “Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe”. Al final lo que vence es la fe.
El grado de ese poder que alcanza en la Virgen. Los Padres llegan a decir: “tal es la fe de la Virgen cuando recibe la anunciación del arcángel, que produce la Encarnación del Verbo…”.
En las bodas de Caná: “…Haced lo que él os diga…” es una total seguridad de la virgen, ante lo imposible. Todo el poder de su fe.
La formación de Cristo en nosotros se irá realizando de acuerdo a nuestra fe. “Tantos alcanzas, cuando esperas…” (Sto. Tomás). Ese esperar tiene mucho que ver con la fe: Tantum potes quantum audes. Audes es audacia.

8. - Libre
La libertad de la fe ¿Qué quiere decir? Varias cosas:
-          Si la tomo como virtud, Dios me la da.
-          Libertad de la fe, referida, al acto, es decir, ejercicio de la virtud: “YO CREO, es libre. “Solo es posible creer por la gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas” (CEC 154).
-          La evidencia no es libre, se impone. Si es libre, en cambio, lo que puede proceder de la evidencia.
-          La fe es libre[29]: YO CREO, SI QUIERO CREER. Su ejercicio depende de mí, siempre con la ayuda del Espíritu Santo sin darnos cuenta.
  
9. – La Universalidad y Unidad de la fe
La fe es universal, se extiende a todas las verdades reveladas por Dios. Todas se afirman, se asientan con la fe.
Todas las verdades de la fe guardan entre sí una unidad. Negar una de ellas, implica rechazar las demás, es negar a Dios mismo. ¿Por qué la fe es universal? Por todo lo que Dios revela.

10. – La Fe Por Su Propia Naturaleza es Social
La fe no es algo privado. Trasciende al sujeto. “La fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe” (CEC 166).
La fe se adquiere en la Iglesia y se vive en la Iglesia. Una fe que no es evangélica no es fe.
¿Quién puede tener la fe? Todos los hombres en estado viador, las almas del purgatorio (porque están en la visión de Dios). En cambio, no pueden tener fe ni los ángeles, ni los bienaventurados, ni el demonio y los condenados (porque no tiene  ningún acceso a la gracia)

LA VIDA CRISTIANA – LA VIDA DE FE
Tres cosas a estudiar:
1.      Los actos de la fe.
2.      La necesidad de la fe.
3.      Las relaciones entre la fe y la caridad

1. – LOS ACTOS DE LA FE
Es de naturaleza compleja por los diversos aspectos de las personas que se ven directamente implicados en él. Al mismo tiempo se puede decir que es un acto simple. Cuando él responde a Dios con su CREO no es posible confusión.
Las virtudes son para actuar. La fe del cristiano se debe notar en las obras de la fe: “…Una fe sin obra no salva…” (Santiago. 2, 14 ss). Una fe que no se manifiesta en las obras, es puro cuento: “no vivir como se cree, es no creer”
¿Cómo afrontar las diversas circunstancias: trabajo, dolor, sufrimiento, etc.? A través de la vida como manifestación de la fe. La cruz, la contrariedad, nos hace seguir y ver a Cristo. Por supuesto, hay luchar contra esos momentos de contrariedades, sufrimiento, etc., pero no apartarla. De ser así, falta fe. “Los problemas de conducta son problemas de fe”[30]
El acto de fe es siempre libre: creemos porque queremos creer (Don de Dios). Sino es libre, no sería meritoria.
2. – LA NECESIDAD DE LA FE
¿Es necesaria? ¿Con qué tipo de necesidad es necesaria la fe? ¿Cómo se manifiesta esa necesidad?
-          Decimos que es necesidad de medio la fe cuando por su propia naturaleza es necesaria para salvarse (Cf. CEC 161). Sin la fe es imposible agradar a Dios (Cf. Heb. 11, 6); “el que cree se salva y el que no, se condena” (Mt. 16, 16).
-          Decimos que es necesidad de precepto: para conseguir un fin; porque existe un precepto que manda. Puede ser un precepto divino o un precepto eclesiástico.
En Cáp. III de Veritatis Spléndor se pone el martirio como la suprema importancia de la fe. Hay en él (el mártir) una convicción profunda que no puede negar la fe y por ello da su vida. Negar la fe, verdad revelada, es negar a Dios.

a) La Necesidad de Medio de la Fe
Que es una verdad de fe definida que la fe, como necesidad de medio, es necesaria para la justificación y la salvación. La fe habitual (para todos) y la fe actual (los actos)

+ La fe habitual:
Es necesaria con necesidad de medio.
-          Las expresiones del Señor. Mc. 13;  Mc 16, 15 s (Ioh 3, 18): "El que crea y se bautice, se salvará..."; Heb 11, 6: "sin la fe es imposible agradar a Dios"; Heb 11, 1: "fundamento firme de las cosas que se deben esperar"; cfr. Rom 3, 24.
-          Trento. DZ. 801 : "humanæ salutis initium, fundamentum et radix omnis iustificationis, sine quo est impossibile placere Deo et ad filiorum eius consortium pervenire"
-          CVI: para nadie es posible la fe sin la justificación, y no hay fe sin perseverancia hasta el final de la fe.
Sólo se puede alcanzar la comunión de vida y visión con Dios por la fe. El hombre es capaz, ha sido elevado en el orden de la fe, por eso, puede ir a Dios (es su fin). Si su fin no es Dios, no tiene fe.

+ La fe Actual:
Es necesaria con necesidad de medio ¿Por qué se dice que es necesaria con necesidad de medio? Nuestros actos nos hacen de un modo. Es necesario ejercitar la fe.
Aquí era donde se planteaba LA SALVACIÓN DE LOS INFIELES: se planteaba (y planteó) ¿Si es suficiente un conocimiento natural para alcanzar a Dios? El Papa Inocencio XI definió: “No basta un conocimiento natural de Dios… debe tener la virtud de la gracia…”. También se planteó que fuera de la Iglesia no hay salvación.
Deben tener la virtud de la fe, creyendo explícitamente en la existencia de Dios y en que es Remunerador, por lo menos. Esto es consecuencia, en particular, de que Jesucristo es el único Mediador, de la necesidad de la Iglesia ("extra Ecclesia, nulla salus") y de los sacramentos, etc.
Por tanto, para la salvación son necesarios: fe, Bautismo, Iglesia; conversión a Cristo, por la Iglesia. Es decir, conociendo la Iglesia como instituida por Dios, hay que entrar en ella. Si no se conoce la Iglesia, es necesaria la búsqueda sincera de Dios, bajo el influjo de la gracia (deseo implícito de recibir el Bautismo): pero esto no es fácil (lógicamente, más difícil para un "pagano de buena fe", que para los que tenemos todos los medios... ¡y aún así nos cuesta!).
"Todos los hombres están obligados a buscar la verdad en aquello que se refiere a Dios y a su Iglesia y, una vez conocida, tienen, por ley divina, el deber y el derecho de abrazarla y observarla"[31]

La fe es necesaria como virtud. El contenido de la fe ¿Qué debemos creer?
-          Que Dios existe y es remunerador de los que le buscan.
-          Para bautizarse, es explícitamente necesario, creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación.
-          Implícitamente todo lo que Dios ha revelado, ha expuesto como verdad de fe.
-          Algunos por su oficio, tiene la obligación de Creer todo lo que el Magisterio enseña y nos enseña.

b) La Necesidad De Precepto De La Fe
Porque hay un mandato divino: de vivir la fe para poder salvarse.
Principio general: existe un precepto divino y precepto eclesiástico que concretan esa necesidad de precepto de la fe.
-          Precepto divino:
Mc. 16, 16: “El que no crea se condenará…”
1Jn. 3, 23: “Este es un mandamiento que creamos en el nombre de su Hijo…” Quiere decir: creer en Jesucristo y vivir según esa afirmación. Cristo pide un acto de fe para salvarnos.

-          Precepto Eclesiástico: lo que el Magisterio de la Iglesia y la Legislación canónica han expresado sobre el precepto:
* Inocencio XI: “Condena la posición según la cual que la fe no cae sobre ningún precepto…”
* En el Código de Derecho Canónico, c. 750: “Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello transmitido por la fe…todos están obligados…”

¿Qué extensión tiene ese precepto? Según la Tradición Católica Clásica:
-          Para los cristianos con uso de razón hay necesidad grave de observar y conocer: el Credo, Decálogo, Padre Nuestro y los Sacramentos (estos la necesidad de recibirlos)
-          Análogamente es necesario que en cualquier cristiano haya una disposición de conocer, no sólo el Magisterio y la Tradición de siempre, sino todo aquello de lo que es responsable (Ej., ¿Qué lleva consigo el trabajo?)
-          Existe en la Iglesia una obligación grave, por parte de los Pastores, de enseñar esas verdades
Grados de asentimiento de recibir las enseñanzas del Magisterio: Cánones:
-     c. 752: “Legislación positiva de la Iglesia” Lo que Dios ha previsto, para que nosotros profundicemos. Es el Religioso asentimiento.
-     c. 753: “Los obispos…son doctores y maestros auténticos de los fieles…y los fieles ha de adherirse a sus obispos…” Obispos individualmente, no son infalibles, pero no son cualquiera. Están unidos a los demás obispos y el colegio apostólico y con ellos a su cabeza…
-     c. 754: “Todos los fieles están obligados a observar (obedecer)…las enseñanzas solemnes del Papa y el Magisterio.

Al hablar de los Actos de la fe, hay un doble paso, de la extensión de ese precepto:
-          Existe el deber: la fe necesita por precepto ejercitarse de forma interna, habitualmente; un modo de vivir, no sólo creo, con relativa frecuencia.
Ese deber, aparece por sí mismo, al menos en tres tipos de núcleos concretos:
+ Al comienzo de la vida moral (un momento, cuando conocemos).
Este primer acto supone en el hombre Gloria o Desastre: es una Respuesta Libre (importante) en el primer acto del hombre.
+ Hay el deber de ejercitar la fe antes las nuevas definiciones Magisteriales[32]
+ Ejercitar la fe: antes necesidades concretas (Ej.; Tentaciones contra la fe; La muerte) sea con la conducta, sea internamente.

-          Existe el deber de ejercitar la fe frecuentemente, con ocasión, per accidens, de otras obligaciones de fe. Ej.: Cuando se reza, hay que hacer actos de fe.
El ejercicio de la vida cristiana es una constante necesidad de vida, de actos de fe en orden de concretar la fe.
¿Con qué frecuencia hay que hacer actos de fe? Si hay peligros de fe, tentaciones, hay que hacer actos de fe.
También se concreta de hacer actos internos de fe y también se tiene la obligación de hacer actos de fe externos, de confesar la fe. Es la fe que se manifiesta en las obras. “AL que me confiese delante de los hombres, yo lo confesaré delante de mi Padre…Al que me niegue delante de los hombres, yo no negaré delante de mi Padre…”
Nuestra comunidad de vida es donde se manifiesta nuestros actos de fe. La fe obedece (Cuando se tiene) a la dimensión de la verdad: por su misma naturaleza es difundida.
La fe es la verdad, pertenecemos a su propia naturaleza; todo lo que Dios nos ha revelado, debe ser difundido. Por eso, que el Señor exija confesar la fe: los mártires, dando su vida; los confesores, aunque no hayan dado su vida, confiesan la fe, que revela esta misma realidad.
La misma naturaleza de la fe, como Don de Dios, por nuestra condición humana, “exige ser compartida, confesada”. Eso es lo que nos hace grandes.

OBLIGACIÓN DE MANIFESTAR LA FE
¿Qué es confesar públicamente la fe? Lleva consigo:
1.      – Hay una obligación positiva de Confesar la fe[33].
2.      – Nunca es lícito negar la fe[34].
3.      – La ocultación o simulación de la fe puede ser lícita en determinadas ocasiones[35].

1. Obligación de Confesar la Fe:
En sentido amplio, se quiere decir, que la propia vida debe manifestar la fe.
Explícitamente, hacer un acto de fe público, no tiene que ser de manera continua. De no hacerla pública se puede interpretar que se niega.
Explícitamente, sin embargo, no tiene por qué ser una confesión continua ("obligat semper, sed non pro sempre"). El acto de fe deberá ser externo, claro y explícito cuando no hacerlo pueda significar una auténtica negación, un desprecio de la religión o un escándalo. Todo ello, incluso con peligro de la propia vida, ya que el bien de la fe es muy superior.
Esta obligación se puede considerar un precepto divino cuando lo exige el honor de Dios (así, por ejemplo, en un interrogatorio realizado con autoridad, cuando someterse es negar, etc.) o el bien espiritual del prójimo (fue el caso de los "libelatici", p. ej., que escandalizaban a los demás cristianos)
Hay, además, una ley eclesiástica que exige otros actos públicos de fe: en las conversiones; al recibir el bautismo, la confirmación, el orden sagrado, etc.; en la promoción a grados académicos o eclesiásticos; y siempre que lo pida la legítima autoridad expresamente y con justa causa (en general o "ad casum").
"Tienen obligación de emitir personalmente la profesión de fe, según la fórmula aprobada por la Sede Apostólica:
1º ante el presidente o su delegado, todos los que toman parte, con voto deliberativo o consultivo, en un Concilio Ecuménico o particular, sínodo de Obispos y sínodo diocesano; y el presidente, ante el Concilio o sínodo;
2º los que han sido promovidos a la dignidad cardenalicia, según los estatutos del sacro Colegio;
3º ante el delegado por la Sede Apostólica, todos los que han sido promovidos al episcopado, y asimismo los que se equiparan al Obispo diocesano;
4º el Administrador diocesano, ante el colegio de consultores;
5º los Vicarios generales, Vicarios episcopales y Vicarios judiciales, ante el Obispo diocesano o un delegado suyo;
6º los párrocos, el rector y los profesores de teología y filosofía en los seminarios, cuando comienzan a ejercer su cargo, ante el Ordinario del lugar o un delegado suyo; también los que van a recibir el orden del diaconado;
7º el rector de una universidad eclesiástica o católica, cuando comienza a ejercer su cargo, ante el Gran Canciller o, en su defecto, ante el Ordinario del lugar o ante los delegados de los mismos; los profesores que dan clases sobre materias relacionadas con la fe o las costumbres en cualesquiera universidades, cuando comienzan a ejercer el cargo, ante el rector, si es sacerdote, ante el Ordinario del lugar o ante sus delegados;
8º los Superiores en los institutos religiosos y sociedades de vida apostólica clericales, según la norma de las constituciones" (CIC, c. 833).
Legítimamente se ha establecido también en nuestra Facultad para los bachilleres, licenciados y doctores, al realizar la prueba correspondiente; etc.

2. Nunca es lícito negar la fe:
- ni directamente: de palabra, por escrito, con acciones o signos que supongan claramente la negación de la fe o la aceptación de creencias falsas;
- ni indirectamente: cuando lo que se dice o se hace no significa claramente una negación, pero ese significado se deduce de las circunstancias (aquí se pueden considerar incluidos la mayoría de los peligros contra la fe de que hablaremos luego).
La negación de la fe es un grave desprecio a Dios y supone además escándalo (no sólo mentira). Es te precepto obliga semper et pro sempre, aunque cueste la propia vida.
           Por supuesto, con esa actitud, no se trata sólo de no escandalizar, sino de ayudar positivamente: dar ejemplo, enseñar, etc..

3. La ocultación o simulación de la fe puede ser lícita, si no equivale a una negación y existe una causa justa.
Se deduce del principio general de que un precepto positivo obliga salvo grave incómodo, a no ser que se transforme en negativo (que es lo que ocurre en el punto 1).
Por tanto, se puede huir de la persecución, disimilar la condición de cristiano ante un ambiente social hostil, etc.; pero sin que nunca equivalga a negar, ni sirva de excusa para inhibirse del apostolado u otras obligaciones que brotan de la fe.
Incluso, en algunas ocasiones, habrá obligación de huir ante una persecución contra la fe, por motivos de caridad hacia uno mismo y los demás, por el bien de la propia religión y de la Iglesia, o incluso de la sociedad: en efecto, en muchos casos, manteniendo la vida o la libertad, se podrá hacer mucho más bien a la fe y a los demás que estando muerto, en la cárcel, etc.
Así lo indicó claramente el Señor: "Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. Y, si también en ésta os persiguen, huid a otra" (Mt 10, 23). El mismo y los Apóstoles se ocultaron en ocasiones, huyeron, etc., sin rehuir la muerte cuando llegó su hora.
Entre los primeros cristianos, es especialmente conocido el caso de San Cipriano, que él mismo explica[36], y que, por lo demás, también murió mártir, cuando el Señor ya lo quiso.
Así lo enseña también Santo Tomás[37].
            
 RELACIONES ENTRE FE Y CARIDAD; FE FORMADA Y FE INFORME

Afirma el Concilio de Trento: "la fe, si no va acompañada de la esperanza y la caridad, no une perfectamente al hombre con Cristo, ni lo convierte en miembro vivo de su cuerpo"[38].
(...) "El justo vivirá por la fe" (Rom 1,17). La fe viva "actúa por la caridad" (Gál 5,6).
El don de la fe permanece en el que no ha pecado contra ella (cf Cc Trento: DS 1545). Pero, "la fe sin obras está muerta" (St 2,26): Privada de la esperanza y de la caridad, la fe no une plenamente el fiel a Cristo ni hace de él un miembro vivo de su Cuerpo.
Recordemos las principales citas de la Escritura al respecto:
1 Cor 13, 2: "Aunque tuviese tanta fe que trasladase las montañas, si no tuviera caridad, nada soy";
Gal 4, 6: "Porque en Cristo... no vale... sino la fe que obra por medio de la caridad" ("fides quæ per caritatem operatur") (cfr. 1 Cor 7, 19);
Eph 3, 17: "que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, enraizados y fundamentados en el amor";
Eph 4, 15: "Veritatem facientes in caritate".
Iac 2, 17: "Sic et fides, si non habeat opera, mortua est in semetipsa".
San Agustín lo explica con su habitual claridad y precisión: "'Esta es la obra de Dios, que creáis en aquel que El ha enviado' (Ioh 6, 9). Fijáos que dice 'que creáis en él', in eum; no que creáis ei, a él. Por supuesto, si creéis en él, también le creéis a él. Pero no se da siempre a la inversa: no todo el que le cree a él  cree en él. Ahí tenéis a los demonios, que le creían a él, pero no creían en él... ¿qué es, pues, este credere in eum? Amar con fe, creer con amor, caminar hacia El por la fe, incorporarse a sus miembros... Esta es la fe que nos exige el Señor... No una fe cualquiera sino 'la fe que obra por la caridad'"[39].
Santo Tomás, por su parte, lo expresa diciendo: "La fe informe no es suficiente para salvarse, ni es fundamento de la vida cristiana, sino la sola fe formada que obra por la caridad"[40].
Observación: las relaciones entre fe y esperanza, las veremos con más detalle al tratar de la esperanza. También volveremos sobre todo esto al tratar de la caridad.
Todas estas afirmaciones se justifican teniendo en cuenta la necesidad de la voluntad para imperar el acto de fe. En efecto, para que la voluntad realice ese acto imperante sobre la fe, al ser el objeto del mismo sobrenatural, necesita ella a su vez un hábito sobrenatural que le capacite y le mueva a obrar; en concreto que le adhiera personalmente a Dios, objeto formal de la fe; y ese hábito no es otro que la caridad.
Esta realidad se puede expresar diciendo que la caridad es forma de la fe, ya que es el agente "superior" de la fe:
"Quandocumque enim duo sunt principia moventia vel agentia ad invicem ordinata, id quod in effectu est ab agente superiori est sicut formale; quod vero est ab inferiori agente, est sicut materiale (...) Cum igitur fides sit in intellectu secundum quod est motus et imperatus a voluntate; id quod est ex parte cognitionis, est quasi materiale in ipsa; sed ex parte voluntatis accipienda est ipsius formatio. Et ideo cum caritas sit perfectio voluntatis, a caritate fides informatur"[41].
Obsérvese que Santo Tomás no dice que la fe misma es lo material, sino el aspecto cognoscitivo de la fe: la fe es un todo formado por ese aspecto cognoscitivo más la forma que proporciona la caridad; por eso, la fe informe no es verdadera fe, no es una fe completa.
Por tanto, "Fe informe" o "fe muerta" quiere decir que, aunque se pierdan la gracia y la caridad por un pecado mortal, puede permanecer, en cierto sentido, la virtud de la fe en su materialidad o, lo que es lo mismo, como mero conocimiento, fruto de la anterior adhesión a Dios, pero sin que ahora permanezca esa unión con El.
Visto de otra forma, la fe como conocimiento se puede mantener en estos casos, ya que no se tienen por qué dudar necesariamente de la veracidad de Dios al cometer un pecado contra otra virtud que no sea la misma fe.
Sin embargo, propiamente, como aclara Santo Tomás[42], no se puede decir que la fe informe sea una virtud, ya que no puede realizar sus actos propios de modo perfecto, al faltar el elemento volitivo, la caridad, que es esencial en el acto de fe.
La fe informe no es propiamente virtud, pero sí un hábito, que no es diverso del de la fe formada[43]: es el mismo hábito, pero como muerto, inactivo, incapaz de merecer; el objeto es el mismo, pero cambia el "modus agendi": imperfecto en un caso, perfecto en el otro.
Por tanto, un hombre en esa situación -con fe informe- puede hacer actos de fe, aunque no perfectos, movido por gracias actuales y por el hábito de la fe informe; en particular, debido a que conserva ese hábito, tiene el camino abierto hacia la contrición y el perdón, hacia la recuperación de la vida sobrenatural; mientras que para alguien que no tiene ni siquiera la fe informe, todo ello es mucho más difícil[44].
"Qué error tan grande el que cometen las personas que, al verse en pecado mortal y sin tener todavía fuerzas para confesarse, abandonan la oración, la asistencia a Misa los domingos y dejan de hacer actos de fe y de esperanza, porque -dicen-, «estando en pecado mortal, ya nada vale». Eso es erróneo: no son actos meritorios, es cierto, pero son de algún modo dispositivos, son como un clamor, fruto de gracias actuales que Dios nos da para que lleguemos a la contrición y al sacramento. Sobre todo, no dejemos nunca de hacer actos de fe y de confesar nuestra fe, porque de ahí arranca todo el proceso de la justificación del pecador"[45].

"Ahora estamos en condiciones de comprender la grandeza de la caridad. Ella nos relaciona con Dios, no en cuanto que de El provienen la verdad y la bondad, sino en Sí mismo, mentem hominis uniens Deo per affectum amoris: por la caridad el hombre se une realmente a Dios por el afecto del amor[46]. De ahí que la fe y la esperanza estén verdaderamente vivas y operantes, cuando están informadas por la caridad. Sólo el hombre realmente unido a Dios -y esto es lo propio de la caridad- cree y espera en sentido propio: el acto pleno de la fe, como dice Santo Tomás, se manifiesta en el acto de la esperanza[47] y, sobre todo, en los actos de amor teologal[48]"[49].

De acuerdo con esto se pueden dar diversas situaciones del hombre ante la Verdad revelada:
- Persona con fe, esperanza y caridad: tiene certeza de la Verdad, confianza en alcanzar el fin, y obra en consecuencia, por amor sobrenatural a Dios, por caridad.
- Persona con fe y esperanza informes: tiene certeza de la Verdad y obra por un cierto deseo de Dios, pero sin un amor propiamente sobrenatural.
- Persona sólo con fe informe: admite la Verdad, pero no le lleva a obrar en consecuencia, y mucho menos a amar de verdad a Dios.
- Persona sin fe: no admite la Verdad; o puede admitirla en parte, pero sólo por ciencia "técnica", sin "lumen fidei", obrando entonces por una mera confianza natural en Dios, en sí mismo, etc.

EL CRECIMIENTO DE LA FE:
Para ser cristianos, primero ser humanos
Dios quiere que lleguemos a ser buenos cristianos, santos de  verdad. Pero para eso, hay que ser, primero, hombres de verdad. Si alguno pretende llegar a ser cristiano sin esforzarse antes por ser un hombre de verdad, pronto fracasaría.
Los demás hombres deben ver, a través de las cualidades humanas de los cristianos, la fuerza de la gracia de Dios que tienen en el alma. Las virtudes humanas del cristiano han de manifestarse audazmente, sin miedo a lo que puedan decir (sean alabanzas o críticas). Y hay que vivirlas con sencillez, sin querer aparentar nada. No se trata de ir de buenos por la vida. Sino de procurar ser verdaderamente buenos, como hombres y como cristianos.
Sólo Dios puede aumentar la fe ¿qué significa? Varios aspectos:
-          La fe aumenta cuando el cristiano se hace capaz de comprender un poco mejor los misterios de la tradición de la fe. (los revelados) "Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón" (DV 8); es en particular la investigación teológica quien debe " profundizar en el conocimiento de la verdad revelada" (GS 62,7; cfr. 44,2; DV 23; 24; UR 4)
-          Supone una práctica más firme del modo de vida que lleva consigo la fe. Cuando los fieles "comprenden internamente los misterios que viven" (DV 8); "Divina eloquia cum legente crescunt" (S.Gregorio Magno, Homilía sobre Ez 1,7,8: PL 76, 843 D)
-          "Cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).
La fe, como todas las virtudes, puede y debe crecer en el cristiano, como consecuencia de su continua aspiración a la santidad.
La fe se puede contemplar desde una perspectiva teniendo la dimensión:
+ Objetiva o material de la Fe: La fe no crece. Puede haber una explicitación, pero no es que se añada; la fe se está revelando hasta la muerte del último apóstol.

+ Subjetividad de la fe (Imp): Todo lo subjetivo (intensidad) aumenta, sobre todo, cuando aumenta la virtud de la fe. Es el asentimiento de la persona. Nosotros no lo podemos causar eficientemente; sí como causa meritoria a través de actos; o también dispositivamente, mediante la formación y el estudio de las verdades de fe.
Por eso, un teólogo no tiene necesariamente más fe que un niño sin uso de razón; aunque "sepa" más: ese más no es un saber sobrenatural, sino un saber natural apoyado en el mismo saber sobrenatural, en la misma fe que el niño.
La causa eficiente instrumental son los sacramentos; la causa eficiente principal, sólo Dios.

La perseverancia en la fe
La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre. Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo: "Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos, por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir, crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe "actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la esperanza (cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

La fe, comienzo de la vida eterna
La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).
Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en la visión" (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una manera confusa,...imperfecta" (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
Entonces  es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).

              FORMACION EN LA FE 
              Necesidad y contenido de esa formación
            Hemos visto como la fe, implícitamente, es la misma para todos, abarcando todas las verdades en una unidad: en ese sentido, la fe no puede crecer; pero en cuanto se hace explícita en una persona concreta, sí que la fe puede y debe crecer, mediante el estudio y la formación, que es más o menos necesaria según el uso de razón, nivel intelectual, vocación específica de la persona, etc.
            Además, forma parte de la fe viva, de la necesidad de que a la fe acompañen las obras, el deseo de conocer cada vez más y mejor el depósito de la fe, y por tanto, el deseo de aprender, estudiar y formarse.
"No cesamos de rogar y pedir por vosotros para que os llenéis del conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual... creciendo en el conocimiento de Dios"[50].
            La obligación de difundir la fe a todos los hombres de todas las culturas, niveles intelectuales, etc., exige también la oportuna formación en la fe, en las formas de expresarla, etc.
            La Iglesia va concretando unos mínimos, pero está claro que la vida moral y la vida espiritual no se pueden apoyar en mínimos, en un mero cumplir, sino en aspirar al máximo, a la santidad, que incluye, en particular el mayor conocimiento explícito posible de Dios, con la consiguiente adhesión de fe.[51].

            Además, la situación actual hace quizá todavía más necesaria, importante y urgente esa formación en la fe, cuanto más amplia y profunda mejor.
Algunos casos concretos:
            1. Niños o adultos sin uso de razón: deben aprender las verdades más esenciales ya señaladas, en la medida de sus posibilidades; además, para poder recibir la Sagrada Comunión, distinguir claramente entre el pan común y el Pan eucarístico (es decir, conocer lo mínimo sobre la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía).
            2. Formación básica para la Primera Comunión: catequesis elemental pero completa basada en el Credo, los Mandamientos, la Oración y los Sacramentos.
            3. Formación para la Confirmación (antes era la misma que para la Primera Comunión; ahora se distingue en muchos lugares, para suplir así lo que no se da en los colegios): más o menos el mismo esquema, con mayor desarrollo y profundidad.
            4. Formación básica para el Bautismo de adultos (y por tanto, Confirmación y Comunión también, en su caso): idem, con una mayor hondura propia de la edad.
            5. Programas de religión de los centros educativos, a todos los niveles (incluso teología en la universidad, cuando se puede: está claro que un universitario católico debe tener una cultura religiosa acorde con su condición; es decir, similar al resto de su formación cultural básica; aunque no, desde luego, al nivel de su especialidad concreta).
            6. Catequesis de adultos, en general: conviene mucho que exista de una forma u otra, aunque no se llame así (ciclos de conferencias, reuniones formativas,...; lecturas oportunas; aprovechar también las homilías y otros medios ordinarios; etc.).
            7. Preparación previa al Matrimonio: además de ser ocasión para repasar y profundizar en las verdades básicas de la fe, debe incluir sobre todo la formación doctrinal, moral y sacramental específica sobre el Matrimonio y la Familia, con la suficiente hondura.
            8. Para los laicos en general, formación en las obligaciones y responsabilidades del propio estado, condición y profesión, de acuerdo con la vocación de cada uno (en particular, doctrina social de la Iglesia, deontología profesional, obligaciones morales cívicas, etc.).
            9. Estudios filosófico-teológico establecidos para la ordenación diaconal y sacerdotal.
            10. Estudios necesarios para el diaconado permanente.
            11. Licenciatura y doctorado en una ciencia eclesiástica, para obispos, profesores, etc., de acuerdo con las normas establecidas.
            12. Planes de estudios propios de las órdenes y congregaciones religiosas, institutos seculares, asociaciones de fieles, apostolados específicos, etc. En definitiva, saber lo necesario para desempeñar la propia misión en la Iglesia que da cada vocación particular.
"La fe trata de comprender" (S. Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado. Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9), "creo para comprender y comprendo para creer mejor".


PECADOS CONTRA LA FE
Clasificación general de los pecados directos contra la fe:
a) Omisión: de acuerdo con lo visto al hablar de la necesidad de la fe, hay pecado de omisión contra la fe cuando se omite culpablemente un acto de fe interno o externo que hay obligación de hacer.
b) Comisión:
+ Por exceso.
+ Por defecto.
* Comisión Por Exceso: Se habla de pecados "por exceso" en sentido relativo o "secundum quid", ya que propiamente no se puede hablar de exceso de fe, como de ninguna virtud teologal; son pecados más bien "præter fidem" y no "contra fidem":
- credulidad temeraria: admitir como reveladas cosas que no lo están, verdades que no pertenecen propiamente al objeto de la fe;
- superstición (también afecta a la virtud de la religión, aquí entra la santería);
- falsas devociones (idem);
- lugares u objetos pseudomilagrosos, etc.
En la práctica estos pecados suelen ser veniales, ya que suelen ser debidos a ignorancia y falta de formación.

* Comisión por defecto = infidelidad = ausencia de fe debida. Puede revestir varias formas:
- Infidelidad negativa: consecuencia de que nunca se ha recibido noticia de la fe (no culpable): no es pecado; es el puro paganismo[52], lo que se suele entender en el lenguaje corriente por "infieles"[53].
- Infidelidad privativa: fruto de una negligencia consciente en la instrucción de la fe. Es grave. Es el caso del "infiel" que sospecha estar equivocado, pero no busca la verdadera fe; o del cristiano que no conoce o no acepta una verdad de fe porque culpablemente no se ha formado bien; etc..
- Infidelidad positiva: es la oposición culpable a la fe; es la infidelidad propiamente dicha.
Es un pecado gravísimo. Santo Tomás llega a decir: "infidelitas est contra naturam"[54], ya que el hombre está, por naturaleza abierto a la verdad, y negarse a admitir la revelación divina, va contra esa tendencia natural.
Esta última es también lo que propiamente se puede entender por "incredulidad": “La incredulidad es la menosprecio de la verdad revelada o el rechazo voluntario de prestarle asentimiento” (Cat., n. 2089). “No seas incrédulo sino creyente…” (Jn. 21) [55].
“Incredulidad, en sentido preciso, es sólo el acto espiritual mediante el cual alguien niega reflexivamente el asentimiento a una verdad que se ha presentado ante sus ojos con suficiente claridad como palabra de Dios"[56]
Existen Dos Formas Principales De Infidelidad Positiva:

a) Herejía:
Este término procede del griego “hairesis”  = "selectio": la herejía es hacer una "selección" dentro del objeto material de la fe: aceptar una parte y rechazar otra[57].
Así la define el código de derecho canónico: "Se llama herejía a la negación pertinaz después de recibido el bautismo, de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica, o la duda pertinaz sobre la misma"[58].
Para que haya herejía se requiere, por tanto: Error o duda en el intelecto y pertinacia en la voluntad.
Los distintos tipos de herejías se pueden clasificar en:

1. Objetiva: es una doctrina contraria a la fe (su estudio pertenece más bien a la dogmática; ejemplos: protestantismo; comunismo; modernismo; etc.).

2. Subjetiva: error del sujeto (es lo que estudia propiamente la moral)

3. Material: cuando el error es involuntario; no es pecado mientras  no se descuida conscientemente salir de ese error: en caso contrario, se hace de hecho voluntaria (es el caso, por ejemplo, de los hijos de herejes, hasta que conocen la verdadera doctrina, o empiezan a dudar si les han enseñado bien la doctrina cristiana)

4. Formal: error voluntario y pertinaz; es decir, se requiere: negación de una (o varias) verdades reveladas, enseñada por el Magisterio solemne u ordinario universal, y con desprecio y oposición consciente y voluntaria a esa verdad (Ej.: Lutero)

5. Interna: sólo de la mente: ya es herejía.

6. Externa: sea "oculta" (ante pocos) o pública; es una condición necesaria para incurrir en las penas eclesiásticas que indicaremos enseguida.

La herejía (pecado mortal-grave) es pecado "ex toto genere suo" (no admite parvedad de materia). Está clara su gravedad, ya que supone un desprecio directo a Dios, a su autoridad, a su infalibilidad y a su veracidad. Además, atenta contra la unidad de la Iglesia, y pone en peligro la fe de otros.
Si se niega una verdad enseñada por el Magisterio, pero no declarada como de fe divina y católica, se comete un pecado contra la fe, más o menos grave según el valor de la verdad o verdades que se niegan y el peligro que esa negación suponga para las verdades estrictamente de fe, pero no es necesariamente herejía. Clásicamente se solía distinguir, según su mayor o menor proximidad a la herejía propiamente dicha, entre: sentencia próxima a la herejía, errónea, temeraria, malsonante, etc. Está castigado con penas.
Cuando se niega una fe enseñada por el Magisterio pero no definida, se convierte en un pecado contra la entidad y no la fe. Ej.: La Ordenación de Mujeres (Doctrina irreformable); el aborto: pecados contra la fe pero no una herejía.


b) Apostasía:
Etimológicamente significa "secessio": es el completo abandono de la fe cristiana para pasarse a otra religión o quedarse sin ninguna. Así la define el código: "apostasía es el rechazo total de la fe cristiana"[59].
Es pecado mortal "ex toto genere suo"; más aún, es el pecado más grave contra la fe, ya que supone despreciar totalmente la verdad divina, y rechazar por tanto totalmente a Dios, o al menos su veracidad y su Verdad. Además, atenta, mucho más que la herejía, contra la unidad de la Iglesia, y pone en peligro la fe de otros.
No cabe propiamente una apostasía material. Es siempre pecado formal: acto voluntario y libre.

c) El cisma
"Rechazo de la sujeción al Sumo Pontífice o de la comunión con los miembros de la Iglesia a él sometidos"[60]. No va propiamente contra la fe, pero suele incluir, al menos, la herejía de negar la infalibilidad y la autoridad papal.
En el fondo, "herejía y apostasía en realidad son lo mismo: su raíz está en erigir la propia razón como criterio único de verdad y rechazar la autoridad de Dios. Mi yo, mi razón, mi subjetividad como único criterio: esto me convence, esto no me convence. Esta y no otra es la diferencia entre el hereje y el creyente: el hereje acepta la palabra de Dios en aquello que le convence y, por tanto, no como palabra de Dios sino como razonamiento humano[61]. El creyente, en cambio, acepta la palabra de Dios como palabra de Dios; por tanto, en su totalidad, llegue o no llegue mi razón"[62].

PENAS:
- En el caso de que sean públicos, debido a la gravedad de estos pecados, al daño que causan a los demás y al peligro en que ponen la fe de todos, la Iglesia ha establecido unas penas que afectan tanto a herejes como a apóstatas[63]: excomunión "latæ sententiæ" (Sin proceso judicial: el aborto) e irregularidad "ex delicto" (Para la Ord. Sacerdotal)

- Para los clérigos, además, posibilidad de privación de beneficios y honores eclesiásticos, etc., hasta llegar, si es necesario, a la expulsión del estado clerical.
Antes la excomunión era  reservada "speciali modo" a la Santa Sede; y había también "infamia iuris" y privación de sepultura eclesiástica.
Ya en la Sagrada Escritura se habla de la no comunión con los herejes: "Del hombre hereje, después de una y otra amonestación, sepárate" (Tit 3, 10-11); "Si alguno va a vosotros y no lleva esta doctrina, no le recibáis en casa y no lo saludéis" (2 Ioh 1, 10). Aunque, desde luego, siempre han estado abiertas las puertas al arrepentimiento y la reconciliación, y es lo que se debe buscar siempre, salvaguardando la fe.
Estas medidas no son fundamentalmente castigos, sino que suponen una defensa de la fe de los que pueden verse influidos por el hereje o apóstata.
La Iglesia, modernamente, ha reiterado las condenas y las advertencias sobre dos tipos de apostasía especialmente graves, peligrosos y abundantes en los últimos siglos: el comunismo y la masonería.

+ Comunismo: de acuerdo con la doctrina repetido con frecuencia desde Pío XI[64] (incluidos Pablo VI y el Vaticano II):
- Son apóstatas los católicos que profesan la doctrina comunista.
- Es ilícito inscribirse en un partido comunista o darle apoyo, propagar o leer libros comunistas, votar a gente aliada o que apoya a los comunistas, etc.
Por tanto, los que se adhieren al comunismo incurren en las penas que conlleva la apostasía, y se les deben negar los sacramentos a los que hacen esto consciente y libremente.
La actual crisis del comunismo todavía no ha supuesto su extinción; y de hecho es precisamente en los países de mayor tradición católica y entre católicos, donde con más frecuencia se apoyan todavía, o se profesan incluso, las doctrinas comunistas: es el caso, en particular, de algunas teologías de la liberación[65].
Es importante recordar, al respecto, que el marxismo es en sí mismo un sistema ateo, y que no es posible separar su aspecto "científico", de análisis económico, social y político, de su ideología esencialmente atea.

+ Masonería: entendemos aquí por masonería un conjunto de sociedades secretas o, al menos, cerradas, de carácter filantrópico, cuyos miembdecir, un pecadotrinas naturalistas, racionalistas, indiferentistas, deístas, etc., mezcladas con presupuestos humanitarios o moralizantes. De su indiferentismo surge un ataque expreso a la fe católica: este anticlericalismo se da, sobre todo, en las ramas de tipo "francmasónico" menos virulentas, pero no por ello poco peligrosas, son las masonerías de tipo inglés o escocés.
Su primera condena expresa se remonta a Clemente XII (1738). El documento más importante al respecto es la Humanus genus de León XIII. El código de derecho canónico del 17 prohibía expresamente a los católicos dar el nombre a esas sectas secretas (c. 684), bajo pena de excomunión (c. 2335). En 1974 la Santa Sede recordó que todo ello seguía en vigor.
El nuevo código ha actualizado esta doctrina: no habla expresamente de "masonería" porque tiene en cuenta la proliferación de otros grupos sectarios, no necesariamente masónicos, y la evolución de algunas ramas masónicas; por eso prescribe más en general (c. 1374): "Quien se inscribe en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa; quien promueve o dirige esa asociación, ha de ser castigado con entredicho".
No dejaría necesariamente de ser apostasía, aunque la masonería dejase de conspirar contra la Iglesia (de hecho, no ha dejado); pues apostasía es el apartamiento de la fe de la Iglesia, que no supone necesariamente ir contra ella.

Pérdida De La Fe:
La virtud sobrenatural de la fe se pierde por
- un acto de infidelidad, apostasía o de herejía formal (es decir, un pecado mortal formal contra la fe), con el que se destruye el objeto formal "quo" (aceptación de la autoridad de Dios), y con él, el hábito de la fe.
- Aunque, en el caso de la herejía, se puedan seguir aceptando otras verdades, no se haría ya propiamente por la veracidad de Dios: se está negando su autoridad y rechazando por tanto el objeto formal de la fe, la razón por la que se debe cree.
"Es difícil pensar en una situación más dramática y grave, porque la fe, conservar la fe, es el punto de partida para todo arrepentimiento y perdón de los pecados, es el «initium salutis», el que ya no tiene fe se ha maniatado a sí mismo y no tiene recursos para levantar su ánimo hacia Dios. Aquí ya no hay sólo naufragio de la fe, sino hundimiento"[66].
Sin embargo, no toda apariencia de pérdida de fe supone una tal pérdida: puede haber gente con la fe simplemente "oculta" por muchos otros pecados, porque no han llegado a hacer actos formales contra la fe; o también pueden tener fe, pero que les falte formación (este puede ser el caso también de muchos ortodoxos, protestantes, etc.).
- En todo caso, la fe siempre se pierde por culpa propia, ya que "el Señor... los confirma con su gracia para que perseveren en esa misma luz (de la fe), no abandonándolos, si no es abandonado"[67].
No se pierde por "ignorancia inculpable" (ambiente, le engañan, etc.), pues la gracia actúa sola: al menos hay culpabilidad en no poner los medios

OTROS ATENTADOS CONTRA LA FE
Los peligros contra la fe: principios generales
Conviene recordar los criterios generales respecto al peligro de pecar, y que se aplican por tanto al peligro de pecar contra la fe: nunca es lícito ponerse en ocasión de pecar ¿Qué se está diciendo? Que no es lo mismo el acto que el riesgo, pero hay una intención.
Tipos de ocasión:
- Próxima o remota: según la cercanía al pecado mismo.
- Voluntaria o necesaria: según se busque libremente o se presente sin buscarla.
- Objetiva o subjetiva: según sea un peligro para cualquiera o para el sujeto concreto por sus circunstancias.
- Externa o interna.

Principios básicos:
1. Nadie se puede poner voluntariamente en ocasión próxima de pecado; si se hace, se comete un pecado de la misma gravedad que la materia del pecado buscado.
2. Si la ocasión es próxima, pero necesaria (no depende de la propia voluntad), al menos hay que poner todos los medios posibles para transformarla en ocasión remota. Con la fe, todo esto cobra mayor importancia y obligación, al ser la puerta de la salvación, y un gran tesoro.
De todas formas, no se trata tampoco de inhibirse, huir del mundo, no relacionarse, no leer nada, etc., con la excusa de que está todo muy paganizado, doctrinalmente confuso, etc. Hay que saber encontrar el justo medio entre la salvaguarda de la fe y su propagación, para la que es necesario, según la vocación de la mayoría de los cristianos, "estar en el ajo".
La incoherencia vital con la fe y su gravedad moral
Como consecuencia de la íntima unión entre fe y vida, fe y obras, fe y caridad, que ya hemos estudiado, la incoherencia vital con la fe, el indiferentismo práctico, o la negligencia en demostrar con las obras la propia fe, son ocasión próxima de atentar contra la misma fe, y por tanto pecados contra ella, que pueden ser graves, si suponen un claro desprecio de lo divino: puede ser una actitud práctica equivalente a negar públicamente la fe.
Se incluyen aquí, por ejemplo: el desinterés por la gloria de Dios, el bienestar de la Iglesia o la salvación de las almas; la negligencia en las obligaciones religiosas, en la defensa de aspectos concretos de la fe y de la moral en la vida social, política, etc.; la incoherencia entre hechos y palabras, etc.
Detrás de ello puede haber ignorancia (culpable o inculpable), prejuicios contra temas de fe o contra la Iglesia o los eclesiásticos, tibieza, excesiva preocupación por lo material y mundano, amor propio, etc. Por otra parte aunque no todos los pecados contra una virtud sean propiamente pecados contra la fe, sí que en todos ellos hay un cierto debilitamiento de la fe, ya que suponen una "aversio a Deo et conversio a creaturas", y por tanto un fiarse menos de Dios y más de uno mismo o de otras personas[68].
En definitiva, cualquier actitud inmoral, aunque no incluya explícitos atentados contra la fe, es siempre un claro peligro de perderla.

Dos Tipos de peligro contra la fe:
a. Las dudas de fe
En general, debido a la certeza propia de la fe, dudar es claramente poner en peligro la fe: los cristianos "nunca pueden tener motivos justificados para cambiar o poner en duda su fe"[69]. Es el que ni afirma ni niega (precisa)
Técnicamente, conviene distinguir entre:
“+ La duda voluntaria  respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer.  
+ La duda involuntaria  designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta deliberadamente, la duda puede conducir a la ceguera del espíritu” 
- Duda negativa o involuntaria: suspensión del juicio por dificultades ante alguna verdad: “La duda involuntaria  designa la vacilación en creer, la dificultad de superar las objeciones con respecto a la fe o también la ansiedad suscitada por la oscuridad de ésta. Si la duda se fomenta deliberadamente, la duda puede conducir a la ceguera del espíritu” (Cat., n. 2088: la duda voluntaria respecto a la fe es siempre inmoral, mala; no es lícita. Es siempre culpable). Puede ser meritoria, si se rechaza con un acto de fe (en principio es una tentación, simplemente); lleva a una duda ya pecaminosa si se concede la posibilidad de que puede no ser así... 
- Duda positiva y voluntaria: “La duda voluntaria  respecto a la fe descuida o rechaza tener por verdadero lo que Dios ha revelado y la Iglesia propone creer” (Cat., n. 2088: La duda involuntaria depende de las disposiciones subjetiva de la persona); es decir, es la ausencia de asentimiento firme a las verdades reveladas, aunque no se nieguen explícitamente. Si no se sale de ella con prontitud, puede llegar a ser equivalente a la herejía, como afirma el código: "Se llama herejía a la negación pertinaz (...) o la duda pertinaz sobre la misma"[70].
IMP: “lo que no es lícito poner en duda”
La llamada duda cartesiana o metódica es antinatural, pues hay evidencias que no son demostrables, y verdades de fe, que tampoco lo son. Podría ser lícita, en teoría, una duda metódica científica, si no se toma como duda real; pero es peligrosa: en teología, las verdades de fe son puntos de partida incuestionables y que deben estar presentes en todo el razonamiento teológico.
Por tanto, no es legítimo nunca dudar metódicamente con la supuesta intención de fundamentar "mejor" la fe: el error no posee el mismo fundamento que la verdad (que es inmutable: Dios). Además, no se puede dejar de lado el influjo de la gracia: una duda positiva supone un frenazo, un esfuerzo contrario a ella, y por tanto, es propiamente pecado. Por supuesto, es bueno y conveniente buscar una fundamentación racional de la fe, pero esto no requiere la duda, ni siquiera como simple método.
Un error muy común en la actualidad es buscar una supuesta "objetividad", que no siempre coincide con la verdad: esta actitud puede llevar al escepticismo, a un llamado "respeto" a todas las opiniones, que, de hecho, va en contra del respeto a la verdad misma. Se confunde verdad con opinión, relativizándola; se afirma que la "objetividad" está en los datos; etc. Pero se olvida que en la verdad de fe está siempre en juego lo personal: los datos no "comprometen" (p. ej., 2 + 2 = 4); en cambio, la Verdad completa, sí.
"La intención del cristiano que quiere llevar adelante una discusión sobre la fe debe orientarse no a demostrar la fe, sino a defenderla"[71]; ya que las verdades de fe no pueden ser demostradas por ningún argumento racional. Entrar en la dialéctica racional en los temas de fe, es traicionar la misma naturaleza de la fe, es autoderrotarse de antemano, porque no hay salida posible; o por lo menos, es una ingenuidad...

b. Tentaciones Contra la Fe
No son nada. El problema no es tener tentaciones, sino aceptarlas. Por eso, poner los medios para superarla.
Una cosa es tentación contra la pureza y otra tentación contra la fe.
En cada ámbito, poner los medios para superar la tentación para no pecar.

Existen una serie de conducta que lleva consigo un riesgo particular contra la fe 
Actualmente, en la mayoría de los países, se da una situación de pluralismo religioso, más o menos respetuoso con todas las religiones y creencias. Esto tiene la gran ventaja de la libertad religiosa, que la Iglesia católica es la primera en defender, de forma que nadie pueda imponer por la fuerza a otros sus propias creencias. Pero, por contra, frente a los antiguos estados confesionales, supone un cierto peligro para la fe, al entrar el católico en contacto continuamente con personas, grupos, publicaciones, etc., de otras confesiones cristianas, de otras religiones, incluso ateas, etc.
Estudiaremos a continuación algunos problemas concretos más significativos que se presentan en esa situación, y que pueden suponer un peligro contra la fe.
Normalmente se han agrupado en bloques:
a.    La Comunión In Sacris.
b.    Los centros de enseñanzas.
c.    Publicaciones y medios de comunicación.
d.   Matrimonio mixto.

a. La "Communicatio" in Sacris
El punto de partida general puede ser la clara afirmación de San Pablo: "No os mezcléis con los paganos, pues... ¿qué de común tienen la luz y las tinieblas?" (2 Cor 6, 14); y las advertencias del Señor: "Guardaos de los falsos profetas, los cuales se acercan a vosotros vestidos con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15; cfr.  2 Cor 11, 14; Act 20, 29).
Para estudiar ese peligro conviene distinguir:
a)  "Communicatio in sacris" = participación conjunta en actos públicos de culto, sea católicos en actos no católicos, o no católicos en actos católicos.
Puede ser:
+ Activa: tomar propiamente parte en el acto de culto.
+ Pasiva (mera presencia).
La única Iglesia fundada por Cristo es la Católica: hay que defender esta verdad. Por eso, una participación indiscriminada de católicos en actos religiosos no católicos, o viceversa, puede representar peligro de herejía, más o menos próximo y grave, o también puede suponer un pecado de escándalo.
Por tanto, "Communicatio in sacris, quæ unitatem Ecclesiæ offendit aut formalem errori adhæsionem vel periculum aberrationis in fide, scandali et indifferentismi includit, lege divina prohibetur"[72].
En particular, están prohibidas:
- la participación activa de un católico en ceremonias no católicas (p.ej., celebración del matrimonio de un católico en un rito religioso no católico; puede haber excepciones o dispensas -caso reyes de España...-);
- la participación activa de un no católico en ceremonias católicas (p. ej., protestante que comulga de manos de un sacerdote católico).
La participación pasiva, en ambos casos, si se evita cuidadosamente el escándalo y se procura alejar el peligro contra la fe, puede ser lícita: por ejemplo, la simple asistencia física al matrimonio o al entierro de personas de otras religiones, por ocupar cargos públicos, por amistad o compañerismo, etc. Más aún, puede ser incluso conveniente, en algunos casos: por ejemplo, invitar a no católicos en camino de conversión, a asistir a los templos y ceremonias católicas, pero sin recibir los sacramentos; o por motivos ecuménicos más generales, siempre con la debida prudencia, permiso de la autoridad eclesiástica, etc.
La communicatio in sacramentis es, lógicamente, el caso más importante de "communicatio in sacris", por el especial valor de los sacramentos. El criterio general es que no se puede realizar, pues atenta contra la unidad de la Iglesia y siempre es una participación activa.
IMP: donde la fe y los sacramentos no es común, no se puede participar en ningún caso. Salvo en excepciones.
Pero la Iglesia ha contemplado como excepción un caso especial, que es el de las Iglesias orientales separadas, debido a la fe que mantienen respecto a los sacramentos, igual a la nuestra:
"Pero, por lo que se refiere a los hermanos orientales, la práctica pastoral demuestra que se pueden y se deben considerar diversas circunstancias individuales en las que la unidad de la Iglesia no sufre detrimento ni hay peligros que se hayan de evitar; en cambio, apremian la necesidad de la salvación y el bien espiritual de las almas. Por ello, la Iglesia católica, según las diversas circunstancias de tiempo, lugar y personas, usó y usa con frecuencia una manera de obrar más suave, ofreciendo a todos medios de salvación y testimonio de caridad entre los cristianos, mediante la participación en los sacramentos y en las otras funciones y cosas sagradas. En consecuencia, «para no convertirnos en obstáculo con la rigidez de nuestras condiciones a los que se salvan»[73] y para fomentar más y más la unión con las Iglesias orientales separadas de nosotros, el santo Sínodo determina la siguiente manera de actuar:
»Teniendo en cuenta los principios ya dichos, pueden administrarse los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Unción de enfermos a los orientales que de buena fe viven separados de la Iglesia católica, con tal que los pidan espontáneamente y tengan buena disposición. Más aún: pueden también los católicos pedir esos mismos sacramentos a ministros acatólicos de Iglesias que tienen sacramentos válidos, siempre que lo aconseje la necesidad o un verdadero provecho espiritual y sea física o moralmente imposible acudir a un sacerdote católico.
»Supuestos esos mismos principios, se permite la comunicación en las funciones, cosas y lugares sagrados entre los católicos y los hermanos separados orientales, cuando exista alguna causa justa.
»Esta manera más suave de comunicación en las cosas sagradas con los hermanos de las Iglesias orientales separadas se confía a la vigilancia y dirección de los jerarcas de cada lugar; éstos deben deliberar entre sí y, si hay lugar, oír también a los jerarcas de las Iglesias separadas; y así encauzar el trato entre los cristianos con preceptos y normas oportunas y eficaces"[74].
Casos: Penitencia – Eucaristía – Unción de los enfermos: participación de ortodoxos en la Iglesia Católica; y de Católicos en Iglesias Orientales. La fe es común, se puede administrar a los Orientales que de buena fe separados de Roma se les puede dar y viceversa.
Se permite la comunión en algunas cosas, lugares entre hermanos separados orientales, de participar en una misma celebración: siempre con las dispensas necesarias.

Comunicación a nivel privado = rezar juntos católicos y no católicos, privadamente; etc.: el peligro contra la fe es claramente menor, en general; pero puede existir, sobre todo si esas oraciones o prácticas tienen un contenido doctrinal no católico; también se mantiene el peligro de escándalo. Por eso, hay que actuar siempre con prudencia, sopesando bien los inconvenientes (peligro para la propia fe o la de otros católicos) y las ventajas (acercamiento de esas personas a la verdadera fe).

b) "Communicatio in civilis"
Tareas políticas, sociales, profesionales, económicas, etc., con intervención de personas o grupos de distintas confesiones o religiones.
En general, sólo está prohibido si hay verdadero peligro.
Hay que distinguir el tipo de personas, y el tipo de colaboración (personal o en grupos; estable u ocasional; etc.). Algunos criterios orientativos pueden ser:
En asuntos de orden temporal es lícito y bueno cooperar con cualquier tipo de persona individualmente, si no supone ocasión próxima de pecado; más aún, habitualmente, será una magnífica ocasión de "apostolado ad fidem".
En grupos asociados, pueden presentarse más problemas, según su actitud ante la fe y la Iglesia:
Si son grupos "neutros" en temas religiosos: es lícito colaborar, en principio, salvo que haya decisiones inmorales habituales, etc. Muchas veces será muy conveniente participar en esas asociaciones, sobre todo los laicos (es su ambiente propio: sindicatos, partidos, comunidad de vecinos, asociaciones profesionales o lúdicas, etc.), precisamente para darles un sentido cristiano, hacer apostolado personal y social con ocasión de esa colaboración, etc.
Con frecuencia, algunas decisiones inmorales aisladas no tienen por qué exigir el abandono de esos grupos, siempre que quede clara la negativa personal a esos asuntos, ya que se puede seguir haciendo el bien muchas otras veces. Cuando esa situación se repite mucho, o el fin o la orientación general mismos empiezan a ser de dudosa moralidad, hay que abandonar la asociación o grupo que sea.
Hay que tener en cuenta también que el hecho de que "todo el mundo pertenezca a...", no es motivo para que uno se sienta obligado a ello, si no es lugar propio de un cristiano (por ejemplo, en muchos países casi todos los sindicatos son socialistas o comunistas; se puede entonces promover sindicatos o candidaturas independientes, etc.)
Si se trata de grupos antirreligiosos, anticristianos, que promueven un marcado indiferentismo religioso, o una marcada inmoralidad social y/o personal, es claramente peligroso y reprochable colaborar con ellos.
En particular, con las ideologías materialistas y ateas, como tales, no cabe diálogo ni cooperación; otra cosa es el trato con las personas singularmente.
En todo esto, hay que tener en cuenta además las reglas generales del escándalo y la cooperación al mal, que se estudiarán al hablar de la caridad.
No olvidar que, a pesar de todo lo dicho, se mantiene el principio general de que nadie se puede poner voluntariamente en ocasión de pecado: por tanto, si cualquiera de estas "comunicaciones" se busca directamente por el peligro a la fe que suponen, aunque se saque cualquier otra excusa, la valoración moral es clara: la mala intención las hace siempre pecaminosas.

B. Los centros de enseñanza
Cada vez es más frecuente en numerosos países la proliferación de centros de enseñanza, a todos los niveles (aunque el problema es más delicado para la enseñanza primaria y secundaria), que no tienen en cuenta en la formación que imparten una concepción cristiana de la vida; y también empieza a ser común que muchos católicos no tengan apenas opciones a la hora de elegir el lugar de sus estudios o el de sus hijos.
Criterios:
Está claro que no es lícito frecuentar centros de enseñanza (ni profesores ni alumnos católicos) donde hay peligro próximo de perder la fe, porque se enseñan con profusión doctrinas claramente contrarias a ella. En particular, en el caso de los niños, los responsables (y por tanto, los que pecan) son sus padres.
Aunque existen escuelas que teóricamente no imparten ninguna enseñanza de tipo religioso, y procuran evitar toda orientación religiosa de cualquier signo en las demás materias, de hecho es utópico hablar de escuelas "neutras", pues ninguna enseñanza, en cuanto transmisión de ideas entre seres humanos, es neutra, en la medida en que todo lo humano es espiritual y religioso por naturaleza.
En la medida de lo posible, se debe evitar acudir a esos centros de enseñanza, por el indiferentismo que producen; aunque podrían acudir los alumnos, si no hay otra posibilidad factible, tomando las medidas oportunas: completar la formación religiosa en la familia, la parroquia, etc.; contrarrestar las posibles malas influencias de la escuela (vigilar los programas, libros, etc.; dar "antídotos). Para los profesores el peligro es menor, e incluso pueden hacer un gran bien procurando orientar mejor la enseñanza que se imparte en esos centros, siempre que no haya peligro de escándalo.
En el caso de menores de edad, los responsables de cubrir esas deficiencias son la familia, el obispo, el párroco, etc.
Todo esto acentúa la importancia del derecho y el deber de los padres de promover escuelas de inspiración cristiana: de no actuar sólo a la defensiva, etc. Análogamente, las obligaciones de los obispos, párrocos, etc. (son temas de otras asignaturas propiamente; pero no está de más insistir aquí en ello). Conviene recordar que la escuela es subsidiaria de la familia, y no al revés.

C. Las publicaciones y los medios de comunicación
Los libros y los medios de comunicación y esparcimiento (prensa, radio, TV, teatro, cine, etc.) son un medio cada vez más influyente en la transmisión de ideas y de formas de comportamiento. Bien utilizados son un magnífico medio apostólico, y en particular, de difusión de la fe. Pero también muchas personas, consciente o inconscientemente, los utilizan para propagar ideas contrarias a la fe, comportamientos inmorales, etc. Por eso, su uso indiscriminado por parte de un católico puede ser un peligro próximo para la fe y la moral.
En concreto, respecto a la fe, el mayor peligro puede venir del material escrito, que penetra más profundamente en la inteligencia; aunque también las ideas machaconamente repetidas por radio, televisión, etc., pueden afectar gravemente a la fe (en cambio, para la pureza, por ejemplo, son más peligrosas las imágenes que un texto escrito).
Por tanto, en particular, de acuerdo con los criterios generales sobre ocasiones de pecado, no se puede leer nada que ponga directamente en peligro la fe.
Ya San Pablo hizo que se quemaran públicamente libros contrarios a la fe cristiana en Efeso (Act 19, 19).
Es obligación grave no leer un libro o interrumpir su lectura, cuando la conciencia nos advierte de ese peligro.
Sólo se puede leer un libro, artículo, etc., peligroso si hay necesidad (por ejemplo, por motivos profesionales justos), y se ponen todos los medios para convertir la ocasión próxima en remota:
- prudencia y moderación al leerlos;
- en particular, procurar permanecer un periodo largo sin leer nada peligroso;
- buscar obras buenas que sirvan de antídotos;
- consultar siempre a personas competentes en la materia, de buen criterio cristiano y de confianza.
Para ayudar a evitar estos peligros, la Iglesia ha dado unos criterios claros al respecto, estableciendo responsabilidades:
"Para preservar la integridad de las verdades de fe y costumbres, los pastores de la Iglesia tienen el deber y el derecho de velar para que ni los escritos ni la utilización de los medios de comunicación social dañen la fe y las costumbres de los fieles cristianos; asimismo, de exigir que los fieles sometan a su juicio los escritos que vayan a publicar y tengan relación con la fe o costumbres; y también de reprobar los escritos nocivos para la rectitud de la fe o para las buenas costumbres"[75].
En particular, la Iglesia presta una atención especial a las ediciones de la Sagrada Escritura (por el peligro de interpretaciones heterodoxas, subjetivas, etc.):
"Los libros de la Sagrada Escritura sólo pueden publicarse si han sido aprobados por la Sede Apostólica o por la Conferencia Episcopal; asimismo, para que se puedan editar las traducciones a la lengua vernácula, se requiere que hayan sido aprobadas por la misma autoridad y que vayan acompañadas de las notas aclaratorias necesarias y suficientes"[76].

Y a los libros de teología, filosofía y otras materias más relacionadas con la religión:
"1. Sin perjuicio de lo que prescribe el c. 775, 2, es necesaria la aprobación del Ordinario del lugar para editar catecismos y otros escritos relacionados con la formación catequética, así como sus traducciones.
  2. En las escuelas, tanto elementales como medias o superiores, no pueden emplearse como libros de texto para la enseñanza aquellos libros en los que se trate de cuestiones referentes a la Sagrada Escritura, la teología, el derecho canónico, la historia eclesiástica y materias religiosas o morales, que no hayan sido publicados con aprobación de la autoridad eclesiástica competente, o la hayan obtenido posteriormente.
 3. Se recomienda que se sometan al juicio del Ordinario del lugar los libros sobre materias a que se refiere el parágrafo 2, aunque no se empleen como libros de texto en la enseñanza, e igualmente aquellos escritos en los que se contenga algo que afecta de manera peculiar a la religión o a la integridad de las costumbres"[77].

Puede haber además penas eclesiásticas, si la autoridad local o universal, en su obligación de velar por la integridad de la fe y las buenas costumbres, lo considera oportuno (como ocurría hasta hace pocos años con el famoso "Indice").
Ojo con las posibles excusas de "soberbia intelectual": yo ya estoy bien formado; soy bachiller, licenciado, doctor,...; soy especialista en esto; hay que conocer un poco de todo..., para combatirlo luego...[78]
"Mutatis mutandis", todo esto se aplica también a la hora de oír un debate de actualidad por la radio, ver un reportaje televisivo, etc.; especialmente cuando se hace de forma habitual.

D. El matrimonio mixto
En cierto modo, es un caso tanto de "communicatio in sacris" como de "communicatio civilis": el más serio y trascendental, ya que es una cooperación total y por toda la vida.
En general, el matrimonio de un católico con una no católica, o de una católica con un no católico, es lícito, si se ponen todos los medios para evitar los peligros contra la fe que se derivan; lo cual no es nada fácil. De hecho, la Iglesia lo desaconseja vivamente, y exige una dispensa expresa, para la licitud (si el otro cónyuge está bautizado en otra confesión cristiana; impedimento llamado de "mixta religión"[79]) o para la validez (si el otro cónyuge no está bautizado: "disparidad de cultos"[80]).
Con frecuencia se añaden otros peligros: contra la castidad conyugal (ya que la forma de vivir la moral matrimonial entre los católicos no es habitual en otras religiones); y en contra del deber de educar cristianamente a los hijos. Por eso, la Iglesia exige, para conceder la correspondiente dispensa, una manifestación expresa del cónyuge no católico de que permitirá bautizar y educar cristianamente a la prole[81].
En numerosos países, la situación del matrimonio mixto (entre católico y bautizado no católico) se presenta con bastante frecuencia. Exige una atención particular de los cónyuges y de los pastores. El caso de matrimonios con disparidad de culto (entre católico y no bautizado) exige una aún mayor autención.
La diferencia de confesión entre los cónyuges no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio, cuando llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada uno vive su fidelidad a Cristo. Pero las dificultades de los matrimonios mixtos no deben tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de que la separación de los cristianos no se ha superado todavía. Los esposos corren el peligro de vivir en el seno de su hogar el drama de la desunión de los cristianos. La disparidad de culto puede agravar aún más estas dificultades. Divergencias en la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero también mentalidades religiosas distintas pueden constituir una fuente de tensiones en el matrimonio, principalmente a propósito de la educación de los hijos. Una tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa.
Según el derecho vigente en la Iglesia latina, un matrimonio mixto necesita, para su licitud, el permiso expreso de la autoridad eclesiástica (cf CIC, can. 1124). En caso de disparidad de culto se requiere una dispensa expresa del impedimento para la validez del matrimonio (cf CIC, can. 1086). Este permiso o esta dispensa supone que las dos partes conocen y no excluyen los fines y las propiedades esenciales del matrimonio así como las obligaciones que contrae la parte católica en lo que se refiere al bautismo y a la educación de los hijos en la Iglesia católica (cf CIC, can. 1125).
En muchas regiones, gracias al diálogo ecuménico, las comunidades cristianas interesadas han podido llevar a cabo una pastoral común para los matrimonios mixtos. Su objetivo es ayudar a estas parejas a vivir su situación particular a la luz de la fe. Debe también ayudarles a superar las tensiones entre las obligaciones de los cónyuges, el uno con el otro, y con sus comunidades eclesiales. Debe alentar el desarrollo de lo que les es común en la fe, y el respeto de lo que los separa.
En los matrimonios con disparidad de culto, el esposo católico tiene una tarea particular: "Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente" ( 1 Co 7,14). Es un gran gozo para el cónyuge cristiano y para la Iglesia el que esta "santificación" conduzca a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana (cf. 1 Co 7,16). El amor conyugal sincero, la práctica humilde y paciente de las virtudes familiares, y la oración perseverante pueden preparar al cónyuge no creyente a recibir la gracia de la conversión.


[1] Cf. CARLOS CAFFARRA, “Vida En Cristo”. Eunsa. Cáp. 1.
[2] Rom. 6, 1-12
[3] Por el simple hecho de ser hombre no se tiene fe, esperanza y caridad. En el caso de las VIRTUDES MORALES sucede lo contrario, no dan nueva capacidad sino que FACILITAN
[4] El término griego areté, que designa excelencia, bondad, fuerza, aparece pocas veces en la Sagrada Escritura. En el Nuevo Testamento se encuentra en Flp 4,8; 1 P 2,9 y 2 P 1,5.
[5] Sobre la transformación de las virtudes paganas en el organismo de la moral cristiana, cfr. S. PINCKAERS, Las fuentes de la moral cristiana, EUNSA, Pamplona 32007, 151ss.
[6] CEC 1813
[7] Cf. CEC 1812
[8] Rm. 1, 17
[9] Cf. Veritatis Splendor, cáp. II
[10] El nominalismo afirma sin motivos (Ockham)
[11] Cfr. S. AMBROSIO, De paradiso, C.3, nn. 14-22; De Officiis, Lib. I, cap. 24
[12] Cfr. S. AMBROSIO, De Officiis, Lib. II, cap. 5
[13] S. AGUSTÍN, De libero arbitrio, II, c. 18
[14] Esta definición –que corresponde propiamente sólo a las virtudes sobrenaturales- fue formulada por Pedro Lombardo y completada por Pedro de Poitiers, pero procede de las reflexiones de S. Agustín en De libero arbitrio, II, c. 19
[15] S. AGUSTÍN, Enarr. in ps. 83, 11
[16] S. AGUSTÍN, De Civitate Dei, 1. XV, 22
[17] S. AGUSTÍN, De moribus Ecclesiae Catholicae et de moribus manichaeorum, I, c. 15.
[18] Cfr. S. GREGORIO MAGNO, Moralia in Iob, Parte IV, 21, 6
[19] Aunque la reforma no propuso inicialmente un nuevo concepto de Revelación, pero sus postulados teológicos acabaran afectando la noción
[20] Kant: Establece una separación entre la razón pura y la razón práctica, colocando la fe en el ámbito de la moralidad.  Con esto se oponen fe y conocimiento. La revelación no es otra cosa que una forma de fe moral, ley moral formulada en mandatos divinos que ayudan a ser honrados. La función esencial de la revelación es que lleva a la ley moral, la cual tiene como postulado la existencia de Dios. Si la revelación es un fenómeno interior, la fe se agota en su carácter moral. De esta manera la fe ya no es asentimiento a una verdad revelada (Cf. CÉSAR IZQUIERDO. “Teología Fundamental”, Eunsa.).
[21] Cf. Veritatis Spléndor.
[22] La fe es considerada – cultura post - moderna –  como un sentimiento religioso ciego, oscuro, presente en el subconsciente del ser humano, movido por la voluntad, pero sin fundamento objetivo de la realidad. Niega, en el fondo, el carácter religioso de la fe, aunque intenta salvar alguna justificación para explicar su existencia. La Revelación pasa a ser algo subjetivo, no existiría la Revelación objetiva.
[23] Vaticano I no quiso recoger una enseñanza completa sobre la fe sino resaltar sólo algunos aspectos importantes puestos en peligro por los errores modernos:
Estamos obligados a prestar a la fe un pleno obsequio de nuestro intelecto y voluntad (obsequium fide praestare tenemur). Sobre la fe dice el concilio: es humanae salutis initium (citando a Trento). D1789: es “una virtud sobrenatural mediante la cual, impulsados y ayudados por la gracia de Dios, creemos que son verdaderas las cosas divinamente reveladas por Él, no por la verdad intrínseca de las cosas conocidas con la luz de la razón, sino por la autoridad del mismo Dios que se revela, que no puede ni engañarse ni engañarnos”.
Presenta la fe como afirmación de la verdad de “los credenda”: «crédimus vera esse». A la revelación divina que da a conocer verdades sobrenaturales, responde una fe que cree esas verdades, no por la sola dinámica del conocer humano, sino por la autoridad de Dios que se revela.
Presenta la relación de la fe con la razón en el mismo acto de fe: la fe es “obsequium rationi consentaneum”D1790, y no un “movimiento ciego del espíritu”. La fe va preparada por signos externos (milagros y profecías) que acompañan a los auxilios de la gracia y hacen a la fe razonable. Por otra parte la fe es don de Dios y no sólo decisión humana, que el hombre debe aceptar libremente.
El objeto de la fe son los credenda, lo que se contiene en la palabra de Dios escrita o de tradición y que es propuesto a los fieles por el magisterio ordinario y universal como revelación que se debe creer.
[24] Definición de Fe: “Es aquella virtud sobrenatural, por la que, con inspiración divina y ayuda de la gracia de Dios, creemos son verdaderos lo que por él ha sido revelado; no por la intrínseca verdad de las cosas percibidas por la razón, sino por la autoridad de Dios que revela el cual no puede engañar ni engañarse”.
[25] Cf. César Izquierdo. TEOLOGÍA FUNDAMENTAL. EL Vaticano II señala el carácter personal de la revelación (DV2 y 4) y de la fe (DV5).
Enseñanzas explícitas del Concilio sobre el acto de fe en sí mismo:
(1) Dignitate Humanae (n. 10): La Libertad del acto de fe: se afirma el carácter voluntario de la respuesta de fe enseñado en la palabra de Dios y los padres: el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza, ya que el hombre, no puede adherirse a Dios que se revela a sí mismo, si, atraído por el padre, no rinde a Dios el obsequio racional y libre de la fe. No se puede imponer nada en materia religiosa.
(2) Dei Verbum (n. 5): Luego de presentar la revelación en Israel (3), en Cristo (4), se ocupa de la fe (5): A Dios que se revela, se le otorga la obediencia de la fe mediante la cual el hombre presta un asentimiento voluntario a la Revelación dada por Él; el hombre se confía entera y libremente. Para llegar a la fe es necesaria la Gracia de Dios y los auxilios internos del Espíritu Santo.
Carácter personal de la Fe: La fe afecta no sólo a la inteligencia sino a la entera existencia del creyente. La fe es, ante todo una entrega total de la persona al Dios que se dirige a ella en su revelación. La fe adquiere la misma propiedad que la revelación (2-4), la personalización. El necesario asentimiento de la inteligencia en el acto de fe, forma parte de la misma entrega de la persona en su totalidad. Esto no supone cerrar el paso a la actividad de la inteligencia fuera del ámbito de la fe (6).
[26] Intenta una cristianización de la filosofía marxista; se identifica a Dios con la historia, identificándose así la fe con la fidelidad a la historia. El buen cristiano sería el que no rompe con la marcha de la historia sino que la sigue (temporalización de la existencia. Reduccionismo). La Esperanza torna a identificarse con la confianza en el futuro, y la caridad con la opción por los pobres.
La fe pasa a ser la fidelidad económico = política, fidelidad política a la lucha de clases. Detrás de todo este argumento se esconde un erróneo mesianismo temporal.
[27] Cf. De Veritate. q, 14
[28] La fe lleva siempre consigo una cierta oscuridad, cognitio enigmática (Sto. Tomás)
[29] San JOSEMARÍA ESCRIVA DE BALAGUER, “Amigos de Dios”, cit. 32: “Nadie en la tierra debe permitirse imponer al prójimo la práctica de la fe de la que carece”
[30] Cf. Conferencia del cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,  16 de febrero de 2000, Madrid, dentro de los actos del Primer Congreso Teológico Internacional, organizado por la Facultad de Teología «San Dámaso», sobre la encíclica «Fides et ratio» que Juan Pablo II dedicó las relaciones entre fe y razón; Entrevista concedida a Jaime Antúnez, director de «Humanitas» , publicada en el año 2001 en el libro «Crónica de las ideas - En busca del rumbo perdido»;
[31] CIC, c. 748, & 1.
[32] Cf. Evangelium Nuntianti, 72 73
[33] Rezar el Credo durante los domingos y solemnidades; profesiones de fe ad casum, etc.
[34] No admite excepciones, principio absoluto.
[35] Cf. Mt. 10, 23: Por persecución, por algún motivo pastoral evidente, etc.
[36] Cfr. San Cipriano, Epístola  7. Idem, San Atanasio. Cf. Oficio del 16 de septiembre: “De las actas proconsulares del Martirio de San Cripriano,”
[37]  S. Tomás, S.Th.  II-II, q. 185, a. 5: "Si... subditorum saluti possit sufficienter in absentia pastoris per alium provideri, tunc licet pastori vel propter aliquod commodum ecclesiæ vel propter periculum corporaliter gregem deserere".
[38] Dz 838, 800.
[39] San Agustín, Tr. In Ioh  29, 6.
[40] III, q. 68, a. 4, ad 3. Cfr. II-II, q. 4, a. 3.
[41] Cfr. De Veritate , q. 14, a. 5 .
[42] Cfr. De Veritate , q. 14, a. 6.
[43] Cfr. De Veritate , q. 14, a. 7
[44] IMP: no es lo mismo hacer obrar buenas que hacer obras meritorias. Las obras meritorias alcanzan a dios; las obras buenas pueden hacerla hasta los pecadores.
[45] P. Rodríguez, o.c. , p. 135.
[46] II-II, q. 17, a. 6.
[47] II-II, q. 17, a. 6, ad 2.
[48] II-II, q. 4, a. 7, ad 4.
[49] P. Rodríguez, o.c., p. 178; cfr. pp. 134 ss.
[50] Col 1, 9 ss.
[51] Cf. P. Rodríguez, o.c. , pp. 147-148.
[52] Vid. Dz 1068.
[53] Cfr. Sap 13, 1 ss.; Rom 1, 18 ss.
[54] S. Tomas, S.Th. II-II, q. 10, a. 1, ad 1.
[55] Merkelbach, Summa Theologiæ Moralis  I, 571 ss: "Voluntas non inquirendi de fide non est voluntas non credendi".
[56] Pieper, Las virtudes fundamentales , cit., pp. 352-353.
[57] Cfr. II-II, q. 11, a. 1
[58] CIC, c. 751. El antiguo código la definía así (c. 1325, § 2): "pertinaciter aliquam ex veritatibus fide divina et catholica credendis denegat".
[59] CIC, c. 751. CIC del 17, c. 1325: "a fide christiana totaliter recedit".
[60] CIC, c. 751.
[61] Cfr. II-II, q. 11, a. 1.
[62] P. Rodríguez, o.c., p. 132.
[63] CIC, c. 1041, 1364
[64] Enc. Divini Redemptoris. Resolución del Santo Oficio del 1 de julio de 1949, del 11 de agosto de 1949 y del 28 de julio de 1950; Pío XII, discurso del 24 de diciembre de 1955.
[65] Cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Libertatis nuntius.
[66] P. Rodríguez, o.c., p. 130.
[67] Concilio Vaticano I: DS 3014.
[68] Cfr. P. Rodríguez, o.c., p. 129.
[69] C. Vaticano I, Dz 1794, 1815.
[70] CIC, c. 751. El antiguo código la definía así (c. 1325, § 2): "pertinaciter aliquam ex veritatibus fide divina et catholica credendis denegat".
[71] S. Tomas de Aquino, De rationibus fidei , cap. 2.
[72] Concilio Vaticano II, Decr. Orientalium Ecclesiarum , n. 26.
[73] San Basilio M., Epistula canonica ad Amphilochium : PG 32, 669 B.
[74] Concilio Vaticano II, Decr. Orientalium Ecclesiarum, nn. 26-29. Sobre el ecumenismo, puede ser interesante repasar también el decreto Unitatis redintegratio  del Vaticano II.
[75] CIC, c. 823. En los cánones siguientes se dan normas más precisas al respecto.
[76] CIC, c. 825.
[77] CIC, c. 827.
[78] Cfr. P. Rodríguez, o.c. , pp. 153-154 y 162-163.
[79] CIC, c. 1124.
[80] CIC, c. 1086.
[81] CIC, c. 1125.