16 de mayo de 2019

ENFERMEDAD Y PRESENCIA DE DIOS


Realidad misteriosa y desconcertante 


“Si es buena muchacha, si es tan buena señora, ¿cómo es que Dios le ha mandado esta enfermedad tan mala?” puede ser la pregunta de un niño e incluso de nosotros. En uno mismo puede surgir ¿Por qué permitió que sucediera esto? ¿Por qué me estaba haciendo esto a mí...? ¿Por qué Dios me había abandonado?

Siguiendo el testimonio de un hermano Sacerdote D. Alvaro Carrasco, quien fallecía en el 2007, producto de un cáncer linfático,  con tan solo 38 años de edad, 12 de vida sacerdotal  y quien pertenecia al Clero de Málaga, Diócesis a la que le tengo mucho aprecio, me valgo de un escrito de él, "enfermedad y presencia de Dios", para compartir esta reflexión de modo que ayude a muchos. A la vez, una oración por su Descanso Eterno y por su familia. 

Decia D. Alvaro: 《Unido a todos los que sufren, quiero compartir con una “respuesta” desde la fe. A veces queremos que las cosas, las personas, e incluso Dios sean distintos, que sean como nosotros queremos que sean. Y, especialmente en momentos de gran dificultad, nos gustaría un Dios que nos “arreglara” los problemas. Llegamos a decir o a pensar: “si de verdad existes, si de verdad eres bueno, demuéstramelo: haz que me cure, que...”; “que sea lo que Dios quiera, sí, pero ¡que quiera lo que yo quiero!”》

La enfermedad, llevada por Dios, es un medio de santificación, de apostolado y de participación en la Cruz del Señor (Jn. 3, 16; 15, 13). El dolor puede ser un medio del que Dios se quiere valer para purificar las imperfecciones, para ejercitar y fortalecer las virtudes, y una oportunidad especial para poder unirnos a los padecimientos de Cristo que, siendo inocente, llevó sobre sí el castigo que merecían nuestros pecados (Cf. 1Pe. 2, 24; 1Jn. 3, 5). Los padecimientos físicos o morales, ofrecidos a Dios y convertidos en camino de santidad, no dejarán por esto de ser menos reales, llevan consigo una especial paz y alegría. Uno comprende entonces cómo, en la enfermedad, Dios está presente.
Para quien cree en Cristo, las penas y los dolores de la vida presente son signos de gracia y no de desgracia, son pruebas de la infinita benevolencia de Dios, que desarrolla aquel designio de amor, según el cual, como dice Jesús, el sarmiento que dé fruto, el Padre lo podará, para que dé más fruto (Jn. 15, 2).

《Sólo Jesús de Nazaret nos ha mostrado totalmente el verdadero rostro de Dios. Y en Él descubrimos un Dios todopoderoso cuyo único poder es el poder del Amor. Un Dios que ha vivido plenamente el sufrimiento y que, sólo así, puede ser fortaleza, esperanza y salvación también para los que más sufren. Un Dios que en la Cruz, amando incluso en el sufrimiento más injusto y cruel, nos muestra la única voluntad de Dios: Él no quiere el sufrimiento, sino el Amor hasta el final, pase lo que pase. Le decían: “¡si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!” Y, precisamente, porque era el Hijo de Dios, no bajó de la Cruz. Donde menos se hubiese pensado, en el sufrimiento extremo de un agonizante que muere “de mala manera”, precisamente allí estaba Dios mismo y su Amor (Cf. 1Cor. 1, 18).
¿Dónde estaba Dios, se preguntaba el Papa Benedicto XVI, mientras el sufrimiento de tantas personas por el holocausto nazi? Estaba en ellos, sufriendo con ellos. El lugar de Cristo sigue siendo la Cruz. Pero una cruz que no tiene la última palabra, sino Dios y su Amor. “Dios no ha venido a eliminar nuestro dolor, sino a llenarlo con su presencia”. Dios es Amor, así que “donde hay Amor allí está el Señor”. Por eso, Dios no está ausente en nuestro dolor o enfermedad, sino más cerca que nunca, si somos capaces de vivirlos con Amor. Y, por esto, aun en lo más malo de la enfermedad, podemos dar gracias a Dios por su amor y por tantas personas y cosas buenas. Porque con los ojos de la fe descubrimos a Dios – Amor presente en nuestras familias y amigos que nos cuidan y apoyan incondicionalmente, en todos los que nos animan y apoyan, en los que rezan por nosotros aun sin conocernos personalmente, en el abrir nuestro corazón a todo lo bueno de la vida y a todos los que sufren, en el deseo de luchar por un mundo mejor…, en los que junto a Dios piden por nosotros y nos recuerdan que “somos ciudadanos del Cielo”. Un Dios – Amor realmente presente en todo lo bueno que supone esta gran experiencia humana y cristiana de una enfermedad, intentándola vivir desde la fe y el Amor.》 (D. Alvaro Carrasco V)

El sufrimiento es también una realidad misteriosa y desconcertante. Pues bien, nosotros, cristianos, mirando a Jesús crucificado encontramos la fuerza para aceptar este misterio. El cristiano sabe que, después del pecado original, la historia humana es siempre un riesgo; pero sabe también que Dios mismo ha querido entrar en nuestro dolor, experimentar nuestra angustia, pasar por la agonía del espíritu y el desgarramiento del cuerpo. La fe en Cristo no suprime el sufrimiento, pero lo ilumina, lo eleva, lo purifica, lo sublima, lo vuelve válido para la eternidad” (San Pablo VI).

D. Alvaro Carrasco comentaban: 《Dicen que “tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor”; y casi todo el mundo dice que lo más importante es la salud. Pues no es así, lo más importante es el AMOR. Ahora, después de pasar momentos tan malos y aún sin saber los que vendrán, mirando a Cristo en la Cruz que da toda su salud y vida por Amor, quiero volver a decirme a mí mismo y a todos que sí, que lo más importante en la vida es el Amor (Cf. Mt. 10, 38; Jn. 12, 24). Que, pase lo que pase con la enfermedad y con mi vida, quiero vivir así siempre alegre, sabiéndome en las manos amorosas de Dios. Aun en el dolor de “este valle de lágrimas”, la vida es bella, porque “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil. 4, 3). Vivir cobijado bajo la protección del amor de Dios, éste es el verdadero consuelo. Por eso, hay que darle gracias a Dios “siempre y en todo lugar”, porque su Amor nunca nos abandona (Ver: Jn. 13, 1; Ef. 5, 2).》

El hombre (la mujer), decía Víctor Frankl, madura en el dolor y crece en él. La plenitud del dolor no significa ni muchos menos el vacío de la vida” (Viktor Frankl. El hombre en busca de sentido).
Víctor Frankl es un pensador creyente judío que estuvo encerrado en los campos de concentración en la segunda guerra mundial. Allí junto a padecer en su propia carne, vio como las sufrían muchos hasta el límite, y reflexionó sobre ello desde su condición de psiquiatra. Los que estaban en estas condiciones tan duras – reclusión sin motivo alguno, hambre, desnutrición, golpes, ataques a la dignidad humana, angustia, muerte y desesperanza, junto a otras bestiales vejaciones – reaccionaban de diversos modos, algunos no podían resistir y se suicidaban, otros se refugiaban en la apatía que les degradaba a los niveles más íntimos de afectividad. Otros se superaban de una manera impensable en condiciones normales. Su reacción era no desanimarse, ser fuertes, animar a los demás a no perder la dignidad, rezar con más fuerza, e incluso pensar más en los demás que en ellos mismo.
Los más capaces para superar esas condiciones desesperantes no eran los más fuertes físicamente, sino los que tenían un sentido en su vida, el cual les empujaba a no darse por vencidos y seguir soportando tanto dolor injusto. Por eso, Frankl, años después, decía que “El hombre madura en el dolor y crece en él. La plenitud del dolor no significa ni muchos menos el vacío de la vida”.
Siempre tenemos noches oscuras, como dice un poema: “Habrá siempre una noche oscura para todo amanecer y, en la pequeña gran aventura de nacer, existir y morir, cuantas lecciones de vida que en la vida, todavía debo aprende,” hasta yo mismo las tengo, pero de ellas aprendemos un montón, sobre todo, a corresponder a Dios con nuestras vidas y nuestros actos. “El diablo, que anda siempre al asecho, ataca por cualquier flanco; y en la enfermedad, su táctica consiste en fomentar una especie de psicosis, que aparte de Dios, que amargue el ambiente o que destruya ese tesoro de méritos que, para bien de todas las almas, se alcanza cuando se lleva con optimismo sobrenatural -¡cuando se ama!-el dolor…” (San Josemaría).
Qué hermosas palabras son aquellas que rezamos el día de Pentecostés: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento” (Secuencia)
Nunca hay que dejar de lado a Dios, el Dios del amor, el que reconforta nuestras almas; sobre todo, cuando hoy en día muchos se están construyendo un “dios” a su manera, a su medida, a su antojo... y, sin darse cuenta, se están construyendo un “dios” que no puede amar.

Da testimonio quien asistió a D. Alvaro en lecho, ya cercana su muerte: 《“Leandro, me muero”, y abrazaste la cruz; esa cruz redentora que ha marcado tu vida y te ha llevado a la santidad. Tras tus últimas palabras en las que manifiestas tu agradecimiento, das el último suspiro y, como calvario vivo, tus padres representan a la Virgen María y tus hermanos y amigos, que estamos a tu lado, a ese discípulo amado que llora la pérdida de su maestro.》
Para nosotros Dios: Es un Ser, que conoce y que nos conoce a cada uno de nosotros en forma particular. Es un Ser que se relaciona con nosotros, y nosotros con El.  Es un Ser que ama, y nos ama a cada uno de manera especial, tan especial que nos ama a cada uno como si cada uno fuera único, porque cada una de sus creaturas es única para El.
El nos ama para que nosotros le amemos y para que nos amemos entre nosotros con ese Amor con que El nos ama. Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da la unión. “Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Tí. Sean también ellos uno en Nosotros” (Jn. 17, 21). Si amamos a Dios como El desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la eternidad.
Volviendo al pensamiento de Víctor  Frankl., y en la esperanza que expresa: “Los más capaces para superar esas condiciones desesperantes no eran los más fuertes físicamente, sino los que tenían un sentido en su vida…”, Parece como si el dolor purificase como el fuego la existencia humana, como si al sufrir fuesen desapareciendo los problemas menos importantes para ir apareciendo los verdaderamente claves. Muchas cosas que parecían imprescindibles pierden todo brillo y necesidad, se manifiesta con claridad la importancia del alimento para el cuerpo y poco más, se valora un consuelo de amigo, una esperanza a salir de aquella situación tan dura.
La esperanza es el fundamento de la vida de los que sufren ¿En qué esperar? ¿Por qué yo? Y se pude pasar uno la vida, porqué, porqué, por qué… Por eso, hay que volver a la esperanza, de volver al lugar donde fui (soy) feliz (casa, hijos, familia, etc.).
El dolor puede ser una tensión fecunda y fructífera si se trasciende y supera. No es fácil porque el dolor aflige en lo más hondo, pero la rebelión además de ser estéril impide desarrollar lo mejor de la persona que es vivir con un amor y una esperanza purificadas (Jn. 16. 20).
En una película que se titula “Magnolias de acero”, la primera escena se desarrolla en una peluquería: varias señoras entradas en años y otra más joven no para de hablar de cosméticos, de chicos guapos y demás chismes…al cabo de un rato largo, algo trágico sucede de pronto: a la chiva joven le da un espasmo y queda inmóvil es una postura lastimosa. Las señoras se alarman en ese momento. Como el susto se pasa, siguen con sus enredos en las bocas. No ha sido nada y todos continúan con sus historias y frivolidades como si nada hubiera pasado.
La película avanza y la chica, recién casada, muere. En el cementerio, su madre mira hacia arriba y lanza un grito al cielo: ¿Por qué? Si Dios existe ¿Por qué ha sucedido esto? Espera una respuesta, pero nadie contesta. Es un momento tenso, porque tiene que haber una respuesta. Lentamente se acerca a ella una de las amigas que estaba en la peluquería y le invita a salir del cementerio y al olvidar…
No deja de llamar la atención que, personas para quienes Dios no tiene cabida en sus vidas, se acuerdan de él cuando no les salen bien las cosas, y le echen en cara lo mal que ha creado el mundo. Pero no deja de sorprender el hecho de que se acuda a Dios en los momentos críticos de la vida.
La respuesta de Dios ante el sufrimiento humano no ha sido un discurso teórico, sino un testimonio: por amor, Dios envió a su único Hijo al mundo (Cf. Mt. 5, 5 ss). Y la entrega de Jesús, la razón de todo aquello sufrimientos la dio el mismo a sus amigos: un amor hasta el extremo. En todos los tiempos, «a través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente al hombre a Cristo, una gracia especial», (San Juan Pablo II, Salvifici doloris, 26)
El sufrimiento no es una maldición divina sobre los hombres. Si hay algo maldito en este mundo es el pecado, que causa de amargura. Dios quiere que todos seamos felices, pero muchas veces nos empeñamos a querer ser felices, independientemente de su camino. “Hoy estamos llenos de júbilo, y eso es importante. Dios quiere que seamos siempre felices. Él nos conoce y nos ama. Si dejamos que el amor de Cristo cambie nuestro corazón, entonces nosotros podremos cambiar el mundo. Ese es el secreto de la auténtica felicidad…Los invito, pues, a rezar continuamente, también en casa; así experimentarán la alegría de hablar con Dios en familia. Recen por todos, también por mí. Yo rezaré por ustedes, para que México sea un hogar en el que todos sus hijos vivan con serenidad y armonía. Los bendigo de corazón y les pido que lleven el cariño y la bendición del Papa a sus padres y hermanos, así como a sus demás seres queridos. Que la Virgen les acompañe” (Benedicto XVI, Discurso del papa a los niños en la plaza de la Paz de Guanajuato, 25/V/2012).
¿Qué ideario podemos sacar para afrontar momentos de oscuridad del alma? La duda puede ser un catalizador para crecer en nuestra fe. ¿Qué hacer cuando nos llegan esos momentos de duda y abandono? Algunas cosas a tener en cuenta:
1. Lee la Biblia: date cuenta que hay muchos que dudaron como tú, Cristo incluido. Lee sus historias.
2. Ora: habla con Dios, mantén la comunicación abierta con Él. Dile lo enojado que estás. Y aunque no sientas que está ahí, pídele ayuda y confía en que esa ayuda llegará.
3. Habla con alguien en quien confíes: busca un amigo, un sacerdote, tu cónyuge, quienquiera al que le puedas confiar lo que sientes. Te sorprenderás de cuántas personas han pasado también por tu misma situación.
4. Busca ver a Dios en todas las cosas: las pequeñas y las grandes, las banales o las increíbles. Ve que Dios está ahí contigo, en todo lugar. Él siempre también te espera en el Sagrario, en la Santa Misa, allí te puedes ofrecer con él.
5. Llora: Cristo lloró; María lloró, los santos lloraron. Y Dios ve y valora cada una de tus lágrimas caer».
Dios no nos ha abandonado, como nunca lo hará, aunque a sí pareciera a primera vista. Esto me hace pensar en la carta encíclica del Papa Benedicto XVI Spe Salvis, “El actuar y el sufrir como lugares de aprendizaje de la esperanza” donde habla en los nn 35 y ss., solo la gran esperanza – certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están en custodiadas por el Amor indestructible del AMOR y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar.
“Después de luchar contra los sentimientos de duda o abandono, encontramos a Dios esperándonos con los brazos abiertos, como siempre está, para atraernos hacia Él. Porque, en realidad, nunca estuvimos solos o abandonados. Estábamos perdidos. Pero Dios siempre provee un camino de regreso a Él: muchas veces necesitamos estar perdidos para ser encontrados” (Michelle Fritz).
Recordemos siempre que la vida es como los espejos: sonríeles y te sonrían; ponles mala cara, que además de feos, te resultaran siniestros.
Somos felices, decía la Santa Teresa de Calcuta, porque amamos, no porque nos aman. La felicidad está en nosotros mismos; pero en el verdadero sentido de la felicidad y el amor, no en la soberbia y el egoísmo.


Pbro. Williams Roberth Campos
Párroco de Cristo Rey - Morón
Ecónomo de la Diócesis de Puerto Cabello