26 de mayo de 2006

PREDICACIÓN DIRIGIDA A LOS SEMINARISTAS

La Ascensión: Mirar Al Cielo, Rectitud De Intención.

La vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; “pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos (peregrinos) en busca de la futura” (Heb. 13, 14), es decir la Eterna.
XTO nos espera y por eso vivimos ya como ciudadanos del cielo – como nos dice San Pablo – que es nuestro último fin. Es su gloria y estar unidos a Él en amor eterno (Cf. 1Jn, 3, 2: “…Sabemos que, cuando se manifieste él, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”). Esta es la mayor felicidad. Pero, para poder mirar al cielo, es necesario que nuestra vida sea una continua PRESENCIA DE DIOS y Dios presente en todas nuestras intenciones.
Se me viene a la memoria, dos cosas, que pueden servir para el tema que me toca: una del 2002 cuando en la tercera meditación nos decían: el hombre que quiere vivir para Dios, más si desea imitar al Señor en el camino sacerdotal, busca las cosas rectas, las cosas de arriba. Y la segunda al año siguiente (2003), en la 4ª charla Unidad de Vida – Rectitud de intención (que sea dicho de paso no me acuerdo quien la dio) se nos interpelaba: ¿Cuántos viven dentro de uno? ¿Qué me pide Dios ahora, no mañana? ¿Cómo puedo manifestar mi amor al Señor? Y continuaba: Para un encuentro con el Señor, el corazón debe caminar derecho de acuerdo a la voluntad de Dios, y no en nuestra propia voluntad… Es te lo decía, por la primera pregunta ¿Cuántos viven dentro de uno?
Seguro que con todo esto que he dicho habéis sacado el título de esta predica, claro, no exacta con la precisión, pero si cercana: La Ascensión: Mirar Al Cielo, Rectitud De Intención.
Hemos escuchado de San Pedro: Lo que actualmente os salva no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura por la Resurrección de JXTO… pedir a Dios una conciencia buena. Lógico, que sea el interior, no lo exterior; pues en el interior del hombre habita la verdad (S. Agustín).
La rectitud de intención es hacer el bien por amor a Dios, evitando que se meta (en nuestro interior) la vanidad, o el deseo de quedar bien delante de los demás (y que muchas veces es el peligro que corremos: no hacer las cosas libremente, sino por coacción y miedo a que me dirán), es vivir contrario a la verdad, cuando tendría que ser un vivir en la Santidad. “La pureza de intenciones no es más que presencia de Dios… ¡Qué libre estará nuestro corazón.., qué limpia será nuestra mirada y qué sobrenatural todo nuestro modo de obrar cuando Jesucristo (aquí en medio de nosotros) reine de verdad en el mundo de nuestra intimidad y presida toda nuestra intención!"
Pero a veces esto no resulta así, de que XTO sea el centro de nuestra intimidad ¿Por qué? Porque en nuestro interior, resuenan muchas voces que no son las de Dios: nuestros pecados (los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza), egoísmo, nuestras inclinaciones (concupiscencia de la carne, de los ojos, soberbia de la vida: podemos definir como el EGO), agobio (más aún, ahora, en este tiempo en que llegan la teoría Heliodiana: las anécdotas), ocasión precisa para abrirnos a los demás, etc.
Las malas intenciones destruyen las mejores acciones; la obra puede estar bien hecha, incluso ser beneficiosa, pero, por estar herida en su fuente, pierde todo su valor a los ojos de Dios (es lo que hemos aprendidos en moral, que las obras NO LLEGAN A SER MERITORIAS). Sin rectitud de intención equivocamos el camino.
Nuestra rectitud de moverse siempre en presencia de Dios; en hacer comuniones espirituales, buscarlo en todas las cosas, experimentar la comunión con él. “La comunión con Dios, - decía Juan Pablo II – soporte de toda la vida espiritual, es un don y un fruto de los sacramentos; y al mismo tiempo es un deber y una responsabilidad que los sacramentos confían a la libertad del creyente, para que viva esa comunión en las decisiones, opciones, actitudes y acciones de su existencia diaria…” (PDV, 48)
Para vivir la rectitud de intención hay que tener el corazón lleno de amor de Dios. Es enamorarnos cada día del Señor: con alegría, mortificación, ofrecimiento del trabajo y el esfuerzo. ¿Cómo crecemos interiormente? A través de las virtudes (Teologales – Cardinales), los sacramentos, especialmente en el S. de la Reconciliación, después de un exhaustivo examen: “Examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos si queremos servir a Dios…” (S. Gregorio Magno). Cuidar mucho nuestro examen de la noche; es dejar realizar la obra de Dios en nosotros.
Para ser personas de intención recta es conveniente examinar los motivos que mueven nuestras acciones: considerar en la presencia de Dios (en especial en este momento delante de él) lo que nos induce a comportarnos de una manera o de otra, lo que nos lleva a reaccionar de este modo, si existen distracciones en nuestro trabajo cotidiano, etc.
He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención (también nos puede servir a nosotros)
1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve.
2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle; quien, por el contrario, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo por Dios.
3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloria de Dios. (S. ALFONSO M.ª DE LIGORIO).
Todas estas gracias se las pedimos a Dios a través de la Santísima Virgen María, Ella que es nuestra abogada y protectora, interceda por nosotros ante nuestro Señor Jesucristo. Ella, es modelo de rectitud, y de cumplir la voluntad de Dios: Fiat mi secundum verbum tuum. Amén.

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