25 de noviembre de 2007

CRISTO REY

La solemnidad de Cristo Rey, en cuanto a su institución, es bastante reciente. La estableció el Papa Pío XI en 1925 en respuesta a los regímenes políticos ateos y totalitarios que negaban los derechos de Dios y de la Iglesia. El clima del que nació la solemnidad es, por ejemplo, el de la revolución mexicana, cuando muchos cristianos afrontaron la muerte gritando hasta el último aliento: «Viva Cristo Rey». Pero si la institución de la fiesta es reciente, no así su contenido y su idea central, que es en cambio antiquísima y nace, se puede decir, con el cristianismo. La frase «Cristo reina» tiene su equivalente en la profesión de fe: «Jesús es el Señor», que ocupa un puesto central en la predicación de los apóstoles.
En nuestro breve relato de hoy se condensa de manera especial toda la realidad de los seres humanos. Del desprecio a la súplica, de la burla al insulto, de la justicia a la misericordia. Todo encuentra cabida en las líneas de este último Evangelio del año litúrgico.
1. Hay un primer momento de desafío a Jesús: "Salvó a otros; ¡que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido!" Llegado el momento del dolor y de la muerte, la gente y las autoridades piden la última prueba: que se salve a sí mismo.
Muchas veces también nosotros ponemos a Dios en este reto. ¿No hemos seguido a Dios? ¿No hemos creído en Él? ¿Por qué tarda tanto en solucionarnos los problemas...? Ante la prueba en nuestras vidas Dios parece que muchas veces calla y no actúa. En algunas ocasiones somos como aquella gente y aquellas autoridades. La enseñanza de Dios es que tenemos que pasar por las pruebas para ahondar en la confianza en Él. Creer en el Dios que no se quiere salvar del suplicio de la cruz es por lo menos una provocación a nuestra razón y a nuestra comodidad. Tardamos en comprender que la salvación no es librarse del suplicio. La salvación es unirnos a Él incluso en la tortura y la muerte.
2. Ahora son los soldados quienes le retan. La cuestión es la misma que la anterior: "¡Si eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo." Si los primeros buscaban la respuesta a la mesianidad de Cristo, éstos buscan la respuesta desde su realeza. Un rey es poderoso, tiene ejércitos que no le abandonan en los momentos más duros. ¿Qué rey puede dejarse matar? ¿Acaso no es el rey quien dicta sentencias de muerte? ¿No es el rey quien condenaba? Ni en la cabeza ni el corazón de aquellos soldados entraba tal extraña realeza.
Cuando pronunciamos el "Venga a nosotros tu reino..." quizá no valoramos el alcance de lo que decimos. La realeza de Jesús es la de la misericordia y de la compasión. Buscamos en cambio la eficacia más que la contemplación de su reino.
3. La tercera pregunta se la hace uno de los bandidos que estaba colgado a su lado: "¡Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!"
Tres afirmaciones con trasfondos bien distintos:
- La gente y las autoridades cuestionan a Jesús sobre su divinidad.
- Los soldados le cuestionan sobre su poder.
- Los bandidos lo hacen desde un punto de vista mucho más práctico: la salvación no individual sino también la de ellos.

Tres actitudes que se dan con mucha frecuencia en nuestros ambientes:
¿Si Dios existe por qué hay tanto mal en el mundo?
¿Si Dios tiene poder por qué permite las guerras, las miserias, el hambre...?
¿Si Dios me quiere por qué no me saca de este apuro en el que estoy?

4. La respuesta la da un cuarto personaje que está en el mismo suplicio que Jesús. Es el que llamamos "el buen ladrón" (Dimás). Este hombre recuerda a su compañero que Jesús no ha hecho nada mal, y reconoce como Dios y como Rey a Cristo. Pero hay que notar que él no ve un Cristo en la Transfiguración, mostrando su divinidad, ni ve un Cristo Resucitado mostrando su poder infinito, sino que está al lado de un Cristo fracasado, humillado, moribundo, en la misma situación que él. ¡Qué Fe más grande! Lo que lleva al arrepentimiento verdadero, a un “arrepentimiento perfecto”, por el que reconoce sus crímenes. Y en esa situación se atreve a pedirle, un tanto temeroso una súplica al Maestro: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Es la única frase llena de ternura que escuchamos en el Evangelio de hoy. Sólo Jesús supera con compasión la petición angustiada de aquel hombre.
En esta perspectiva, el interrogante importante que hay que hacerse en la solemnidad de Cristo Rey no es si reina o no en el mundo, sino si reina o no dentro de mí; no si su realeza está reconocida por los Estados y por los gobiernos, sino si es reconocida y vivida por mí. ¿Cristo es Rey y Señor de mi vida? ¿Quién reina dentro de mi, quién fija los objetivos y establece las prioridades: Cristo o algún otro? Vivir «para uno mismo» significa vivir como quien tiene en sí mismo el propio principio y el propio fin; indica una existencia cerrada en sí misma, orientada sólo a la propia satisfacción y a la propia gloria, sin perspectiva alguna de eternidad. Vivir «para el Señor», al contrario, significa vivir por Él, esto es, en vista de Él, por y para su gloria, por y para su reino.
Los Colosenses (2ª Lect) habían comenzado a flaquear en su Fe, pensando que Cristo no era suficiente, que había que “complementarlo” con otras creencias (erróneas, heréticas parecidas a la New Age de nuestros día) ¿No se parece eso a nuestra situación actual?
La actitud de los dos malhechores refleja la postura de la humanidad entera ante la prueba y la muerte: La de uno es la rebeldía ante Dios; la del otro es la petición serena y confiada en el Señor. Todos los seres humanos somos uno u otro. ¿Cuál eres tú?
Termina el Evangelio con una promesa: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso." Y ese Rey bondadosísimo que es Jesucristo le promete mucho más de lo que él se atrevió a pedirle, pues Cristo le asegura que no sólo se acordará de él, sino que lo llevará consigo a ese Reino en que él cree. Y que esto sucederá, no en un futuro lejano, sino que ese mismo día estará con El en su Reino. ¡Qué grande es la Misericordia Divina con el pecador verdaderamente arrepentido!
Dice el Génesis que el primer ser humano perdió el paraíso por el pecado. Hoy un pecador entra de nuevo en el paraíso. Se cierra así el ciclo de dolor y de muerte que el ser humano había inaugurado. Empieza el reinado de Cristo con la obediencia y la comprensión de aquel malhechor compañero de suplicio de Jesús. Todo comenzó cuando le reconoció como rey.
Pedimos al Señor que venga a nosotros su reino pero muchas veces queremos estar en nuestras pequeñas comunidades, en las comunidades de mi "yo". Necesitamos descubrir la realeza de Jesús en nuestras vidas no como un nuevo desafío que le hacen aquellos que están a los pies de la cruz, sino como aquél buen ladrón que quiere que su vida sea recordada por Él en el reino de la eternidad.
En el Prefacio de hoy rezaremos que el Reino de Cristo es un Reino de Verdad, pues Cristo nos revela la Verdad que es El mismo. Es un Reino de Vida, pues Cristo vive en nosotros por medio de la Gracia Divina, que recibimos especialmente en los Sacramentos. Es un Reino de Santidad, pues por medio de esa Gracia -debidamente recibida y acogida por nosotros- Dios nos santifica. Es, además, un Reino de Justicia, Amor y Paz, en la medida que nosotros los seres humanos, siervos de ese Rey, busquemos y hagamos su Voluntad. De esa manera las relaciones entre los hombres serán guiadas por ese Rey que nos comunica su Verdad, su Vida, su Gracia, su Santidad, su Justicia, su Amor y su Paz.
Precisamente ese fue el propósito que tuvo el Papa Pío XI al establecer esta Fiesta. Ese es el propósito que persigue la Liturgia de la Iglesia al colocar esta Fiesta importantísima al final del Año Litúrgico: Que el Reinado de Cristo – comenzando por cada uno de nosotros los Católicos – se extienda de cada individuo a cada familia, de cada familia a la sociedad, de la sociedad a las naciones, de las naciones al mundo entero.

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