31 de enero de 2008

TEXTO SOBRE LA CRUZ DE JESUCRISTO Y NUESTRA CRUZ DE LOS SANTOS

««¡Oh eterno y amantísimo Padre!, ¡qué grande fue el exceso de vuestro amor para con los hombres, pues no perdonasteis a vuestro unigénito Hijo, sino que le entregasteis a que muriese por nosotros pecadores!, ¡qué grande fue el amor que nos mostrasteis, pues llegó a tal extremo, que aquel mismo Señor, que en tenerse por igual a Vos no os usurpara cosa alguna, se sujetase a padecer por nosotros la ignominiosa muerte de cruz! Así Él había sido el único libre entre los muertos, que tuvo potestad de morir y también la tuvo de resucitar. Él mismo fue el vencedor y la víctima que se ofreció a Vos por nosotros, y por eso fue vencedor, porque fue víctima. Se hizo para con Vos sacerdote, y sacrificio por nosotros; y por eso fue el sacerdote, porque Él mismo fue el sacrificio. Y finalmente, de siervos que éramos, nos hizo vuestros hijos el que, siendo Hijo vuestro, se hizo nuestro siervo.
Con razón, pues, Dios mío, tengo grande y firmísima esperanza de que sanaréis todas mis dolencias, por este mismo Señor, que está sentado a vuestra diestra y os ruega incesantemente por nosotros, que si no desesperaría de mi salud. Verdaderamente son muchas y grandes mis dolencias, muchas son y grandes; pero mayor, más copiosa y eficaz es vuestra medicina. Si el divino Verbo no se hubiera hecho hombre, ni habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgar que estaba muy ajeno de unirse con la humana naturaleza, y desesperar enteramente de nuestra salvación
. »
»
(S. AGUSTÍN. CONFESIONES X, 42)
«La Sabiduría eterna quiere que su Cruz sea la insignia, el distintivo y arma de todos sus elegidos. En efecto, no reconoce como hijo a quien no posea esta insignia, ni como discípulo sino a quien la lleve en la frente sin avergonzarse, en el corazón sin protestar y sobre los hombros sin arrastrarla o rechazarla» (San Luis Mª Grignon de Monfort)

«Ante este misterio, además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la « teología vivida » de los Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a las luces particulares que algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la experiencia que ellos mismos han hecho de los terribles estados de prueba que la tradición mística describe como « noche oscura ». Muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor. En el Diálogo de la Divina Providencia Dios Padre muestra a Catalina de Siena cómo en las almas santas puede estar presente la alegría junto con el sufrimiento: « Y el alma está feliz y doliente: doliente por los pecados del prójimo, feliz por la unión y por el afecto de la caridadque ha recibido en sí misma. Ellos imitan al Cordero inmaculado, a mi Hijo Unigénito, el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente ». Del mismo modo Teresa de Lisieux vive su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma precisamente la misma paradoja de Jesús feliz y angustiado: « Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo su agonía no era menos cruel. Es un misterio, pero le aseguro que, de lo que pruebo yo misma, comprendo algo ».14 Es un testimonio muy claro. Por otra parte, la misma narración de los evangelistas da lugar a esta percepción eclesial de la conciencia de Cristo cuando recuerda que, aun en su profundo dolor, él muere implorando el perdón para sus verdugos (cf. Lc 23,34) y expresando al Padre su extremo abandono filial: « Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23,46)» (NMI 27)

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