23 de octubre de 2012

Sin la liturgia no habrá nueva evangelización,


Sin la liturgia no habrá nueva evangelización,
Card. Antonio Cañizares,
El permanente mandato misionero del Señor, siempre actual, lo escuchamos hoy en una situación marcada por el olvido de Dios o eclipse cultural de Dios, en la que muchos viven como si Dios no existiera. El momento es apremiante y demanda una inaplazable y nueva evangelización, nueva principalmente en su ardor; una nueva y urgente evangelización que será, ante todo, anuncio, testimonio de Dios y de su reinado, entrega de Dios, prioridad de Dios revelado en Jesucristo, para que los hombres se conviertan, crean y entren y vivan en comunión con Él.
Esta nueva evangelización no será posible sin la liturgia, particularmente de la Eucaristía, que es su fuente y su cumbre. Evangelización y liturgia son inseparables. Siempre, pues, pero mas todavía, si cabe, en estos momentos de la historia en los que padecemos tan profunda crisis del sentido de Dios en el mundo y una fuerte secularización interna de la Iglesia, el reavivar y fortalecer el sentido y el espíritu genuino de la sagrada liturgia en la conciencia y vida de la Iglesia es algo que urge y apremia como ningún otra cosa, si queremos llevar a cabo una necesaria y nueva evangelización: es misión y labor prioritaria siempre y, sobre todo, hoy.
La Iglesia, las comunidades y fieles cristianos, tendrán vigor y vitalidad, vivirán una vida santa, serán testigos valientes y anunciadores fieles e incansables del Evangelio, si viven la liturgia y si viven de ella, si beben de esta fuente, si viven el encuentro transformador con Jesucristo que se da en la liturgia, si se vive la comunión con Dios que acontece en la liturgia, porque así vivirán de Dios mismo y de su gracia vivificadora y transformadora, donde radica la santificación, su fuerza y su misma vida, su capacidad y valentía evangelizadora, toda su aportación a los hombres y al futuro de la humanidad. El futuro del hombre está en Dios: el cambio decisivo del mundo está en Dios, en su adoración. Y ahí está la liturgia. No es posible una nueva evangelización, nueva en su ardor que es lo básico por encima de medios, métodos y lenguaje, si no se vive en la comunión de vida con Jesucristo, en la vida nueva que en Él, por el Espíritu Santo, se nos da: si no es a través de la liturgia, particularmente de la Eucaristía.
La liturgia nos remite a Dios; el sujeto principal de la liturgia es Dios, el Padre; es Cristo, el hijo de Dios vivo; es el Espíritu Santo, que nos introduce en el misterio de Dios y nos santifica. Liturgia significa, ante todo, presencia y acción de Dios, reconocer a Dios en el centro de todo, de quien nos viene todo bien, dejar que Dios actúe y obre su salvación y nos santifique. La liturgia proclama, anuncia, hace presente la verdad de Dios, Dios mismo, el amor de Dios hasta el extremo, la obra de la redención y de la reconciliación que Dios actúa y que transforma, renueva, recrea al hombre haciéndole participe de su misma vida: es presencia de Dios, de su Reino, que llama a una vida nueva, que hace posible y realidad efectiva esa vida nueva que trae Dios-con-nosotros. No se puede separar ni contraponer evangelización y liturgia; no es posible la una sin la otra. La liturgia es la evangelización en su expresión máxima, porque el anuncio y testimonio del Evangelio de Dios se hace realidad presente en medio nuestro y se nos da la posibilidad de entrar y tomar parte en ese Evangelio vivo. ¡Qué bien entendieron todo lo que es la liturgia, la Eucaristía, los cristianos de los primeros siglos, y que bien lo entendieron los emperadores de Roma al llevarlos al martirio por la Eucaristía!; ahí, en ella estaba todo. Por eso es tan necesario en estos momentos que ayudemos a entrar en la liturgia, en la Eucaristía, a conocer y comprender la liturgia, la Eucaristía, a promover la formación litúrgica, y, por encima de todo, a que se celebre bien y se participe en esa celebración como la Iglesia indica.
Por otra parte, la Iglesia, por naturaleza, deriva de su misión de glorificar a Dios y, por ello, está irrevocablemente ligada a la liturgia, cuya substancia es la reverencia y la adoración a Dios, el Dios que está presente y actúa en la Iglesia. La evangelización ha de hablar de Dios y dar testimonio de Él, para darle gloria. Una cierta crisis que ha podido afectar de manera importante a la liturgia y a la misma Iglesia desde los años posteriores al Concilio hasta hoy se debe al hecho de que frecuentemente en el centro no esta Dios y la adoración de Él, la gloria de Dios, sino los hombres y su capacidad hacedora. En la historia reciente ciertamente la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la liturgia pudo no ser entendida por todos a partir de este primado de Dios y de su gloria, de la adoración, sino como obra nuestra, viendo incluso nuestra obra como contrapuesta a la liturgia y a la acción sacramental. Sin embargo, cuanto más la “hagamos” nosotros para nosotros mismos, y más se contraponga o se la separe de la evangelización, lo esencial se habrá perdido. Así, sin la liturgia y sin el primado de Dios en ella, los fieles y las comunidades cristianas se secarán, se debilitarán y languidecerán, se tornaran incapaces de evangelizar con renovado ardor y vigor.
En definitiva, si queremos una Iglesia evangelizadora, presente en el mundo, renovándola y transformándola conforme al querer de Dios, como señala emblemáticamente Gaudium et Spes y reclama una nueva evangelización, es preciso que primero, y por encima de todo, sea una Iglesia que vive de cuanto entraña Sacrosanctum Concilium, esto es: de la liturgia en su verdad, cuya cima es la Eucaristía.
Por ello, la nueva evangelización se hará si, al mismo tiempo e inseparablemente, se promueve y reaviva un nuevo impulso litúrgico que haga revivir fielmente la verdadera herencia del Concilio Vaticano II. Tenemos necesidad, sin duda una grandísima necesidad, de este nuevo impulso. Así lo ve el Papa Benedicto XVI, un hombre tan providencial de nuestros días, tan hondamente comprometido como pocos en impulsar una nueva evangelización y hacer posible una humanidad nueva hecha de hombres nuevos, una nueva cultura y un mundo nuevo dignos del hombre –creatura de Dios–, testigo, además de la esperanza “grande”. Este Papa está, con toda claridad, haciendo de la liturgia uno de los distintivos más ricos y esperanzadores de su pontificado. 

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