21 de agosto de 2014

Se apacientan a sí mismos, y no a las ovejas...

Se apacientan a sí mismos, y no a las ovejas


“¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría…” (Santo Cura de Ars) estas palabra me hacían pensar en la primera lectura de la misa de ayer del Profeta Ezequiel (Ez. 34,1-11). SOY SACERDOTE NO PARA MI, SINO PARA LA COMUNIDAD que se me confió administrar. 
Por eso nos decía el Profeta: “Ay de los pastores que se apacientan así mismos...no han apacentado el rebaño; no han fortalecido a las ovejas débiles, no han curado las enfermas, sino que la han dominado con violencia y dureza”.
¿Cómo traducía esto en mi vida de pastor de una comunidad?
-         Cuando no pienso en los feligreses;
-         Cuando no los acompaño en los diversos grupos; cuando no los formo para que crezcan más en la fe;
-         Cuando no hago jornadas para visitar enfermos y solo me conformo con los que me llaman;
-         Cuando trato despotamente y sin caridad.
Pero también se traduce:
-         Cuando digo no tener tiempo para atender el despacho (excusa para no ofrecer este servicio),
-         Cuando no ofrezco hora para la Confesión aunque no llegue ningún feligrés,
-         Cuando dejo de celebrar la Eucaristía centro de mi vida y de los feligreses tampoco allí apaciento a las ovejas.
Señor que recuerde que soy otro CRISTO, el mismo Cristo. Que viva cada día lo que nos pide tu Vicario el Papa Francisco que sea pastor con olor de oveja, que unja más, que salga más porque de lo contrario en vez de ser pastor me convertiría en gestor. QUE SE NOTE QUE SEA UN PASTOR EN MEDIO DEL PROPIO REBAÑO.
¡Quiénes son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de los que dice el Apóstol: Todos los que buscan su interés, y no el de Jesucristo (Filp 2, 21).
Si pensamos más en Jesucristo, que en nosotros, ayudaríamos más a los feligreses – a nuestro encargo – a un mejor encuentro con Cristo. Para ello, debo ser el primeros que, como sacerdote, ser santo y aspirar a la santidad para que, al celebrar cada día la misa, pueda unirme a Jesús, con un corazón y un alma limpia y pura, como lo expresó San Juan Crisóstomo que “el alma del sacerdote debe ser más pura que los rayos del sol para que el Espíritu Santo no lo abandone y para que pueda decir: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” …Al que se acerca al sacerdocio, le conviene ser puro, como si estuviera en el cielo”.
Como sacerdote ser un padre para todos (Pío XII). Es decir, un padre espiritual, que a todos da aliento y consuelo y los orienta en el camino a Dios. 
Soy Sacerdote de Cristo y para Cristo y, a la vez, de los hombres y para los hombres. Cada mañana o cada tarde, al renovar su sacrificio en unión con Cristo en la misa, debo OFRECER TAMBIÉN MI TOTAL DISPONIBILIDAD PARA TODOS
Hace unos días una joven me preguntaba: ¿Qué es lo más importante para usted como Sacerdote? Me quedé pensativo un instante, y le respondí – sin ninguna duda – SER SACERDOTE. Ser Sacerdote es estar disponible para todos sin excepción. Ser como un pan que debe ser comido por todos y no por uno solo. 
Por eso, debo ser profundamente eucarístico y centrar mi vida en la Eucaristía, en Jesús, que me espera todos los días para unirme a Él en común unión en la comunión. 
La misa diaria debe ser el centro de mi vida. A este respecto, como decía San Juan Pablo II: El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón del misterio. Por eso, la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de cada jornada y el centro de su vida… 
Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo sacerdote. Y para mí, desde los primeros años de mi sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido, no sólo el deber más sagrado, sino sobre todo, la necesidad más profunda del alma… En el momento de la misa, el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la Ultima Cena… ¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad que poder representar cada día in persona Christi el sacrificio redentor, el mismo que Cristo llevó a cabo en la cruz? 
Personalmente, puedo decir que la celebración diaria de la misa es lo más importante de cada día. En ella me ofrezco con Jesús por la salvación de todo el mundo. En ella me siento unido a todos los santos y ángeles, que me acompañan, especialmente al santo del día y a los ángeles de la guarda de mis amigos. En ella pido por todas las almas del purgatorio y por todos los hombres sin excepción. ¡Cuántas bendiciones derramará Dios sobre el Universo entero por la celebración de una misa! Por eso, me siento feliz de ser sacerdote y no cambiaría mi vocación por ninguna otra. 
Siendo sacerdote, siento que mi vida tiene pleno sentido y, si dejara esta vocación, nada ni nadie podría llenar ese vacío. ¡Cuánto bien hace al mundo un sacerdote! ¡Qué necesidad tiene el mundo de hombres espirituales, que hablen de Dios y reparen tanta impureza con su pureza de vida y con su amor desinteresado a los demás! 
No es de extrañar que san Juan María Vianney dijera que “el sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús y, si comprendiésemos bien lo que es el sacerdote, moríamos, no de pavor, sino de amor”. 
Por todo esto y, a pesar de mis errores y pecados como sacerdote, mi sacerdocio brilla en el mundo como una luz en las tinieblas, no por mí sino por el Señor.
Oren por mí y Oren por los sacerdotes (particularmente de esta Diócesis de Puerto Cabello) para que seamos santos y seamos pastores que cuidan, acompañan, forman y orientas a sus ovejas los feligreses por quienes nos tenemos que desgastar.

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