Se apacientan a sí mismos, y no a las
ovejas
“¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría…”
(Santo Cura de Ars) estas palabra me hacían pensar en la primera lectura de la
misa de ayer del Profeta Ezequiel (Ez. 34,1-11). SOY SACERDOTE NO
PARA MI, SINO PARA LA COMUNIDAD que se me confió administrar.
Por eso nos decía el Profeta: “Ay de los pastores que se apacientan así
mismos...no han apacentado el rebaño; no han fortalecido a las ovejas débiles,
no han curado las enfermas, sino que la han dominado con violencia y dureza”.
¿Cómo traducía esto en mi vida de pastor de una comunidad?
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Cuando no pienso en los feligreses;
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Cuando no los acompaño en los diversos
grupos; cuando no los formo para que crezcan más en la fe;
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Cuando no hago jornadas para visitar
enfermos y solo me conformo con los que me llaman;
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Cuando trato despotamente y sin caridad.
Pero también se traduce:
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Cuando digo no tener tiempo para atender el
despacho (excusa para no ofrecer este servicio),
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Cuando no ofrezco hora para la Confesión
aunque no llegue ningún feligrés,
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Cuando dejo de celebrar la Eucaristía
centro de mi vida y de los feligreses tampoco allí apaciento a las ovejas.
Señor que recuerde que soy otro CRISTO, el mismo Cristo. Que viva
cada día lo que nos pide tu Vicario el Papa Francisco que sea pastor con olor
de oveja, que unja más, que salga más porque de lo contrario en vez de ser
pastor me convertiría en gestor. QUE SE NOTE QUE SEA UN PASTOR EN MEDIO DEL
PROPIO REBAÑO.
¡Quiénes
son los que se apacientan a sí mismos? Aquellos de los que dice el Apóstol:
Todos los que buscan su interés, y no el de Jesucristo (Filp 2, 21).
Si pensamos más en Jesucristo, que en nosotros, ayudaríamos
más a los feligreses – a nuestro encargo – a un mejor encuentro con Cristo. Para
ello, debo ser el primeros que, como sacerdote, ser santo y aspirar a la
santidad para que, al celebrar cada día la misa, pueda unirme a Jesús, con un
corazón y un alma limpia y pura, como lo expresó San Juan Crisóstomo que “el
alma del sacerdote debe ser más pura que los rayos del sol para que el Espíritu
Santo no lo abandone y para que pueda decir: Ya no vivo yo, es Cristo quien
vive en mí” …Al que se acerca al sacerdocio, le conviene ser puro, como si estuviera
en el cielo”.
Como sacerdote ser un padre para todos (Pío XII). Es decir,
un padre espiritual, que a todos da aliento y consuelo y los orienta en el
camino a Dios.
Soy Sacerdote de Cristo y para Cristo y, a la vez, de los
hombres y para los hombres. Cada mañana o cada tarde, al renovar su sacrificio
en unión con Cristo en la misa, debo OFRECER
TAMBIÉN MI TOTAL DISPONIBILIDAD PARA TODOS.
Hace unos días una joven me preguntaba: ¿Qué es lo más
importante para usted como Sacerdote? Me quedé pensativo un instante, y le
respondí – sin ninguna duda – SER SACERDOTE. Ser Sacerdote es estar disponible
para todos sin excepción. Ser como un pan que debe ser comido por todos y no
por uno solo.
Por eso, debo ser profundamente eucarístico y centrar mi
vida en la Eucaristía, en Jesús, que me espera todos los días para unirme a Él
en común unión en la comunión.
La misa diaria debe ser el centro de mi vida. A este
respecto, como decía San Juan Pablo II: El sacerdote, celebrando cada día la
Eucaristía, penetra en el corazón del misterio. Por eso, la celebración de la
Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de cada jornada y
el centro de su vida…
Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más
sagrada de todo sacerdote. Y para mí, desde los primeros años de mi sacerdocio,
la celebración de la Eucaristía ha sido, no sólo el deber más sagrado, sino
sobre todo, la necesidad más profunda del alma… En el momento de la misa, el
sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que
dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la
Ultima Cena… ¿Hay en el mundo una realización más grande de nuestra humanidad
que poder representar cada día in persona Christi el sacrificio redentor, el
mismo que Cristo llevó a cabo en la cruz?
Personalmente, puedo decir que la celebración diaria de la
misa es lo más importante de cada día. En ella me ofrezco con Jesús por la
salvación de todo el mundo. En ella me siento unido a todos los santos y
ángeles, que me acompañan, especialmente al santo del día y a los ángeles de la
guarda de mis amigos. En ella pido por todas las almas del purgatorio y por
todos los hombres sin excepción. ¡Cuántas
bendiciones derramará Dios sobre el Universo entero por la celebración de una
misa! Por eso, me siento feliz de ser sacerdote y no cambiaría mi vocación
por ninguna otra.
Siendo sacerdote, siento que mi vida tiene pleno sentido y,
si dejara esta vocación, nada ni nadie podría llenar ese vacío. ¡Cuánto bien
hace al mundo un sacerdote! ¡Qué necesidad tiene el mundo de hombres
espirituales, que hablen de Dios y reparen tanta impureza con su pureza de vida
y con su amor desinteresado a los demás!
No es de extrañar que san Juan María Vianney dijera que “el
sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús y, si comprendiésemos bien lo que es
el sacerdote, moríamos, no de pavor, sino de amor”.
Por todo esto y, a pesar de mis errores y pecados como
sacerdote, mi sacerdocio brilla en el mundo como una luz en las tinieblas, no
por mí sino por el Señor.
Oren por mí y Oren por los sacerdotes (particularmente de
esta Diócesis de Puerto Cabello) para que seamos santos y seamos pastores que
cuidan, acompañan, forman y orientas a sus ovejas los feligreses por quienes
nos tenemos que desgastar.
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