27 de noviembre de 2014

CAMPAÑA APOYA A TU IGLESIA

CAMPAÑA APOYA A TU IGLESIA



Este fin de semana se estará llevando a cabo la “Campaña apoya a tu Iglesia” en diversas parroquias de nuestra Diócesis. En nuestra Parroquia Cristo Rey la iniciaremos el domingo 30, primero de Adviento tiempo de Esperanza, y culminará el sábado 06. La “Campaña apoya a tu Iglesia” está destinada a sostener las obras de la Iglesia, cooperando así con nuestra Parroquia y con nuestra Diócesis.
Como miembros de la Iglesia, somos responsables no sólo de nuestra propia salvación, sino también de la de nuestros hermanos en Cristo. No podemos olvidar que la mayor obra de caridad que podemos realizar es el anuncio del Evangelio, y que debemos velar para que nuestro prójimo lo conozca y alcance para sí el tesoro preciado que significa la salvación (ver: 1Tm. 2, 3-4).
No podemos permanecer indiferentes No podemos permanecer indiferentes frente a la gran necesidad que existe en el mundo de conocer la Verdad. Menos aún podemos delegar esa responsabilidad, pensando que es un asunto que deben resolverlos otros (por ejemplo la Jerarquía de la Iglesia, los consagrados, las religiosas, etc.), porque deberían ser los más capacitados o más comprometidos en las labores pastorales. El apostolado de cada uno de nosotros es imprescindible en la Iglesia, surge de nuestra misión y es de tal relevancia, que si uno de nosotros no contribuye de acuerdo a sus capacidades en él, hay que decir que es inútil para la Iglesia y para sí mismo.
Una verdadera comunidad católica debe ser partícipe de los gozos, penas y necesidades de las otras comunidades cristianas. Por eso nos dice San Pablo. “Cada uno debe dar lo que ha decidido en su corazón, y no de mala gana o a la fuerza, porque Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9, 6-8). Sabiendo que  “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch. 20, 35);
La Iglesia en su doctrina ha buscado clarificar cada vez mejor la conceptualización sobre los bienes materiales. Así, en la legislación eclesial, se dice que los bienes temporales, que la Iglesia adquiere y administra están al servicio de tres fines: "la organización del culto divino, el procurar la honesta sustentación del clero y demás ministros, el ejercicio de las obras de apostolado sagrado y de caridad, sobre todo respecto a los necesitados" (CIC 1254 § 2).
Cada uno de nosotros ha recibido dones del Señor y no hay mayor gozo y satisfacción humana que ponerlos al servicio de los demás (1Pe 4, 10). A eso se añade la conciencia de que somos parte del Pueblo de Dios y de que Él ha querido salvarlo en su conjunto, contando con la participación comunitaria de cada uno de nosotros. Además, es necesario ser conscientes de que los dones recibidos no son propios, sino que han sido dados para la mutua edificación y santificación de la Iglesia. Esto último es una sana reflexión para evitar la vanagloria o el egoísmo de querer que nuestros dones sean sólo para nosotros mismos o para beneficio de unos cuantos “elegidos” arbitrariamente.
Que cada uno de vosotros, se dé cuenta que es administrador de lo ajeno; que cada uno arroje de su alma toda soberbia de señorío y propiedad, y tome más bien la actitud de humildad y cautela que conviene al que es súbdito y administrador. Como quien a cada momento está esperando la llegada del amo,… Eres inquilino, y sólo por poco tiempo se te ha concedido el uso de lo que tienes confiado” (s. Asterio Amaseo).
Junto con nuestros tiempos, tesoros y talentos, tenemos responsabilidades que nos son propias y que corresponden a nuestra singularidad, vocación y misión. A su vez la Iglesia en su conjunto tiene una misión común, que es instaurarlo todo en Cristo, haciendo discípulos a todas las gentes (Mt 28, 19). Es por ello que no soy sólo responsable de mis actos, sino que como parte del Cuerpo Místico de Cristo, soy corresponsable con otros, para que la misión de la Iglesia se lleve a cabo, lo cual supone la preocupación por mi despliegue personal en un entorno comunitario concreto.
Como parte de una porción de la Iglesia, percibimos con intensidad el llamado a la corresponsabilidad, de cara a los desafíos inmensos que se nos presentan en nuestra vida y acción, conscientes que somos de barro (Sal 104, 29; 103, 14), pero que estamos llamados a gozar de la Eternidad prometida por el Señor Jesús.
¿Cómo podemos manifestar nuestra corresponsabilidad en nuestra comunidad concreta? Por ejemplo, mediante la corrección fraterna, siendo conscientes de lo que sucede en nuestro entorno, en la vida de la Iglesia; dando consejo al que lo requiere; estando atentos a las ocasiones en las que podemos poner al servicio nuestros talentos; trabajando arduamente en aquello que se nos encomienda, como si todo dependiese de nosotros, rezando como si todo dependiese de Dios.
Que seamos generosos, que cada uno dé de acuerdo a sus capacidades (Cf. Eclo. 35, 9). La Iglesia, mi Iglesia, tu Iglesia, depende de sus feligreses, que son los primeros corresponsables en esta misión. Es una manera de vivir que reconoce a Dios como la fuente y dueño de todo. Somos simplemente cuidadores de todos los regalos de Dios. 

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