1 de febrero de 2014

SACERDOTES DE CUERPO ENTERO

El sacerdote debe ser un padre y un pastor para todos sin excepción. NO TRABAJA SÓLO UNAS HORAS DETERMINADAS, SINO QUE ES SACERDOTE POR SIEMPRE Y PARA SIEMPRE. Debe estar disponible las veinticuatro horas del día, sobre todo, para cosas importantes. Y debe hacer su labor pastoral CON ÁNIMO AMABLE Y ACOGEDOR, porque cualquier persona, por pobre que sea, debe tener derecho a pedirle algo de su tiempo para ser escuchada o atendida. Esto significa que debe ser SACERDOTE DE CUERPO ENTERO, y no a medias tintas, evitando los malos tratos, teniendo paciencia con todos y siendo comprensivo.
Con frecuencia, la gente se acerca al sacerdote para pedirle que los encomiende a ellos o a sus familiares, en casos de especial necesidad o en problemas de salud del cuerpo o del alma... Y el sacerdote debe ser el padre bueno que los escucha y los consuela y pide a Dios por ellos. San Josemaría Escribá de Balaguer decía: Hay que ser, en primer lugar, sacerdotes, después sacerdotes y siempre y en todo sacerdotes.
La Iglesia necesita sacerdotes enamorados de Cristo, felices de seguir al Maestro, mientras recorre la tierra en busca de almas que salvar, con el corazón palpitante de amor sacerdotal. Y, sobre todo, LA MISA DIARIA DEBE SER EL PUNTO CENTRAL DE CADA DÍA EN LA VIDA DE UN SACERDOTE.
Y esto ¿por qué? Porque el sacerdote de hoy, de mañana y de siempre, debe ser otro Cristo, asemejarse a Cristo. Y esto sólo puede conseguirlo, celebrando diaria y devotamente la santa misa, pues la celebra en la persona de Cristo. Cristo celebra la misa por medio del sacerdote que, en esos momentos, está como identificado con Él, como el fuego y el hierro se unen en un hierro rusiente.
Son UNO, siendo dos. Son dos en UNO. Por eso, esta unidad e identificación del sacerdote con Cristo en la misa y comunión debe llevarla a la vida diaria y debe comportarse como otro Cristo en la tierra. Y ofrecer cada día en la misa, como un buen padre, las preocupaciones y necesidades de todos sus hijos.
Cuando bautiza, es padre de modo especial; porque, en ese momento, engendra hijos para Dios y los hace nacer a la vida de Dios. Igualmente, cuando confiesa y aconseja está siendo padre amoroso que perdona a sus hijos extraviados y, con el poder de Dios, les devuelve la vida divina o los dirige por el camino del bien.
LOS FIELES QUIEREN VER AL SACERDOTE HUMILDE, SENCILLO Y CERCANO. También LO QUIEREN CULTO, de modo que pueda aconsejarles en cualquier cuestión moral o personal que se presente. También quieren que RECE, que NO SE NIEGUE A ADMINISTRAR LOS SACRAMENTOS, que ESTÉ DISPUESTO a acoger a todos sin constituirse en jefe o militante de banderías humanas..., que PONGA AMOR y DEVOCIÓN en la celebración de la santa misa, que CONSUELE a los enfermos y afligidos, que ADOCTRINE con la catequesis a los niños y a los adultos, que PREDIQUE LA PALABRA DE DIOS y no cualquier tipo de ciencia humana.
El sacerdote, como padre, debe ser un ejemplo para sus hijos, pues un ejemplo vale más que mil palabras. Se le DEBE NOTAR QUE ES UN HOMBRE DE DIOS en el modo de hacer la genuflexión ante el Santísimo, en el respeto con que lee la palabra de Dios, en su compostura al celebrar la misa, en su amor a los niños, a los pobres y enfermos... Y debe SER UN PASTOR, que guía a sus ovejas hacia Jesús, sobre todo, a Jesús presente en la Eucaristía.
También, como buen padre, debe buscar a sus ovejas perdidas y orar por ellas; visitar las familias, los colegios, los hospitales...SU TRABAJO SACERDOTAL ABARCA TODA SU VIDA. Es sacerdote para toda su vida. Nunca puede decir: estoy fuera de servicio. Aunque esté en un país extranjero o muy lejos de su parroquia, debe manifestarse a todos como sacerdote, porque en todas partes hay ovejas que pueden necesitar de sus consejos o de una confesión.
En el trato con las personas descubre cuántos problemas, a veces, encierran en sus corazones. Cada vida es un mundo diferente y el sacerdote debe tenderles la mano para que puedan abrir su corazón, y darles un consuelo, aunque sea regalando una estampa, un rosario o una bendición. Hay mucha gente hambrienta de Dios, o que está confundida, y necesita una orientación, incluso, cuando son personas de otras religiones. Porque EL SACERDOTE DEBE SER PADRE PARA TODOS HASTA EL ÚLTIMO MOMENTO DE SU VIDA.
Henrich Mann cuenta en su Autobiografía que, cierto día, caminó largo trecho por los caminos polvorientos de Italia en compañía de un capuchino. Cuando el fraile le preguntó por sus creencias, nuestro hombre le contestó que ni creía ni se negaba a creer, porque ambas cosas le parecían demasiado elevadas. En el momento de separarse, el capuchino le dijo de improviso: En adelante, rezaré por usted.

Aquí vemos una imagen de nuestro ministerio sacerdotal. Nuestra misión es que sepamos de continuo, porque Dios así lo quiere, recorrer por extenso los senderos polvorientos de nuestro mundo en compañía de otros hombres. Y nos exige que, seguidamente, los tengamos presentes ante Dios para que sus caminos y los nuestros acaben confluyendo en los de Él

PELIGRO ANTES LOS NUEVOS DESEOS


Nuevamente en nuestro país se quiere encender una hoguera, que al parecer se había “extinguido”, por grupos ideológicos que desean asimilar las uniones homosexuales al verdadero matrimonio. Se trata de un fenómeno moral, social y jurídico inquietante.
Por eso es necesario volver la mirada a lo que nuestra fe manifiesta, que no es un atentado contra la persona, sino un recordar los puntos esenciales inherentes al problema y presentar algunas argumentaciones de carácter racional, útiles para PROTEGER Y PROMOVER LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO, fundamento de la familia, y la solidez de la sociedad, de la cual esta institución es parte constitutiva.

RESPETO A TODA PERSONA

Las personas homosexuales, como todos, están dotadas de la dignidad inalienable que corresponde a cada ser humano. No es en modo alguno aceptable que se las menosprecie, maltrate o discrimine. Es evidente que, EN CUANTO PERSONAS, tienen en la sociedad los mismos derechos que cualquier ciudadano y, en cuanto cristianos, están llamados a participar en la vida y en la misión de la Iglesia. Bien lo decía el Papa Francisco: “Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”. Se condena las expresiones o los comportamientos que lesionan la dignidad de estas personas y sus derechos; y se llama a los católicos a respetarlas y a acogerlas como corresponde a una caridad verdadera y coherente. 
Con todo se debe recordar también algo tan obvio y natural, como que EL MATRIMONIO NO PUEDE SER CONTRAÍDO MÁS QUE POR PERSONAS DE DIVERSO SEXO: una mujer y un varón. A dos personas del mismo sexo no les asiste ningún derecho a contraer matrimonio entre ellas. EL ESTADO, por su parte, no puede reconocer este derecho inexistente, a no ser ACTUANDO DE UN MODO ARBITRARIO que excede sus capacidades y que dañará, sin duda muy seriamente, el bien común. Las razones que avalan estas proposiciones son de orden antropológico, social y jurídico.

UNITIVO Y PROCREATIVO


Los significados unitivos y procreativo de la sexualidad humana se fundamentan en la realidad antropológica de la diferencia sexual y de la vocación al amor que nace de ella, abierta a la fecundidad. Este conjunto de significados personales hace de la unión corporal del varón y de la mujer en el matrimonio la expresión de un amor por el que se entregan mutuamente de tal modo, que esa donación recíproca llega a constituir una auténtica comunión de personas, la cual, al tiempo que plenifica sus existencias, es el lugar digno para la acogida de nuevas vidas personales. En cambio, las relaciones homosexuales, al no expresar el valor antropológico de la diferencia sexual, no realizan la complementariedad de los sexos, ni pueden engendrar nuevos hijos. 
La relevancia del único verdadero matrimonio para la vida de los pueblos es tal, que difícilmente se pueden encontrar razones sociales más poderosas que las que obligan al Estado a su reconocimiento, tutela y promoción. Se trata, en efecto, de una institución más primordial que el Estado mismo, inscrita en la naturaleza de la persona como ser social. 
El matrimonio, en cuanto expresión institucional del amor de los cónyuges, que se realizan a sí mismos como personas y que engendran y educan a sus hijos, es la base insustituible del crecimiento y de la estabilidad de la sociedad. NO PUEDE HABER VERDADERA JUSTICIA Y SOLIDARIDAD SI LAS FAMILIAS, BASADAS EN EL MATRIMONIO, SE DEBILITAN COMO HOGAR DE CIUDADANOS DE HUMANIDAD BIEN FORMADA. Cuando la institución del Matrimonio y de la familia, que son los pilares de una sociedad, están amenazados por situaciones sociales, económicas, ideológicas o jurídicas, las diversas instituciones de la sociedad deben ponerse en movimiento para su defensa. En consecuencia es legítima la reacción y el rechazo de la sociedad cuando se pone en peligro la dignidad de la persona humana y los derechos que le son inherentes, como el de gozar de una estructura familiar constituida por un hombre y una mujer y sus hijos. (ver: Comunicado de la Conferencia Episcopal Venezolana del 10 de julio de 2009).

FENÓMENO, INMORALIDAD Y AUTORIDAD

No existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. EL MATRIMONIO ES SANTO, MIENTRAS QUE LAS RELACIONES HOMOSEXUALES CONTRASTAN CON LA LEY MORAL NATURAL. Los actos homosexuales, en efecto, «cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso».
Si el Estado procede a dar curso legal a un supuesto matrimonio entre personas del mismo sexo, la institución matrimonial quedará seriamente afectada. Equiparar la unión homosexual al verdadero matrimonio, es introducir un peligroso factor de disolución de la institución matrimonial y, con ella, del justo orden social. 
Con respecto al fenómeno actual de las uniones homosexuales, las autoridades civiles asumen actitudes diferentes: A veces se limitan a la tolerancia del fenómeno; en otras ocasiones promueven el reconocimiento legal de tales uniones, con el pretexto de evitar, en relación a algunos derechos, la discriminación de quien convive con una persona del mismo sexo; en algunos casos favorecen incluso la equivalencia legal de las uniones homosexuales al matrimonio propiamente dicho, sin excluir el reconocimiento de la capacidad jurídica a la adopción de hijos.
Allí donde el Estado asume una actitud de tolerancia de hecho, sin implicar la existencia de una ley que explícitamente conceda un reconocimiento legal a tales formas de vida, es necesario discernir correctamente los diversos aspectos del problema. LA CONCIENCIA MORAL EXIGE SER TESTIGO, en toda ocasión, de la verdad moral integral, a la cual se oponen tanto la aprobación de las relaciones homosexuales como la injusta discriminación de las personas homosexuales.
Lógico, el Estado tiene la obligación de eliminar la discriminación que los homosexuales padecen. Es, ciertamente, necesario proteger a los ciudadanos contra toda discriminación injusta. Pero es igualmente necesario proteger a la sociedad de las pretensiones injustas de los grupos o de los individuos. NO ES JUSTO QUE DOS PERSONAS DEL MISMO SEXO PRETENDAN CASARSE. Que las leyes lo impidan no supone discriminación alguna. En cambio, sí sería injusto y discriminatorio que el verdadero matrimonio fuera tratado igual que una unión de personas del mismo sexo, que ni tiene ni puede tener el mismo significado social. 
Se puede alegar también razones de tipo jurídico para la creación de LA FICCIÓN LEGAL del matrimonio entre personas del mismo sexo. Pueden decir que ésta sería la única forma de evitar que no pudieran disfrutar de ciertos derechos que les corresponden en cuantos ciudadanos. En realidad, lo justo es que acudan al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco. En cambio, se debe pensar en los efectos de una legislación que abre la puerta a la idea de que el matrimonio entre un varón y una mujer sería sólo uno de los matrimonios posibles, en igualdad de derechos con otros tipos de matrimonio. La influencia pedagógica sobre las mentes de las personas y las limitaciones, incluso jurídicas, de sus libertades que podrán suscitarse serán sin duda muy negativas.
El reconocimiento jurídico de las uniones homosexuales y, más aún, equipararlo con el matrimonio, constituiría un ERROR Y UNA INJUSTICIA DE MUY NEGATIVAS CONSECUENCIAS PARA EL BIEN COMÚN Y EL FUTURO DE LA SOCIEDAD: Frente a los graves daños que ya ha estado sufriendo el matrimonio y la familia por el deterioro económico, social y moral y por el impacto de una cultura pan sexual, relativista, de ideología que atenta contra su estructura social y jurídica, la Iglesia católica, lo mismo que otras iglesias cristianas hermanas y otros credos, ve con suma preocupación.
Naturalmente, sólo la autoridad legítima tiene la potestad de establecer las normas para la regulación de la vida social. Pero también es evidente que todos podemos y debemos colaborar con la exposición de las ideas y con el ejercicio de actuaciones razonables a que tales normas respondan a los principios de la justicia y contribuyan realmente a la consecución del bien común. Por tanto, pues, es una invitación a todos, en especial a los católicos, a hacer todo lo que legítimamente se encuentre en sus manos en nuestro sistema democrático para que las leyes de nuestro País resulten favorables al único verdadero matrimonio. En particular, ante la situación en la que nos encontramos, Los católicos, las personas de buena y recta voluntad, que tiene el deber moral de expresar clara y públicamente su desacuerdo ante dicha insinuación que pretenda legalizar las uniones homosexuales. 

LA BELLEZA DE MATRIMONIO

La institución matrimonial, con toda la belleza propia del verdadero amor humano, fuerte y fértil, también en medio de sus fragilidades, es muy estimada por todos los pueblos. Es una realidad humana que responde al plan creador de Dios y que, para los bautizados, es sacramento de la gracia de Cristo, el esposo fiel que ha dado su vida por la Iglesia, haciendo de ella una madre feliz y fecunda de muchos hijos. Precisamente por eso, la Iglesia reconoce el valor sagrado de todo matrimonio verdadero, también del que contraen quienes no profesan nuestra fe. Junto con muchas personas de ideologías y de culturas muy diversas, estamos empeñados – como Iglesia – en fortalecer la institución matrimonial, ante todo, ofreciendo a los jóvenes ejemplos que seguir e impulsos que secundar. 

La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y la complementariedad de los sexos es una verdad puesta en evidencia por la recta razón y reconocida como tal por todas las grandes culturas del mundo. El matrimonio no es una unión cualquiera entre personas humanas. Ha sido fundado por el Creador, que lo ha dotado de una naturaleza propia, propiedades esenciales y finalidades. Ninguna ideología puede cancelar del espíritu humano la certeza de que el matrimonio en realidad existe únicamente entre dos personas de sexo opuesto, que por medio de la recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus personas. Así se perfeccionan mutuamente para colaborar con Dios en la generación y educación de nuevas vidas.
«La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, entre los bautizados fue elevada por Cristo Señor a la dignidad de sacramento».
Estamos aún a tiempo de evitar que esta nueva y nociva confusión venga a entorpecer la construcción de la civilización del amor…


Pbro. Williams R. Campos