6 de julio de 2015

PARA MIRAR NUESTRA PROPIA CELEBRACIÓN


1.      Algunos sacerdotes siguen celebrando la Misa sin los ornamentos debidos. Y es frecuente que el sacerdote no se revista con la casulla y celebre sólo con la estola sobre el alba.
Casulla del latín “casula”, “casa pequeña” o tienda. La vestidura exterior del sacerdote, por encima del alba y la estola, a modo de capa. (Cf IGMR 299, IGMR 161).
Comenta Benedicto XVI que la Casulla simboliza el yugo del Señor. “Llevar el yugo del Señor significa ante todo: aprende de Él. Estar siempre dispuestos a asistir a la escuela de Jesús. De Él debemos aprender la pequeñez y la humildad –la humildad de Dios que se muestra en su ser hombre”
“Algunas veces quisiéramos decirle a Jesús: Señor, tu yugo no es para nada ligero. Más bien, es tremendamente pesado en este mundo. Pero al mirarlo a Él que ha cargado con todo –que en sí ha probado la obediencia, la debilidad, el dolor, toda la oscuridad, entonces todos nuestros lamentos se apagan”. 
“Su yugo es el de amar con Él. Y mientras más lo amamos, y con Él nos convertimos en personas que aman, más ligero se vuelve nuestro yugo aparentemente pesado”.
“Oremos para que nos ayude a ser junto con Él personas que aman, para experimentar así siempre más cuán bello es portar su yugo”

2.     Mayoritariamente, no se guarda el silencio en la oración colecta, tal y como está indicado. Aquí vemos hasta qué punto se ha perdido el sentido del silencio y estamos imbuidos de una cultura de la prisa.
La instrucción general del misal Romano (IGMR), dice:
n° 51: “Después el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve pausa de silencio, se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de toda la comunidad”.
n° 54. En seguida, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente con el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración.
n° 56. La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además conviene que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se prepare la respuesta. Dichos momentos de silencio pueden observarse oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la misma Liturgia de la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y, finalmente, una vez terminada la homilía.

3.     Está muy generalizado el uso de cantos inapropiados, faltos de calidad musical y con letras ajenas a la riqueza de la Sagrada Escritura.
La IGMR dice, en el n. 40, que: Téngase, por consiguiente, en gran estima el uso del canto en la celebración de la Misa, atendiendo a la índole de cada pueblo y a las posibilidades de cada asamblea litúrgica. Aunque no sea siempre necesario, como por ejemplo en las Misas fériales, cantar todos los textos que de por sí se destinan a ser cantados, hay que cuidar absolutamente que no falte el canto de los ministros y del pueblo en las celebraciones que se llevan a cabo los domingos y fiestas de precepto”.
Es muy frecuente ver cómo se sustituye el salmo responsorial por una canción que no tiene nada que ver. El caso es “meter algo nuestro”, como si fuera mejor y más importante que la palabra de Dios.
Hay muchas cuestiones que manifiestan una deficiente comprensión de la dignidad que se ha de dar precisamente a la Palabra de Dios. No se debería consentir proclamar las lecturas a quienes, incluso con muy buena intención carecen de las cualidades propias para ello. Abundan los lectores poco o mal preparados. No se les entiende, pronuncian mal, comienzan diciendo: “Primera lectura”, o, “Salmo responsorial”, o, “segunda lectura”. También terminan con un “es palabra de Dios” que, poco a poco, parece que ha de ser enriquecido para ser más original, llegando a escucharse en alguna ocasión: “Hermanos, esto que hemos escuchado es Palabra de Dios”. La razón por la que se dice solamente “Palabra de Dios” es porque es una aclamación; no se trata de informar a los fieles (éstos ya saben que lo leído es Palabra de Dios). Pero en ello, como en todo, la principal responsabilidad es de los sacerdotes que no enseñan ni corrigen.

4.     Ofrendas que no son apropiadas. Los primeros dones en ser presentados han de ser siempre el pan y el vino. Luego el dinero u otras aportaciones para la Iglesia o los necesitados. No tiene sentido llevar objetos diversos (catecismos, biblias, trabajos manuales hechos en la catequesis, juguetes, etc., que luego se recoge). Lo que se lleva ha de ser verdadera ofrenda. Tampoco conviene hacer ofrendas en número excesivo y resaltar indebidamente y de forma exagerada, un rito que por su naturaleza debe ser breve y sobrio.

5.     No es correcto que los sacerdotes en el ofertorio, ofrezcan conjuntamente el pan y el vino. El presentar el pan y el vino separadamente y con su respectiva oración forma parte del significado de cada uno de esos dones y no se debe “simplificar” haciéndolo conjuntamente.

6.     Muchos celebrantes suprimen arbitrariamente el lavabo. El rito del lavarse las manos expresa en ese símbolo, la necesidad de pureza de corazón para ofrecer el Sacrificio. No es algo optativo sino algo mandado. Pero se ha prescindido tanto de él que, incluso los que preparan lo necesario para la Misa, directamente no lo ponen o piensan que cada sacerdote decide si se usa o no. “En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR, 76).

7.     Poco valor a las plegarias eucarísticas.
No te olvides que hemos sido ordenados para rezar todos los días una oración. Pero ¿qué oración? La anáfora (IGMR, nn. 78-79).
Probablemente, para muchos fieles y después de tantos años de repetición, la Plegaria Eucarística II haya terminado por convertirse en “la Plegaria Eucarística de la Misa”, sin más, porque en muchas parroquias prácticamente nunca se oye otra.
Se podría especular sobre las razones e incluso sospechar, tristemente, que la predilección que despierta podría deberse en algunos casos a que es la más breve de todas, pero en realidad no importa, porque el mero hecho de repetir prácticamente siempre esa plegaria constituye un abuso.
Nada tengo contra la Plegaria Eucarística II, por supuesto. Personalmente, me gusta mucho esa plegaria. Tiene partes verdaderamente preciosas, como ese canto exultante de victoria: “Él, en cumplimiento de tu voluntad, para destruir la muerte y manifestar la resurrección, extendió sus brazos en la cruz, y así adquirió para ti un pueblo santo”. Sin embargo, el hecho de que a uno le guste no puede justificar que sustituya a las demás y especialmente a la Plegaria Eucarística I o Canon Romano, que es la parte principal de la liturgia latina.
Te glorificamos, Padre Santo, porque estás siempre con nosotros en el camino de la vida, sobre todo cuando Cristo, tu Hijo, nos congrega para el banquete pascual de su amor. Como hizo en otro tiempo con los discípulos de Emaús, él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan” (P. E Va): ESTO ES LA JOYA.
La Ordenación General del Misal Romano da unas normas muy claras sobre el uso de las distintas Plegarias Eucarísticas del Misal:
365. La elección entre las Plegarias Eucarísticas, que se encuentran en el Ordinario de la Misa, se rige oportunamente por estas normas.
a) La Plegaria Eucarística primera o Canon Romano, que puede emplearse siempre, se dirá más oportunamente (opportunius) en los días que tienen el Reunidos en comunión propio, o en las Misas que se enriquecen con el Acepta, Señor, en tu bondad propio, también en las celebraciones de los Apóstoles y de los Santos de los que se hace mención en esta misma plegaria; igualmente en los días domingo, a no ser que por motivos pastorales se prefiera la Plegaria Eucarística tercera.
b) La Plegaria Eucarística segunda, por sus características peculiares, se emplea más oportunamente en los días entre semana, o en circunstancias particulares. […].
c) La Plegaria Eucarística tercera puede decirse con cualquier prefacio. Prefiérase su uso los domingos y en las fiestas. […].
d) La Plegaria Eucarística cuarta tiene un prefacio inconmutable y presenta un sumario más completo de la historia de la salvación. Puede emplearse cuando la Misa carece de prefacio propio y en los domingos del Tiempo Ordinario. […].

8.     Los fieles no se arrodillan durante la consagración. (Cf MONS. SAUL FIGUEROAHomilía para el Corpus Christidomingo 07 de junio de 2015).
La costumbre de no arrodillarse muestra la ignorancia sobre lo que está sucediendo en el altar, y el desconocimiento de la forma correcta de comportarse ante Dios. Es un signo de falta de fe. Las normas litúrgicas dicen que los fieles estarán de rodillas, al menos en el momento de la consagración, a no ser que por alguna causa justificable no puedan. Pero quienes no puedan arrodillarse que hagan una inclinación profunda. Son para pensar estas palabras: «Quien participe en la Eucaristía, orando con fe, tiene que sentirse profundamente conmovido en el instante en el que el Señor desciende y transforma el pan y el vino, de tal manera que se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. Ante este acontecimiento, no cabe otra reacción posible que la de caer de rodillas y adorarlo. La consagración es el momento de la gran acción de Dios en el mundo, por nosotros» (J. Ratzinger, “El espíritu de la liturgia”, Madrid 2001, p. 237.).
Es frecuente que en ciertas celebraciones, como determinadas fiestas locales en las que participan autoridades civiles, haya quienes asistan y que no sean creyentes. Un signo de respeto hacia la fe de los creyentes es adoptar en cada momento las posturas y gestos propios de la celebración y, por tanto, arrodillarse también en el momento de la consagración. De la misma manera que, por respeto a la fe de los musulmanes, cuando uno visita una mezquita se descalza. Sería una hipocresía invocar el respeto a la fe del Islam para un comportamiento y no respetar la fe de los católicos. Nadie obliga a asistir a la celebración de la Misa. Pero si se asiste, aunque uno no sea católico, por respeto y consideración a los católicos y a su fe, deberá hacerlo siguiendo el modo establecido en los distintos momentos de la celebración.

9.     El celebrante parte el pan al pronunciar las palabras de la consagración. La fracción del cuerpo de Cristo tiene su lugar propio en el “Cordero de Dios”.
El sacerdote, a no ser por imposibilidad física, debe hacer genuflexión tanto después de consagrar el pan como después de consagrar el vino.

10.            Se resalta en exceso el momento de la paz con un canto largo que lleva además o bien a suprimir el canto del “Cordero de Dios” o a infravalorar este signo cuando no se canta sino que se recita (Cf. IGMR, 82). Ya se ha indicado suficientemente lo relativo a la algarabía que suele ocasionar el momento de la paz, así que no insistiremos sobre el tema.
11.            Los ministros extraordinarios administran la comunión en la celebración de la Eucaristía, no habiendo real necesidad para ello. Sólo si hubiera tal cantidad de fieles para comulgar que la celebración se alargara de un modo excesivo se ha de recurrir a la ayuda del ministro extraordinario de la comunión.

12.            No se observan unos minutos de sagrado silencio después de la comunión. Anteriormente hablábamos sobre esto (Cf, n. 2). Pero sorprende que se dedique tiempo a los cantos, que el sacerdote se alargue en la homilía y, luego, entren las prisas por acabar y apenas dispongamos de un tiempo para dar gracias a Jesús que está en nosotros. Refiriéndose a este momento de silencio, dice Ratzinger: «es el momento para un diálogo íntimo con el Señor, que se nos ha dado; es el momento para entrar en el proceso de comunicación sin el cual la comunión exterior se convierte en un puro rito y en algo estéril» (J. Ratzinger, El espíritu de la liturgia, Madrid 2001, p. 235.).
En fin, son muchos los temas y puntos en los que se ha de poner un mayor empeño por cuidar este bien común que es la Eucaristía con la humildad de sabernos servidores y no dueños de la misma. Confiemos en que esa profunda humildad y obediencia a lo que legítimamente determina la Iglesia sea la actitud adoptada por todos los fieles, de modo que procuremos conocer y dar a conocer, cuanto debemos observar en las celebraciones litúrgicas.

Te invito a leer:
- Ordenación General del Misal Romano (OGMR) donde se especifica la celebración eucarística y la participación de los clérigos y laicos.
- Benedicto XVI, “Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis, 22-02-2007.
- Catalina Rivas, “La Santa Misa” testimonio sobre la Eucaristia. (http://www.autorescatolicos.org/misc03/catalinalibro01.pdf)

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