CAPITULO TERCERO: CREO EN EL ESPIRITU SANTO
683 "Nadie
puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu
Santo" (1Co 12, 3). "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu
de su Hijo que clama ¡Abbá, Padre!" (Ga 4, 6). Este conocimiento de fe no
es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con Cristo, es
necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. El es quien
nos precede y despierta en nosotros la fe. Mediante el Bautismo, primer
sacramento de la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece
por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la
Iglesia:
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).
El Bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre, y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo (San Ireneo, dem. 7).
684 El Espíritu
Santo con su gracia es el "primero" que nos despierta en la fe y nos
inicia en la vida nueva que es: "que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a tu enviado, Jesucristo" (Jn 17, 3). No obstante, es el
"último" en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad.
San Gregorio Nacianceno, "el Teólogo", explica esta progresión por
medio de la pedagogía de la "condescendencia" divina:
El Antiguo
Testamento proclamaba muy claramente al Padre, y más obscuramente al Hijo. El
Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la divinidad del Espíritu.
Ahora el Espíritu tiene derecho de ciudadanía entre nosotros y nos da una
visión más clara de sí mismo. En efecto, no era prudente, cuando todavía no se
confesaba la divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo y, cuando
la divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir el Espíritu Santo como un
fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida … Así por
avances y progresos "de gloria en gloria", es como la luz de la
Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos (San Gregorio
Nacianceno, or. theol. 5, 26).
685 Creer en el
Espíritu Santo es, por tanto, profesar que el Espíritu Santo es una de las
personas de la Santísima Trinidad Santa, consubstancial al Padre y al Hijo,
"que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración gloria"
(Símbolo de Nicea - Constantinopla). Por eso se ha hablado del misterio divino
del Espíritu Santo en la "teología" trinitaria, en tanto que aquí no
se tratará del Espíritu Santo sino en la "Economía" divina.
686 El Espíritu
Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra
salvación y hasta su consumación. Pero es en los "últimos tiempos",
inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, cuando el Espíritu se revela
y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. Entonces, este
Designio Divino, que se consuma en Cristo, "primogénito" y Cabeza de
la nueva creación, se realiza en la humanidad por el Espíritu que nos es dado:
la Iglesia, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la
resurrección de la carne, la vida eterna.
Artículo 8
"CREO EN EL ESPIRITU SANTO"
687 "Nadie
conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios" (1Co 2, 11). Pues
bien, su Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra
viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas"
nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a él no le oímos. No le conocemos sino
en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al
Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo
"no habla de sí mismo" (Jn 16, 13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente
divino, explica por qué "el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni
le conoce", mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora
en ellos (Jn 14, 17).
688 La
Iglesia, Comunión viviente en la fe de los apóstoles que ella transmite, es el
lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:
- en las
Escrituras que El ha inspirado:
- en la
Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
- en el
Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;
- en la liturgia
sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu
Santo nos pone en Comunión con Cristo;
- en la oración
en la cual El intercede por nosotros;
- en los
carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
- en los signos
de vida apostólica y misionera;
- en el
testimonio de los santos, donde El manifiesta su santidad y continúa la obra de
la salvación.
I. LA MISION
CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU
689 Aquel al que el
Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo (cf. Ga 4, 6) es
realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos,
tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo.
Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e individible,
la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el
Padre envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el
Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda,
Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el
Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo,
"ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede a
partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin
Cristo es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el
Espíritu a los que creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es
decir, el Espíritu Santo que lo glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta y
mutua se desplegará desde entonces en los hijos adoptados por el Padre en el
Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de adopción será unirlos a Cristo y
hacerles vivir en él:
"La noción
de la unción sugiere … que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el
Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la
unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así
es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu… de tal modo que quien va a
tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto
necesariamente con el óleo. En efecto, no hay parte alguna que esté desnuda del
Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío del Hijo se hace
en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde
todas partes delante de los que se acercan por la fe" (San Gregorio
Niceno, Spir. 3, 1).
II. EL NOMBRE,
LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS DEL ESPIRITU SANTO
El nombre propio
del Espíritu Santo
691 "Espíritu
Santo", tal es el nombre propio de Aquél que adoramos y glorificamos con
el Padre y el Hijo. La Iglesia ha recibido este nombre del Señor y lo profesa
en el Bautismo de sus nuevos hijos (cf. Mt 28, 19).
El término
"Espíritu" traduce el término hebreo "Ruah", que en su
primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la
imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del
que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5 - 8). Por
otra parte, Espíritu y Santo son atributos divinos comunes a las Tres Personas
divinas. Pero, uniendo ambos términos, la Escritura, la Liturgia y el lenguaje
teológico designan la persona inefable del Espíritu Santo, sin equívoco posible
con los demás empleos de los términos "espíritu" y "santo".
Los apelativos
del Espíritu Santo
692 Jesús,
cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el
"Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno",
"advocatus" (Jn 14, 16. 26; Jn 15, 26; Jn 16, 7).
"Paráclito" se traduce habitualmente por "Consolador",
siendo Jesús el primer consolador (cf. 1Jn 2, 1). El mismo Señor llama al
Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
693 Además de
su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las
cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los siguientes apelativos:
el Espíritu de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el Espíritu de adopción (Rm 8,
15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11), el Espíritu del Señor (2Co 3,
17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9. 14; Rm 15, 19; 1Co 6, 11; 1Co 7, 40), y en
San Pedro, el Espíritu de gloria (1P 4, 14).
Los símbolos del
Espíritu Santo
694 El agua. El
simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el
Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se
convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo
que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua
bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da
en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también
"hemos bebido de un solo Espíritu"(1Co 12, 13): el Espíritu es, pues,
también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado (cf. Jn 19,
34; 1Jn 5, 8) como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna (cf.
Jn 4, 10-14; Jn 7, 38; Ex 17, 1-6; Is 55, 1; Za 14, 8; 1Co 10, 4; Ap 21, 6; Ap
22, 17).
695 La unción. El simbolismo de
la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1Jn 2, 20. 27; 2Co 1, 21).
En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada
justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar
toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por
el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa
"Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo
"ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22 - 32), de forma eminente el rey
David (cf. 1S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: La
humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo".
Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19;
Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio
del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2, 11) e impulsa a
Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de quien
Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones
y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; Lc 8, 46). Es él en fin quien
resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; Rm 8, 11). Por tanto,
constituido plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la
muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta
que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo
de Dios, "ese Hombre perfecto … que realiza la plenitud de Cristo"
(Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
696 El
fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad
de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía
transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que
"surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48,
1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte
Carmelo (cf. 1R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma
lo que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el
poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará
en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá:
"He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviese encendido!" (Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de
fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de
Pentecostés y los llenó de él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará
este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del
Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No
extingáis el Espíritu"(1Ts 5, 19).
697 La nube y la
luz. Estos
dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde
las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras
luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la
transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18),
en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto
(cf. Ex 40, 36-38; 1Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf.
1R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu
Santo. El es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su
sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña
de la Transfiguración es El quien "vino en una nube y cubrió con su
sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se
oyó una voz desde la nube que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido,
escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que
"ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión
(Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su
Advenimiento (cf. Lc 21, 27).
698 El
sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a
quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca
también en él con su sello (2Co 1, 22; Ef 1, 13; Ef 4, 30). Como la imagen del
sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción del
Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden,
esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el
"carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales
no pueden ser reiterados.
699 La
mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos(cf. Mc 6, 5; Mc
8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán
lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; Hch 14, 3). Más aún, mediante la imposición
de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; Hch
13, 3; Hch 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura
en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb
6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo
ha conservado en sus epíclesis sacramentales.
700 El dedo. "Por el
dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de
Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex
31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2Co 3, 3). El himno
"Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como "digitus paternae
dexterae" ("dedo de la diestra del Padre").
701 La paloma. Al final
del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé
vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es
habitable de nuevo(cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo,
el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16
par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los
bautizados. En algunos templos, la santa Reserva eucarística se conserva en un
receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima
del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es
tradicional en la iconografía cristiana.
V. EL ESPIRITU Y
LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS TIEMPOS
Pentecostés
731 El día de
Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se
consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como
Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama
profusamente el Espíritu.
732 En este día se
revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por
Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y
en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida,
que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos
tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no
consumado: "Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu
celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible
porque ella nos ha salvado" (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de
Pentecostés; empleado también en las liturgias eucarísticas después de la
comunión)
El Espíritu
Santo, El Don de Dios
733 "Dios
es Amor" (1Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los
demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
734 Puesto que hemos
muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don
del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo
(2Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la
semejanza divina perdida por el pecado.
735 El nos da
entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia
(cf. Rm 8, 23; 2Co 1, 21): la Vida misma de la Santísima Trinidad que es amar
"como él nos ha amado" (cf. 1Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad de
1Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos
"recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
736 Gracias a este
poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha
injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es
caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto
más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25):
"Por la
comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece en el
Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la
confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser
llamado hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna" (San Basilio,
Spir. 15, 36).
El Espíritu
Santo y la Iglesia
737 La misión de
Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo
del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de
Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo
prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo.
Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente
para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de
Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la
Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión
de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su
sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para
anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la
Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del próximo artículo):
"Todos
nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu
Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho que
nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del
Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible
lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí … y hace
que todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder
de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se
encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el
Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a
la unidad espiritual" (San Cirilo de Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el
Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo
distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus
funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su
ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los
sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a
los miembros de su Cuerpo (esto será el objeto de la segunda parte del
Catecismo).
740 Estas
"maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de
la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu
(esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El
Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir
como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios,
es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte del
Catecismo).
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