17 de mayo de 2013

“La libertad nos hará verdaderos”.


Esta manera de entender la libertad ya no está abierta ni arraigada en la realidad, es una libertad encerrada en sí misma, sin referencia a la verdad objetiva de los demás, es la libertad de los propios deseos, la libertad de las ambiciones y caprichos, una libertad ensimismada que no se molesta en buscar la consistencia de la verdad fuera y más allá de sí misma. En esta manera de entender las cosas, ser libre es llevar a término mis deseos, lo que en cada momento me apetece, así llego a ser verdadero, así consigo llegar a ser yo mismo. Pero un “yo mismo” que no ha crecido saliendo en busca de la rica y compleja realidad anterior a mí, mayor que yo, sino que se repliega sobre sí misma satisfaciéndose en los propios deseos. Esta manera subjetivista de entender la libertad, sin apertura a la realidad objetiva, previa y superior a nosotros, nos mantiene encerrados en una sala de espejos, en la que todos nuestros deseos nos reflejan a nosotros mismos, nos vemos de mil maneras pensando que somos el centro del mundo, pero en realidad sólo nos vemos a nosotros mismos y disfrutamos de nosotros mismos, cada vez más aislados de la verdad del mundo y de los hombres, más alejados de la verdad infinita de Dios, que queda al otro lado de los espejos, anterior e independiente de nuestros caprichos.

Esta manera de entender las cosas tiene dos manifestaciones en nuestra cultura que resultan verdaderamente trágicas y destructivas. La primera es el RELATIVISMO. Si nosotros somos el centro de la realidad, si las cosas o las personas que existen independientemente de nosotros no son término real de nuestra libertad, entonces es lógico que no queramos reconocer nada como objetivamente verdadero. Sólo es verdad lo que cada uno decida para su propio bien. Cada uno “crea” su verdad y tiene “sus” verdades. Una cosa es verdad para uno, y la contraria puede ser verdad para otro. En el fondo es que nada es verdad para nadie.
En esta manera de ver las cosas, cada uno vive encerrado en sí mismo, cada uno es la verdad para sí mismo, sin necesidad de mantener contacto real con lo que cada cosa es fuera de nosotros. En esta mentalidad la persona vive cerrada en su propio mundo, cerrada en sus propios deseos, de espaldas a la realidad. Como si fuera el principio y el fin del mundo. Esto, que en el mundo de las realidades físicas es imposible, en el mundo de las realidades espirituales y morales lo practicamos continuamente. “La Iglesia puede decir lo que quiera, yo pienso que…” Cada uno tiene su verdad, cada uno se fabrica su verdad. Pero esta verdad no sirve para comprender la realidad, ni para entrar en ella, ni para favorecerla, porque no es la verdad de la realidad, sino la verdad subjetiva de nuestros propios deseos. El relativismo es individualismo y termina siendo nihilismo.

La otra funesta consecuencia del subjetivismo es la LEGITIMACIÓN DE LA MENTIRA. Si la verdad nace de nosotros, si es verdadero lo que cada uno quiera, estamos facultados para decir en cada caso lo que nos convenga, lo que queramos que piensen los demás a favor de nuestros deseos, de nuestros planes ambiciones. No hay por qué atenerse a la verdad de las cosas, porque no hay una verdad objetiva, cada uno compone la verdad como le parece. El lenguaje mentiroso nos desconecta de la realidad, nos recluye de nuevo en nuestras pretensiones, manipula la realidad de los otros llevándolos a configurarse con la vanidad de nuestras fantasiás y deseos. La cultura del subjetivismo termina siendo una cultura fundada en la mentira, es decir, en el vacío, en el no ser, en la nada, porque la mentira es lo que no es, el hueco de la existencia, la ficción de la realidad.

¿Qué pensar, qué se puede esperar de una sociedad en la que no se quiere aceptar la verdad de las cosas, en la que desde la opinión pública, desde la política, queremos que las cosas sean como nos interesa a nosotros, como si fuéramos realmente los creadores de un mundo de valores, de proyectos, nacido de la presuntuosa omnipotencia de nuestra engrandecida libertad? Cuando llegamos aquí estamos ya en el terreno de la idolatría, de las falsas divinidades creadoras de mundos falsos y decepcionantes. Nosotros mismos somos el ídolo al que atribuimos los poderes del Dios creador del mundo y fuente de la vida y de la felicidad.

Tendremos que CAMBIAR y dedicarnos sinceramente a buscar juntos cómo son y cómo tienen que ser las cosas, por sí mismas, en atención a su PROPIA NATURALEZA, al CRECIMIENTO DE TODOS EN LA VERDAD Y EN EL BIEN, en esa verdad universal que nos sostiene a todos, que tiene espacio para todos y que en último término está GARANTIZADA POR LA SABIDURÍA, EL PODER Y LA BONDAD DE DIOS. Sin esta voluntad conjunta de vivir y crecer en el camino de la verdad movidos por el amor a lo real, no hay cultura verdadera, ni hay sociedades fuertes, ni hay personas cabales.

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